“Cuando construimos una figura, partimos desde el esqueleto, considerando primero el movimiento y luego la piel. No pensamos el objeto desde el exterior, sino del interior. Es eso lo que les da la fuerza a las máquinas”, explica François Delarozière, director artístico de La Machine.
A partir del 15 de enero, en un día y en un punto del centro de Santiago que se mantienen en secreto, aterrizará la nave Aerofloral II, una especie de invernadero volador de 15 metros de alto; una oda a Julio Verne que, según cuenta la historia, vuela gracias a la energía vegetal.
Nantes tiene un aire de fantasía. André Breton decía que era la única ciudad de Francia donde sentía que algo increíble podía pasarle, donde todavía reinaba “un espíritu de aventura más allá de todas las aventuras”. Lo escribió en 1928, pero esa idea aún tiene algo de sentido. A modo de souvenir, la Historia dejó en pleno centro un castillo inverosímil, digno de los hermanos Grimm. En sus calles se desató la imaginación de Julio Verne, hijo ilustre de este puerto llamado la Venecia del Oeste. Entre un comercio que recién despierta al mediodía y una arquitectura antigua atravesada por un tranvía futurista, el reloj de la ciudad es un misterio. Nantes vive fuera del tiempo, pero su isla, situada en medio de la metrópoli, vive fuera del espacio. Allí los peces vuelan, los insectos son gigantes y el riesgo de ser aplastado por un elefante es tan alto como el de terminar bajo las ruedas de un auto.
Los sueños y fantasías de esta ciudad industrial se construyen en el galpón de la compañía La Machine, ubicado en la isla. En 2001, François Delarozière, su director artístico, eligió a Nantes para montar una fábrica de animales, máquinas y personajes gigantes que, de tanto en tanto, abandonan el taller para convertir las calles del mundo en un escenario teatral. Su fachada de colores circenses se divisa a lo lejos, pero lo que parece el frontis del edificio es en realidad un muro falso por el que salen las naves voladoras, las arañas mutantes y toda la flora y fauna que crece en la imaginación de Delarozière.
La historia comenzó en los años 90, cuando el actual director de este proyecto construía máquinas y escenografías para otras compañías de teatro, entre ellas Royal de Luxe, para la que hizo la famosa Pequeña Gigante, el Rinoceronte y otros personajes. Adoptando un concepto similar -figuras monumentales que irrumpen en la urbe-, Delarozière reunió a un equipo de artistas, técnicos y decoradores con el que forjó la idea de un teatro callejero más plástico que narrativo, en el que el movimiento, más que la historia, es lo que gatilla la emoción.
“Una máquina, a través del ritmo, la longitud del desplazamiento y la frecuencia, es capaz de crear su propio teatro y hacernos creer que está viva. El movimiento es la expresión de la vida y ése es el centro de nuestra búsqueda”, explica el director, mientras se pasea por el taller donde toman forma sus gigantes. Allí no sólo construyen animales mecánicos. También se crean experiencias extraordinarias a partir de la materia inerte, como es el caso de La expedición vegetal, un espectáculo callejero que tendrá lugar en Chile durante Santiago a Mil, el festival de teatro presentado por Minera Escondida.
A partir del 15 de enero, en un día y en un punto del centro de la capital que se mantienen en secreto -la sorpresa es una de las premisas de La Machine-, aterrizará la nave Aerofloral II, una especie de invernadero volador de 15 metros de alto; una oda a Julio Verne que, según cuenta la historia, vuela gracias a la energía vegetal. Dentro de ella viaja un equipo de científicos que estudian el potencial eléctrico de las plantas y que exponen su rutina al público, desde sus investigaciones hasta su práctica diaria de taichi. En el taller, no obstante, no hay rastros de la máquina. “En este momento vamos volando hacia Chile”, se excusa Delarozière con una sonrisa. La idea es siempre mantener intacta la ilusión.
UN VIAJE A LILIPUT
“Vigile a los niños”, se lee en una señal de tránsito con el dibujo de un paquidermo. El asunto del elefante que camina por la isla de Nantes no es cuento: en sus días de trabajo -los lunes toma un descanso-, el animal es capaz de transportar a una cincuentena de personas sobre su lomo y dentro de su salón interior con ventanas y balcones. Los pasea por una explanada, les da una vista sobre la ciudad y los lleva hasta El carrusel de los mundos marinos, ubicado en las orillas del río Loira. Hoy es su día libre, pero siendo la estrella de la ciudad, siempre está rodeado de turistas que le toman fotos y se pasman con sus 12 metros de altura. Un técnico comprueba su buen funcionamiento y lo hace mover la cola. La regresión a la infancia es inevitable: ante semejante criatura gigantesca, hasta la mente más árida se traslada a la Liliput de Los viajes de Gulliver.
El elefante está ubicado en la avenida principal del centro cultural Las máquinas de la isla, un proyecto paralelo a La Machine que François Delarozière creó en 2007 junto al productor Pierre Orefice, el cual se ubica en el mismo espacio donde la compañía teatral tiene su taller. Aprovechando el pasado industrial del lugar -hasta el siglo pasado funcionaban ahí los astilleros del Loira-, ambos idearon una especie de parque de atracciones que incluye El gran elefante, La galería de las máquinas y El carrusel de los mundos marinos. Mientras los visitantes se pasean entre las esculturas vivientes, el equipo de La Machine trabaja sin levantar pistas sobre su próximo gigante, un minotauro que será instalado en Toulouse.
El atelier suele estar abierto al público bajo la condición de no fotografiar la figura del nuevo personaje, el que debe permanecer inédito hasta su aparición pública. Más que un taller artístico o teatral, el lugar parece un galpón industrial lleno de máquinas eléctricas y herramientas de carpintería. Una veintena de personas sueldan acero, tallan madera o ensamblan estructuras metálicas al son de la música tropical. Algunos esculpen detalles de unas plumas, otros lijan huesos enormes. Y entre todo ese rompecabezas, una decena de piezas que parecen ser la epidermis del gigante y una mano de madera de casi un metro y medio dan una imagen de lo que será este portentoso ser mitológico.
Idear y construir una figura de estas dimensiones toma entre un año y medio y dos años, dependiendo de si se trata de una máquina-espectáculo, como la Aerofloral II, o de una máquina de ciudad, concebida para ser instalada en el espacio público. Durante el proceso, se entrecruzan las labores de 35 profesiones y oficios, entre ellos ingenieros, mecánicos, electromecánicos, carpinteros, ebanistas, electricistas, pintores y escultores. Es un trabajo en equipo, pero la mente brillante detrás de los personajes y mundos imaginarios de La Machine es François Delarozière. Es él quien traza los diseños de las máquinas, el que estudia la anatomía animal y el que inventa los proyectos delirantes de la compañía.
Varios de sus dibujos -que recuerdan los bocetos de Leonardo da Vinci- están sobre los muros del taller e incluso se venden como postales en la tienda de souvenirs. Sus estudios en tres dimensiones tallados en madera están guardados en un laboratorio poblado por jirafas, arañas, hipopótamos, garzas y columnas vertebrales que cuelgan del techo. “Cuando construimos una figura, partimos desde el esqueleto, considerando primero el movimiento y luego la piel. No pensamos el objeto desde el exterior, sino del interior. Es eso lo que les da la fuerza a las máquinas”, explica Delarozière, quien durante enero participará en el Seminario Ciudad y Cultura, organizado por el área de Educación y Comunidad de la Fundación Teatro a Mil.
Las figuras de La Machine sorprenden por su tamaño y precisión, pero lo que las hace únicas es que permiten un acercamiento a la naturaleza de una forma nunca antes vista. “En el caso de las arañas, no es fácil trabajar con ellas, porque no son expresivas. Tampoco son muy queridas. Sin embargo, ver una a escala tan grande permite conocerla y comprenderla, algo que ayuda a alejar las fobias”, afirma el director de la compañía, que en 2008 invadió Liverpool y Yokohama con arañas de 13 metros de alto y 20 de largo que escalaron fachadas y se pasearon entre el transporte público.
DA VINCI POSMODERNO
El vínculo entre el imaginario fantástico de Julio Verne y las máquinas de La Machine es inevitable, pero Delarozière afirma que su inspiración no tiene otro referente que la naturaleza misma. Las ideas nacen de la observación del mundo vivo, de los animales y las plantas; también de la arquitectura contemporánea y del afán de fabricar emociones en un mundo donde el tiempo para soñar es escaso. Ésta es una de las motivaciones de la compañía para bajar el teatro del escenario y llevarlo a la calle: si el público no se acerca a la fantasía, la fantasía se acerca al público.
Mientras el ruido de las máquinas satura el taller y la mayoría del equipo trabaja en el minotauro, un par de técnicos se dedican a darle vida a una hormiga en pleno proceso de ensamblaje. La figura pronto será parte de La galería de las máquinas, una de las salas donde se exhiben insectos mecánicos, tal como en un museo entomológico, aunque a gran escala y montados entre vegetación exótica y plantas carnívoras reales. Bosquejos y estudios anatómicos de los invertebrados, hechos por Delarozière, cuelgan de los muros. Como Da Vinci, el director de La Machine es un creador inclasificable en cuya mente cohabitan el arte, la ciencia, la arquitectura y la ingeniería.
La pieza más extraordinaria de la sala es una maqueta de El árbol de las garzas, el próximo proyecto de Las máquinas de la isla. Se trata de una estructura laberíntica gigante, una especie de micromundo en altura de ramas y troncos imbricados por el que la gente podrá pasear. Por encima del árbol volará una garza que transportará personas en su interior. Los visitantes podrán sentarse en sillas que descienden bajo la tierra para ver las raíces y también será posible subirse a una oruga mecánica. Una rama a escala real se encuentra junto al Gran elefante, y hasta ahora es la única parte construida del proyecto.
Mientras tanto, el público visita El carrusel de los mundos marinos, una construcción de 25 metros de altura y cuatro niveles, que acaba de ser reconocida como la atracción más original del mundo por la Asociación de Entretenimiento Temático de Estados Unidos. La gente monta serpientes marinas, mantarrayas, peces y una curiosa fauna de mar que se explora desde el subsuelo de la estructura hasta la superficie, donde se tiene una vista panorámica del río Loira y del centro urbano.
Hace siglos que Nantes dejó de ser la Venecia del Oeste. Tampoco es la ciudad surrealista y alucinante de André Breton. Pero François Delarozière, con La Machine y sus Máquinas de la isla, ha logrado devolverle un toque de fantasía a esta urbe industrial. En enero se verá si podrá hacer lo mismo con Santiago.