Por Diego Zúñiga Julio 17, 2013

© José Miguel Méndez

En 2011, durante un viaje al Festival de Valdivia, Cavallo  tuvo un encuentro con una desconocida, que hace explotar el pasado y lo obliga a escribir la historia de su madre, Ánjela Custodia, la Toya.   


“La muerte de la madre es algo distinto. A mi edad uno tiene acumulado un buen número de muertos, pero me pareció que era raro que su muerte me produjera esto”, dice Cavallo. Y “esto” era la necesidad de escribir, de narrar esta historia. 


Ascanio Cavallo va arriba de un auto, rumbo a Valdivia. Lleva cientos de kilómetros conduciendo desde Santiago. Es lo que más le gusta hacer cuando va al Festival de Cine, durante el mes de octubre: recorrer esa carretera, esos 800 kilómetros, mirar el paisaje, distraerse. Pero ese 2011, el viaje sería distinto. En algún momento se detendría en una estación bencinera, en Duqueco, se bajaría del auto y conversaría con una mujer varios años menor que él, durante más de 45 minutos, un poco menos de una hora. 

Una conversación que lo cambia todo y que él venía postergando desde hace un par de años. Una conversación que hace explotar el pasado, y que Cavallo, con esos restos, debe volver a reconstruir. Una historia personal. La historia de su madre, que acababa de morir hacía un par de meses. La historia de él, también, porque es su vida la que está ahí, en el relato que hace esa mujer, que se llama Rocío, que es su sobrina, pero que antes de ese encuentro nunca había visto. Una desconocida. Eso era. Una mujer que en 2009 empezó a enviarle e-mails para que se juntaran. Y él postergó el encuentro, hasta que ya no pudo inventar más excusas y viajó a Valdivia, se detuvo en esa estación bencinera y la escuchó.

Cuando se despidieron, Cavallo volvió a subirse a su auto y recorrió los últimos kilómetros que lo separaban de Valdivia con una sensación: la necesidad de hablar. Al llegar finalmente a Valdivia, lo hizo: se dedicó a contar esa historia, en distintos bares, a los amigos, a los desconocidos.

Esos días no vio ninguna película. En realidad, no había necesidad. Lo que le estaba pasando era eso: su vida como una película, un relato íntimo en el que se recorría buena parte de la historia de Chile, y con un personaje fascinante e inefable: su madre. Ánjela Custodia, la Toya.   

Podía ser una película, podía ser un libro. 

Ese verano, Ascanio Cavallo (1957) se encerró y escribió, de un tirón, Historia de mi madre muerta (Uqbar editores), el libro donde narra detalladamente todo lo que le contó Rocío en esa estación bencinera.

 

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 Cavallo está acostumbrado a escribir. Lo viene haciendo desde hace 30 años en distintos medios, lo hace todas las semanas: una crítica de cine, una columna política. Pero esto fue distinto. Esto de sentarse frente al computador, sin fechas de entrega, sin límites de palabras, sin marcos teóricos, sólo el lenguaje y la historia que quería contar, que necesitaba contar. Fue distinto y fue más difícil, confiesa. Pero escribió rápido, imperó la necesidad por sobre el pudor, por sobre los límites que puede producir el hecho de escribir sobre la vida de uno mismo. Porque si bien la protagonista de Historia de mi madre muerta es la Toya, lo que está ahí, debajo de todo, es la vida de Cavallo, varios momentos de su vida dispersos -contenidos, insinuados- en este relato. Por eso la dificultad, en el fondo. Y por eso, también, apenas terminó de escribir el texto supo que no debía publicarlo inmediatamente.

-Yo lo sentía un texto raro, porque sentía que había como distintas fuerzas actuando cuando escribí, como distintas personas, que puedo haber sido yo mismo quebrantado, como con la conciencia dividida. Entonces quería que eso se pasara porque encontraba que era medio pernicioso para un libro como éste, que está entre el periodismo, la crónica personal… también ese asunto me ponía nervioso -explica Cavallo.

Hay, a lo largo del libro, un cuestionamiento constante acerca del género. Una sospecha. Una desconfianza. Porque la referencia inmediata son los textos autobiográficos -memorias, biografías también- de políticos, en los que reina la autocomplacencia y la mediocridad. Pero esto es otra cosa. Esto es, por ejemplo, como ese libro hermoso y terrible que es Mis rincones oscuros, de James Ellroy, en el que cuenta la historia de su madre, asesinada cuando él tenía 10 años. Lo de Cavallo es así, por el tono confesional, por lo autobiográfico. Porque cuando se olvida de querer contextualizar tanto la historia y sólo se dedica a narrarla, el libro logra sus mejores momentos. Y son momentos sorprendentes, pues esta historia -lo dice Cavallo en el libro y lo dirá varias veces durante la entrevista- estaba hecha para ser contada.

 

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Empieza en los 70, en una fecha imprecisa que Cavallo no recuerda por completo. Sabe que fue entre 1977 y 1978, en una cafetería de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. Ahí, de pronto, apareció su madre -una mujer que había nacido en 1920, que venía del Sur, que era querendona y sobreprotectora- y le dijo que debía contarle algo. 

Cavallo escribe: “Entonces ella habló. O casi, porque apenas dijo la primera frase, ‘yo tuve una familia antes’, estalló en llanto, un llanto incontenible, que no fui capaz de calmar. Cuando los sollozos amainaban, sólo por segundos, dijo un apellido, dijo unos hijos, quizás dijo unos nombres”. 

Una bomba que explota en silencio. De alguna forma eso fue aquella conversación, porque era algo inesperado, pero Cavallo no quiso ahondar, no quiso responderse -en ese momento y en los años siguientes- ninguna de las muchas preguntas que surgían después de que ella le contara eso: que había tenido otra familia, tres hijos, y que ellos se quedaron en el sur mientras ella se vino a Santiago. Una familia abandonada. Unos hijos huérfanos. Una madre cariñosa, muy cariñosa -como lo fue con Cavallo-,  que había dejado toda esa historia atrás, esa familia, esos hijos, para empezar una nueva vida en Santiago, con un marido, con sólo un hijo: Ascanio. 

¿Por qué?

Cavallo no quiso encontrar la respuesta a esa pregunta, pero muchos años después, en 2009, una mujer llamada Rocío le envió un e-mail en el que le decía que quería reunirse con él porque necesitaba cerrar una historia, y si es que acaso su apellido significaba algo para él.

Él le respondió que sí, que algo le sonaba y que encantado se juntaba con ella. Pero no se juntaron ni en esos días, ni en los próximos meses, ni al año siguiente. Él la esquivó. Él inventó excusas porque sabía que ella tenía que ver con ese pasado. Y mientras transcurría ese tiempo, su madre, que sufría  Alzheimer, enfermó gravemente, y a inicios de 2011 falleció. Entonces, él decidió juntarse con Rocío. Porque intuía qué historia le contaría: la historia de su madre, esa familia en el Sur, esos hijos. Quizá ella misma era una hija, o una sobrina o una nieta, o al menos alguien que podía darle alguna respuesta a esa pregunta de por qué su madre había dejado atrás esa familia.

Se juntaron, entonces, en una estación bencinera, en Duqueco, y conversaron. Y se enteró de que ella era su sobrina, que dos de sus tres hermanos estaban muertos, que el padre de ellos había fallecido en medio de un bosque, que habían encontrado sólo los huesos, que al parecer lo había atacado un puma o unos perros salvajes, que nadie hizo nada por esclarecer su muerte, que él estuvo enamorado de su madre por mucho tiempo y que lo que ocurrió es que ella se quiso separar de él, que se llevó a los niños a Santiago y que él se los quitó con un abogado. Y entonces su madre se quedó sola, en Santiago, e intentó rehacer su vida. Y conoció al padre de Cavallo, y se casaron y lo tuvo a él, a Ascanio.

-Todo lo que ella me contó era nuevo, todo lo que había imaginado no tenía nada que ver con la realidad -dice Ascanio, que había juzgado a su madre por mucho tiempo y lo que encontraba era una sobrina que hablaba con admiración y cariño de la abuela ausente, que había viajado un par de veces al Sur a ver a sus hijos.

En ese momento, el relato de Cavallo cambia. Cambia el tono, pues todo el juicio moral que hace sobre la madre mientras cuenta esta historia, desaparece.

-El juicio cambia porque Rocío y su familia no tenían ninguna perspectiva negativa sobre mi madre y eso me sorprendió mucho. Ahora, mi juicio era bien poco documentado, porque no sabía que ella había perdido a los hijos judicialmente.

Desde ahí, Cavallo reconstruye esa historia y el libro se convierte en un ajuste de cuentas que empieza a saldarse cuando relata otra parte de la vida de su madre, que es sorprendente y que habla, con mucha precisión, del Chile de los últimos 50 años: su madre fue detenida durante la dictadura, a pesar de que apoyó el golpe y luego se convirtió en una acérrima pinochetista.

 

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-El fenómeno de la madre es muy difícil de comprender para uno, como hijo, y es probablemente la figura más íntima que conozcamos -explica Cavallo. E Historia de mi madre muerta es un libro que intenta comprender ese fenómeno. Primero, desde la intimidad -esta madre que deja una familia-, y luego desde un cariz más público, más político, pues Cavallo repasa la figura de una madre que apoyó a Ibáñez y a Frei Montalva y que tras el golpe, en el verano de 1974, fue detenida por los militares. Estuvo en Londres 38 y después en Tejas Verdes, y un mes después, de forma inesperada, volvió a casa. 

En esta parte del libro, el relato se vuelve conmovedor. Cavallo repasa esos años desde una mirada personal, que a ratos se escapa hacia su faceta de analista político, pero finalmente lo íntimo se impone. 

-Era una noticia muy rara lo que le había pasado a mi madre, fuerte, pero tenía una dimensión menos chocante, y es que nunca habló de los eventuales episodios de tortura. Yo no estoy seguro de que no los haya habido, pero supongo que me fue más fácil convivir con eso sin esos detalles -cuenta.

Durante mucho tiempo había pensado en escribir la historia política de su madre, pero cuando murió, el golpe fue muy duro, y entonces se encontró con Rocío, con ese otro relato, y sintió que debía contarlo todo junto. 

-La muerte de la madre es algo distinto. A mi edad uno tiene acumulado un buen número de muertos, pero me pareció que era raro que su muerte me produjera esto -explica. Y “esto” era la necesidad de narrar esta historia. Porque para él, la historia de su madre habla de otras historias: de la mujer y la política durante el siglo XX, de la complejidad del Chile de los últimos años, tan difícil de desentrañar como todos los matices de su madre. 

-¿Qué espera del libro, pensando que es un relato personal, donde expone una parte importante de su vida?

-Me tiene muy inquieto eso, muy perturbado… No tengo ninguna expectativa mayor, pero lo único que quiero es que sea leído en la forma en que me propuse escribirlo: como un relato que tiene cierta necesidad porque tiene cierta relación con algo que todos vivimos, y que habla de donde venimos. 

Mis rincones oscuros

El libro se presentará el 30 de julio en el Instituto Cultural de Las Condes, y llegará a librerías en agosto. 

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