“Cuando leo una buena crítica me alegro, pero sobre todo por los que trabajan conmigo. Aunque también desconfío. Desconfío de la risa fácil. No sé”, dice Cristián Plana.
“Paso del Norte” está protagonizada por Rodrigo Pérez (izq.) y Moisés Angulo (der.). Se estrena el 21 de junio.
Es uno de sus cuentos más breves: un par de páginas, una historia sencilla -sencilla es un adjetivo tramposo cuando hablamos de Juan Rulfo, claro-, pero es eso. Un relato breve. Dos hombres. Dos voces. Un padre y un hijo. México. Una frontera. Un hijo que no tiene para darle de comer a su familia y decide ir al Norte, traspasar la frontera, cruzar el río, apostarlo todo, buscar el éxito, la tranquilidad, la buena suerte. Pero no quiere dejar solos a su mujer y sus hijos, así que le pide a su padre que los cuide -que se haga cargo de ellos- en esos días que él andará de viaje. El padre es duro. El padre desconfía, sabe que cruzar la frontera no es fácil. Pero el hijo se va.
Y no vuelve. O vuelve, pero convertido en un fantasma. Un hijo muerto que le habla a su padre y le cuenta cómo murió en la frontera.
Son sólo un par de páginas. El cuento se llama “Paso del Norte” y Cristián Plana, el director de teatro -Partido, Comida alemana, La señorita Julia, Velorio chileno, Castigo-, lo leyó hace varios años y vio algo ahí, en esa historia breve, pero intensa, contundente, onírica.
Vio, en esas páginas, la posibilidad de una obra de teatro. Un montaje. Un par de escenas. El lenguaje desbordado de esos campesinos mexicanos. El lenguaje de aquellos que quieren irse al Norte a probar suerte.
-Siempre lo sentí muy atractivo escénicamente -dice Plana, sentado en una sala del Teatro La Memoria, donde estrenará el próximo sábado 21 de junio Paso del Norte, su adaptación del cuento de Rulfo, en el ciclo Teatro Hoy de la Fundación Teatro a Mil.
Ésta es la nueva apuesta de Plana (34), uno de los directores jóvenes más elogiados de Chile. El futuro, dicen los críticos. El hombre que ha trabajado con autores clásicos -Goethe, Strindberg, Bernhard- y que ha logrado darle una impronta personalísima -oscura, densa, perturbadoramente silenciosa- a cada uno de sus montajes.
Ahora, busca llevar esa oscuridad al lenguaje vivo de los personajes de Rulfo. A ese mundo rulfiano donde los vivos se confunden con los muertos.
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No se acuerda cuál obra de Alfredo Castro era específicamente. Tantea en la memoria un rato, lanza nombres; dice, finalmente, que es probable que fuera un egreso de la Universidad de Chile, pues era el tiempo en que Castro trabajaba ahí.
-Una versión de Seis personajes en busca de autor.
Lo dice ahora como si fuera una certeza.
Sí: ésa fue la primera obra dirigida por Castro que vio en su vida. Se acababan los años 90, Plana iba todavía en el colegio, en tercero o cuarto medio. Le gustaba el teatro. Veía muchas obras, obras clásicas. Luego, buscaba los textos y los leía, y un autor lo llevaba a otro. Pero ver esa obra de Castro -y ver, después, otros trabajos de él, ver, específicamente, Casa de luna (1997)- lo descolocó.
-Me abrió un mundo que no sabía que existía.
Y agrega:
-Yo estaba acostumbrado al teatro antiguo, declamado, pero no me interesaba. Lo que hacía Castro, en cambio, me dejó marcando ocupado.
Lo que hacía Alfredo Castro era un teatro que buceaba en las formas, en un mundo onírico que quebraba ese realismo declamado del que habla Plana. Eso lo desconcertó.
Él quería ser actor. Se acuerda de eso. Pero antes pasó por Filosofía, estudió un año y medio y entendió rápido, eso sí, que no tenía que seguir tanteando: entró a estudiar actuación al Club de Teatro dirigido por Fernando González. Eso fue en el año 2000. En la escuela, además, hacía clases Alfredo Castro. Era el lugar indicado. Y estudió y nunca tuvo clases con Castro pues no calzaron los horarios, pero ahí descubrió que le interesaba el escenario pero no desde arriba, sino desde abajo. Actuó en un par de obras, pero comprendió que lo suyo era la dirección, trabajar con los actores, guiarlos, armar escenas, desarrollar esas intuiciones con las que había vivido muchos años.
Intuiciones que no compartía habitualmente, pues Plana siempre fue un tipo silencioso, introvertido, con un mundo interior lleno de conflictos e imágenes brutales. Un mundo que empezó a ver la luz cuando dirigió sus primeros proyectos: en 2003 montó una versión de Werther y en 2005 unos textos de Baudelaire. Sin embargo, algo le hacía ruido. No lo supo hasta que en 2006 Alfredo Castro funda el Centro de Investigación Teatral Teatro La Memoria y convoca a una serie de jóvenes para participar en el seminario de dirección. Plana no lo duda mucho. Ahora sí podrá saldar la deuda: tendrá clases con Castro y, sin saberlo, aquel lugar le cambiará la vida.
-Yo me formé acá -dice Plana mientras mira la sala del segundo piso del teatro. En aquel tiempo, eso sí, ese lugar era un galpón grande donde cada uno de los alumnos tenía su mundo propio. Alumnos como Pablo Larraín, que fue parte de esa primera generación del seminario.
-Yo aquí pude nombrar esas cosas que estaban rondando en mi cabeza, pude darles nombre a mis intuiciones, me llené de referentes -cuenta y agrega-: durante el tiempo que fue el seminario yo viví acá, todo el día pensaba en teatro. Estudié. Lo aproveché como un lugar de creación, como un laboratorio.
Los frutos de aquellos años de estudio iban a llegar poco tiempo después.
En 2008 iba a volver a dirigir. Esa vez sería Partido, la adaptación de una pieza de Thomas Bernhard, una obra hiperrealista y durísima que cuenta la historia de un policía que viene de reprimir en la calle y que llega a su casa a hacer su vida cotidiana. Aquella brutalidad, los silencios, la violencia soterrada serían el primer indicio de que algo había cambiado en Plana. Había aprendido a nombrar aquel mundo interior. Desde ahí, su trabajo no iba a dejar de recibir elogios.
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El crítico Pedro Labra dice que es el mayor talento de su generación. Alfredo Castro -a quien asistió en la dirección de Un tranvía llamado deseo- no deja de destacar su trabajo. Dicen, de hecho, que es el alumno más aventajado de Castro. El que puede superar al maestro. Pero Plana se toma todos los elogios con mesura.
-Cuando leo una buena crítica me alegro, pero sobre todo por los que trabajan conmigo. Aunque también desconfío. Desconfío de la risa fácil. No sé. De repente soy bien negativo, autocrítico -dice y agrega-: he aprendido, igual, a soltarme, a confiar en mí, a estar menos ansioso, más tranquilo. He aprendido a disfrutar. Siempre el lugar del director es bien jodido, es bien solo.
A pesar de esa soledad, Plana ha logrado trabajar con actores que admira. Dirigió a Marcelo Alonso y Amparo Noguera (La señorita Julia) o al mismo Alfredo Castro. Y también trabajó con Raúl Ruiz en su obra Amledi, el tonto, que montó en el Festival Santiago a Mil en 2011, pocos meses antes de su muerte.
-La experiencia de trabajar con él fue alucinante. Lo que recuerdo con mayor fuerza es la etapa previa a los ensayos, en que tuve que viajar a Lisboa y reunirme dos semanas con él. Ahí pude conocer de cerca su brillante forma de concebir sus obras y su tremendo humor -dice Plana, quien luego de Partido montó Comida Alemana, montaje inspirado en Colonia Dignidad y que lo tuvo girando por un par de años. Y después más obras y más elogios, y ahora está acá, a pocos días de estrenar Paso del Norte, infiltrado en el mundo de Rulfo.
-Me atrae su imaginario, esa escritura bien documental, fotográfica, que tiene una cuota de ensoñación. Y el tema del silencio es algo que me parece muy interesante y atractivo. Cómo Rulfo logra instalar eso en su literatura.
La adaptación será protagonizada por Rodrigo Pérez y Moisés Angulo, dura alrededor de una hora y es la transcripción casi literal del cuento. Sin embargo, Plana agregó un par de elementos que harán más brutal el montaje -veremos en escena la muerte del hijo en la frontera-, y también más onírico, a partir de un canto cardenche que será interpretado por dos actores, cuyas voces harán más lúgubre la situación. Como si fuera un mal sueño. Eso quiere Plana: que no sepamos si lo que estamos viendo es la realidad o una pesadilla.