Por Diego Zúñiga Enero 29, 2014

© Mabel Maldonado

Abajo en la foto: “Quipu de los lamentos” es una de las obras de Cecilia Vicuña que se pueden ver en el Museo de la Memoria.

Ahora está ahí, en el hall del Museo de Bellas Artes, pero hace casi 40 años estaba en otra parte, en la calle, en Londres, en Trafalgar Square: una bandera gigante de 10 metros de largo y 5 de ancho, un estandarte hecho por el artista norteamericano John Dugger especialmente para ese 15 de septiembre de 1974, cuando la organización Artists for Democracy (AFD) se manifestó en contra del golpe militar en Chile. Una organización creada, entre otros, por la artista chilena Cecilia Vicuña (65), que en aquellos años vivía en Londres y que fue parte de este grupo de artistas jóvenes y experimentales que deseaban unir el arte con la política, y conseguir fondos para ayudar a la resistencia en Chile. Entonces, les pidieron colaboración a distintos artistas y las respuestas no demoraron en llegar: Roberto Matta, Sol LeWitt, Julio Cortázar, entre otros, donaron obras. Y, entonces, decidieron manifestarse ese septiembre de 1974 en la calle y colgaron esa bandera gigante, en la que se leía: “Chile vencerá”.

Una obra que nació cuando John Dugger le preguntó a Vicuña cómo era Chile antes del golpe militar, y entonces ella le habló del mar y de la cordillera, le habló de Víctor Jara y de Violeta Parra, le habló de los trabajadores. Y él fue armando la obra, que ahora muestra por primera vez en Chile en Artists for Democracy. El Archivo de Cecilia Vicuña, la exposición que se inauguró en el Museo de Bellas Artes y el Museo de la Memoria: es el registro de esta organización, pero también es la muestra de parte del trabajo de Cecilia Vicuña, que por primera vez expone en el Museo de la Memoria y que vuelve al Bellas Artes, donde alguna vez leyera, en 1970, esos poemas desenfrenados que escribió antes del golpe y que luego serían parte de su mítico libro Sabor a mí. El mismo lugar en el que en 1971 montó Otoño, una instalación en la que cubrió con hojas secas una sala del museo, y que fue una de sus últimas exposiciones antes de partir becada a Londres por el British Council, en 1972, y no volver nunca más a vivir a Chile. Porque luego vino el golpe y su historia, su trabajo, se transformó en un relato extranjero, a pesar de que nunca ha dejado de hablar de Chile, del mundo indígena de nuestro país, de cómo su vida cambió ese 11 de septiembre de 1973, cuando llegó un amigo a su departamento de Londres y le dijo que Allende estaba muerto.

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Desde octubre pasado que Cecilia Vicuña está en Chile. Vive hace más de 20 años en Nueva York, pero vino a preparar la exposición y a presentar El zen surado (Catalonia), libro en el que se recopilan poemas que escribió entre 1965 y 1972. Poemas eróticos y poemas políticos, que hablan de la libertad de los años 60, de los primeros años de la Unidad Popular y que están, de alguna forma, vinculados a su nueva exposición, porque si bien hay un tema político en estas obras visuales, también hay algo festivo que en algún momento se perdió. Por eso cuando la curadora Paulina Varas se acercó para proponerle hacer algo con los archivos de Artists for Democracy, Vicuña no lo dudó: había en esos registros parte de la hermandad que suscitó en muchos artistas el golpe militar.

Vicuña ha estado trabajando todos estos meses en la exposición, buscando registros y armando distintas obras, como el Quipu de los lamentos, una instalación sonora, en la que se escuchan los lamentos de los desaparecidos y que ha hecho especialmente para el Museo de la Memoria: “Acariciar los sonidos/oír lo no oído/el sufrimiento/de los desaparecidos”, se lee en un texto que se encuentra junto a la obra, cuyo sonido acompaña a los visitantes de la exposición, en la que además se ven registros de Artists for Democracy -fotos, cartas-  y otras obras de Vicuña. Y entremedio de todo, un ejemplar de la primera edición de Sabor a mí, que se publicó en Londres en 1973, meses después del golpe. Una edición inencontrable, que fue hecha a mano y que reproduce parte del libro original, que ella entregó a Ediciones Universitarias de Valparaíso en 1972, poco antes de irse a Londres, y que nunca se publicó. Un manuscrito que alcanzaron a leer y celebrar, entre otros, Carlos Droguett, Raúl Zurita, Juan Luis Martínez y Claudio Bertoni, quien era su pareja en aquellos años. Después vino el golpe y se perdió el manuscrito y Vicuña intentó armar nuevamente el libro, y finalmente lo publicó en una editorial independiente de Inglaterra.

Ese ejemplar es el que se puede ver y hojear en la exposición: un libro experimental, con pinturas y collages de Vicuña, además de los poemas, que hablan de esa urgencia política en la que fue escrito, con un vínculo estrecho con el mundo indígena, y que funciona en una línea de trabajo cercana a La nueva novela de Martínez: libros inclasificables y desconcertantes, aunque Sabor a mí tiene esa frescura y ese atrevimiento de los años 60 -el libro exuda erotismo y desparpajo-, pero también tiene el registro de un país que va a caer en la represión, el lamento por un país que desaparecerá.

-Es desgarrador pensar que tanta belleza, como la que vivimos en la UP, pudo desaparecer de la memoria del pueblo chileno. Porque uno dice Unidad Popular y ve una imagen negativa. Ha habido un lavado de cerebro y todo el mundo se ha tragado el cuento de que eso fue nefasto, y yo, que lo viví, te puedo decir que no. Efectivamente hubo caos, desorden, pero lo que más hubo fue libertad, creatividad -dice Cecilia Vicuña, sentada a las afueras del Museo de la Memoria.

Y esa libertad y creatividad se pueden apreciar en aquella mesa de trabajo de su taller, que instaló en la exposición, una mesa llena de objetos que parecen no servir para nada, pero que es el material con el que Cecilia Vicuña ha ido armando su obra. Un trabajo que la ha llevado a exponer en museos como el Reina Sofía de Madrid, el MoMA de Nueva York y el ICA de Londres. Una obra en la que se mezcla el surrealismo con el mundo indígena: sus primeras lecturas de Nicanor y Violeta Parra se fusionan con ese momento en que leyó la antología de poesía surrealista de Aldo Pellegrini, y luego se mezclan con la poesía mapuche y de los pastores aimaras que conoció cuando joven, gracias a su familia, en la que había escultores y escritores. El trabajo de Vicuña ha sido mezclar el mundo andino  con lo moderno hasta crear algo nuevo. Un trabajo, eso sí, que no ha tenido la recepción que ella esperaba. En Chile su recepción ha sido más bien secreta e incómoda.

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Lo va a decir casi al final de la entrevista, pero lo dirá de forma enfática:

-Yo creo que el ser rechazado o ninguneado en Chile es prácticamente un honor.

Ésa es la sensación de Cecilia Vicuña: una relación tensa con un país que parece haber ignorado su obra o no haberle dado, al menos, el reconocimiento que se merece. Porque cuando se habla del arte chileno de los 70 u 80, o de la poesía chilena de esa época, el nombre de Cecilia Vicuña pocas veces se menciona.

- La mayor parte de los jóvenes que están acá jamás han escuchado de mi obra. En 40 años yo no formo parte del arte chileno ni de la literatura -dice Vicuña.

-¿Pero no cree que eso ocurre porque usted se radicó fuera de Chile?

-No, no es eso, porque vuelvo todos los años. Es un olvido que tiene que ver con integrar otra visión. En Chile siempre me han despreciado porque dicen que busco lo primitivo. Entonces, es un prejuicio de la indianidad. Pero realmente es una orientación que tiene que ver con una sensibilidad que acá no les interesa. Y si le sumas a eso un feminismo no normal, que no depende de la teoría francesa, sino de un orden cósmico, animal, de la filosofía de los pensadores de la tierra…

-¿Y cómo podría cambiar eso?

-Lo que pasa es que el arte chileno está completamente colonizado. No hay espacio ni la capacidad para integrar mi trabajo, porque no se ha admitido en Chile que una mujer sea una igual, un ser pensante cuya forma de sentir y pensar pueda ser perturbadora, punzante y romper con el mundo establecido. Ya antes del golpe militar mi obra poética circulaba mucho más afuera que en Chile, por ese machismo chileno…

-¿Pero siente que todavía existe ese mismo machismo?

-Sí, eso no ha cambiado nada, nada. Y es algo que ejercen los hombres y mujeres.

No hay rabia en las palabras de Cecilia Vicuña, pero sí la sensación de desplazamiento, de injusticia, también. Sin embargo ella sigue escribiendo y preparando otras obras visuales. Durante el segundo semestre publicará un nuevo libro de poesía con Hueders, mientras planifica su regreso a Nueva York, donde se dedicará a revisar sus archivos, el material visual y escrito de toda una vida. Los elementos con los que ha decidido armar su nuevo proyecto: escribir sus memorias. No hay fecha de publicación, pero dice que está decidida a hacerlo.

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