Por Valeria Bastías Noviembre 14, 2013

© Teatro Municipal de Las Condes

“Invité a algunos amigos provenientes del cine, y Michèle trajo algunos amigos del teatro y la danza. Entonces empezamos a hacer improvisaciones. Sólo teníamos dos desafíos que enfrentar: ver si era posible hacer un largometraje en la mesa de la cocina y saber si sería posible bailar sólo con las manos”, explica Jaco van Dormael, sobre el origen de “Kiss & Cry”.

Son ocho cámaras -dos  full, cuatro GoPro y dos microcámaras- las que registran el movimiento que interpretan dos bailarines sólo con sus manos, que se desplazan por más de treinta minisets dispuestos sobre el escenario. Pequeñas escenografías que se construyen  con elementos como arena o un tren eléctrico.

Oímos el mar, vemos las gaviotas y la arena que el viento levanta en la orilla, mientras el agua roza sus pasos. No vemos el cuerpo entero, ni su rostro. Sólo su mano. En realidad dos dedos, que simulan unas piernas que avanzan y dejan huellas. Es esa mano, junto a otras más, la protagonista de una historia en miniatura, desarrollada en varios pequeños sets,  y que se vuelve grande cuando es proyectada en una pantalla de cine. Esto es Kiss & Cry (2011), un montaje que sobre el escenario revela los mecanismos del rodaje de un largometraje y convierte al público en testigo de una película que sólo existe mientras dura la función. Una obra que pertenece al cine, a la danza y al teatro a la vez, y que aterrizará en Chile, por segunda vez, en el Teatro Municipal de Las Condes -desde el 21 de noviembre hasta el 1 de diciembre-, tras haberse convertido en una revelación en el verano del año pasado, en el Festival Internacional de Teatro Santiago a Mil.  “¿Dónde va la gente cuando desaparece de nuestra vida?”, es la pregunta que da pie a la historia de una mujer que hurga en su memoria por el recuerdo de los cinco amores que la han marcado, de los que sólo recuerda sus manos. La creación nació del reconocido director de cine belga Jaco Van Dormael, y de Michèle Anne de Mey, su mujer y una destacada coreógrafa perteneciente a la compañía Charleroi Danses, con la cual  dieron vida al espectáculo.

                                                                                 ***

Jaco van Dormael dice que todo partió en la cocina de su casa en Bruselas,  hace tres años.  Él y Michèle llevaban un tiempo pensando cómo trabajar juntos en “algo” que dialogara con el cine y la danza, pero no querían ni una película sobre bailarines ni un montaje de danza  acerca  del cine. Ellos buscaban algo más. Fue en esa indagación cuando un día vieron que la idea estaba en sus manos, literalmente: sobre el mesón de la cocina, Michèle improvisó con sus dedos distintos movimientos mientras Jaco captaba las imágenes desde diferentes ángulos. Fue entonces cuando la pareja comenzó a planear lo que en 2011 la crítica belga catalogaría como el mejor espectáculo de danza de ese año.  Desde Bruselas, Bélgica, Van Dormael explica así su creación :

-Invité a algunos amigos provenientes del cine y a un guionista, y Michèle trajo algunos amigos del teatro y la danza. Entonces empezamos a hacer improvisaciones durante un mes sin saber cómo podría terminar esta historia. Sólo teníamos dos desafíos que enfrentar: ver si era posible hacer un largometraje en la mesa de la cocina y saber si sería posible bailar sólo con las manos. 

Y lo hicieron. Durante un mes ensayaron en la cocina de la pareja, y ya cuando el espacio se volvió estrecho se trasladaron a una sala de ensayo. El primero en apoyar la producción del montaje fue un chileno radicado en Bélgica, Daniel Córdova, quien a través del centro cultural Le Manège Mons Maubeuge financió gran parte del espectáculo. El resto fue auspiciado por el Centro Coreográfico Charleroi Danses, que dirige Michèle Anne De Mey, y con un fondo otorgado por el Gran Teatro de Luxemburgo. En total, 600 mil euros permitieron levantar este espectáculo  de nanodanza, que Van Dormael reconoce como único. “Fue algo que nadie podría haber hecho solo.  Un arte que nació de las tres disciplinas: teatro, cine y danza. Todos estaban implicados en la creación y no era como el cine, donde todo está escrito antes. Es mucho más colectivo, aquí todos ponían algo de su parte. A veces la diseñadora que estaba haciendo los sets tenía ideas para la historia o el camarógrafo  ideas para la danza, y la bailarina para la iluminación. Fue realmente un trabajo colectivo”, afirma.

Durante la función, son ocho cámaras -dos full, cuatro GoPro y dos microcámaras- las que registran el movimiento que con precisión y delicadeza interpretan dos bailarines sólo con sus manos. En la escena, además, participan nueve técnicos, los que van siguiendo el desplazamiento alternado de los intérpretes por los más de treinta minisets dispuestos en el escenario. Pequeñas escenografías que se construyen con elementos tan simples como arena, verduras y algodón hasta juguetes entre un tren eléctrico y autos en miniatura.

Esta vez Van Dormael no vendrá al montaje de la obra en Santiago. Todo quedará bajo la supervisión de su mano derecha, Michèle Anne de Mey. En todo caso, no debería haber grandes diferencias respecto a su anterior pasada por Santiago a Mil. Desde su primera presentación hasta ahora, el equipo ha hecho mínimos cambios y el único que reconoce Van Dormael como importante ha sido la traducción -han presentado la obra en neerlandés,  alemán, francés, italiano y castellano-, un elemento que define como clave, no sólo para entender la historia, sino para que el público encuentre en ella una  verdadera conexión. “Lo increíble se da porque la pregunta es ‘¿dónde están las personas que han desaparecido?’, y esta pregunta significa algo muy político en América del Sur y obviamente no es igual a plantearla en Francia o en Inglaterra, entonces es realmente interesante ver cómo la audiencia reacciona siempre con el mismo entusiasmo, pero con otra sensibilidad”.

                                                                                   ***

Kiss & Cry  es parte de la faceta teatral de Jaco van Dormael, pero detrás de este hombre de voz cálida hay una veta aún más desarrollada y que lo mantiene en las filas de los cineastas europeos respetados, de esos cuyas películas han ido más allá de la estructura narrativa convencional. Y lo de Van Dormael ha sido una carrera sin casualidades. “Empecé a estudiar fotografía cuando tenía 12 años. La verdad es que nunca tuve un trabajo real, sólo he hecho películas durante toda mi vida”, dice el cineasta.

Desde su inicio en  Bruselas y su ingreso a la  Escuela de Cine Insas, donde escribió y dirigió su primer cortometraje, Maedeli la brèche (1981), hasta su paso por la École Nationale Supérieure Louis-Lumière en París, Van Dormael no ha parado. Mientras estudiaba grababa cortometrajes, y de vez en cuando trabajaba en teatro para niños. “Es interesante ir de un lado a otro porque cuando haces una película es como tirar una botella al mar: nunca conoces a las personas que ven tu película. En cambio, el teatro es distinto y me gusta por eso, porque estás frente a la audiencia y es siempre nuevo para la gente que está ahí. Es directo, es más fresco”, dice.

Un inicio del que también formó parte otro Van Dormael: su hermano Pierre, compositor y músico, que lo introdujo en el mundo de la televisión. Ahí Jaco rodó diversos documentales que le sirvieron para su método de ensayo y error. En eso consiste su principal escuela: hacer, hacer y hacer películas, cortos, documentales. “Yo estuve en dos escuelas de cine cuando era joven  y después la formación más específica fue hacer cortometrajes durante años, un corto por año. Creo que la mejor forma de aprender a hacer cine es haciendo películas. Para la generación actual con una pequeña cámara y una computadora es posible hacer algo realmente espectacular”, dice Van Dormael.

Pero no sería hasta 1991 cuando su nombre comenzaría a sonar en el circuito. Ese año, Jaco van Dormael dirigió Toto le héros,  película que se convirtió en el mayor éxito de su carrera, ganando la Cámara de Oro del Festival de Cannes y un César francés a la Mejor Película Extranjera. Más tarde presentaría El octavo día (1996), con Daniel Auteil, que compitió por la Palma de Oro en Cannes. Y luego, el silencio. Tuvieron que pasar catorce años para que Van Dormael estrenara una nueva película, Mr. Nobody (2009), filmada en inglés y con un elenco que tenía como protagonistas a Jared Leto, Sarah Polley y Diane Kruger. La película narraba una historia coherente con las obsesiones del director: Nemo Nobody en el año 2092 tiene 120 años y es el último ser humano mortal de la Tierra. El resto ha alcanzado la inmortalidad gracias a increíbles avances científicos. Cuando Nemo está a punto de fallecer, empieza un viaje por el recuerdo y la imaginación de las varias posibles vidas  y matrimonios que no llegó a vivir.

El cineasta comenta que la tardanza es parte de su método libre de creación. Uno que heredó de un profesor checo de guión, Franck Daniel, quien decía que para componer un guión sólo tenía que escribir tres horas al día y tres páginas diarias. Es lo que Van Dormael hace. Se sienta a escribir por días, meses y años si es necesario. “Trabajo en pequeños capítulos porque me gusta la historia no lineal.  Entonces escribo en pequeñas tarjetas y van apareciendo pedazos del relato.  Después pongo las tarjetas en la mesa y  las ordeno en uno, dos y tres mazos. Trato de organizarlas  y veo cómo va quedando, después voy rellenando los espacios y armando la historia de principio a fin. Esto me permite pensar de manera libre, porque lo interesante es cuando una película no representa la realidad sino la forma en que pensamos. Cuando podemos saltar de un tiempo a otro”, asegura Van Dormael.

                                                                                   ***

Es esa manera de construir las historias, que va del presente al pasado y viceversa y que deambula entre lo posible y lo imposible, como los recuerdos de Nemo Nobody o esa mujer que evoca a sus amores en Kiss & Cry, lo que ha definido el estilo del director. “Todas las personas piensan todo el tiempo cómo podría haber sido su vida si hubieran hecho tal cosa o cómo podría haber sido su futuro si hubieran decidido otra cosa. Y lo fascinante es que no tenemos mucho control sobre lo que pasa.  Entonces la mayor parte del tiempo cuando cuentas una historia todo es muy claro. Se conoce el curso y las consecuencias de esa historia y el final entregará un significado a todo lo que le precede, pero cuando uno está vivo en la propia vida las consecuencias no son muy claras.  Entonces lo que pretendo hacer es que nadie conozca la historia. Yo hablo de la ausencia de historia”.

Así Van Dormael convierte al tiempo en un elemento inexorable de sus películas. En ellas impera la falta de control, la sensación de no saber qué va a pasar.  La misma sensación que le provocó El espejo de Tarkovski, película que ha visto catorce veces. “Me siento tocado cuando veo una película de Tarkovski. Es mágico ser tocado sin saber cómo funciona y me gusta esa poesía”, cuenta.

Entre el cine y el teatro, la vida de Van Dormael avanza a paso lento, al margen de las exigencias de la industria  cinematográfica.  Por estos días, está concentrado en dos proyectos: una nueva película, de la cual dice estar terminando el guión, preparando el casting y buscando el financiamiento, y que espera rodar el próximo verano en Bélgica. El otro lo entusiasma también: montar una secuela de Kiss & Cry. “En 2015 haremos otra obra como ésta. Con las mismas personas, el mismo grupo, pero con otra historia”, comenta Van Dormael, que también dice tener en mente una adaptación de Kiss & Cry al cine. Ésa es una de sus múltiples opciones.

Relacionados