Este año Agüero dejó de ser un secreto del cine chileno. En el Festival de Guadalajara, en México, ganó el premio al Mejor Documental Iberoamericano por “El otro día” y en Argentina le dedicaron una retrospectiva en el Bafici.
“‘El diario de Agustín’ es una película que hice el 2008 y todavía estamos pegados a ella. Entonces, me tiene chato el tema, me gusta hablar de las otras películas o de la última. En ese sentido, a los que menos les sirve la censura es a Agustín Edwards y a mí”, dice Agüero.
-A veces uno conversa más con los muertos que con los vivos.
Lo dice Ignacio Agüero (61) en su última película, El otro día. Entre los muertos con los que conversa en este documental, el más íntimo de toda su carrera, están sus padres. Porque aquí la historia comienza, advierte, con una fotografía. La imagen es de 1945 y vemos a sus padres besándose el día de su matrimonio, en la isla Quiriquina. Frente a esta foto, Agüero se pregunta qué habría dicho su padre, marino, al enterarse que décadas más tarde uno de sus hijos sería torturado por otros marinos.
Su padre murió a inicios de los 70. Nunca se enteró de las torturas a su hijo Felipe, el hermano gemelo de Ignacio Agüero, después del golpe del 73. El cineasta tampoco se enteraría hasta después de la detención de Pinochet en Londres, cuando su hermano -cientista político con una destacada trayectoria académica en Estados Unidos- denunció a su colega y profesor de la Universidad Católica, Emilio Meneses, como su torturador en el Estadio Nacional. Meneses, oficial de reserva de la Armada para el 73, nunca más volvió a hacer clases en la UC.
Felipe Agüero ahora vive en Chile y trabaja para la Fundación Ford. Y además aparece en el documental El otro día. Como hermano gemelo, se adivinan en él los mismos gestos del Agüero cineasta. El paso cansino, ese hablar sin prisa, la mirada un poco perdida. Felipe aparece como un doble y de su historia nos enteramos poco, apenas unos retazos.
“Estoy haciendo un documental sobre la gente que toca el timbre de mi casa”, dice Agüero a todo el que toca su timbre en El otro día. Así, el cineasta va elaborando un mapa inesperado de Santiago. Va a la casa de los que le tocaron el timbre: una barrendera, un cartero, un hombre que le pide unas monedas para sobrevivir. Si la periferia de los que toman el Transantiago se ve hostil, su casa es un pequeño oasis. Es una casa de fachada contigua, de ésas con patio interior, en un barrio de Providencia que aún resiste la invasión de los edificios.
El documental es eso. Las historias de esas personas. Pero también las historias de la familia de Agüero que se cuelan, mientras el cineasta se detiene en los detalles. Como un gato que se pasea por su patio para tomar agua. Agüero filma con paciencia, sin prisa, y en uno de los momentos más hermosos de la cinta registra ese momento único e irrepetible en que la luz entra a su casa y, por un momento, ilumina la foto de sus padres que tiene pegada en un armario. Eso es El otro día: un documental sobre su casa. Una casa que es un mundo. Una casa que resume todo el cine de Agüero.
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Este año Agüero dejó de ser un secreto del cine chileno. En el Festival de Guadalajara, en México, ganó el premio al Mejor Documental Iberoamericano por El otro día, y en Argentina le dedicaron una retrospectiva en el Bafici, y el director de este festival, Marcelo Panozzo, lo llamó “un tesoro del cine de este continente”. Hace pocas semanas estuvo en DocumentaMadrid, y en julio le toca participar en un festival nuevo, Transcinema, en Perú.
Ahora le toca el turno a Chile. En el próximo Festival Internacional de Documentales de Santiago (Fidocs) -que empieza el 24 de junio-, Agüero estará por partida doble. Como parte de la competencia nacional estrenará El otro día, que a su vez competirá con Qué historia es ésta y cuál es su final, documental de José Luis Torres Leiva que lo tiene de protagonista. Agüero vs. Agüero. Y el 4 de julio, El otro día se estrenará simultáneamente en ocho ciudades de Chile, a través del programa Miradoc.
Después que uno le toca el timbre y entra a la casa de Agüero, lo que encontramos son las huellas de El otro día. La misma casa, esa luz que se difumina lentamente y los gatos que se pasean impunes por el patio. Esta reciente fama en el extranjero lo pilla un poco perplejo. “A veces no entiendo por qué la gente va a ver mis películas. Es muy raro”, dice. No hay asomo de eso que llaman falsa modestia en sus palabras. Suena sorprendido, como si El otro día fuera la cinta de un debutante y no el trabajo maduro de uno de los documentalistas chilenos más importantes.
Es el director del polémico El diario de Agustín (2008), que denuncia el rol de El Mercurio durante la dictadura. Un documental que se aleja por completo del resto de su filmografía: “Es la película que menos me gusta. Me costó mucho hacerla. Me daba lata ir a filmar, de repente me daba miedo ir a filmar a Arturo Fontaine. Era desagradable meterse y hablar de esas cosas”.
Todas las polémicas por la censura a la película también lo tienen aburrido:
-Es una película que hice entre el 2005 y el 2008 y todavía estamos pegados a ella. Entonces me tiene chato el tema, porque siempre me hablan de eso, me gusta hablar de las otras películas o de la última. En ese sentido, a los que menos les sirve la censura es a Agustín Edwards y a mí.
Agüero fue parte de la última generación que entró a estudiar Cine a la UC después del golpe. En esa generación estaban nombres como Vicente Sabatini y Ricardo Larraín. Y aunque la escuela tenía equipos y buenos profesores, no dejaba de ser paradójico estudiar Cine en un país donde la mayoría de los cineastas habían partido al exilio. “Fue bien triste, porque sabíamos que éramos los últimos y estábamos ahí para apagar la luz”, dice.
De esa época proviene el documental Aquí se construye (1977), rescatado hace poco de los archivos de la UC. Un cortometraje que Agüero había olvidado: “Cuando hice Aquí se construye (2000) y le puse el título, se me olvidó completamente que yo había hecho antes una película que se llamaba así. Hay imágenes de nueva Providencia, se está construyendo la calle 11 de septiembre. Entonces, está toda Providencia en demolición, y las demoliciones eran a mano, sin máquinas, los obreros demolían pegando con mazos a las murallas”.
Ahí está el germen del Agüero que conocemos, del cineasta que ha sido testigo de los cambios de la ciudad y que en Aquí se construye, la del año 2000, entregó un relato conmovedor y profético: un biólogo que se niega a vender la casa de toda su vida, pese a que ya está rodeado de edificios. En la primera versión, de 1977, Agüero entrevista a un maestro estucador con el mismo tono que ya es su marca: preguntas sencillas, pero directas, que terminan revelando mucho más de lo esperado.
Pero el germen quizá hay que buscarlo mucho antes, en un Agüero que entró a estudiar Arquitectura, también en la UC, en 1970. Estuvo dos años, pero reconoce que fue un peldaño para el cine: “Mis películas son completamente espaciales y de construcción y lectura del espacio. Fue interesante darme cuenta de que todas mis películas son iguales. En No olvidar (1982), el centro son los hornos de Lonquén, y en torno a eso se desarrolla la historia y los personajes. En Cien niños esperando un tren (1988, sobre los talleres de cine de Alicia Vega), es la capilla de la población Lo Hermida. Entonces son películas sobre lugares. Más que historias o sucesos, son de lugares que se observan”.
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Agüero habla con un tono entre campechano e ingenuo. Ese tono quizá fue el que buscaba Raúl Ruiz cuando lo reclutó como actor para algunos de sus últimos proyectos en Chile, como la serie televisiva La recta provincia, y la película Días de campo. Dice que se conocieron después de un encuentro en la calle, en París, a la entrada de un cine en los Campos Elíseos. “Al tiro me echó el ojo. Él iba a ver el documental Buena Vista Social Club y yo entré a ver Tacones Lejanos, y me dejó amarrado para que después de las películas nos juntáramos”. Lo hicieron y pronto se hicieron amigos y colaboradores.
En la mesa de la casa de Agüero se agolpan, desordenados, muchos papeles, cuentas, y entre ellos, destaca el libro Poética del cine, de Ruiz. “Lo estoy estudiando”, cuenta. Pero también a Ruiz le reserva una aparición casi fantasmal, digna de quien habla con los muertos, en El otro día. Son apenas unos segundos -sacados de un rodaje de La recta provincia que se realizó en la casa de Agüero- en que Ruiz dice “acción”.
El cineasta Torres Leiva (El cielo, la tierra y la lluvia) siguió los pasos de Ruiz y convocó a Agüero para el rodaje de su película Verano. Y ahora está escribiendo un nuevo largometraje de ficción, donde Agüero será protagonista: “Se llamará Groenlandia y trata sobre un ex cineasta y fotógrafo ermitaño que ha decidido vivir en el sur profundo de Chile, alejado de todo. Un día recibe la visita de su ex esposa y su hija, y su vida dará un vuelco”.
El interés de Torres Leiva por Agüero no termina aquí. Cuando le encargaron un documental para ARTV decidió hacerlo sobre el documentalista. Así nació Qué historia es ésta y cuál es su final, un recorrido por la obra de Agüero, pero también un repaso de las casas del director. La estructura es sencilla: Torres Leiva sentó a conversar a Agüero con su montajista Sophie França, en la casa del cineasta, la misma que aparece en El otro día. Juntos van revisando y comentado fotos de las distintas casas en las que ha vivido Agüero.
La inspiración para Torres Leiva fue un cortometraje de Jean Eustache, Las fotos de Alix: “Trata sobre un simple encuentro entre el hijo de Eustache y la fotógrafa Alix Roubaud y la mirada de ambos sobre las fotografías que ella tomó en épocas importantes de su vida. Me gustaba ese juego de memoria del que ha vivido la experiencia y el que recibe ese relato. Cómo esa mirada transforma una realidad a través del recuerdo personal de cada persona. Para mí, este documental trata sobre eso y de cómo esa memoria personal e íntima de Ignacio está estrechamente relacionada con su cine”.
El recorrido está lleno de hallazgos. Así descubrimos una coincidencia: su actual casa, la de El otro día y en la que vive desde hace 16 años, estaba en arreglos en la misma época en que Agüero filmaba demoliciones para Aquí se construye. Son los pequeños grandes momentos de su cine, ahora filmados por Torres Leiva. Al toparse con una foto del año 87, en que empezó a filmar Cien niños esperando un tren, cuenta que estaba separado y se había ido a vivir a un departamento en Américo Vespucio. Agüero mira Santiago, y con más sorpresa que nostalgia, dice:
-“Qué increíble, una ciudad de casas. Parece Melipilla”.