En la foto: Angelina Vázquez (derecha), Marilú Mallet (izquierda), Valeria Sarmiento (abajo).
Las tres fueron cinéfilas desde chicas, pero jamás imaginaron dedicarse al cine. Valeria estudiaba Filosofía, y Angelina, Ingeniería Civil, cuando se abrió la Escuela de Cine, sede Valparaíso de la Universidad de Chile, en 1968. Marilú Mallet se volcó al cine luego de estudiar Arquitectura.
“Las tres tienen verdaderas obras maestras del cine latinoamericano. ‘Diario inconcluso’ de Mallet, ‘El hombre cuando es hombre’ de Sarmiento, y ‘Fragmentos de un diario inacabado’ de Vázquez son películas muy ricas y complejas”, dice el investigador José Miguel Palacios.
Todo ocurría durante una despedida en un colegio particular de mujeres. En el sexto de humanidades de ese entonces, hoy cuarto medio. Pero nunca sabremos el final de esa historia, porque ésa es la película que Valeria Sarmiento nunca filmó. Eran los años de la UP. Ellas eran jóvenes, de izquierda y querían hacer películas. Marilú Mallet, Angelina Vázquez y Valeria Sarmiento también eran amigas y decidieron unir fuerzas. Ya habían filmado su primer documental y ahora querían dar el salto a la ficción. Fueron a presentar un proyecto a Chilefilms. Tres historias de mujeres. Tres mediometrajes que se convertirían en un largometraje.“¿Qué desean las señoras?”, les dijeron en Chilefilms. Y les rechazaron el proyecto. “En esa epoca siempre era así, decían ‘compañeras, ustedes tienen que esperar’. ‘La liberación de la mujer es para más adelante’”, recuerda hoy, casi 40 años después, Valeria Sarmiento, convertida en la directora chilena con más proyección internacional, y cuya última película, Las líneas de Wellington, es la carta de Portugal para competir en los premios Oscar este año.
Tras el golpe militar, sus vidas se dispersan. Valeria Sarmiento parte a Francia junto a su marido, el cineasta Raúl Ruiz. Angelina Vázquez se exilia en Finlandia, y Marilú Mallet comienza una nueva vida en Canadá. Sus vidas no se volverán a cruzar hasta ahora, en un ciclo en el próximo Festival de Valdivia.
MACHISMO SOCIALISTA
Valeria Sarmiento (1948) nunca olvidó el impacto que significó ver Sin Aliento, de Godard, cuando tenía 12 años. Marilú Mallet (1944) vio siete veces Fellini, ocho y medio. Y Angelina Vázquez (1948) aún recuerda la química y sensualidad que derrochaban Humphrey Bogart y Lauren Bacall en Tener y no tener, de Howard Hawks.
Las tres fueron cinéfilas desde chicas, pero jamás imaginaron dedicarse al cine. Valeria estudiaba Filosofía, y Angelina, Ingeniería Civil, cuando se abrió la Escuela de Cine, sede Valparaíso de la Universidad de Chile, en 1968. Dieron juntas el examen para entrar, se hicieron amigas y fueron parte de una primera generación que tuvo como profesores a nombres clave del cine chileno de los años 60, como el director Aldo Francia (Valparaíso, mi amor) y el montajista Carlos Piaggio.
Con Marilú se conocen más tarde. Luego de vivir en Francia, Italia y Estados Unidos, Mallet regresó a Chile para estudiar Arquitectura y, en paralelo, hizo un curso de cine en la Oficina Católica del Cine. Intentó hacer cine fuera de Chile y luego del triunfo de Allende volvió. Consiguió trabajo en el Ministerio de Educación y desde allí organizó proyecciones de cine en colegios y sindicatos.
Sus ganas de hacer cine seguían intactas, aunque nadie la tomaba muy en serio. “Nadie creía en mí, porque era mujer”, dice Mallet. Por eso, cuando quiso hacer su primera película, partió sola al Sur con una cámara Bolex de 16 mm. Así nació Amuhuelai-mi (Ya no te irás), documental que filmó en 1971 cerca de Temuco y que retrataba la migración a la ciudad de los mapuches.
Cuando revisó el material, encontró que algunos ángulos estaban chuecos. Pero no se desanimó y aprendió una máxima que repite hasta ahora: “No hay que tenerle miedo al error. El único error es no hacer las cosas”. Marilú quería salvar su material y preguntó por el mejor montajista de la ciudad. La respuesta fue unánime: Carlos Piaggio. Este argentino -responsable del montaje de Tres tristes tigres, y de casi todas las cintas de Raúl Ruiz en ese periodo- fue un ángel que estas tres mujeres encontraron en su camino. Fue uno de los pocos que creyeron en ellas, y de paso, les montó sus primeras películas.
Porque el camino para el debut de Valeria y Angelina no fue menos difícil. Después de una huelga y la falta de equipos, ambas deciden abandonar la Escuela de Cine de Valparaíso. Vázquez sigue estudiando Cine en la UC y Valeria Sarmiento encuentra en Piaggio un maestro que será decisivo para su futuro, cuando trabaje como montajista de las películas de Ruiz en Francia.
Para su primera película, Angelina partió al Norte junto a Jorge Müller -camarógrafo de La Batalla de Chile y detenido desaparecido después del golpe- y cuatro latas de película. En Crónica del salitre (1971) filmó en la salitrera Alemania, cerca de Antofagasta, y rescató la figura de Luis Emilio Recabarren. Cercana al MIR, Angelina era la más políticamente activa de las tres directoras, pero eso tampoco le ayudó. “Mi película no la llevaron a ningún festival. Y no era peor que otras de la época”, dice.
Con Valeria Sarmiento, la indiferencia fue aún mayor ante la temática que abordó en su primer documental. En Un sueño como de colores (1972) entrevistó a las mujeres que hacían striptease en los cabarés Mon Bijou y Tap Room. Sólo tuvo un inesperado, pero decisivo apoyo, de parte del director húngaro Miklós Jancsó. “La gente de Chilefilms le empezó a mostrar todas las películas políticas, y él se aburría y se aburría, hasta que vio mi película y dijo: ‘¡Esto es lo que hay que hacer!’. Como él venía de un país socialista, todas esas cosas políticas le parecían repetidas”, dice Sarmiento.
Cuando deciden presentar el fallido proyecto a Chilefilms, eran parte del mismo círculo social. Valeria Sarmiento había conocido a Raúl Ruiz en una fiesta en la casa de Angelina Vázquez, y Marilú Mallet, por su parte, pololeaba con Darío Pulgar, productor de las películas de Ruiz durante la UP. Las tres eran amigas y sabían que tenían que unir fuerzas. Pero el rechazo a su proyecto comprobó algo que sospechaban. “Eran amables, pero nos veían como mascotas”, dice Marilú. El machismo no tenía color político. Es lo que Angelina bautizó como el “machismo socialista”.
EL RESCATE
Después del golpe vino el exilio, y después del exilio, la indiferencia. Lo que pasó después con la carrera de estas directoras es una historia escrita a tropezones. Pese a que estrenó un par de películas de ficción en Chile (Amelia López O’Neill, Rosa la china), Valeria Sarmiento sigue siendo conocida en el país como la esposa de Raúl Ruiz, y la montajista de sus películas. Poco o nada se sabe de los documentales que hizo entremedio. Angelina Vázquez es un misterio, pese a que continuó estudiando cine en Finlandia, y realizó una serie de documentales. Con Marilú Mallet, que se radicó en Canadá, pasa algo parecido, y por eso es una sorpresa enterarse que su documental Diario inconcluso fue visto por más de un millón de espectadores en la televisión de ese país.
Ésta es la historia que desde hace un año un grupo de académicos e investigadores de universidades chilenas y extranjeras han intentado desentrañar. Durante este tiempo han rastreado películas en las cinetecas de Finlandia y Canadá, y en los archivos de la Cineteca de la Universidad de Chile y de la Cineteca Nacional. También han conseguido algunas cintas en la distribuidora Women Make Movies y en el Groupe de Recherches et d’ Essais Cinématographiques de Francia.
Ese material se mostrará en la retrospectiva “Nomadías: directoras chilenas en el exilio”, que se verá en el próximo Festival de Cine de Valdivia, a partir del lunes 7. Un rescate patrimonial que también pone en valor el trabajo de estas cineastas. “Las tres tienen verdaderas obras maestras del cine latinoamericano. Diario inconcluso de Mallet, El hombre cuando es hombre de Sarmiento, y Fragmentos de un diario inacabado de Vázquez son películas muy ricas y complejas, desde el punto de vista estético y cinematográfico, como también desde el punto de vista político. El caso de Diario inconcluso es aún más especial, en el sentido que ha trascendido los ghettos del cine latinoamericano, y ha pasado al canon del cine documental”, dice José Miguel Palacios, candidato a doctor en Estudios de Cine de la NYU.
Uno de los aspectos pioneros de Diario inconcluso (1982) es el uso de la primera persona y que Marilú Mallet aparezca como un personaje más, junto a su madre (la pintora María Luisa Señoret), su marido en ese entonces (el cineasta Michael Rubbo), su hijo y su amiga de infancia (Isabel Allende Bussi). “Ahí me cuestioné la idea de ser cineasta mujer”, explica Mallet. Junto a Valeria Sarmiento, planearon realizar un diario filmado, en que una le escribiera a la otra, como un género cinematográfico que fuera equivalente al de las cartas. Aunque el proyecto conjunto nunca se concretó, el documental de Mallet se convirtió en un referente para el movimiento feminista de los años 80.
Para Valeria Sarmiento, su carta de presentación en Europa fue un documental que hizo sobre el machismo. Con fondos de la televisión alemana, partió a Costa Rica a filmar El hombre cuando es hombre (1982), donde encontró insólitas historias, como la de un taxista que le presentó a sus tres mujeres. Hasta reclamos de la embajada de Costa Rica en París recibió por este trabajo, que actualmente se muestra en las universidades de Estados Unidos para estudiar el machismo.
Un año más tarde, en 1983, Angelina Vázquez regresaba a Chile de manera clandestina para filmar Fragmentos de un diario inacabado. A las pocas semanas, fue expulsada del país, pero sus amigos completaron su trabajo. Así, la cámara de Pablo Perelman muestra el Chile bajo la dictadura con los testimonios, entre otros, de Gabriel Valdés, la madre de Jorge Müller y el actor Héctor Noguera.
De las tres, la única que regresó a vivir a Chile es Angelina, quien vuelve a inicios de los 90 y está más alejada del cine. Mallet y Sarmiento han continuado con sus carreras en Canadá y Francia, respectivamente, pero sus nombres han seguido marginados de la historia oficial del cine chileno. Cuando se habla de cine del exilio, pocas veces se las nombra. Es cierto que al hacer una carrera en el extranjero, hay una mayor dificultad de acceso a sus películas. Pero hay otras razones para este silencio. Así lo cree Constanza Vergara, académica de la UAH: “También hay un sesgo de género muy presente en los años 70, cuando ellas empiezan sus carreras, que recién ahora comienza a cambiar: nuevos investigadores tenemos nuevas preguntas e intereses, entre los cuales el cine de mujeres tiene un rol central”.
En Valdivia, Sarmiento no podrá estar, pero Mallet y Vázquez volverán a verse las caras, después de mucho tiempo, en una mesa redonda. Ahí, demostrarán que se resisten a las etiquetas. “Yo no creo en el cine femenino”, dice Angelina. “Me carga. A Jane Campion (La lección de piano) nadie le pone esa etiqueta”, reclama Marilú. Valeria, siempre directa, zanja así la discusión: “Francamente, no existe el cine de mujeres. Sólo cine”.