Por Antonio Díaz Oliva Diciembre 11, 2013

© Cristias Rosas

Jeremías Gamboa ya consiguió traducciones a varios idiomas y presentar “Contarlo todo” en diversos lugares de América Latina. Primero en México, esta semana en Lima (donde incluso hubo una preventa), y para el año que viene, probablemente, en Argentina y Colombia.

""Tinta roja’"está muy influenciada por Vargas Llosa, por "Conversación en La Catedral". Yo leí esas novelas antes de escribir el libro o mientras lo escribía. En esos libros aparece un modelo de periodista que ya está en extinción, que ya no existe”, dice Gamboa.

Empieza con un tipo, frente a un computador, intentando escribir. Termina con el mismo tipo, frente al mismo computador, escribiendo y feliz de haber encontrado una voz literaria. Entremedio hay 512 páginas. Entremedio hay muchos personajes, una postal de Lima en los noventa, un taller de poetas, salas de redacción de revistas y diarios, una chica que enamora al protagonista (y luego le rompe el corazón), y el protagonista: Gabriel Lisboa, un limeño ad portas de cumplir treinta años que renuncia a muchas cosas con tal de ser escritor.

Pero eso es sólo el comienzo. Si somos justos, entremedio hay más, mucho más. En quinientas páginas cabe mucho. Aunque en estos momentos lo que importa es lo que hay detrás: detrás de ese mamotreto que lleva por título Contarlo todo está Jeremías Gamboa (38), escritor peruano que fue una de las figuras en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) que terminó la semana pasada.

Escritores, editores, agentes literarios y periodistas se pasean por los pasillos y elevadores del hotel Hilton. Se sabe: la FIL de Guadalajara es una fiesta. Y también una constante negociación. Todos parecen estar hablando de contratos, avances y libros sin terminar. El único ajeno a eso, en la sala de espera de este hotel, es Fernando Vallejo. El escritor colombiano está sentado en uno de los lujosos sillones de cuero del Hilton. Mira al frente, en estado zen, sin inmutarse. “Lleva una hora así”, dice uno de los mozos, que pasa con una bandeja llena de cervezas y tequilas.

Minutos más tarde, Jeremías Gamboa se sentará en ese mismo sillón y conversará por una hora. Conversará sobre sus años de practicante en revistas peruanas (y cómo renunció a eso), sobre sus años como estudiante de posgrado en la Universidad de Colorado, Boulder (y cómo renunció a eso), sobre cómo a la vuelta intentó ser editor de Etiqueta Negra (y cómo renunció a eso también), y sobre cómo, finalmente, todas esas renuncias le sirvieron para dedicarse a escribir Punto de fuga, su primer libro de relatos -del 2007-, que Mario Vargas Llosa alabó, y Contarlo todo, la novela que publicó este año y que lo tiene de gira por América Latina. Jeremías Gamboa renunció a mucho. Pero ahora, al parecer, le llegó la hora de no arrepentirse de nada.

                                                                        ***

Una teoría: Contarlo todo cierra una tradición literaria peruana. Esa tradición que, desde Conversación en La Catedral de Vargas Llosa, va de lo mismo: la historia de un joven que cree encontrar en el periodismo el camino hacia la literatura (aunque luego se da cuenta que si no se controla, el periodismo también puede acabar con sus ideas y prosa y aspiraciones novelísticas). Todo esto, claro, en una época pre-internet, blogs, Twitter y todo eso. En Contarlo todo se leen los últimos coletazos del periodismo bohemio de bares pasados a tabaco.

Gabriel Lisboa, frente a su computador, escuchando a Lou Reed, rememora cuando tenía diecinueve, vivía con sus tíos, iba a la universidad becado y pasó dos veranos como practicante en una revista de política. Y cómo luego saltó a un diario. Y de ahí a otra revista. Y así hasta tener un trabajo estable de periodista. Aunque entonces renuncia y comienza la segunda parte del libro: la épica íntima de un joven que intenta escribir, se enamora y vuelve al inicio de todo: solo frente al computador. Así, por esa primera parte de la novela -la periodística- pasan el Vargas Llosa de Conversación en La Catedral, el Jaime Bayly de Los últimos días de La Prensa, y el Alberto Fuguet de Tinta roja. Este último, claro, no es de Perú. Aunque Jeremías no esté muy seguro de eso. “A Fuguet lo considero autor peruano”, dice.

-En un momento de tu novela, Gabriel Lisboa menciona Tinta roja. Incluso le pone así a un artículo que escribe. ¿Escribiste Contarlo todo con ese formato de novelas periodísticas en mente? Por lo menos yo la leí como el último referente de esa línea…

-Bueno, Tinta roja está muy influenciada por Vargas Llosa, por Conversación en La Catedral. Yo leí esas novelas antes de escribir el libro o mientras lo escribía. Y estoy totalmente de acuerdo contigo: en esos libros aparece un modelo de periodista que ya está en extinción, que ya no existe. Yo tuve el privilegio de trabajar en una revista como Caretas, entré muy chiquito a trabajar, un par de veranos, y vi cosas, ¿no? Y he pensado mucho, cuando escribía mi novela, y pensaba en por qué me metí en algo tan largo, ¿por qué no contar sólo esos dos veranos? Pero me daba cuenta de eso que tú dices, que si yo hubiera hecho sólo esa novela, la de periodistas, sería una novela que no trascendió esa escuela. Por eso la segunda parte es otra cosa y deja de ser una novela de periodistas.

-Es una novela que podría haber tenido mil páginas. La historia de Gabriel puede seguir y seguir.

-Lo que pasa es que cuando yo encontré este modelo de enunciación, este tipo que encontraba su voz, dije “acá cabe todo”. La cosa es encontrar un recipiente que te permita meter la mayor cantidad de experiencia. Un formato para meter la mayor cantidad de cosas en el cajón. Pero sí, leí todos esos escritores y estoy muy consciente de ellos.

-Hablemos de las expectativas que ha traído Contarlo todo. ¿Qué tal con eso?

-La mayor expectativa ahorita es qué escribes después, ¿no? La suerte de hacer esto es que te publican el libro mucho después de haberlo escrito. Y ya estoy preparando otro libro. Ésas son las expectativas.

-Ya, ¿pero qué te pasa al ver una gigantografía con tu foto en la calle?

-Eso… eso pasa. No puedes olvidar que el asunto, finalmente, es un asunto de vulnerabilidad, ¿no? Creo que eso está en el libro. Gabriel no es nada cool. Yo no podría trabajar desde otro lugar que no sea la vulnerabilidad. Tengo conciencia de que lo que sucede en estos días es transitorio, y que después se va a ir, y todo va a ir bien. Además, a mí todo esto me agarra de 38, ¿no? Estás pensando en envejecer.

                                                                                                          ***

Algunos ejemplos de lo que se ha dicho sobre esta novela: “Jeremías Gamboa o cómo triunfar antes de publicar” (La Razón, España), “El ascenso del escritor tutelado por Vargas Llosa” (El Universal, Venezuela), “Jeremías Gamboa: ¿cómo hizo para convertirse en el escritor de moda?”(El Comercio, Perú). Otro ejemplo, ahora, de lo que uno se encuentra al comprar Contarlo todo: “Una primera novela que sacude el panorama narrativo en lengua española”. Y luego, en la contratapa, la frase que el Nobel peruano de Literatura -que en la FIL asistió al lanzamiento de Gamboa- le regaló: “Jeremías Gamboa es un escritor perfectamente dueño de sus medios expresivos, que sabe concentrarse en lo esencial, que es siempre contar una historia bien contada”.

El efecto colateral de todo eso, se sabe, es el escepticismo frente a la maquinaria editorial. “No dudo que con su vistoso cintillo, y con el espaldarazo de un premio Nobel, la editorial pueda vender muchos ejemplares”, escribió Guillermo Espinosa Estrada, crítico mexicano del suplemento cultural “Confabulario” (diario El Universal).

El año pasado, en la Feria del Libro de Frankfurt, Gamboa era un rumor que rondaba fuertemente. Gracias al empujón de Vargas Llosa fue fichado por la agencia de Carmen Balcells -la misma que estuvo detrás del Boom en los años 60-, y la editorial Random House, desde España, planeó una campaña de lanzamiento en gran parte de América Latina. Esto último, de hecho, es uno de los temas discutidos en las recientes FIL: ¿cuánto sigue pesando España -y sus editoriales- sobre la literatura latinoamericana? El mismo Gamboa comentó al respecto, hace unas semanas, cuando estuvo en ese país: “Escribí esta novela con la intención de publicarla en Perú. Si resultaba buena, me dijeron que se publicaría en España. Pero ya no es tan necesario pasar por aquí. Es genial, pero no imprescindible”.

Como sea, Jeremías Gamboa ya consiguió traducciones a varios idiomas y presentar Contarlo todo en diversos lugares de América Latina. Primero en México (Puebla, Guadalajara), esta semana en Lima (donde incluso hubo una preventa), y para el año que viene, probablemente, en Argentina y Colombia.

-Volviendo a las expectativas, ¿qué piensas sobre ganarte enemigos con esto? Finalmente nada es gratis.

-Sí, yo he empezado a tener experiencias de las que he tomado notas. No olvido una novela de Philip Roth, Zuckerman encadenado. Mira, al final todo es material. Pero sí te descubre una serie de cosas que uno no sabía. La labor del escritor es aprovechar y convertir todo eso en material.

-El modelo Roth.

-Sí. Ése es mi modelo. Es una medida de protección. Y sé que va a haber caídas, detractores, enemigos. La gente se relaciona con algo que representas y no contigo. Más allá de eso, tú no controlas mucho…, aunque a mí me sorprende lo que se dice.

-¿Hubo algún momento en que miraste hacia atrás y te preguntaste si renunciar a todo para escribir había sido un error? Por ejemplo, ¿por qué desechaste la academia?

-Fui periodista hasta los 26. Quería escribir literatura. Y me di cuenta a esa edad que si seguía haciendo periodismo como lo estaba haciendo, no iba a escribir. Como dice Saúl Vega (uno de los personajes de la novela), “esto nos va a matar a todos”. Yo viví muy asustado con eso. Y viví como todo escritor peruano, y también le pasa a Fuguet, que ya te dije que para mí es un escritor peruano, con el miedo de que el periodismo te podría convertir en uno de esos personajes de Conversación en La Catedral. Y a mí me tocó la época de Fujimori y las páginas más oscuras de Contarlo todo están revestidas por esas noches, donde no había ningún sentido, porque estaba escapando de mi vocación. Fue mi primera gran renuncia. Me fui a nada. A nada. No tenía trabajo, nada. Y escribí textos muy malos. Y a los 28 unos amigos me dijeron “puedes ser profesor de Literatura en Estados Unidos”. Me dijeron: “Puedes ser escritor a la vez, eso lo permite la academia norteamericana”.

-Pero luego renunciaste a eso.

-Sí. Yo tengo la sensación que la academia funciona para un escritor que hace un tipo de escritura más intelectual, más híbrida probablemente. Pero yo soy escritor más de la experiencia y necesito estar en contacto con la ciudad. Y, por lo menos en mi caso, los campus estadounidenses me parecieron muy bonitos y muy finitos en cuanto a la experiencia que me podían dar. Igual tengo un par de cuentos sobre eso, sobre un lugar que está en las montañas. Pero a mí lo que no me cuadró, no sólo de la academia norteamericana, sino del estudio de la literatura, es que se ve la literatura desde un principio que no es el del placer puro, sino de la agenda del entendimiento. En la academia los cursos son mucho más potentes que los libros. Los libros son una excusa para algo. Y yo me sentía fuera de contexto.

-Me imagino que mucha gente te dijo que no dejaras los estudios, que siguieras el doctorado, así como alguna vez te recomendaron no dejar tu trabajo de periodista, ¿no?

-Sí, mucha gente me dijo que estaba equivocado.

-¿Y qué dice la gente ahora?

-Que estuvo muy bien, que estuvo genial. Yo dudé mucho, pero tienes que seguir la tripa.

                                                                                              ***

Minutos después de que Gamboa termine de hablar, de que se despida y salga hacia otra entrevista, Fernando Vallejo -como un zombi- reaparece por el lobby del Hilton. Dos tipos de un canal de televisión limeño se acercan. “Nos interesa saber tu opinión sobre el ‘fenómeno Jeremías’”, dice uno antes de sacar el micrófono y comenzar a interrogar sobre la novela, sobre la FIL y sobre si a Jeremías le pesará o no el aparataje de marketing orquestado desde España. Vallejo regresa al sillón. El autor de La virgen de los sicarios se sienta y vuelve a la posición anterior.

No muy lejos de ahí, Gamboa habla con un periodista. Prenden las luces y todo parece más luminoso en el Hilton. Pese a que sólo hay escritores, editores y agentes literarios rondando, apenas hay libros a la vista. El autor peruano escucha atentamente una pregunta. Sonríe. Y comienza, una vez más, a contar por qué renunció a todo.

Relacionados