Para Alarcón, el Crecer Cantando es un milagro: “Que lleguen de 100 a 300 chicos un domingo en la mañana, que nadie se pregunte de dónde vienen, que ninguno esté mirándose, todos trabajando por un bien común, es un milagro. Es muy emocionante hacerlo. Vale la pena”.
Es domingo y Víctor Alarcón lleva un teclado electrónico al hombro. En taxi o en metro, siempre lo guarda en su forro negro, colgando. Antes llevaba la guitarra, que un par de veces extravió en el metro y que solía ir a buscar a Objetos Perdidos.
Ingresa a la Sala Arrau del Teatro Municipal y no es necesario pedir silencio, porque desde que entró ya nadie habla. La mayoría de los 93 adolescentes que están ahí saben quién es él, quién es Víctor Alarcón. Pocos, eso sí, saben que ha recibido el Premio de la Crítica de Arte o que Unesco y el Consejo Chileno de la Música lo condecoraron en 2003, junto al equipo del programa Crecer Cantando, por su gestión educacional. Lo que sí saben todos los miembros del Coro Crecer Cantando en esa sala es que tienen que preparar la Novena Sinfonía de Beethoven en dos semanas. No hay más tiempo. Alarcón no tiene problema con eso, porque desde que llegó al programa Crecer Cantando, en 1991, ha preparado los coros para cantar esa obra una docena de veces.
Se pone las manos en el vientre. Toma aire rápido, intensamente. Pone cara de sorpresa. Los niños lo imitan. Bota el aire en espasmos de eses: “Ss, ss, ss, ss”. Lo imitan de nuevo.
“Página 71, Ihr stürzt nieder”, dice en perfecto alemán. Repite dos veces la palabra para que sepan que la zeta también se pronuncia, “como tz”, dice. Levanta las manos y les pide que lo miren. Abre los ojos, abre más los ojos. Los niños están esperando que les dé la señal para empezar. Agita las manos con fuerza y las esconde para que bajen el volumen abruptamente.
Empezó el ensayo. Una hora y media durante la cual Alarcón no aceptará ningún tipo de interrupciones.
UN MILAGRO
Víctor Alarcón (55) fue un niño con registro de soprano. En su natal Punta Arenas, cantaba boleros a dos voces con su mamá y era el acompañamiento de su padre que tronaba las cuerdas pulsadas de la guitarra y el banjo.
Cuando tenía quince años ingresó a Patagonia Cuatro, uno de los grupos que consolidaron el movimiento de la música folclórica en el sur chileno, con sus chacareras, zambas y toda la influencia de los sonidos argentinos. Con ellos pisó los escenarios de los programas de televisión Dingolondango y Sábados Gigantes, y representó a Chile en la competencia folclórica de Viña del Mar en 1975.
Siempre quiso ser cantante. Entró a estudiar canto al Conservatorio de la Universidad de Chile en 1975 y comenzó a desempeñarse como solista de oratorios dirigidos por Fernando Rosas. En 1985, ya como académico de la Universidad Católica, formó el Coro de Estudiantes, y ahí vino la crítica. La mejor de su vida, dice Alarcón.
“El Coro de Estudiantes UC no cuenta con ningún músico de esos que se llaman profesionales. Sin embargo ha alcanzado un nivel de excelencia que causa asombro” , decía Federico Heinlein en su crítica de El Mercurio en 1989. Este juicio resumía el sello de la carrera de Víctor Alarcón: preparar a cantantes amateur y lograr resultados aclamados por la crítica especializada.
El programa Crecer Cantando nació en 1984, cuando Eduardo Vila, en ese entonces subdirector del Coro del Teatro Municipal, entusiasmó a las autoridades del teatro para propiciar la difusión musical con un proyecto que impulsaba el canto coral en los colegios. Wendy Raby tomó las riendas de la gestión como directora del programa, y Vila fue el director musical. Tras su muerte, en 1991, fue reemplazado por Víctor Alarcón.
Uno de los primeros diagnósticos que hizo Alarcón al llegar al programa fue que la actividad coral era dirigida en los colegios por profesores sin estudios musicales. “Se les entregaba la dirección a profesores básicos o de otras asignaturas que demostraban habilidades y amor por el canto colectivo”, dice. Esto le permitió ampliar el perfeccionamiento tanto a profesores de Música como de otros ramos. Luego, vinieron otros desafíos. No sólo se esperaba que los niños cantaran, sino que también pudieran ampliar su registro vocal. Así, la exigencia comenzó a subir, incorporando a las evaluaciones del programa aspectos como la afinación, la claridad del sonido o incluso si el repertorio o la interpretación eran los adecuados.
Todos los años participan en el programa 230 colegios, donde se capacita a los profesores. Los mejores coros son convocados para formar parte del Coro Crecer Cantando, que reúne a cerca de 200 estudiantes. Quienes aceptan este desafío deben ensayar junto a Alarcón los domingos en la mañana, para preparar una obra coral que se presenta a fin de año en el Teatro Municipal.
Víctor Alarcón es un fanático de Bach. Tanto, que su admiración por el compositor alemán es una de las razones por las que ensaya los domingos en la mañana: “Un tipo como Bach, que hacía música religiosa, tenía su ceremonia un domingo en la mañana. Yo tengo la mía ensayando con el coro”.
El próximo año el programa Crecer Cantando cumple tres décadas. “Hemos pasado por alcaldes de todos los sectores políticos, que decidieron mantener el Crecer Cantando, lo que es vital para cualquier desarrollo coral”, dice Raby. El programa ha formado más de 200 mil niños, de colegios municipales, subvencionados y particulares.
Para Alarcón, el Crecer Cantando es un milagro: “Que lleguen de 100 a 300 chicos un domingo en la mañana, que nadie se pregunte de dónde vienen, que ninguno esté mirándose, todos trabajando por un bien común, es un milagro. Es muy emocionante hacerlo. Vale la pena”.
LA PASIÓN DE ALARCÓN
Todos los cercanos a Víctor Alarcón lo llaman “Vicho”. Y todos se preguntan también a qué hora duerme. “A las 10 de la mañana tiene un ensayo con un solista de un dueto y a las 10 de la noche tiene el ensayo con el violinista y el otro solista que no podía ensayar en la mañana”, dice Wendy Raby, para ejemplificar su rutina.
Alarcón dirige tres agrupaciones vocales: el Coro Crecer Cantando, el Coro de Estudiantes de la UC y el Ensamble Instrumental Concerto Vocale, una rama profesional formada por ex estudiantes de esa casa de estudios.
Los viernes o fines de semana viaja a regiones a participar de las sesiones de canto abierto del programa Crecer Cantando: un recorrido por Arica, Ancud, Castro, Talca, Concepción y Los Ángeles, en el que dicta talleres a aficionados o directores de coro.
Si no está en estas sesiones, está en su casa, ensayando con el Ensamble Instrumental Concerto Vocale. Si no está ensayando con ellos, está con el Coro de Estudiantes de la UC, en el Campus Oriente. O puede que esté en la Sala Arrau con el Coro Crecer Cantando, para ensayar la Novena Sinfonía de Beethoven, que dirigirá el 27 de noviembre en el Teatro Centro Cultural de Carabineros.
Puede ser la razón por la que pocas veces contesta el celular. Para Alarcón, esto es un apostolado: “Es una pasión muy grande. A veces uno no siente que trabaja. Pongo mi vida en esto, lo pienso como lo que me tocó hacer en la vida, tengo que hacerlo bien, tengo que repartirlo. No puede haber cálculo. Es pedagogía”.
Hablar de Víctor Alarcón también implica, para muchos músicos, amateurs y profesionales, recordar cómo comenzó su propio amor por la música. Como Álvaro Rojas, astrónomo y violinista que trabaja en el Observatorio de la Côte d’Azur en Niza, Francia. Ahí inauguró la semana pasada, junto a sus compañeros, una sala en la que podrán ensayar con sus clarinetes, oboes, guitarras, pianos y voces; una combinación entre no-músicos y profesionales de otras áreas que conoció en 2003, cuando ensayaba el “Réquiem” de Mozart en el Coro Crecer Cantando.
Para el astrónomo, esa pasión comenzó en los ensayos del Crecer Cantando: “Era entrar a un mundo que no sabías que estaba a tu alcance”. José Luis Domínguez, director de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil, y quien ha trabajado en varias oportunidades con Alarcón, dice que esa misma pasión le permite a Víctor convocar a niños que “probablemente no saben leer las partituras, pero sí tienen los conocimientos mínimos para pertenecer a una agrupación coral”.
Alarcón sabe que es un trabajo duro, pero dice que hay momentos extraordinarios, “como la energía que hay cuando un coro canta o la cantidad de gente que uno conoce. A veces estoy haciendo la fila en el aeropuerto y llega una chica y me saca de la fila y me dice ‘yo canté con usted”’.
De vuelta en el ensayo para preparar la “Novena” de Beethoven, Víctor Alarcón pide silencio. Esta vez no hay instrumentos y tiene que entonar un la. Afinado, casi en 440 hertz, como el que da el primer violín de la orquesta antes de empezar un concierto. Lo logra porque, al igual que Mozart, tiene oído absoluto: puede cantar una nota afinada sin ninguna ayuda instrumental.
“¡De pie!”. Vuelve a mirarlos a todos con los ojos bien abiertos. Va a empezar la última parte del ensayo. “¡Miren todos para acá!”. Apunta con la batuta a una de las contraltos. “Usted, niña. ¡Sí, usted!: tírese, cante, va a guiar a su cuerda”, le dice.
Partieron: es la fuga del movimiento coral de la “Novena Sinfonía.” Un poco después del “Himno a la Alegría”.
Vuelve a hacer sus gestos con las manos, marca las entradas de cada cuerda, de los instrumentos. Vuelve a ser un niño soprano para ayudar a las mujeres de voz aguda, para ayudar a los tenores.
Al terminar, agradece unas seis o siete veces; y les cuenta el lugar y la hora del próximo ensayo. Vuelve a encerrar el teclado en la funda negra, lo cuelga en su hombro izquierdo y sale raudo.
No va a dormir: tiene otro ensayo.