Por Marisol García Julio 30, 2014

El disco “Como un animal” es el resultado de un proceso. Uno que a Juan Pablo Abalo lo ha dejado frente a la convicción de que no hay nada que lo identifique más hoy como cauce de vida que pensar discos, hacerlos y mostrarlos.

El cuerpo sin vida de una mujer de veintiún años yace en el piso de su dormitorio. Su cadáver evidencia dieciséis golpes de puño y siete cortes de cuchillo. Las investigaciones orientan en los días siguientes a dos sospechosos: su compañera de departamento y el novio de ésta. Un triángulo convertido en remolino pasional.

Deseo, celos, violencia, secretos. Velos reconocibles que cada cierto tiempo vuelven a las páginas policiales como móviles de crímenes difíciles de creer. Al compositor Juan Pablo Abalo (Santiago, 1978) lo impactan como pruebas de instinto e irracionalidad incluso en tiempos de rutinas mecanizadas: “Me asombra que haya cosas inmunes a toda la tecnologización con la que hoy vivimos. Sigue estando ahí lo animal, lo instintivo”, observa.

Baladas de amor pulsadas a veces por cuerdas de muerte. Imágenes de pasión criminal, como las del asesinato (verídico) descrito al inicio. No es una idea nueva como inspiración creativa (ahí están Murder ballads, de Nick Cave, y un sinfín de viejos blues), pero sí poderosa y bien llevada a cabo en Como un animal,  un disco en el que Abalo reparte nueve canciones de estructura precisa y timbres claros, compuestas y arregladas por él, a cuyo clima tenso contribuyen cuerdas acústicas y eléctricas dispuestas en flujos de poco más de tres minutos, carentes de estribillo. La voz del músico aparece junto a la de una invitada (Guadalupe Becker) en susurros sugerentes. Sus versos llenos de imágenes y con finales abruptos son los de una mirada compleja, suspicaz, y a veces también encandilada por la necesidad del otro.

“Canciones de amor y de misterio, baladas solitarias donde el eco se transforma en un recuerdo sentimental”, escribe el novelista Matías Celedón en los créditos del disco. “El amor como una atmósfera enrarecida por el silencio. El misterio como un hermoso crimen sin resolver”.

“Más que la narrativa literal, buscaba algo metafórico: uno mata de amor, muere de amor…”, describe el músico. “Por mucho que existan infinitas baladas, lo que rodea una relación pasional entre dos personas me sigue pareciendo fascinante”.

Contribuye al propósito inquietante de estas canciones otro cruce implícito en la música de Juan Pablo Abalo: su formación docta, por un lado, y su vocación popular, por otra. Su trayectoria combina la composición para ensambles y orquestas,  arreglos de cuerdas para un disco de los cotizados Dënver, la creación y dirección de una opereta alguna vez mostrada en el GAM, y el puesto de la batería en tocatas del dúo Marineros.

-He pasado por muchas músicas, y modos de pensarla, y gustos y convicciones que se me caen. Es un proceso legítimamente lento, pero enfrentado a un modo de escucha que está hoy muy acelerado. En ese desfase, lo difícil es encontrar la voz propia, y creo que en este disco al fin apareció.

La frase puede ser obvia en cualquier álbum, pero es fácil de comprender en este caso: Como un animal es el resultado de un proceso. Uno que a Abalo lo ha dejado frente a la convicción de que no hay nada que lo identifique más hoy como cauce de vida que pensar discos, hacerlos y mostrarlos.

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Las idas y venidas de Juan Pablo Abalo como músico parten en la preadolescencia con estudios de batería y piano. Vino luego el ingreso a la Escuela Moderna. Y entonces una tendinitis súbita -él cree que psicosomática- que le impidió seguir más allá del primer año de estudios. Al fin, la duda: ¿qué hace un intérprete que ya no puede ejecutar?

-Fue entonces que me largué a componer. Entré al Conservatorio de la Chile, y me encontré con toda esa educación clásica que, por un lado, me hizo descubrir la historia de la música antigua, que me encantó, pero también la extrema competencia, las zancadillas. Las clases con Cirilo Vila fueron muy importantes. Él es parte de esa escuela de músicos que estaban abiertos a lo popular, al tango, a las bandas sonoras. Como Luis Advis, a quien podías encontrártelo y hablarle en el pasillo sobre Estética.

Fue un período de trabajo, a su juicio, “muy racional, con poco corazón… o con un corazón aprisionado”. En París, casi al final de un posgrado en composición, Abalo llegó a la conclusión definitiva: “Esto no me hace feliz”. Uno de los compositores entonces considerado promisorio en el medio local -su obra Vista a la casa de Ives había sido mostrada por la Orquesta de Cámara de Chile-, renunciaba al futuro de estrenos, concursos y clases. Volvió a Santiago, y en Siete canciones plasmó piezas a cuerdas y voz de extrema simplicidad, como en las antípodas de todo lo aprendido hasta entonces.

Un poco antes, Abalo había alcanzado a mostrar por única vez en el GAM una rareza. Su opereta El participante (2010) se inspiraba en la aparición del poeta Rodrigo Lira (1949-1981) en un episodio del antiguo programa de talentos ¿Cuánto vale el show?. “Ves hoy ese video en YouTube, y es tan triste y a la vez da tanto para pensar sobre la televisión como medio de legitimación”, cree el músico. “Hay tanta gente que está convencida de que es necesario pasar por ahí para ‘profesionalizarse’, incluyendo a algunos músicos; algo que Lira hizo patente al llevar a ese programa un fragmento de Otello que terminó interrumpido por la fanfarria de la orquesta”.

La inquietud de Abalo por los absurdos y escándalos chilenos no es algo que le interese vociferar, pero que sí es constante en su trabajo solista hasta ahora. Está en la crítica generacional de un tema de su nuevo disco (“te casaste por inercia / tuviste hijos por inercia / te enamoraste por inercia / compraste casa…”, canta en “Un lindo jardín”), y estuvo el año pasado en Canciones de misa, el único álbum inspirado hasta ahora en los años de abuso e impunidad macerados en la parroquia capitalina de El Bosque. Abalo lo subió para descarga libre durante la Semana Santa de 2013. El trabajo llegó a los oídos del dúo Dënver, y le aseguró su primer encargo para un disco pop. Todos los arreglos del aplaudido Fuera de campo (2013), y también las partituras de cámara para su lanzamiento en vivo estuvieron a su cargo.

-Fue un ejercicio que me encantó hacer. Descubrí que podía replicarse ese punto medio que tenían muchos músicos antes en Chile, en el cruce entre lo docto y lo popular. Desde entonces creo que estoy mucho más claro sobre qué quiero y qué vale la pena.

Es Milton Mahan, precisamente el compositor de Dënver, quien figura en los créditos de producción de Como un animal (junto a Pablo Muñoz, su compañero en el proyecto De Janeiros), aunque es Abalo el director general de los arreglos. Además del apoyo en batería en tocatas de Marineros, hoy Abalo trabaja en los arreglos para orquesta de cámara que sostendrán dos conciertos de Eduardo Gatti en octubre.

-Del pop me gusta la empatía. Es música que te permite darte cuenta que a todos nos pasa más o menos lo mismo. Hay pop que te genera distancia, pero cuando consigue acercarse a tu vida es fantástico. Siento que la música en Chile todavía tiende a estar superparcializada, y me encantaría contribuir a abrir el campo. La otra vez pensaba, ‘¿tendría espacio en Chile un tipo como [Ryuichi] Sakamoto? ¿O como Bryan Ferry?’ Los personajes que cruzan mundos pueden tenerla difícil acá, pero es justamente en ese cruce donde se encuentran las personalidades diferenciadas, que son tan importantes.

Son cruces que, en definitiva, se han tornado parte constitutiva de la vida y la mirada de Abalo como creador. Están, incluso, en un ejercicio inesperado también para él, como lo es acumular ocho años de comentarios de discos para The Clinic.

-Sigo escuchando música como si no supiera de música. Y siento que últimamente la disfruto más, me entrego más. Ya no está esa sensación con la que crecí de someterme a evaluación, que es algo típico cuando eres adolescente y estás aprendiendo. Si hay algo que se ha instalado en mí con este último disco es la convicción de que la música ya es parte fundamental de mi constitución. Siempre lo fue, pero quizás desde una mirada más robótica, de entrenamiento, porque a veces aprender de música tiene algo deportivo: le dedicas tanto tiempo, y sientes tanta responsabilidad, y te viene la culpa, y compites, y te retan.

-Y a veces tiene poco que ver con tu propia voz.
-No sé si antes estaba en mí la necesidad de la música como lo está hoy. Estaba el gusto, pero ahora es algo intrincado a lo que hago, y también a las ganas de sacarlo al mundo, de mostrarlo. Es como ir llegando al yo, pero paso a paso… Voy formando y configurándome con la música. Cómo voy a resolver eso en lo práctico, no lo sé, estoy en eso. Es difícil, pero necesito hacerlo.

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