Por Evelyn Erlij, desde Barcelona Mayo 20, 2014

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“Quise tener una identidad cuando era niña”, dice Lahiri, que aprendió a hablar el bengalí antes que el inglés. Su serie favorita de infancia era ‘La hechizada’, porque al igual que Tabatha, la hija de la bruja protagonista, siempre se sintió parte de una familia diferente.

“Emigrar es un proceso intenso y a un autor le da una posición muy aventajada, al estar ‘afuera’, observar y negociar con las diferencias. Pero también hay escritura horrible que viene de ahí. Los escritores nacen, no importa lo que hagan con sus vidas”, sentencia Lahiri.

Jhumpa Lahiri lleva unas cinco horas viendo pasar un desfile de periodistas frente a ella. En un hotel de Barcelona, escucha una y otra vez preguntas sobre la identidad cultural y la inmigración, como si fueran asuntos imposibles de disociar de su figura. “Ser un extranjero es un embarazo de por vida, una espera perpetua, un peso constante”, escribió en El buen nombre (2004), un peso que ha cargado a pesar de haber nacido en Inglaterra y haberse criado en Estados Unidos, en un hogar de inmigrantes indios. A esta altura de su vida, a los 46 años, la cuestión de la pertenencia dejó de tener sentido. “Ya no me interesa para nada”, dice con una sonrisa antes de hablar nuevamente del tema que no puede evitar.

Sacar a flote la cuestión de la identidad en una entrevista con Lahiri es la reacción natural que se tiene después de leer sus novelas, siempre cruzadas por la experiencia de los que dejan sus tierras y se reinventan en un nuevo país. Con su primer trabajo, Intérprete de emociones (2000), instaló en la literatura estadounidense la dislocación cultural de los emigrantes indios y sus hijos, un conjunto de cuentos que fue rechazado por varios editores y que, poco después de su publicación, la convirtió en ganadora del Premio Pulitzer.

Desde entonces, su voz se alzó como una de las más interesantes del grupo de escritores norteamericanos nacidos en los años 60 y 70, como Nicole Krauss y Jonathan Safran Foer. Fue Tierra desacostumbrada (2010), una colección de historias breves sobre distintas generaciones de inmigrantes, el que la consagró de manera definitiva: el New York Times lo eligió el mejor libro del año y el público la emplazó en el ranking de best sellers, con alrededor de un millón de copias vendidas sólo en Estados Unidos.

Ahora acaba de llegar a librerías chilenas La hondonada (Editorial Salamandra/Océano), su última novela, en la que, al igual que en sus trabajos precedentes, cuestiona las relaciones al interior de las familias indias de origen bengalí, el desgarro del éxodo de la patria materna y la disyuntiva entre la lealtad a la tradición y las ansias de integrarse de la segunda generación. Desmenuzar la esquizofrenia que viven los hijos de inmigrantes, situados en el limbo entre dos culturas, es lo que la motivó a dedicarse a escribir.

“Quise tener una identidad cuando era niña. Es desconcertante no tener una o, al menos, no tener una clara”, dice Lahiri, que aprendió a hablar el bengalí antes que el inglés. Su serie favorita de infancia era La hechizada, porque al igual que Tabatha, la hija de la bruja protagonista, siempre se sintió parte de una familia diferente. “Ahora no me importa. No busco una identidad ni es algo que necesite. Sí es importante pertenecer a algo. Yo me siento conectada con mi obra y mi familia, siento que puedo estar en cualquier parte. No estoy enraizada en términos de geografía, identidad ni lenguaje”.

Durante mucho tiempo, ha confesado, le fue difícil llamarse estadounidense. Incluso allí, en una de las naciones más multiculturales del mundo, la enfrentan a la pregunta de si se siente más “americana” o más india. “Estados Unidos está obsesionado con la identidad. Es un lugar donde te puedes aferrar a ciertas tradiciones y seguir siendo estadounidense, y en ese sentido es un país interesante -explica-. La gente tiene una fijación con el tema. Siempre quieren definir lo que eres, de dónde vienes, cuál es tu cultura. De otra forma, eres un ser misterioso. Y todos somos criaturas muy misteriosas”.

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Jhumpa Lahiri creció rodeada de libros en su casa de Rhode Island. Su padre es un bibliotecario que adiestró sus ojos a la lectura y su madre fue la que le heredó el gusto por la ficción. “Los libros de mi infancia estaban escritos en inglés, y sus temas eran sobre vidas inglesas o estadounidenses. Estaba consciente de no pertenecer a ninguno de esos mundos. Sin embargo, mientras leía, eso no importaba”, escribió en The New Yorker, donde es colaboradora habitual. Fue así como la literatura se convirtió en un refugio, en un lugar donde encontrar respuestas en medio de dos universos identitarios difíciles de conciliar.

En La hondonada, Lahiri enfrenta a sus personajes a ese mismo conflicto cultural. La historia comienza con Udayan y Subhash, dos hermanos que viven en Calcuta a fines de los años 60, en la época en que estalló la insurgencia naxalita, una guerrilla organizada por grupos maoístas en oposición al gobierno de la India. Subhash es el hijo tranquilo que logra estudiar en Estados Unidos; Udayan es el hijo rebelde que se une a los naxalitas en secreto y destruye la vida de su familia al morir, dejar una viuda y una hija.    

“Escuché mucho sobre ese período cuando niña, en los viajes que hacía a Calcuta. Se decía que era un movimiento muy violento, y sus repercusiones todavía estaban frescas cuando iba a la India. Hubo varios miembros de mi familia involucrados en algún grado, así que estuve expuesta al tema de primera mano. Mi inspiración para el libro fue haber oído sobre unos jóvenes asesinados durante la represión a los naxalitas en el barrio de mi padre. Entender por qué los asesinaron fue lo que me llevó a este viaje”. 

El relato se mueve entre tres generaciones -padres indios, hijo inmigrante y nieta estadounidense-, pero sigue principalmente los pasos de Subhash en Rhode Island, donde se queda a pesar de la soledad inherente a ser extranjero. El joven le ofrece a Gauri, la viuda de su hermano, escapar juntos a Estados Unidos, casarse y ser el padre de su hija, pero a fuerza de fracasos y desencantos, Subhash aprende la imposibilidad del ser humano de escribir la trama de su destino.

“Tenía en mente preguntas sobre lo que significa ser padre, si es una cuestión de sangre o algo más allá de eso. Tenía preguntas sobre qué es para una mujer lograr la independencia y qué es independizarse del núcleo familiar”, detalla la escritora. En sus libros, los personajes se debaten entre la presencia y la ausencia de la familia, cuyas costumbres y relaciones se transforman con el paso del tiempo. Un tiempo que, en la filosofía hindú, está representado en el dios de la muerte. “Un aspecto básico de la condición humana es la decepción frente a un futuro que no resulta como se espera. La clave es el momento. El momento es todo lo que tenemos”.

   

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Lahiri reside en Roma desde hace algunos años, después de vivir en Brooklyn, el barrio literario neoyorquino por excelencia. Llegó a Europa junto a su esposo, el periodista americano-guatemalteco Alberto Vourvoulias-Bush, y sus dos hijos, y por estos días escribe un libro de no ficción sobre el lenguaje y su relación con él. Como sus padres, la autora dejó su país, pero en La hondonada demuestra que la migración está lejos de ser una experiencia gloriosa. Gauri, la viuda de Udayan, llega a Estados Unidos con la ilusión de borrar el pasado, lo que no logra por más que se reinvente y se deshaga de su ropa de hindú.

“Subhash le da una segunda oportunidad, ella renace en un país nuevo, pero no es una buena experiencia, porque hará algo por lo que se arrepentirá toda la vida: abandona su país y luego a su hija. Subhash logra crear una vida en Estados Unidos. Ella, en cambio, es incapaz de aferrarse a algo y termina pagando por eso”, explica Lahiri. Sus protagonistas avanzan hacia el futuro con ignorancia y esperanza, según escribe en la novela, un texto lleno de descripciones puntillosas sobre las emociones y la cotidianeidad de los personajes. 

“Pensé en el tiempo, en la percepción poco fluida que tenemos de él, en cómo el pasado permanece, a pesar de que queramos alejarnos. Me interesó el tiempo en términos de la Historia, en cómo se olvida y al mismo tiempo nunca se olvida”, precisa la escritora, a menudo encasillada dentro de la literatura poscolonial. Su retrato de Estados Unidos como una sociedad multicultural, donde la identidad se vuelve en sí misma un conflicto de los protagonistas, ha hecho que se la sitúe junto a la autora inglesa Zadie Smith. Jhumpa Lahiri, sin embargo, no enarbola la bandera del escritor-outsider.   

“No creo que la literatura dependa de las circunstancias. Una voz puede venir de cualquier parte. Emigrar es un proceso intenso y a un autor le da una posición muy aventajada, al estar afuera, observar y negociar con las diferencias. Pero también hay escritura horrible que viene de ahí. Los escritores nacen, no importa lo que hagan con sus vidas”, sentencia Lahiri. En un mundo fluido, en el que migrar dejó de ser la aventura de unos pocos, su escritura comienza a orientarse hacia otros nortes. “Siento que ya me desprendí de ese tema. Veremos dónde me lleva el próximo paso”.

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