¿Un libro personal puede haber sido escrito por otra persona que el autor en cuestión? Creo que sí. ¿Un libro de entrevistas -una sola entrevista, un solo entrevistado, un solo periodista- da para transformarse en un libro formidable? Por cierto que sí. Y el resultado final (si todo resulta, claro, si todas las estrellas se alinean) son libros canónicos, indispensables, que son parte clave de la obra de un determinado autor (un libro para fans, diría un editor). Algunos ejemplos clásicos: tanto Capote como Bukowski editaron libros basados en entrevistas suyas. En rigor, aceptaron y participaron activamente en que Lawrence Grobel (Conversaciones íntimas con Truman Capote) y Fernanda Pivano (Lo que más me gusta es rascarme los sobacos) dieran a luz a libros hoy considerados claves en la obra de cada uno de estos autores.
En la llamada literatura cinematográfica existe todo un género de directores hablando de sí mismos y sus filmes (Scorsese on Scorsese; Cronenberg on Cronenberg; Woody Allen y sus conversaciones con Eric Lax o el reciente My Lunches with Orson, donde Peter Biskind transcribe los numerosos almuerzos de Henry Jaglom con el director de Ciudadano Kane). Muchos actores prefieren dialogar acerca de su vida que intentar escribir sus memorias o, lo que es peor, cofirmar o lisa y llanamente usar un escritor fantasma. Décadas después de fallecer, Ava Gardner sorprende con The Secret Conversations, una serie de entrevistas (algunas bastante alcoholizadas) con Peter Evans, que de hecho iban a ser secretas, y son la base de un libro que ella vendió a una editorial para no tener que “vender mis joyas”. Uno de mis favoritos es acerca del arte del montaje, del cine y de la vida en general, y es una entrevista entre el sonidista y editor Walter Murch (cumplió esas funciones en La conversación de Coppola) y el novelista Michael Ondaatje. El autor de El paciente inglés fue invitado al rodaje de la película basada en su novela y quedó fascinado con el proceso más técnico y optó por conversar largo con Murch. El resultado es The Conversations y es uno de los pocos casos en que el entrevistador es más célebre que el entrevistado. François Truffaut era claramente menos conocido que Alfred Hitchcock cuando logró conversar con él acerca de cada uno de sus filmes en El cine según Hitchcock. Años después, Cameron Crowe quiso hacer una suerte de remake al copiar la fórmula en Conversaciones con Billy Wilder.
Uno de los grandes libros de David Foster Wallace (desde luego, uno de los más asequibles) es el contundente Although Of Course You End Up Becoming Yourself, que es una larga entrevista (hecha a lo largo de una gira literaria) concedida a David Lipsky, que en ese entonces colaboraba para Rolling Stone. La entrevista nunca se publicó. Y de haberse publicado, hubiera quedado cercenada. Los casetes (en ese entonces se usaban) eran más de una docena y el resultado es fascinante y uno de los mejores testimonios acerca de la infatuación que a veces ocurre entre el reportero y el sujeto a cubrir.
Ahora, siguiendo esa línea, llega Susan Sontag: The Complete Rolling Stone Interview. En 1979, el periodista Jonathan Cott entrevistó a la Sontag, sobre todo centrándose en sus libros de ensayos acerca de la fotografía y La enfermedad y sus metáforas. A Rolling Stone, en esa época le interesaban mentes como la de Sontag y quería mezclar el rock con todas las ideas “roqueras”. Era otra época. La entrevista -claro- no cupo entera. Entre otras razones, porque la propia Sontag se embaló y le propuso a Cott continuar “la conversación” unos meses después (algo que pocas veces sucede). “Me encanta la forma de la entrevista”, le explicó al periodista cuando le propuso seguir la conversación. “Y me gusta porque me gustan las conversaciones, me gusta el diálogo, y sé que mucho de mi pensamiento emana de conversaciones. Lo más duro de escribir es que uno debe hacerlo sola: tienes que conversar contigo misma. Me atrae conversar con la gente. Es lo que hace no ser una reclusa”. Y eso hicieron. Al final, lo que se publicó fue un tercio. Ahora, en medio de una Sontagmanía (sus diarios íntimos y Swimming in a Sea of Death, las memorias de su hijo) aparece este pequeño tesoro, que sirve de alguna manera tanto como un libro para ingresar al Planeta (digo: Universo) Sontag o para aquellos groupies recalcitrantes (que los tiene).
En la era YouTube o ahora que la misma The Paris Review ha liberado sus clásicas entrevistas a escritores, la información sobra. El que desea encontrar declaraciones de la Sontag las encontrará. Acá, en este pequeño pero intenso libro, recién publicado por la Universidad de Yale pero aún no traducido, uno se topa con otra cosa: una conversación de lujo. Notable. De dos mentes privilegiadas y cultas, donde la brillantez de Sontag obliga a su dupla a dar lo mejor de sí. Cott no ve el periodismo como una oportunidad de ajuste de cuentas sino como un privilegio para charlar. Y claro: charlar con la Sontag no ocurre todos los días. Cuesta a veces creer que sus respuestas no fueron elaboradas durante meses, pero una de sus gracias es que cada una de sus respuestas eran párrafos perfectos. “Una de mis más viejas cruzadas es anular la distinción entre pensamiento y sentimiento… tengo la impresión que pensar es una forma de sentir y que sentir es una forma de pensar”.
Lo bueno es que, en medio de disquisiciones de alto nivel, Sontag es capaz de bajar a lo pop: “Una de las cosas que agradezco es que cuando voy a un recital de Patti Smith logro apreciarlo y disfrutarlo más por el solo hecho de haber leído a Nietzsche”. Sontag conversando acerca de su mente, de sus ideas, de su mirada al mundo es un placer, y se complementa perfecto como un destilado de sus diarios. Ahí, ella busca y sufre encontrando su voz; acá, su voz vuela y seduce. Y es capaz de tener una opinión certera y sontagiana acerca de decenas de temas dispersos. Lo que podría parecer un ejercicio denso termina siendo algo francamente sexy y asequible.