“Lo que forjó la realidad estonia fue la fachada y el lavado de cerebro de la propaganda soviética. Deshacerse de ese mundo toma tiempo. Y eso no se puede lograr sin narraciones -dice la novelista-. Los traumas sólo se pueden curar al darle un lenguaje al dolor. El inconsciente nunca olvida”.
La madre de Sofi Oksanen nació en un país inexistente. En 1940, el Ejército Rojo se adueñó de sus tierras, en 1941 los nazis las arrebataron y en 1944 la Unión Soviética las recuperó. Esas tres invasiones borraron su historia, sus fronteras y su bandera. El pasado fue reescrito y la identidad nacional aplastada. Hasta 1991, el año de la independencia, Oksanen no podía encontrar en el atlas el lugar de origen de su familia materna. “Estonia era una mancha blanca. Era parte de la Unión Soviética, pero no estaba en el mapa. Un país que no aparece en el mapa es un país que no existe”, dice la novelista desde Finlandia, lugar donde nació y al que su madre emigró en los años 70.
La reescritura de la historia silenciada de esa pequeña república báltica fue lo que le dio fama mundial. Sofi Oksanen es unas de las principales voces literarias de Europa del Norte, una estrella de las letras, que con su novela Purga (Salamandra/Océano, 2011) supo alinear a los críticos, que le dieron algunos de los premios europeos más importantes, y al público, que convirtió al libro en un éxito de ventas planetario. Fue el inicio de la oksanenmanía: cuando sus dreadlocks color neón empezaron a verse en los medios del mundo, por fin los europeos recordaron que al norte del continente existe un país del que nadie había querido acordarse hasta ahora.
Fue como una terapia de electroshock asistida por una mujer vestida de negro, labios rojos y párpados oscuros. Oksanen no llegó a la escena literaria pidiendo permiso para desempolvar historias tristes del pasado estonio. Irrumpió con relatos viscerales, historias perversas de engaño e inhumanidad con el nazismo y el comunismo de fondo. Su escritura, detallista hasta el morbo, es tan dura como su look de cantante de metal gótico o de modelo gothic trash. Y el éxito de Purga tuvo que ver con eso, con decir las cosas por su nombre, con hacer reaparecer la crudeza del pasado a través del lenguaje.
“En la era soviética la gente usaba eufemismos para referirse a las deportaciones -recuerda Oksanen-. Nadie usaba la palabra campo, se hablaba de la gente que se llevaron o los que no volvieron. No fue hasta el regreso de la independencia que se pudieron usar las palabras correctas para los crímenes. Eso es crucial. Es necesario dar nombres dolorosos, palabras concretas. De manera que nada vuelva a ser ambiguo”.
Purga, publicada en 41 países y traducida a 25 idiomas, es la historia de dos mujeres, Zara y Aliide, que de maneras distintas se reinventan para escapar de un destino fraguado por las ideologías del siglo XX. Zara huye de una Unión Soviética recién derrumbada para vivir el sueño del capitalismo, sin saber que terminará en Berlín como esclava sexual. Aliide, medio siglo antes, se enamora del esposo de su hermana Ingel, un nacionalista estonio que huye de los nazis y de los comunistas. Con la llegada de los rusos, la mujer borrará su pasado y se casará con un miembro del partido.
Casos así hubo muchos. Pero recordar un pasado habitado por delatores, colaboracionistas y deportados no es fácil. Las verdades crudas que salen de la pluma de Oksanen molestan. En Estonia se le ha criticado por dar una imagen violenta y poco gloriosa de esa nación báltica, algo que la autora juzga como síndrome de país chico, obsesión de una república joven que está en proceso de transición. Pero deconstruir el pasado, dice, es la única manera de mirar al futuro.
“Lo que forjó la realidad estonia fue la fachada y el lavado de cerebro de la propaganda soviética. Deshacerse de ese mundo toma tiempo. Y eso no se puede lograr sin historias, sin narraciones -dice la novelista-. Los traumas sólo se pueden curar al darle un lenguaje al dolor. El inconsciente nunca olvida”.
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Oksanen nació en 1977 en Jyväskylä, una ciudad del centro-sur de Finlandia donde su madre y su padre, un electricista finlandés, se conocieron. Pasó su infancia escuchando historias sobre su patria materna y sobre mártires de la resistencia. Estudió literatura y dramaturgia, descubrió a Marguerite Duras, Sylvia Plath y Anaïs Nin; afirmó su bisexualidad y se autodefinió feminista, defensora de la libertad sexual y de expresión. También se impuso una meta: escribir una novela antes de los 27 años, la edad mítica en la que, según ella, sus ídolos iniciaron su camino en la literatura.
Nunca se interesó mucho en Estonia hasta que empezó a escribir. Las páginas de sus dos primeras novelas las dedicó a personajes desequilibrados, torturados por desarreglos mentales. Las vacas de Stalin (451 Editores, 2008) es la historia de una joven bulímica obsesionada con no repetir los errores de su madre, una estonia exiliada en Finlandia. En Baby Jane (2005), aún no traducida al español, trató el tema de los desórdenes de ansiedad de la generación Prozac a través de una joven lesbiana adicta a los antidepresivos.
En Purga y en su última novela, Cuando las palomas cayeron del cielo (Salamandra/Océano, 2013), la Historia con mayúscula se convirtió en la protagonista de sus relatos, una bestia invisible que desgarra la vida de sus personajes. En el libro que acaba de llegar a Chile, Oksanen eligió como protagonista a Edgar Meos, un hombre que existió y que trabajó al servicio de quien estuviera en el poder. Fue colaborador de cinco agencias de espionaje, y en la época de la ocupación soviética escribió la historia oficial bajo las órdenes de la KGB. Su primo Roland, por el contrario, es el hombre consecuente, el héroe que lucha por la independencia de Estonia.
“El boom de memorias de las víctimas todavía está floreciendo. Pero los agentes de la KGB no han publicado sus memorias. Fue una de las razones por las que escribí esta novela. Quería que ese tipo de personas existieran en los libros -explica la autora-. Es excepcional que me haya basado en un personaje histórico, pero era importante. Los escritos de Meos fueron muy leídos, incluso en Occidente. Todavía se pueden ver huellas de su trabajo en los textos de historia de hoy”.
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A pesar de su interés en Estonia, Sofi Oksanen es finlandesa y una de las figuras culturales más distinguidas de su país, junto a Aki Kaurismäki, uno de los nombres de peso del cine europeo. Pero ser frontal en una nación pequeña no es simple. En Finlandia, la autora ha hecho noticia por su forma inclemente de criticar lo que le parece incorrecto. La indulgencia occidental hacia el totalitarismo de la Unión Soviética es uno de los temas que la indignan, un fenómeno que se ve, por ejemplo, en las poleras rojas con la sigla CCCP, que son parte de la industria kitsch que existe en torno al régimen.
“Europa Occidental estuvo en el bando de la Unión Soviética cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. ¿A quién le gustaría admitir estar en el lado de los malos? -se pregunta Oksanen-. Nunca hubo juicios de Núremberg para los criminales soviéticos. El mundo nunca juzgó sus actos, nunca se dijo en voz alta que estuvieron mal. Rusia jamás quiso condenar a la Unión Soviética. Stalin todavía es un héroe muy apreciado. Incluso la iglesia ortodoxa lo alaba. No podríamos imaginar algo parecido con Hitler”.
En Cuando las palomas cayeron del cielo, no es casualidad que haya elegido a un mitómano como Edgar en el papel de redactor de las hazañas soviéticas, quien además es el primer protagonista masculino, junto a Roland, que Oksanen crea para una novela. En sus tres libros anteriores, la escritora dio voz a los excluidos de la Historia, a las mujeres que sufrieron en privado las consecuencias de lo que los hombres hicieron en público: luchar por ideologías abstractas mientras sus esposas se preocupaban de la vida diaria.
Juudit, por ejemplo, la esposa de Edgar, vive el calvario de enamorarse de un oficial nazi y de llevar una vida doble al interior de un matrimonio deplorable. “Quise incluir a Juudit porque en los países escandinavos olvidamos cuán pocas opciones tenían las mujeres hasta hace poco. La Unión Soviética quería mostrarse como una nación igualitaria, pero era una mentira: Evelin (la hija de Roland en la novela) es directora de un banco, un puesto escaso en Occidente para las mujeres. Pero la anticoncepción en el Este era inexistente. Y si no hay anticoncepción, una mujer nunca será igual a un hombre”.
En sus novelas, los personajes femeninos son siempre subversivos y escépticos hacia los sistemas y regímenes creados por los hombres, como las ideologías, la religión o los ejércitos. Aunque confiesa que no es consciente de ese detalle. “Es un buen punto. Las construcciones masculinas nunca han beneficiado verdaderamente a las mujeres. Tenemos experiencia en eso. Miles de años de experiencia”.