Por Diego Zúñiga Abril 2, 2014

© Jorge Sánchez

“A pesar de lo ‘exitosa’ que ha podido ser mi carrera, nunca me ha llovido la pega, nunca me han dado un contrato en televisión. Siempre me pagan menos que a los rostros... Me encantaría que me dieran un contrato por dos o tres años y estar tranquilo”, dice Farías.

Si pudiéramos reproducir la forma de hablar de Roberto Farías(44), tendríamos que mencionar, primero, la intensidad, luego la rabia y, finalmente, la convicción con que cuenta sus historias, sus orígenes, su presente. Pero sobre todo tendríamos que detenernos en la intensidad. Esa misma que lo ha llevado a ser uno de los actores más brillantes y multifacéticos de los últimos años: fue un peluquero de sueños modestos en La buena vida (Andrés Wood), fue un boxeador gay perdido en el sur de Chile en Mi último round (Julio Jorquera), fue un profesor rabioso en Clase, la elogiada obra de teatro de Guillermo Calderón, fue un detective incorruptible y silencioso en Prófugos, la serie de HBO. Y así podríamos seguir enumerando, por un buen rato, los roles que ha interpretado Farías en los últimos seis años, cuando su nombre se elevó con fuerza gracias a su actuación en la película de Wood, hasta llegar a este 2014, que lo tiene en la televisión con dos papeles alabados por la crítica, y que han requerido, por sobre todo, intensidad y talento, pues significó entrar, por un buen rato, en la oscuridad: como Luis Gutiérrez, un carabinero profundamente siniestro en Secretos en el jardín (Canal 13), y como Marcelo Alarcón, jefe de la CNI -inspirado en Álvaro Corbalán- en Los archivos del Cardenal (TVN).

Y, entonces, habla: con intensidad, con convicción.

-Encuentro que mientras más viejo estoy, mejor actor me pongo. Dosifico más la energía, porque tengo mucha. He aprendido más, tengo domesticados a mis demonios y eso permite que en tu performance actoral puedas, de alguna manera, matizar más. Porque, finalmente ¿qué te da diosito? ¿Plata? ¿Belleza? En mi caso no: a mí me dio inteligencia actoral, intuición, entonces nunca me quedo con una primera lectura de un personaje. Busco en los contrastes, adapto los textos, me meto harto y creo que la gente se da cuenta -dice Farías.

Humanidad. Lo que rebasan los personajes de Farías es humanidad. Aunque interprete a un torturador o a un policía corrupto, es inevitable empatizar con su actuación, que casi siempre es rotunda, y de la que se puede esperar todo. Por eso resulta tan atractivo, entre otras cosas, un proyecto como Acceso, el debut como director de teatro de Pablo Larraín, que se estrena hoy 4 de abril y que tiene a Farías en el papel que sostendrá todo: un vendedor ambulante, un sobreviviente de la calle, un monólogo que lo tendrá ahí, en la sala del Teatro La Memoria, con esa voz que va a transitar por la rabia y el desparpajo sin conceder nada. Un discurso incómodo, violento.

-Es un trabajo muy arriesgado, muy puntudo, muy cuático -dice Farías.

 

                                                    ***

Hace cinco, seis años, el nombre de Roberto Farías seguía siendo un secreto. Tenía una carrera como actor de teatro en la que destacaba -había estado en manos de varios consagrados, como Raúl Osorio y Gustavo Meza-, pero su nombre lo conocían sólo unos pocos. Menos se sabía de su historia de vida, que era un relato de aquellos: una infancia en Conchalí, un país en dictadura, un colegio violento -de esos donde tienes que aprender a defenderte, porque si no lo pierdes todo- y una búsqueda incansable para entender qué es lo que quería hacer con su vida. Hasta que llegó a trabajar a esa oficina de Dimacofi en el centro de Santiago, cuando tenía 23 años,  y descubrió algo que le cambiaría la vida: entremedio de encuadernaciones y papeles -muchos papeles-, un amigo le mostró un aviso de un diario en el que se ofrecía un taller de teatro. Él, que era un hombre histriónico, que hacía reír a los demás, miró el papel y se negó por un tiempo, a pesar de que sus compañeros de trabajo le insistieron, le insistieron hasta que aceptó ir.

-Duró un mes y fue como: ¡oh…! -dice Farías gesticulando con la cara un asombro profundo-. Ahí caché que eso era lo que quería hacer. Pero fue raro, porque era como ser astronauta. ¿Cómo te haces astronauta? Yo no tenía parientes vinculados al teatro, no tenía nada, era sólo alguien que sacaba fotocopias, que hacía encuadernaciones y que quería ser actor.

Y que tenía un talento innegable. Eso lo vio Gustavo Meza apenas llegó Farías a su escuela y le dijo que quería estudiar ahí. Tenía 25 años y las ganas de ser actor. Nada más, pues había renunciado a su trabajo. Entonces, Meza le dijo que sí, que lo aceptaba en su escuela, pero que tendría que pagar sus estudios siendo auxiliar.

Y Farías no dudó. Estudió con Meza, empezó a hacer teatro callejero para sobrevivir y de a poco se fueron abriendo algunas puertas. Pero no fue fácil. Nada en esta historia ha sido fácil, dice Farías.

-Me acuerdo de las primeras cosas que hice en la tele... era duro. Los actores no te pescaban, yo me sentía solo, hasta escupí a un actor una vez, no sé. Vivía haciendo teatro callejero, era coherente con mi discurso, vivía con lo mínimo, pero después entendí que era puro miedo -dice.

Después logró adaptarse.

Después actuó en teleseries como Fortunato y Los exitosos Pells, que le permitieron mostrar su talento y versatilidad. Luego vinieron premios (dos Altazor y uno a Mejor Actor en el Festival de Cine de Biarritz), estrenó Quiero entrar, su primera película como director, hasta llegar a este año, que lo tiene ahí, arriba, quizás en lo más alto de su carrera, aunque él observa todo con desconfianza. O, más bien, con la mirada de quien parece no perder nunca el sentido de realidad.

Y, entonces, vuelve a hablar: con intensidad, con rabia:

-Durante todo este tiempo ha pasado algo bien raro. En un momento yo quería reconocimiento por una cosa obvia: a mayor reconocimiento, mayor trabajo. Pero es bien raro, porque a pesar de lo “exitosa” que ha podido ser mi carrera, nunca me ha llovido la pega, nunca me han dado un contrato en televisión, como a otros colegas. Siempre me pagan menos que a los rostros, que a los huevones más bonitos, gente que tiene dos años de trayectoria, menos teleseries y que gana el doble que uno… Me encantaría que me dieran un contrato por dos o tres años y estar tranquilo, y hacer mis proyectos independientes. Pero eso no ocurre.

Y agrega:

-Me siento superorgulloso del trabajo de Secretos en el jardín. Pero siempre esto va a fluctuar, siempre va a depender de que los medios de comunicación de repente hagan brillar a otro mono. Y ahora veo Los archivos del Cardenal y mi trabajo está la zorra, lo veo y estaba muy involucrado, con todos los huevos puestos en un proyecto con superbajo presupuesto y ahora lo dan los domingos, tarde, lo puede ver poca gente, y nada, estoy acostumbrado a estar siempre contra la corriente…

Hay algo en las palabras de Farías que perturba: es innegable la soberbia que transmiten, pero también es innegable reconocer que sí, que uno lo ve en Los archivos del Cardenal interpretando al jefe de la CNI y sólo queda aplaudir, porque quién sabe cómo fue capaz de humanizar a un personaje tan deleznable.


1. Farías como el protagonista de “Acceso”.
2. Farías interpretando al jefe de la CNI en “Los archivos del Cardenal”.
3. Farías en el papel de Luis Gutiérrez en “Secretos en el jardín”.

 

                                                                                                     ***

Esa misma rabia con la que habla Farías, por momentos, es compartida por el protagonista de Acceso. O al revés: Farías le compartió su rabia a este personaje violento y marginal, que nació en 2012, mientras grababan Prófugos junto a Larraín en San Pedro de Atacama. Lo que ocurrió fue lo siguiente: estaba el equipo en el bar del hotel, en su día libre, y Farías empezó a improvisar: era un monólogo delirante de un marginal, un hombre lleno de resentimiento, pero también de lucidez. Alguien que jugaba con el lenguaje, con el coa, y que de pronto logró tener la atención de todos los presentes en el bar. Fue ahí, entonces, que Larraín vio algo. Una historia, una posibilidad.

Lo que vino después fue convencer a Farías de que eso podía ser una obra de teatro. Y a pesar de que le costó vislumbrarla al principio, finalmente aceptó.

-La gente tiene muchos prejuicios contra Larraín, pero él es alguien sumamente sensible, muy humano y muy trabajador, sobre todo. Y yo eso lo respeto mucho. Cuando veo a alguien que se le va la vida en esto, me saco el sombrero. Y eso me pasa con él -dice Farías, quien recuerda que durante el 2013 se fueron juntando semanalmente para ir armando la obra. El ejercicio era así: Larraín le proponía algún tema y Farías se explayaba, porque ya estaba el tono, el lenguaje. Entonces, Farías hablaba y hablaba y Larraín lo grababa, para luego transcribir ese material y así armar lo que sería la obra.

-Para sumarme a un proyecto tiene que haber sangre y riesgo. Tiene que haber un director comprometido que me engrupa bien y me quiera harto, y que el personaje sea completo, con carencias, con su psicopatía, con oscuridad, y creo que Acceso tiene todo eso.

Oscuridad, psicopatía y también una mirada durísima sobre el sistema en general.

-Todos fuimos invitados a una fiesta, pero a algunos les cerraron la puerta, los dejaron ahí y les tiraron chaya, unas sorpresas, unas guagüitas y chao… -dice Farías sobre este vendedor ambulante que hablará por alrededor de una hora y que disparará hacia todos lados.

-Jorge Díaz decía que el teatro tenía que ser peligroso. Yo siento que esta obra es lo más peligroso que he hecho en mi vida. No sé qué va a pasar. Uno siempre sabe un poco, pero con esta obra no. No sé si el público se va a ir, si se van a aburrir, si me van a escupir. No lo sé. Y eso es la raja.

Relacionados