Eduardo Parra escribió una vez que “no hay Jaivas sin René Olivares ni René Olivares sin Jaivas. René es el jaiva de rostro incógnito y casi nada conocido por seguidoras y seguidores”.
“Es sorprendente el fuerte sentido del registro que Los Jaivas han mantenido a lo largo de su historia”, dice Gonzalo Badal, de Ocho Libros. “Es ideal para un proyecto de libro por la carga visual que tienen esos recuerdos”.
El ritmo pausado que René Olivares busca darle a su rutina de pintor en París se ha alterado por completo desde el verano pasado, cuando llegó a Santiago para una de las estadías más extensas que ha tenido desde que emigró de Chile, hace cuarenta años. Reuniones con editores, museógrafos e investigadores han llenado sus días. Y para él, que dice que gusta del ritmo espontáneo, sin fechas ni horarios, tanta planificación “ha sido, en cierto modo, un poco angustiante”.
La enfrenta, sin embargo, porque siente que su participación en el trajín es parte de una responsabilidad con la banda y lo que ésta representa en su propia biografía: las décadas de convivencia con sus integrantes, el recuerdo de dos de sus mejores amigos (Gato Alquinta y Gabriel Parra), el afecto que se ha dado entre los hijos y hasta nietos de todos ellos. “Nunca pensé en este presente que estoy viviendo, cuando gozo del cariño de la gente por lo conocidos y admirados que se han vuelto Los Jaivas. Pero me parece una extensión natural de lo que ha sido mi vida junto a ellos, y de volver a hacer presente eso que en alguna época se llamó comunidad. Nunca he tenido un éxito ni lo he buscado. No hago exposiciones. Me ha tocado ser un pintor útil para otros, y me gusta que así sea”.
Un cómodo taller de trabajo, casi escondido al fondo de una gran casa en el barrio Bellavista, le ha permitido a Olivares defender, pese a todo, su rutina, con pausas diarias para ocuparse en sus pinceles, acuarelas y óleos. Una vez por semana se aparece por allí su amigo Claudio Parra e improvisa música al piano mientras el pintor hace lo propio sobre la tela en un atril. “Me ha pasado algo raro en este tiempo en Santiago”, observa de pronto el artista, y sus ojos claros parecen buscar en el aire el concepto para encerrar tan peculiar momento: “Ahora pinto para descansar”.
1.
Nadie, fuera de los músicos de Los Jaivas, podía preparar mejor que René Olivares los muchos proyectos visuales que de agosto a diciembre engrosarán la agenda de actividades por los cincuenta años desde el debut del grupo, el 15 de agosto de 1963 (cuando los aún The High & Bass se presentaron en una fiesta del Liceo Guillermo Rivera, en el Teatro Municipal de Viña del Mar). Él ha sido el ilustrador ininterrumpido de sus carátulas desde 1973, cuando una pintura suya presentó el single “Indio hermano”, así como de muchos de sus afiches de conciertos y el “conceptualizador” de su conocido logo, un hombre alado con guitarra (inclinado, según un modelo tomado de ilustraciones mayas, explica). Olivares es tan amigo de Los Jaivas que habla de ellos como de hermanos, y es inevitable vincularlo a la familia en torno al grupo cuando se escucha sobre su salida con ellos de Santiago (a Mendoza), el 29 de septiembre de 1973 o los años de residencia en comunidad que tuvo con ellos en aquella casona de Les Glycines, en las afueras de París, que ha pasado a la leyenda como un castillo.
“Dudar de la lealtad y cariño que nos unen sería dudar de mí mismo”, dice Olivares, quien conoció a Gato Alquinta en 1972, caminando por la calle (“simpatizamos: los pelucones no éramos muchos entonces”), y se integró de inmediato al círculo del conjunto. Desde un primer momento resultó sorprendente pero innegable la coincidencia entre su pintura y la propuesta musical del grupo. Hasta hoy, uno y otros mantienen una misma sintonía en el arte, el respeto por las culturas ancestrales y su inquietud espiritual “alter-nativa”, como le gusta explicar al pintor separando la palabra en dos partes. Eduardo Parra escribió una vez que “no hay Jaivas sin René Olivares ni René Olivares sin Jaivas. René es el jaiva de rostro incógnito y casi nada conocido por seguidoras y seguidores. Sin embargo, su presencia pictórica y estelar persiste en la conciencia de los que gustan de nuestra música. Imbuidos ya por alguna canción, auditoras y auditores no pueden dejar de recordar los increíbles paisajes con los que el pintor ha querido ejemplificar estas sonoridades”.
En los años de apremios económicos en el extranjero, Olivares -cuya trayectoria también lo vincula a décadas de colaboración con la compañía teatral El Aleph- trabajó para el grupo cargando equipos, ordenando mudanzas y planificando junto a ellos salidas para el no siempre sencillo sustento familiar. Hoy dice que, “de algún modo, me gané mi derecho a ser el pintor oficial de Los Jaivas”, aunque para ese cargo no tenga competencia ni de cerca.
2.
En algún momento, acaso ya instalado en París, René Olivares asumió que su trabajo como pintor estaría fuera de los circuitos de prestigio y comercio que usualmente desvelan a los artistas. “Opté por tratar de ser útil para poder justificar a otros artistas. Y, sobre todo, para responder a una frase de Paul Éluard que me encanta: ‘Poeta no es el inspirado sino el que inspira’. Cuando no tienes éxito económico, ver de pronto lo que ha quedado en torno a tu trabajo te hace pensar que todo esto no ha sido inútil”.
Por lo anterior, hay algo de hermosa paradoja en el hecho de que la obra de Olivares (óleos, dibujos y acuarelas) llegue el próximo mes al espacio quizás más codiciado por los pintores chilenos: el Museo Nacional de Bellas Artes. La exposición “Los Jaivas: cinco décadas del rock chileno” ocupará durante todo agosto el hall central, los balcones del segundo piso y también el Salón Blanco de ese edificio, con elementos asociados a la historia del conjunto, dispuestos en ocho módulos. Estarán allí las pinturas para diversas carátulas, pero también instrumentos (la enorme batería de Gabriel Parra, un piano de cola de Claudio), trajes del fallecido Gato Alquinta, antiguos recortes de prensa, premios y una exposición de aproximadamente doscientas fotografías entregadas por la banda para la muestra.
“Nunca se había hecho algo así, con una presencia tan marcada de la música popular al interior del museo”, reconoce Teresita Raffray, encargada de producción de exposiciones temporales del MNBA, “y ha sido todo un desafío conjugar las ideas del grupo con nuestro funcionamiento”. Olivares, en parte le da la razón cuando dice que “el Bellas Artes para mí representa entrar en una cultura establecida, cuestión que de joven me hubiese incomodado porque sentía que mi deber era hacer cosas nuevas y revolucionarias. Pero ahora veo esta oportunidad como un modo de cerrar muchas ideas que hace tiempo tenía el grupo, y desde ahí abrirnos a otros proyectos. Me habría gustado hacer una cosa rocanrol total, con luces de colores, pero tiene que ser todo bien programado, y a tiempo. Y lo entiendo, y estamos tratando de adaptarnos”.
En ese proceso ha trabajado junto a Mario Mutis y parte del equipo de museografía y curaduría del museo. Justo a mitad de la exposición, la tarde del 15 de agosto, Los Jaivas celebrarán la muestra con un gran concierto desde el frontis del edificio hacia la calle.
3.
La idea de llevar la historia de Los Jaivas a libros de preponderante contenido visual la tuvo Gonzalo Badal hace seis años, pero por diversas razones sus conversaciones con el grupo no fructificaron entonces. Ahora sí. Su editorial, Ocho Libros, publicará de aquí a diciembre tres grandes volúmenes sobre el conjunto, que se suman al recién publicado poemario del tecladista y percusionista Eduardo Parra, Santiago. Un cancionero ilustrado, una gruesa biografía visual y un libro específico sobre el proyecto Alturas de Machu Picchu están ya en preparación para publicarse durante este semestre (por otras editoriales se espera, asimismo, una biografía del grupo a cargo de la periodista Pamela Urbina y una reedición actualizada de Los caminos que se abren. La vida mágica de Los Jaivas, de Freddy Stock). Para todos ellos, la editorial ha trabajado junto al grupo y, de nuevo, René Olivares como compilador de material e hilador de la historia. A Badal lo entusiasma especialmente la cantidad de imágenes inéditas recopiladas hasta ahora, así como el compromiso de Mario Vargas Llosa de prologar el volumen sobre Machu Picchu. El Premio Nobel de Literatura fue el presentador del especial televisivo producido a medias por Chile y Perú (y dirigido por el chileno Reynaldo Sepúlveda) que en 1981 mostró al grupo cantando en las ruinas incas: el primer documental clásico de nuestro rock.
4.
Badal no podía creerlo cuando Claudio Parra y René Olivares llegaron una mañana a su oficina no con cajas sino maletas de material para incluir en los libros acordados. Fotos, recortes de prensa y souvenirs familiares se esparcieron entonces sobre la mesa de la editorial. Estaban allí, por ejemplo, cientos de las postales que el pianista le fue enviando cada semana a su madre desde diferentes puntos del mapa, con un breve y cariñoso mensaje dirigido a “PLAZA VERGARA 142, Depto. 123. VIÑA DEL MAR”.
“Es muy sorprendente el fuerte sentido del registro que Los Jaivas han mantenido a lo largo de su historia”, reflexiona Badal, “y que, además, resulta ideal para un proyecto de libro por la carga visual que tienen casi todos esos recuerdos. Es un grupo con una identidad definida, y que puede vincular su música a la historia reciente de Chile”.
Para René Olivares, volver sobre esos archivos ha significado un viaje introspectivo, “que a veces me cuesta, pero me hace muy bien. Hay cosas que veo y que ni me acuerdo de haber hecho. Supongo que es porque no trabajo de un modo demasiado intelectual, en el sentido de buscarles un sentido a mis trabajos”. El pintor habla de hallazgos curiosos, como una vieja historieta dibujada por él con algo así como “aventuras jaiveanas”. El desvío parece menos sorprendente cuando se repara en que quien habla es hijo del director de la vieja revista Topaze.
5.
Una gran proyección de imágenes sobre el frontis del Bellas Artes es el sueño con el que a Olivares le gustaría cerrar la muestra de Los Jaivas allí dentro. El mapping buscaría, en sus palabras, “darle poesía a la tecnología” y hasta tiene un título escogido junto al equipo de expertos en el formato: “La Naturaleza retoma sus derechos”. El espectáculo de raíces escalando por los muros es, aún, un panorama incierto, aunque es elocuente de las inquietudes del artista, y de su autoimpuesta obligación por cubrir aquello que hoy lo ocupa junto a Los Jaivas, de los mismos principios que en los años sesenta buscaba implantar el rock: “Amor, pacifismo, anticonformismo”, enumera. “Son momentos tan importantes para el grupo, que no quiero que todo esto suene a réquiem. Trabajamos desde la modestia y desde la convicción de que el arte puede ser magia, porque lo hemos comprobado infinitas veces en nuestra historia. A estas alturas de mi vida, cuando ya tengo hasta un bisnieto, yo no esperaba nada más. Esto ha sido un regalo unido a un compromiso. Y, en ese proceso, el camino, los contactos, las ideas compartidas son tan importantes como los logros. No podría trabajar de otro modo”.