Por horas veo en directo la transmisión de una noticia que debe ser ilustrada con no-noticias, puesto que el Norte está sin comunicación y no logran acceder a imágenes. De pronto, lo mejor de la transmisión pasa a ser un sismólogo con look alternativo que se transforma en el verdadero hombre ancla.
Me acuerdo perfectamente del afiche de la película Poder que mata en el foyer del cine Las Lilas. Era el año 1977 y la ya premiada cinta acerca del periodismo y la televisión (varios Oscar, extensos artículos, elogiosas críticas, ese éxito de taquilla que antes eran capaz de provocar cintas polémicas y con contenido) era para mayores de 18 años. O capaz que la dictadura la haya sentenciado para mayores de 21 años por “lo fuertón” o porque lisa y llanamente la sátira creada por el todopoderoso y megalómano guionista/auteur Paddy Chayefsky conectaba muy de cerca y desnudaba la moral de Dinacos.
Yo por esa época ya había decidido que quería estudiar Periodismo. y ese año hubo dos cintas ligadas al tema que quería ver con desesperación: Todos los hombres del Presidente, sobre el caso Watergate y The Washington Post, y Network o Poder que mata, como se llamó por estos lados, acerca de la televisión. Recuerdo con bastante detalle la cobertura de prensa que tuvo el filme en Santiago: tengo grabado el comentario en Televisión Nacional de María Romero, que trató muy bien al filme de Sidney Lumet, aunque insistía en que la cinta era, al fin y al cabo, una sátira: una suerte de fantasía paranoica sobre aquello en lo que podría transformarse la televisión y, más específicamente, las noticias si cayeran en las manos equivocadas.
Todo esto en 60 minutos, con Raúl Matas a su lado.
No dijo, claro, o no quería decir que ya la televisión estaba de hecho en malas manos. Aunque ahora, 37 años después, al ver la película lo que queda patente es que el filme logró anticiparse a todo lo que la mente desorbitada y llena de mala leche de Paddy Chayefsky inventó. Incluso, lo más descabellado del filme uno ya lo ha visto en lo peor y lo más bajo de la programación local e internacional. Y lo que aumenta los bonos del filme es que más que envejecer, hoy parece una comedia de costumbres: su verdadera tesis -el conflicto que mueve el filme- se cumplió hace rato. La idea de la vieja escuela, formada en los diarios, que se enfrenta a la nueva, formada y criada por la misma televisión, se volvió la norma. ¿Quién en la televisión no se crió mirando televisión?
En la película, la lucha es una extraña historia de amor y desprecio entre William Holden, en el ocaso y captando que está siendo derrotado, y Faye Dunaway, la encarnación del éxito, el olfato, la falta de pudor y dispuesta a todo por el rating. La famosa frase de Holden que provocó silencio en la platea, hoy hace que uno se ría: “Quiero dejarle claro que el departamento de prensa es un ente aislado y no tiene nada que ver con el espectáculo”. Faye Dunaway, con trajes de seda y prescindiendo de sostenes, lo mira y le responde: “¿De verdad crees eso?”.
¿De quién eran las manos equivocadas? La cinta quería prevenir al público de unas manos motivadas no tanto por la venganza o una ideología fanática sino por la codicia, la falta de cultura, la frialdad, la necesidad de triunfar a todo costo y el querer ser aceptado a toda costa. Lumet y Chayefsky querían advertir lo que podría pasar si ocurrían dos cosas: que lo canales cayeran en manos corporativas con fines de lucro y que los noticiarios terminaran aliados con “programación” y compitieran de igual a igual por el rating.
Años después, en VHS, quizás en la misma Escuela de Periodismo, pude ver Network, y me dejó frío. Me pareció sobrevalorada, demasiado satírica y gruesa, con poca emoción y muy alejada de las cintas de Lumet como Serpico o Tardes de perros, que ya había visto.
Pero el otro día la volví a ver.
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Termino de leer Mad as Hell: The Making of Network and the Fateful Vision of the Angriest Man in Movies, de Dave Itzkoff, reportero cultural y de medios de The New York Times, en la terminal de un aeropuerto. Me subo a un avión que despega a la medianoche y veo y me río y la paso excepcionalmente bien con la comedia de Will Ferrell Anchorman 2: The Legend Continues, que acá se estrena en las próximas semanas con el perfecto título de Al diablo con las noticias y que capto que tiene algo de Network y que quizás es menos hilarante que la primera saga de Ron Burgundy, pero que es mucho más ácida al retratar el nacimiento, a comienzos de los 80, de “un canal de noticias que dura 24 horas”. Will Ferrell es relegado al horario de 12 de la noche a las 6 a.m. y con su equipo de amigos capta que quizás lo importante no es cubrir noticias sino inventarlas o darles tratamiento de urgencia a las no-noticias (quizás llueva, un gato se ha perdido, la policía persigue un auto). Entre chistes y torpezas, el filme pasa de la parodia a transformarse en una cinta de denuncia.
Desvelado, volando arriba del Ecuador, enciendo el computador y vuelvo a ver Poder que mata, esta vez con las más de 250 páginas de trivia e información acerca de su gestación y legado en el cuerpo. Y me gusta muchísimo. La película anticipa programas de noticias con públicos, los reality shows, la idea de seguir a grupos terroristas que a su vez desean tener un espacio para promover sus ideas. El hombre ancla desechado por viejo y aburrido rápidamente pasa a convertirse en una estrella al dejar de lado sus pudores y asumir sus dotes de predicador y comentarista-lleno-de-rabia.
Ya en Santiago, tipo 9 de la noche, recibo un WhatsApp avisándome de un terremoto en el Norte. Como hace tiempo no tengo televisión, enciendo el computador y opto por Tvn.cl. Por horas veo en directo la transmisión de una noticia que debe ser ilustrada con no-noticias puesto que el Norte está sin comunicación y no logran acceder a imágenes. De pronto, lo mejor de la transmisión en directo pasa a ser un sismólogo con look alternativo que se transforma en el verdadero hombre ancla. En Poder que mata es una adivina, y al final el filme es algo burdo al llevar la metáfora de “matar por rating” en forma literal: por qué no asesinar al hombre ancla desaforado y de paso arrasar con la sintonía. Entre jet lag, las páginas subrayadas de Mad as Hell... y el combo de rever, después de años, Poder que mata, sorprenderme y reírme a gritos con Al diablo con las noticias, seguir a ciertos periodistas y gente de los medios por Twitter, el afán de sensacionalizar todo y de farandulizar todo y confundir pelambre con reporteo, de mirar el despliegue de la cobertura del terremoto y ver portadas y noticias acerca de los divorcios o romances de hombres ancla con actrices, uno capta que claramente el filme no estaba tan errado en sus instintos, como algunos críticos sostuvieron en su momento.
Las noticias, más que irse al diablo, deben ser parte o ya son parte del espectáculo.
Y no hay nada que hacer contra eso.