“Muchos de los alumnos son bastante dispersos, pero los músicos logran que estén 30 minutos pendientes de lo que está pasando. Después quedan todo el día en un estado de paz”, dice Bernardita Fontecilla, directora del Colegio Amapolas, uno de los establecimientos beneficiados por Música para Todos.
“Les damos la posibilidad de contratarlos especificando lugar, fecha y hora de cada concierto. Les pagamos imposiciones, acceden a AFP, isapre, seguro de accidente laboral. Todo lo que la ley manda”, cuenta Juan José Price respecto a la relación laboral con los músicos.
Abajo en la foto: El equipo ejecutivo de Música para Todos. De izquierda a derecha: Rodrigo Espinoza, Juan José Price, Olivia Humphreys y Diego Errázuriz.
Desde lejos se oye la melodía de “El gorro de lana”. Y lo que podría ser un acto más en el patio techado de este colegio, es en realidad un concierto de un octeto de guitarras que después interpretará otros temas populares como “La Jardinera” o “Gracias a la vida”, de Violeta Parra. No es cualquier público. Sus voces, manos, pies, y a ratos, su cabeza siguen cada nota musical. Son más de sesenta niños con necesidades educativas especiales, todos con trastornos motores y de comunicación, pertenecientes al Colegio Amapolas, en la comuna de Ñuñoa. Sobre el escenario el Ensamble de Guitarras de Chile toca con armonía y a la vez interactúa con los niños. “¿Alguien tiene alguna pregunta?”, dice Eugenio González, director del grupo, tras terminar un tema. Varias manos de niños curiosos se levantan. Vienen las respuestas, más preguntas, luego aplausos y más canciones.
Tras esta escena, hay un gestor que un día en Londres conoció a una mujer que le habló de su trabajo. Él, maravillado, pidió imitar la idea en Chile. Y así, luego de meses de búsqueda de ayuda y trámites, este año se puso en marcha el piloto del proyecto: la Fundación Música para Todos, una corporación privada sin fines de lucro, creada y dirigida por Juan José Price (36). El propósito de la fundación es buscar músicos jóvenes, que estén empezando sus carreras, y llevarlos a tocar a lugares como colegios de escasos recursos, hogares de adultos mayores o colegios especiales que, en general, tienen poco acceso a la música en vivo.
“Nuestros estudiantes no tienen los medios para asistir a estos conciertos así que esto es una oportunidad que genera magia. Muchos de los alumnos son bastante dispersos, pero los músicos logran que estén 30 minutos pendientes de lo que está pasando. Después quedan todo el día en un estado de paz”, dice Bernardita Fontecilla, directora del Colegio Amapolas. Ésta es la sexta vez que los niños y jóvenes de este establecimiento municipal disfrutan de un concierto de este tipo, y el próximo año es probable que reciban el doble de funciones, porque la gracia es que Música para Todos ofrece programas de conciertos que se realizan periódicamente en las distintas instituciones, generando así una continuidad en el proyecto educativo. Este año ya han completado 50 conciertos ante más de 800 personas, interpretados por 30 músicos y realizados en comunas como La Pintana, Renca, Huechuraba, Quilicura y Ñuñoa.
Termina el concierto en el Colegio Amapolas. Los alumnos, la mayoría en sillas de ruedas, son llevados de vuelta a las salas, pero algunos quieren oír más. Sin timidez, un par de niños se acerca a los músicos. Ellos se percatan de las miradas y, guitarras en mano, tocan una canción de 31 minutos y otra de Los Prisioneros. “Hemos trasladado a los chiquillos al Teatro Municipal de Ñuñoa a ver conciertos didácticos. Pero dependemos mucho del bus entonces no es algo que podamos hacer de manera constante. Y para ellos el tener estas experiencias les va determinando otra identidad sonora. Si ellos pasan por esta vivencia, la próxima vez que escuchen otros instrumentos los van a identificar desde lo que ocurrió en su colegio. Y a partir de esa experiencia sonora se pueden ir abriendo nuevas formas y canales de comunicación con ellos, es enriquecedor”, asegura Ana Karina Maturana, musicoterapeuta del Colegio Amapolas.
Minutos más tarde, la función llega a su fin. Los niños les piden que vuelvan pronto. “Sí, lo haremos”, contesta un músico. Efectivamente, así será.
DE LONDRES A SANTIAGO
Todo comenzó a mediados de 2010, cuando Juan José Price, economista, estaba en Inglaterra estudiando un máster en Gobierno y Políticas Públicas en la London School of Economics, y en busca de un nuevo lugar para quedarse. Price llegó por casualidad a la casa de Trudy White, quien en ese entonces se desempeñaba como directora de la oficina de Londres de Live Music Now, organización creada en 1978 por el violinista Yehudi Menuhin que se encarga de promover la música entre los niños y adultos mayores, y en lugares geográficamente apartados.
Luego conoció a Carol Main, directora de Live Music Now en Escocia y de la División de Cooperación Internacional. “Fui a varios conciertos en colegios y hogares de ancianos. Me gustó tanto lo que vi, que dije ‘esto lo voy a hacer en Chile’”, comenta Price. Dicho y hecho. Apenas llegó a Santiago, a principios de 2012, una de las primeras personas que apoyó la idea fue Dante Contreras, director del Departamento de Economía de la Universidad de Chile, que manifestó de inmediato su interés por participar. “La formación cultural, como lo que hace Música para Todos, con un foco particular en la edad escolar y primera infancia, genera hábitos que en forma dinámica debieran tener como resultados individuos más cultos y con mayores habilidades no cognitivas”, dice Contreras, quien también forma parte del directorio de la fundación.
Como toda buena iniciativa, no sólo se necesitaban manos para llevarla a cabo, sino también financiamiento. Cuando Juan José Price contactó al empresario Jorge Errázuriz, éste no dudó en apoyarlo. “Me pareció extraordinariamente valioso un proyecto que junta tres factores: llevar buena música a sectores marginales de la población, ofrecer trabajo digno y bien pagado a músicos profesionales, y darles la oportunidad a las empresas de cumplir con su rol de responsabilidad social promoviendo la cultura a través de la música”, comenta Errázuriz. Después consiguió el auspicio de dos empresas constructoras y la ayuda de la Fundación Ibáñez Atkinson. Ya con 14 millones de pesos en la cuenta para financiar sólo los programas de concierto, Price conformó el directorio y puso en marcha el piloto del proyecto, acompañado de un equipo ejecutivo que ha trabajado, hasta ahora, por amor al arte: Diego Errázuriz, Rodrigo Espinoza y Olivia Humphreys, quienes, además de Price, han hecho las veces de gerente, secretaria y también chofer. Junto a eso, el apadrinamiento que le otorgó Live Music Now fue clave. “La gente de Inglaterra nos autorizó a usar su eslogan (‘Inspirando músicos, transformando vidas’), y somos parte de la red de la fundación de allá. Hablamos una vez al mes por Skype. Ellos me han traspasado todo el know how del asunto y acá lo hemos adaptado a nuestra realidad”, asegura Price. La iniciativa se ha replicado en seis países, y la versión local es la primera que aterriza en Latinoamérica.
En noviembre de 2012, la Fundación Música para Todos ya contaba con personalidad jurídica, y las empresas que apoyaran el proyecto podían acogerse a la Ley de Donaciones Culturales. Cuatro meses después, estaban realizando el primer concierto con un cuarteto de cuerdas de ex alumnos de la Universidad de Chile y de la Universidad Mayor. Mientras relata la historia, Price saca el celular de su bolsillo, abre la galería de videos y reproduce uno. “Mira, fíjate en la reacción de esta niña cuando el músico se acerca”. En la imagen, un hombre se pasea entre un grupo de niños mientras toca una flauta traversa, una niña fija la vista en el instrumento y él le dedica unas notas. Su rostro se ilumina. Que el músico se acerque a los niños no es fortuito, sino parte de los objetivos que tiene la fundación: interacción con el público. Eso requiere músicos que, además de excelencia a la hora de tocar, posean habilidades comunicacionales. “Encontrarse con un músico carismático es la excepción, no la regla”, asevera Price.
MÁS QUE BUENOS MÚSICOS
La cita es a las 10.45 a.m., a las afueras de la oficina de la fundación, en el barrio El Golf. A esa hora exacta llegan, de a uno, los músicos del trío (guitarra, violín y flauta traversa) dirigido por Eduardo Rioseco. Hoy tocarán en la Escuela Las Canteras, ubicada en la Población El Barrero, en la comuna de Huechuraba. Además de ellos, han participado durante el año un cuarteto de cuerdas de la Universidad de Chile, un dúo de saxofones, el octeto Ensamble de Guitarras de Chile y una cantante lírica de la Universidad Alberto Hurtado que se presenta junto a otro cuarteto de cuerdas. “Al principio ensayábamos repertorio común, ese que todo músico maneja, como “Pequeña serenata nocturna” de Mozart o “Las cuatro estaciones” de Vivaldi, pero a medida que nos fuimos involucrando y conociendo al público, principalmente a los niños, empezamos a preparar algo con más corazón para ellos”, dice el guitarrista Eduardo Rioseco. De ese modo, han incluido en su repertorio desde música de películas como “Cinema Paradiso” hasta temas con ritmos más rápidos, como la “Danza Húngara Número 5”, de Brahms.
Si por un lado la exigencia de la fundación es que los músicos sepan comunicarse hábilmente con los públicos, la garantía que se les ofrece es un contrato de trabajo seguro. “Les damos la posibilidad de, pasado el primer concierto de prueba, contratarlos especificando lugar, fecha y hora de cada concierto. Les pagamos imposiciones, acceden a AFP, isapre, seguro de accidente laboral. Todo lo que la ley manda”, cuenta Price. Rioseco continúa la idea: “Definitivamente ésta es una perspectiva laboral distinta. He trabajado en otras instancias relacionadas con la educación, pero nunca me habían contratado como guitarrista para tocar. Eso para cualquier músico es muy extraño. Incluso en muchas orquestas los músicos no están contratados, sólo boletean”.
Faltan 20 minutos para que termine el recreo en la Escuela Las Canteras. Los músicos se instalan al fondo de la biblioteca, que con atriles y partituras se transforma en una minisala de conciertos. Suena la campana. En cuestión de segundos el lugar se llena de alumnos de tercero y cuarto básico. Todos inquietos. Más tarde, Rioseco los conquistará con un juego cantado, y haciéndolos adivinar el nombre de los temas que interpretan. “Aquí la mayoría de los niños proviene de familias vulnerables y rara vez tienen acceso a este tipo de actividades. Desde que empezaron a venir hubo un cambio notorio: los niños se interesan más por la música y esperan a que ellos vuelvan, y los profesores comenzaron a organizar más actividades, como ir al Teatro Municipal. De hecho, la otra vez fuimos a ver a Roberto Bravo, que tocó en el consultorio de Huechuraba”, cuenta Silvana Saavedra, psicopedagoga de la Escuela Las Canteras.
LOS PASOS QUE VIENEN
Han pasado diez meses desde que Música para Todos puso en marcha sus programas de conciertos y, en el camino, el aprendizaje ha sido constante. Han descubierto, por ejemplo, que en el caso de los niños, los repertorios que mejor funcionan combinan piezas clásicas con arreglos de canciones y de películas infantiles. En el caso de los adultos mayores, las agrupaciones han incluido arreglos clásicos de tangos y boleros. Y en jardines infantiles, los niños responden a juegos basados en la música de Bach. Por eso, si bien este año comenzaron enfocados en la música clásica, de a poco se están abriendo al jazz, al folclore y a la música tradicional latinoamericana, pero siempre con músicos de formación clásica. Uno de los planes más importantes para el próximo año es la realización de talleres en que los músicos serán instruidos por un profesional del mundo de la educación, la psicopedagogía y la psicología. Price detalla lo que viene: “Trabajaremos con 12 agrupaciones, pensando en que la mayoría sean cuartetos, o sea unos 48 músicos. Cada grupo realizará en promedio unas 22 presentaciones o más. Queremos completar 280 conciertos en total. Y a cada institución le ofreceremos conciertos que se realicen cada 15 días o mensualmente”.
La sala de conciertos en Huechuraba vuelve a ser una biblioteca. Al final, la mayoría de los niños se van apenas termina la última nota, pero algunos se quedan haciendo preguntas, mirando los instrumentos, pidiendo escuchar más. Eduardo Rioseco comenta que este público no fue fácil, que los chicos estaban inquietos. Pero tiene claro que esto es parte del desafío que tienen por delante. “Nos ha tocado reflexionar cómo uno se comunica con el público. La música es comunicación en sí, pero hay circunstancias en que la música no consigue decir todo y se necesita una mediación. Ése es nuestro reto”.