Por Alberto Fuguet* Enero 15, 2014

© Pablo Sanhueza

“Videoclub” es una anomalía y una sorpresa en el panorama del cine latinoamericano: un filme íntimo, cinéfilo, entrañable, que sin caer en las trampas de una superproducción logra explorar no tanto la idea del fin del mundo sino el horror de captar que te estás quedando sin mundo.

“Me gusta escribir novelas, pero el rol del ‘escritor’ que da charlas y viaja dando opiniones sobre todos los temas imaginables sólo por el hecho de ser ‘escritor’ me parece tremendamente aburrido. No tiene nada que ver conmigo ni con lo que quiero ser”, dice Illanes.

“El primer acto de la película es casi autobiográfico. Cuando estaba en tercero medio, con unos compañeros hicimos un mediometraje llamado ‘Víctimas de la locura’. En ese tiempo devoraba películas. No sé, 4 ó 5 diarias”.

Si los títulos de las obras son capaces de rotular estados internos, Pablo Illanes hace mucho que dejó atrás Adrenalina y Fuera de control y ahora está claramente ingresando a una nueva etapa creativa, donde la biografía, la no-ficción y el deseo de quizás llegar a menos, pero llegar más profundo, lo está rondando. Su nuevo título es tan genérico como poético: Videoclub.  Aquellos más cinéfilos o dañados entienden que esa palabra es mucho más que eso: es un universo, un continente, la tierra de nunca-jamás.

Si bien Illanes baja torrents como adicto y no para de ver filmes (durante el proceso de esta entrevista vio nueve), su meta es escribir menos y -dice- mejor. Lo está logrando. Conectar más que sólo contar; explorarse más que entretener a los demás. Luego de diez años de silencio como novelista, y con casi 41 años de edad, Illanes, que se define como un guionista de telenovelas (faceta que ahora lo tiene radicado en Nueva York, escribiendo teleseries para la cadena Telemundo), está iniciando una suerte de retorno como un narrador privilegiado en antologías (Volver a los 17, Machetazos). Como si eso no fuera poco, además reaparece como un director de cine-personal-pero-de-género, ajeno a las modas culturales, que fusiona las cintas de zombis con sus recuerdos noventeros de un Chile que ya se esfumó. Videoclub, su segundo largometraje, una cinta que bebe del cine B y C (“de zombis, de fin de mundo, con algo de melo-slasher”) pero que, a su vez, y eso es lo sorpresivo, posee algo de filme-de-aprendizaje y es en extremo romántica y frágil y con los latidos del corazón de Miguel, el joven que sólo ve videos y que claramente es el álter ego de Illanes. Videoclub es una anomalía y una sorpresa en el panorama del cine latinoamericano: un filme íntimo, personal, cinéfilo, entrañable, que sin caer en las trampas de la superproducción, logra explorar no tanto la idea del fin del mundo sino el horror de captar que te estás quedando sin mundo. Un tipo de filme que, se me ocurre, el escritor Manuel Puig, que fue considerado un escritor de forma bastante tardía, hubiera apreciado. “Sí, claramente Miguel tiene muchos rasgos que son míos... es un poco voyerista, pero no a niveles patológicos”, dice Illanes recién aterrizado en su departamento santiaguino, sonriendo, pero mirando hacia una inmensa ventana sin cortinas que se parece a una pantalla de cine y que es el sitio desde donde mira Santiago pero a su vez nadie puede verlo a él.

-Al parecer, el verdadero terror ahora que el filme está por estrenarse es tu terror de mostrar la cara, de darle carne y espíritu al nombre que firma la película. Pensé que eras menos tímido, que lo mediático te potenciaba.

-Soy tímido, no soy el tipo canchero que se las sabe todas. Pero cuando uno quiere las cosas que hace creo que es natural ponerse nervioso... Uno no trabaja solo en cine, arrastras a mucha gente contigo. Sí, la sensación es de agonía, pero pasa... y prefiero eso a esconderme, definitivamente... No me da miedo empelotarme. O sea sí: emocionalmente me aterra, pero es lo que hay que hacer. Si me he empelotado en playas, lo mínimo es hacerlo creativamente, ¿no? Creo que esconderse es bastante más fácil que dar la cara. Yo prefiero dar la cara, aunque luego me escupan.

-¿Cómo te sitúas en el mapa literario local? El fin de semana, en La Tercera apareció un “nuevo mapa”, y a pesar de tu edad y dos novelas, más un estupendo cuento en una antología reciente y un gran texto cinéfilo-político en Volver a los 17, no apareces. ¿Te afecta?

-No, no me afecta. Tengo muy claro que para ser escritor hay que escribir. Yo escribo muchísimo, pero desde el 2004 no publico. No voy a ferias literarias ni me junto demasiado con escritores. No pertenezco al círculo de los lanzamientos y las ferias. No son my crowd para nada. Creo que a los escritores les encanta ser parte de algo: el llamado belonging… yo no necesito ese belonging... ya no lo necesité. Ya sé cuál es mi lugar de pertenencia…

-¿Cuál sería ese lugar?

-Mi cabeza. Mis videos, DVDs, mis recuerdos. Mi trabajo. Además, no me veo a mí mismo como escritor, mucho más como guionista. Cuando me preguntan qué hago, siempre digo guionista, jamás cineasta ni escritor. Creo que es muy lógico que mi nombre no aparezca en ese reportaje. Me sorprendería que hubiera aparecido. Y si de pronto sale un nuevo reportaje de cineastas chilenos, dudo que aparezca. Y, entre otras cosas, porque me siento más un artesano, a lo J. Lee Thompson o Larry Cohen, que un director. Aún no soy Carpenter o Aldrich, pero estoy empezando. Ésta es mi segunda.

-¿Podrías abandonar los guiones de TV? ¿Crees que volverás a ser un autor de novelas literarias?

-Me ha pasado algo muy raro. Siento que me traumé con la literatura. Algo me pasó cuando perdí una novela llamada Los amantes caníbales. No fue una frustración, fue como una señal. No sólo perdí el interés en seguir escribiendo ese proyecto en particular, además dejé de interesarme en la literatura.

-Insisto: ¿te ves como escritor?

-Pasé diez años con esta incomodidad al pensarme como escritor. Después de fragilidad sentí que estaba tomándome las cosas como siempre me las he tomado: con demasiada ansiedad. La novela estaba muy relacionada con esta sensación. No fue difícil alejarme de los libros. Para eso estaba la tele, para escribir compulsivamente. Con todo lo que escribí en ese tiempo podría llenar un mueble completo y, claro, el tiempo pasa. Me gusta escribir novelas, pero el rol del “escritor” que da charlas y viaja dando opiniones sobre todos los temas imaginables sólo por el hecho de ser “escritor” me parece tremendamente aburrido. No tiene nada que ver conmigo ni con lo que quiero ser. No me interesan todos los temas y, al final, ¿a quién le importa la opinión de un escritor? ¿Es tan importante el diagnóstico de un Vargas Llosa sobre la economía latinoamericana? No creo. Un escritor escribe y ahí termina su misión. Como escritor me siento mucho más inseguro que como cineasta. Escribir novelas es aterrador. Hacer películas también. La gran diferencia entre una cosa y otra es que en las películas no estás solo. La libertad absoluta me fascina, pero también es algo que me paraliza un poco. Necesito un poco de dictadura en mi vida para poder funcionar. Y ahora, con el cine capto que también es bueno ser parte de un equipo, de un grupo. Al final, escribir es poder tener algo de control... y dirigir, aún más. Escribir es el remedio.

-¿Y cuál es la enfermedad?

-¿La  soledad, maybe?

-Puede ser. ¿Leer ayuda a eso? ¿Ver tanto?

-Sí, claro que ayuda... no sé si a largo plazo, pero a corto y mediano sí. Hacer películas también. Hacer películas en realidad es como ir a un áshram en India o meterse a un kibutz o algo así.


SANTIAGO ZOMBI

-Dos temas recurrentes: el pasado (la conspiración, el abuso, el daño y la traición) y la infección. Me da la impresión, luego de sumergirme en tu obra con otros ojos, que tienes algo de ajuste de cuentas, por un lado, y, por otro, de querer contaminar con tus temas, tu gente, al mundo. El zombi eres tú, digamos.

-No sé cómo tomar esta pregunta, pero supongo que tienes algo de razón. El daño es algo que me persigue. No puedo evitarlo. La gente dañada está ahí, sigue viviendo con su daño a cuestas y esa idea me parece muy literaria. Sobrevivir dañado... Lo de la infección también lo reconozco, pero de diferentes maneras. Creo que en lo que he escrito el tema del abuso es lo más reconocible. Quizás porque creo que este país es sumamente abusivo. Todos nos hemos sentido abusados alguna vez.

-¿Cuál es el ADN del que parte Videoclub?

-Todo partió con un cuento para Cuentos con Walkman de la Zona de Contacto: “Santiago zombie”. El origen de “Santiago zombie” era La noche del cometa, seguro la viste, la de las minas que se quedan solas en la ciudad cuando pasa el cometa Halley. Me acuerdo que el tráiler de esa película era increíble y eso fue lo que me llevó a escribir “Santiago zombie”. Los amantes caníbales era la novela que iba a escribir después de fragilidad. Estaba planeado publicarla el 2006. Es la historia de dos amigos fanáticos del cine a lo largo de 30 años. Una novela larga, cinéfila, con mucho detalle. Un día me senté a escribir y mi Mac murió. Perdí 200 páginas de la novela. Traté de recuperar el disco duro, pero me dijeron que era imposible. Traté de retomar la escritura, pero no pude. Entonces empecé el guión de Videoclub, tomando como base el trío de personajes. Así salió Miguel, el narrador, y al final todo se transformó en una historia distinta. Pero claramente “Santiago zombie” fue el principio de todo.

-Entiendo la obsesión por los VHS, las listas, los afiches… ¿pero los zombis?

-Sé que no es tu tema, pero creo que son un elemento que identifica muy bien a una raza de cinéfilos. Alguna vez escuché que los cinéfilos católicos prefieren los zombis a los vampiros o los hombres lobo. Los hombres lobo no me parecen fundamentales en la historia del cine, los vampiros sí, pero hay algo impostado y falso en la figura arquetípica del vampiro que no es my cup of tea. Los zombis, en cambio, tienen un sentido político. La idea de morir y volver a la vida, en el zombi original, o de enfermarte de algo y metamorfosearte en otra cosa me da mucho miedo. La enfermedad, como un enemigo sin cara al que no se puede combatir, siempre me ha dado pavor.

-Videoclub es como una cinta de jóvenes, de coming of age, de despertar. El nerd no es tan nerd y devora películas. Y las filma. ¿Cuánto tuyo hay en la voz en off del personaje de Pedro Campos ? ¿Tú filmaste cosas con videos caseros?

-Sí. El primer acto de la película es muy personal y casi autobiográfico. Cuando estaba en tercero medio, con unos compañeros de curso hicimos un mediometraje llamado Víctimas de la locura, igual que la película de Miguel (Pedro Campos). Después hicimos otra que era básicamente  una oda al disco Violator de Depeche Mode, que había salido recién. En ese tiempo, como Miguel, devoraba películas. No sé, 4 ó 5 diarias.

-¿Aún lo haces?

-Sí.

-Dale. Sigue…

-Recortaba los afiches de las películas que salían en La Tercera y LUN y los pegaba en un cuaderno. Tenía varios. Al lado del afiche ponía el título original (que a veces era inconseguible), el director, los actores y la calificación. Así empecé a relacionarme con nombres de directores, a relacionar actores con películas. Videoclub es una película de matiné, de cómo un joven abre los ojos ante el amor y ante el final de una civilización. Quería una historia de amor simple, sin grandes elementos ni discursos. Miguel es un chico que ha escogido un camino: encerrarse con sus VHS y su reproductor a autocultivarse. Quiere hacer películas y cree que la mejor escuela de cine es ver películas. Pero las películas que hace no le gustan a todo el mundo. Se siente un outsider, sobre todo con su familia. Siento que la película tiene harto del teen angst de los 90, la confusión, la incertidumbre, el no comprender.

-Me da la impresión que te gusta lo que haces. No te avergüenza, no sientes culpa, das el nombre y la cara. Y a diferencia de otros escritores ligados a las telenovelas, el resto de tu obra se parece mucho a tus teleseries. Tus tres espacios de creación son extensiones de una misma pulsación. Son los mismos demonios y fascinaciones.

-Nunca he tenido vergüenza de escribir para la tele. Todo lo contrario. Puedo reclamar y a veces estar muy en desacuerdo con contenidos, con perspectivas y sobre todo con formas de mirar la creación de ficciones, pero creo que la televisión es una industria fascinante. Infame, a ratos, pero fascinante. En los últimos diez años, contrariamente a lo que todo el mundo creía que iba a pasar, la televisión se convirtió en el espacio de creación más fértil que existe. Más que el cine. Hoy todo el mundo hace televisión. Lo que pasa es que ahora hay que hacer la pega. Ya no puedes engañar a tu audiencia, como lo hacían antes. El espectador que ve tele es más clever que tú y está mirando la pantalla, esperando que te equivoques para cambiarse de canal. He tratado de ser el mismo en la tele y en las películas, en los libros, e incluso en las cosas que he escrito como periodista. Son las cosas que me importan las que quedan. Sí, definitivamente me gusta lo que hago.

-Has apostado mucho por las mujeres y por los géneros. Videoclub es, en esencia, una cinta de un chico. ¿Por qué escribir tanto de mujeres? Tu debut, Baby Shower, es tan sobregirada que uno no tiene claro si es misógina o camp.

-Me interesan las mujeres como personajes, posiblemente porque vengo de la teleserie, donde el universo femenino siempre es más potente que el masculino. Las grandes villanas son mujeres. Antes me interesaban más las mujeres como personajes porque me parecía que podía entenderlas mejor. Me sentía más cómodo escribiendo personajes femeninos en el contexto del melodrama. Los hombres funcionamos de otra manera, con otros códigos de honor. En Videoclub escogí un hombre porque quería hablar de una mirada más propia, más cercana. Quería hacer una película sencilla, del estómago, con las cosas que conozco y que me gustan. Ojalá que les guste a los otros, a los cinéfilos. Me siento pagado si algún chico cinéfilo quisiera colgar el afiche de Videoclub en su pieza: eso sería un logro. Más que ganar un Globo de Oro, más que un Pedro Sienna.

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