Por Evelyn Erlij, desde Berlín Febrero 19, 2014

© Pablo Ocqueteau

Gloria, el restaurante, también es una manera de echar raíces en Berlín, donde Lelio se radicó en 2012.  “Esta ciudad es abierta en el sentido físico, pero también mental. Me calma saber que aquí todas las vidas son posibles”, dice.

“Para mí, perdió sentido hacer filmes que fueran reconocidos, pero no vistos. En el corazón de hacer cine está la idea de ser visto. Quien niegue eso, niega al cine. Ya no podía tomar otro avión a un festival donde valoraran la dimensión artística de una película, pero que esa película no lograra poner un pie en lo real”.

No hubo nieve estos días en Berlín. Ni el viento ni el frío típicos de la ciudad se hicieron sentir. Los que esperaron a George Clooney, Matt Damon, Pierce Brosnan y el resto de estrellas al aire libre, en la alfombra roja del Berlinale Palast, estaban contentos. En términos de clima y de dosis hollywoodense, fue un buen festival. Pero un buen festival para el público. Los periodistas y los profesionales del cine no estaban tan contentos. En la sala de prensa, en el Mercado de Coproducción, en las fiestas donde cada noche los productores practican, entre copas y karaokes, el networking -la técnica de hacer redes de contactos- se hablaba de lo decepcionante de la competencia 2014. No se corrió la voz sobre ninguna película imperdible, tampoco se vieron actuaciones deslumbrantes. No hubo una Paulina García ni tampoco una Gloria de la que todo el mundo haya hablado.

A un año de la consagración de Sebastián Lelio en el Festival de Berlín, los organizadores y el público acreditado siguen hablando del filme, casi como si el tiempo no hubiera pasado. Entre los productores franceses, era el tema inevitable: esta semana Gloria se estrenó en Francia con más de 80 copias, y los afiches de la película están por todo París. Pronto llegará a Bélgica, Japón y Australia, con lo que suma 64 países a la lista, entre los que está Estados Unidos, donde ha recaudado más de un millón de dólares. La cinta, en sí misma, se convirtió en un personaje: Gloria cobró vida propia y ahora es ella la que arrastra a Lelio en su camino por festivales, jurados, charlas y estrenos en el mundo.  

“Vienen días de reuniones en Londres, un viaje a Los Ángeles por la nominación a los Independent Spirit Awards y luego otros festivales”, dice el cineasta chileno, que en 2013 llegó a la Berlinale como un desconocido. Este año, en cambio, con suerte tiene un momento para dar una entrevista, y con más suerte es capaz de encontrar un lugar en Potsdamer Platz, el centro logístico del festival, donde alguien no se acerque a hablarle. “Es loco. No lo dimensiono. Ha sido un año en que mucha gente ha pasado por mi vida. Muchos me paran y me dicen ‘tú eres el director de Gloria’, no ‘tú eres Sebastián Lelio’. No hago películas para que me pase eso, pero cuando pasa, significa que es el cine lo que está operando, no yo. Es emocionante”.

Después de la entrevista, Lelio irá a ver La tercera orilla, una de las cintas argentinas que compitieron este año por el Oso de Oro, que finalmente ganó Black coal, thin ice, del cineasta chino Diao Yinan. También verá Boyhood, la película en la que Richard Linklater, el director de Antes de la medianoche, filmó durante doce años. Pero la mayor parte de la Berlinale la pasará entre eventos y reuniones. El pasado lunes 10, después de volver de los premios Goya, recibió en su restaurante Gloria a la delegación de chilenos que fueron al festival; el martes 11 participó en una charla de la sección Talents, en la que habló de su experiencia como director-guionista, y varias horas al día se le fueron en el Mercado de Coproducción, en el que junto al productor Juan de Dios Larraín, cerebro de la productora Fábula, buscaron financiamiento para Iguazú, título tentativo de su próximo trabajo.

“Esa sinopsis es un festival de eufemismos”, confiesa Lelio, en referencia a la descripción de la cinta que aparece en el catálogo de proyectos de la Berlinale. Dos cosas quedan claras: se trata de un hombre de unos 55 años que, entre los conflictos con sus ex esposas y sus hijos, y las ganas de vivir la vida, sufre un ataque al corazón. La edad es un vínculo con Gloria, pero las semejanzas llegan hasta ahí. “La historia lidia con temas de otro espesor. Tiene que ver con el hecho de que estamos de paso. Así vivo mi vida. No le debo cuentas a nadie y no tengo tiempo que perder. La muerte es sinónimo de libertad y no logro vivir sin ella al lado. Esta película se mete ahí”.

El proyecto es de mayor escala que Gloria, y aunque es una historia santiaguina, hay dos episodios importantes en las cataratas de Iguazú y en las ruinas de Pompeya, en Italia. “Hay algo con las lavas y los flujos que corren o que se congelan”, dice Lelio, tratando de guardar el misterio. Si el filme es más ambicioso, es también porque el éxito de Gloria le ha abierto puertas y ha cambiado la idea que tenía sobre hacer cine.

“Para mí, perdió sentido hacer filmes que fueran reconocidos, pero no vistos. En el corazón de hacer cine está la idea de ser visto. Quien niegue eso, niega al cine. Yo lo asumí. Prefiero tener el problema de tener todas las expectativas encima, que tener el problema de que nadie vea mi trabajo, algo que ocurrió con mis trabajos que estuvieron en circuitos de prestigio. Me cansé de eso. Ya no podía tomar otro avión a un festival donde valoraran la dimensión artística de una película, pero que esa película no lograra poner un pie en lo real”.

   

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La palabra Gloria, escrita en un rótulo de neón, brilla en la fachada de un local de Kreuzberg, el barrio más cosmopolita de Berlín. Es la noche de la fiesta chilena, como la llamaban los asiduos a los eventos nocturnos del festival. Entre los asistentes están los directores de los otros proyectos chilenos que participaron en el Mercado de Coproducción: Matías Rojas, con A la sombra de los árboles, y Fernando Guzzoni, con Niño nadie. Hace diez meses que Sebastián Lelio abrió juntos a dos argentinos y una uruguaya este bar-restaurante, en el que atienden latinoamericanos y en cuya carta hay, entre otras cosas, ceviche, pisco sour y empanadas. “Ha sido una supermanera de estar acá, porque es entregarle algo a la ciudad”, explica.

Gloria, el restaurante, también es una manera de echar raíces en Berlín. Lelio se radicó en la ciudad en 2012, luego de ganar la Beca Guggenheim y la Beca DAAD Berliner Künstlerprogramm. El año pasado también participó en la residencia de la Berlinale, la que consiste en dar apoyo desde distintos flancos a un proyecto cinematográfico, en este caso para Iguazú. Pero entre tanto viaje y ajetreo, escribir su nueva película junto a Gonzalo Maza, su coguionista habitual, ha sido un poco caótico. Sobre todo porque uno está en Alemania y el otro en Chile.

“Hicimos el guión nuevo entre aviones y hoteles. Tenemos sesiones de Skype y nos hemos encontrado en países como Italia y Suiza. He estado en Santiago, él vino a Berlín, y así vamos armando el asunto. También avanzo yo y él avanza por su lado. Siempre estoy escribiendo. Uno anda con las películas a cuestas. Lo que es difícil es sentarse a redactar, que no es lo mismo que escribir. La escritura ocurre todo el tiempo, antes del guión, durante el guión, en el rodaje y en el montaje”.

Así se ha desarrollado Iguazú, un filme en el que sigue una tendencia que inició con El año del tigre: filmar a personajes mayores que él. “Creo que el problema para mí no es ‘expresarse’, sino ‘expresar’. Lo que no significa que no pueda hacer películas de gente de mi edad, pero quizás es una manera de huir de la trampa de ‘expresarse’, que siempre tiene menos alcance. Quién hace la película es un misterio. Uno a ratos cae en la ilusión de que es uno, pero uno es más bien el canal de algo que no se sabe muy bien de dónde viene. Llámalo como quieras: misterio, inconsciente, no sé”.

Berlín ha contagiado al cineasta con la energía que irradia Gloria, pero que se refleja también en el ritmo de vida delirante que lleva hoy. Por estos días, además de Iguazú, intenta concretar un documental sobre un filósofo inglés, Martin Taylor, quien ha desarrollado el tema de la relación mente-cuerpo-ser, y que hoy sufre una enfermedad por la que perderá su tensión muscular. Éste será el último verano en que podrá moverse. 

 “Esta ciudad es abierta en el sentido físico, pero también mental. Me calma saber que aquí todas las vidas son posibles. Me permite cierta sobriedad”, confiesa el director. Según dice, toda disciplina creativa es una forma de exilio, se haga donde se haga, por lo que la idea de escribir una historia sin relación con Chile es algo que ya está en proceso de hacer. “Han pasado muchas cosas. Me llegan recados increíbles de productores y actores que quisieran trabajar conmigo. Me sorprende el giro que dio todo”.

A pesar de que Gloria trata un fenómeno de la sociedad que va más allá de Chile, en Europa se habla del filme como “la película chilena”. “Una de las mejores cosas que me pasaron en 2013 fue conocer a Peter Weir, el director australiano. Él me contó que la primera vez que a un filme suyo le fue bien, la gente decía ‘¿fuiste a ver la película australiana?’, pero que después de la segunda, ya la llamaban ‘la película de Peter Weir’. Es bonito cuando llega ese momento en la carrera de un cineasta. Las lecturas van cambiando”.

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Berlín se suma a la lista de lugares donde Sebastián Lelio ha vivido en sus casi 40 años, entre ellos Mendoza, Viña del Mar, Concepción, Santiago, algunas ciudades de Estados Unidos y Cholguán, un pueblo de la comuna de Yungay, en la Octava Región, donde pasó su adolescencia. “Me encantaría hacer una película sobre Cholguán. Es como un Chile en miniatura, dividido entre trabajadores y ejecutivos”, dice el cineasta, mientras afuera del restaurante, donde tiene lugar la entrevista, los periodistas y el público están a la caza de algún famoso. Lejos del glamour excesivo de Cannes, la Berlinale es, según Lelio, el mejor festival del mundo o, al menos, el más agradable.

Aunque no ha tenido tiempo de aprender alemán, el cineasta planea quedarse en la ciudad hasta encontrar un lugar que “se la gane” a Berlín. La distancia con Chile le ha dado una visión más lúcida del país, el que describe como “un colegio con inspectores generales”. El comentario lo hace en referencia a algunos críticos que reclaman una falta de perspectiva social en el cine chileno: “No veo a esos inspectores sólo en la derecha, también están en el supuesto progresismo y me parece peor, porque ahí es donde debería haber una vocación de libertad. Me molesta ese aroma a comité central. Si estás en un colegio, es obvio que vas a querer pegar un chicle debajo de la mesa”.

Mientras avanza en sus proyectos nuevos, las réplicas de Gloria se siguen sintiendo. Este mes, la prestigiosa revista Cahiers du Cinéma le dedicó tres páginas a la cinta, incluyendo una entrevista y una crítica. En ella, se dice que de un filme punk, como La sagrada familia, Lelio pasó a una película pop, como Gloria. “No sé qué estilo será Iguazú, pero busco un mayor esplendor estético. Siento que viene otro episodio, de otras temáticas y horizontes. Esto es un work in progress. Estamos trabajando para usted”.

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