Por Álvaro Bisama, escritor y profesor de Literatura Diciembre 30, 2013

Si “El resplandor” funcionaba como una novela solipsista sobre un escritor y sus fantasmas, “Doctor Sueño”, por el contrario, trata de cómo hacer un pacto con los otros, cómo habitar en una comunidad.

Hace algunos años, en un capítulo de Friends, Joey y Rachel leían El resplandor de Stephen King. El argumento de la serie trataba de cómo el libro los aterrorizaba a tal punto que llegaban a meterlo en el refrigerador, sólo para mantenerlo lejos y olvidarse de él, aunque luego retomaran sus páginas con fruición. Tenía sentido la broma. El libro, que había sido originalmente publicado en 1977, era una de las obras más clásicas de su autor, uno de los pilares de su universo narrativo y, por lejos, uno de sus textos más terribles. Aquello no se debía al argumento (la vida del guardia de un hotel deshabitado y lleno de fantasmas) ni al hecho de que años después Stanley Kubrick filmaría una película basada en la obra, sino más bien al hecho de que el centro de la trama descansaba en una anécdota mínima e intolerable: la descripción detallada del proceso de demolición moral de un padre alcohólico y cómo eso devenía en una espiral de violencia que arrasaba a su familia. Ahí estaba el centro del asunto, algo que se correspondía con el resto de las obras del autor, libros donde el horror, la ciencia ficción y lo sobrenatural funcionaban como máscaras complejas del abandono, la violencia, el fanatismo religioso o cualquier forma de abuso y trauma porque King era, antes que nada, el narrador de la vida de una clase media baja norteamericana, el autor de una obra cuya suma funcionaba como un ejercicio de una literatura de realismo social.

Doctor Sueño (Plaza & Janés), que se acaba de publicar en español, funciona en aquella misma senda. En apariencia, se presenta como una secuela de El resplandor, pero en realidad es bastante más. Volvemos así a la vida de Danny Torrance, el niño perseguido por fantasmas en el hotel Overlook, que ahora ha crecido y trabaja de enfermero, ayudando a los pacientes terminales a morir en paz. Dan, que además es un ex alcohólico en permanente lucha consigo mismo, debe proteger a Abra, una muchacha con habilidades similares a las suyas (precognición, telepatía, telequinesis) que es el objetivo del Nudo Verdadero, un grupo de “demonios vacíos” que viajan en casas rodantes y parecen ciudadanos normales, cuando en realidad secuestran y matan niños con el “resplandor” para comerse su alma.

Todo lo anterior suena gore y truculento, pero no lo es tanto. Doctor Sueño es bastante menos terrorífica y tiene más que ver con autores como Neil Gaiman o Joe Hill (el hijo de King, que acaba de terminar la impresionante Locke & Key con el chileno Gabriel Rodríguez) que con su primera parte, que era una novela cerrada sobre sí misma, claustrofóbica en trama y estilo, intolerable a ratos.

Centrada en los modos en que Torrance busca el perdón y la  redención personal, en la novela el horror es sólo una de las muchas capas del relato, donde predomina la intención de construir un mapa de los espacios abiertos de un país interminable. Es ahí donde la novela consigue sus mejores momentos porque deja de parecer una obra de género y comienza a dialogar con libros como Hacia rutas salvajes de Jon Krakauer, que tratan de personajes similares que vagan a la deriva, viviendo en el borde de las ciudades y recorriendo la economía informal del territorio, existiendo en la doble piel del país, preocupados por el funcionamiento de la familia ahí donde ya no queda casa alguna a la que volver. Esa reflexión sobre la vida doméstica de su país define al libro. Así, en la era post-crisis inmobiliaria de Obama, King reflexiona por medio del género sobre los espacios que constituyen los afectos y los destinos de sus personajes, sobre los lazos que los atan, sobre el modo de atravesar el paisaje cuando incluso ya no queda paisaje.

Hace casi cuarenta años, El resplandor funcionaba como una novela solipsista sobre un escritor y sus fantasmas. Por el contrario, Doctor Sueño, cuyos momentos finales transcurren en el mismo lugar donde alguna vez estuvo el Overlook, trata de cómo hacer un pacto con los otros, cómo habitar en una comunidad. Algo de esto estaba en 22/11/63, aquella novela de viajes en el tiempo que King publicó el 2012 sobre la muerte de Kennedy. Ahí, aunque pareciese que buscaba hacer las paces con los mitos de su infancia, King hacía un comentario sobre la política norteamericana de la última década. De hecho, los momentos más brutales del libro funcionaban como una distopía cercana al presente. Doctor Sueño es menos ambiciosa, pero quizás más personal. King explota su propio mito para leerse retrospectivamente, marcando las claves de su propia obra. Doctor Sueño quizás es lo que ha sobrevivido de sí mismo después de demasiadas cosas (el alcoholismo y la adicción, el éxito, un accidente casi fatal, la tensión constante sobre su lugar en el canon). Por lo mismo, el horror está ahí, pero es un signo de puntuación más, pues las imágenes que perduran del libro son extrañamente cotidianas, como si ahí descansara su misterio y su riesgo, en los destellos de ese gran escritor realista que King es, pero que nadie quiere reconocer como tal: un gato que duerme en una cama de hospital, un alcohólico que despierta en un lugar que no conoce, una caravana de casas rodantes que atraviesa un horizonte de montañas, un hombre que le toma la mano a un moribundo y mira -sin juzgar, conmovido y silencioso- cómo un alma abandona un cuerpo.

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