Por Yenny Cáceres Julio 11, 2013

Para Gumucio, sumarse a este proyecto no sólo implicó lidiar con los recuerdos de su legendaria abuela. Zulueta lo obligó a ir a ver teatro. Algo que el escritor había dejado de lado hace rato: “No me gustaba cierto teatro chileno de los años 90, esa cosa pretenciosa, artística entre comillas”.

“Todas las amigas de mi abuela me recuerdan a mi abuela. Eso me pasa incluso con sus amigos. Para mí era difícil separar a la Delfina, en particular de mi abuela, no le creía cuando actuaba de pobre o de abuela que cocina. La obra me hizo romper con ese mito”, dice Gumucio.

“¿Qué pasó en Chile? Que, por puro miedo a los rotos, los caballeros se volvieron rotos”.

Eso dice Marta Rivas. O más bien, eso escribe Rafael Gumucio en Los platos rotos, en un monólogo dedicado a su abuela,  donde ella, deslenguada y con un humor exquisito, repasa la historia chilena -y a los políticos- del siglo XX.

Allí, Rivas dice que todos los santos chilenos son parientes suyos, que Allende era un caballero, y que en una reunión con puros decés se puso a tirar pedos y el único que no se rió fue Frei Montalva. Ahí supo que sería presidente.

Cuando llega a la parte de la UP, dice:

-Yo soy muy de izquierda. Mal que mal, mi papá era liberal. Hizo la ley de instrucción primaria obligatoria. Una vez escribí “Momios culeados” en la caja del ascensor de las torres de Tajamar. Pero me pillaron altiro, porque sólo yo podía escribir garabatos con tan buena ortografía.

Especialista en Proust, casada con el político Rafael Agustín Gumucio, exiliada dos veces (primero con Ibáñez y luego con Pinochet) y abuela de ME-O, Marta Rivas murió en el 2008.

Elisa Zulueta no la conoció, pero cuando leyó Los platos rotos, supo que ella era un personaje alucinante. Zulueta, el cerebro tras los éxitos de Pérez y Gladys, la dramaturga joven más elogiada de los últimos años, supo también que su próximo estreno no lo escribiría ella.

Gumucio nunca había escrito una obra de teatro. “La Elisa Zulueta me obligó a escribir esta obra con una pistola en el pecho”, dice el escritor. En la versión de Zulueta, Gumucio tenía ganas de hacer algo distinto y ella simplemente lo alentó a dar el salto.

Así se gestó La grabación, una obra de teatro que se estrena durante octubre en el GAM, como parte de la programación dedicada a los 40 años del golpe. Ahí, una aristócrata de izquierda (Delfina Guzmán) recuerda los años de la UP junto a su nieta, una aspirante a dramaturga y escritora (Elisa Zulueta).

Ahora que ya comenzaron los ensayos de la obra, y que Marta Rivas adquiere una segunda vida, su nieto, el escritor, confesará: “No tengo imaginación, tengo familiares. No invento nunca nada”.

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Es la primera semana de ensayos en el GAM. “Es nuestro tercer ensayo. El que nos juzga, se va”, advierte Elisa. “Estoy nerviosa, no es normal que tan pronto haya harta gente”, se justifica. Es una sala pequeña, en uno de los subterráneos del centro cultural. No más de cinco sillas están dispuestas frente al improvisado escenario. Como escenografía, sólo hay una cama de bronce, en la que Zulueta durmió cuando niña y que rescataron para la obra desde la casa “de unas tías cuicas”. 

La troupe a la que Gumucio se ha sumado es la misma de Pérez y Gladys. Antonia Santa María en la producción, Álvaro Viguera encargado de la dirección, y Elisa Zulueta, que esta vez sólo actúa. Lo de invitar a actores de trayectoria no es nuevo para este grupo formado en la Escuela de Teatro de la UC. Si en Pérez estuvo Luis Gnecco, y en Gladys el elenco se completó con Catalina Saavedra, Sergio Hernández y Coca Guazzini, para La grabación la presencia de Delfina Guzmán fue algo casi natural.

“Era muy difícil que otra actriz pudiera hacer una cosa así. Cuando leí la carta (el texto sobre Marta Rivas en Los platos rotos), la tenía en mi cabeza. Cuando leí la obra, era evidente. Caer bien con esa sarta de cosas que dice es algo muy difícil, y eso la Delfina lo tiene. Si no, te queda una señora muy pesada y displicente. Uno le cree que escribió ‘Muéranse momios culeados’ en la escalera, o ‘Rotos de mierda’”, dice Elisa Zulueta.

Delfina Guzmán no sólo daba con el tipo físico de abuela aristócrata. Ella fue amiga de Marta Rivas, juntas iban a comidas con Allende y hasta estudiaron Teatro juntas. “Al Rafita lo conozco desde antes que naciera, cómo no iba a participar”, dice Guzmán. La actriz también es una consumidora voraz de teatro, y está al día con el trabajo de las compañías jóvenes.

“Yo trato de ir mucho al teatro, cosa que no hacen en general los actores, cosa que yo encuentro que es un error profundo. No tengo prejuicios con los principiantes, veo de todo. Lo que no me gusta, eso sí, son los raros, no me estoy refiriendo a los gays por supuesto, que me encantan, me estoy refiriendo a los que les gustan las rrarrezas. Me carga la extravagancia”, dice Guzmán, que se hizo amiga de Zulueta cuando trabajaron juntas en la teleserie Dama y obrero, y con la que nuevamente coincide en el elenco de la teleserie nocturna Socias, de TVN.

La incorporación de Delfina Guzmán al proyecto también determinó los tiempos y el método de trabajo para este montaje. “La Delfina me dice que en el Ictus una obra la ensayaban durante un año, y nos sumamos a eso”, dice Zulueta. Habitualmente un montaje se prepara durante tres meses, pero en el caso de La grabación ya llevan varios meses de trabajo.

Durante el verano, Gumucio pulió el libreto junto a Viguera y Zulueta, y desde marzo se juntaron todas las semanas en la casa de Delfina Guzmán, para aprenderse los textos. Si en la primera etapa todo se conversaba en torno a una cerveza, en las sesiones en la casa de Guzmán no faltaba el té ni las galletas. Como en el living de una abuela.

Y como se trata de una coproducción con el GAM, de aquí a octubre podrán ensayar con total tranquilidad, guardar la escenografía y empezar a trabajar desde ya en los detalles técnicos.

Zulueta lo resume así:

-Ha sido un proceso muy distinto. Cuando trabajas con actores más jóvenes, trabajas sobre la base de que ellos van a tu ritmo, de una persona de 30, y acá nos sumamos al ritmo de una señora de 85, y eso ha sido muy bonito.

Como se topan casi a diario en las grabaciones de Socias, Guzmán no pierde la oportunidad de hacer comentarios sobre la obra. “Es una persona que se levanta con el texto”, dice Zulueta. Al otro lado, Guzmán dispara una artillería de elogios sobre el grupo: “Son inteligentes, delicados, cariñosos, solidarios, profundamente sensibles”. Y remata: “Esto es un elogio a la felicidad”.

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Gumucio se nota ansioso y a la vez divertido. Mientras mira el ensayo, repite el gesto de pasarse la mano por el pelo. Antes de empezar, nos ha dicho que todo partió inspirado en su abuela, pero que con la escritura se fue separando de ella, hasta transformarse en otra cosa.

Pero lo cierto es que, al menos en este primer cuadro, la abuela de La grabación habla parecido a la Marta Rivas de Los platos rotos. La abuela de la obra rotea y se burla de las inquietudes literarias de su nieta: “Para qué vas a escribir si no vas a ser como Proust”. Cuando la nieta, iPhone en mano, comienza a grabarla, la abuela le lanza: “¿Cómo es eso? ¿Vamos a hacer una obra o un disco?”.

Gumucio dice que su abuela jamás habría aguantado que la grabara, como lo hace la nieta en la obra. Cuando publicó Memorias prematuras, donde aparece mencionada en un par de páginas, las llenó de “scotch y rayones para que las empleadas no las leyeran”.

Su abuela tuvo una “aparición” fuera de cuadro, casi fantasmal, en La expropiación de Raúl Ruiz. La escena ocurre al inicio, donde vemos a Delfina Guzmán hablar por teléfono. Nunca la escuchamos ni la vemos, pero Guzmán habla con Marta Rivas. Y aunque Delfina le dijo que no saldría en pantalla, ella se peinó y maquilló para la escena. “Nunca se sabe”, le dijo Marta Rivas.

Para Gumucio, sumarse a este proyecto no sólo implicó lidiar con los recuerdos de su legendaria abuela. Zulueta lo obligó a ir a ver teatro. Algo que el escritor había dejado de lado hace rato. “He leído mucho teatro. Chejov, Shakespeare, todo eso me fascinaba. Luego cuando iba a otras partes del mundo me fascinaba el teatro. El problema es que no me gustaba cierto teatro chileno de los años 90, esa cosa pretenciosa, artística entre comillas. Lo que me pasó con Gladys es que era el tipo de teatro que a mí me gusta: realista, más clásico, más Tennessee Williams, Eugene O’Neill”, dice Gumucio.

En la escritura de la obra, también debió someterse a las correcciones de Viguera y Zulueta. Pero no se queja de las exigencias de su troupe. “Escribir teatro es como escribir canciones. Si no tenís grupo, no tenís motivo”, dice Gumucio. Para Elisa Zulueta, el personaje de la abuela representa a “la aristocracia exiliada. El Rafa no se privó de mostrar esa contradicción, por eso es superficcionado y muestra la contradicción de que eres aristócrata, exiliada, de izquierda. Es una mirada que yo he visto poco, que es una mirada crítica de la UP también”.

En paralelo, el próximo mes llega a librerías una nueva edición de Los platos rotos, en la que Gumucio traza su historia personal de Chile. Editada por Hueders, es una versión revisada y aumentada que llega hasta hoy y que incluye el capítulo “La historia del siglo XX según Marta Rivas González (nacida en 1914)”.

-Aunque tu abuela es la inspiración de la obra y está ficcionada, igual debe ser raro verla interpretada por Delfina. ¿Qué pasa ahí?

-Todas las amigas de mi abuela me recuerdan a mi abuela. Eso me pasa incluso con sus amigos. Para mí era difícil separar a la Delfina, en particular de mi abuela, no le creía cuando actuaba de pobre o de abuela que cocina. La obra me hizo romper con ese mito y ver a la Delfina como una persona completamente distinta y apasionante. Lo mismo me pasa con el personaje de la obra. Yo no escribo para recordar sino para olvidar.

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