Por Marisol García Agosto 13, 2014

Hay un sueño recurrente, describe el libro La poesía de Violeta Parra, de Paula Miranda, en el que Nicanor Parra vuelve a enfrentarse a la hermana que tuvo más cerca en vida, y de la que no ha llegado a desunirse tras su muerte.

“Nicanor sueña con un pasaje oscuro en que Violeta, subida en una escalera de caracol que da al vacío, lo llama desde arriba, extendiéndole su mano y diciéndole: ‘Tito, mátate, vente conmigo, allá atrás ya no queda nada’. La sensación es de total desamparo para él, que nunca se ha atrevido a tomar la mano de su hermana en aquel sueño. Pero Violeta ha permanecido con esa mano extendida, acompañando a su hermano durante todos estos años”.

El magnífico estudio de Paula Miranda (ver recuadro) ha venido este año a dar nuevas pistas sobre el vínculo entre el antipoeta y la más talentosa de sus hermanos, claves que se suman a las otras muchas desperdigadas hasta ahora no sólo en biografías y crónicas, sino también en la obra y hasta en las entrevistas de ambos creadores. En sus décimas autobiográficas, escritas entre 1957 y 1958, Violeta cuenta que fue Nicanor quien la instó a dos decisiones relevantes en su trayectoria: la de mudarse de Chillán a Santiago y la de dejar por escrito su vida (“fue grande sorpresa mía / cuando me dijo: ‘Violeta / ya que conocís la treta / de la versá’ popular / princípiame a relatar / tus penurias a lo pueta’”). Hubo muchas otras esferas de influencia, por supuesto, aunque no sólo en una dirección. Si la autora de “Gracias a la vida” llegó a afirmar que “sin Nicanor no habría Violeta Parra”, el poeta también ha espetado sentencias elocuentes:

-¿Que cómo me defino yo? -toma vuelo en una entrevista de 1993 con El Mercurio. Y concluye:

-Como un hermano de la Violeta Parra.

Los lazos de inspiración y trabajo envolvieron en varios momentos a Nicanor con sus hermanos músicos, y se tensaron no pocas veces en una disciplina paternal entendible en su jerarquía de mayor de nueve (Nicanor, el padre, murió cuando el futuro Premio Cervantes tenía 16 años). Fueron lazos especialmente firmes entre él y Violeta, pero extendidos también -y al menos- con la cuequera Hilda (1916-1975), con el famoso Roberto (1921-1995), y con el cantor y hombre de circo Eduardo (1918-2009). A este último, el conocido “tío Lalo”, las condiciones que le impuso Nicanor para mantenerle la beca en el Internado Barros Arana -“dejar el canto y las guitarras”- se le volvieron insoportables. Pasar intencionalmente del mejor al peor rendimiento de su curso fue el modo que acordó con Violeta para ser expulsado y así poder volver con ella a la música.

-Nicanor se quería morir con todo esto -recordaba Lalo en una vieja crónica para The Clinic-. Me acuerdo que dijo, resignado: “Aunque es contra mi voto, éste será el futuro de ustedes, vean bien lo que están haciendo”.

Lo cierto es que, con los años, Nicanor Parra se volvió un enamorado del talento musical de sus hermanos; en parte por una afición personal por el canto y la guitarra que sólo conocen sus cercanos, pero que ha sido constante y aplicada. Las dotes de Roberto en la cueca lo hacían a veces exasperarse con el total descuido que éste mostraba ante la posibilidad de darles algún tipo de cauce a sus geniales composiciones “choras” y a su “jazz guachaca”. Por años, Nicanor y Violeta se empeñaron en que el evidente talento de Roberto tuviera registro, incluso si para ello debían esconderle (o prodigarle en un estudio de grabación) las botellas de vino con las que solía acompañarse.

Dos papeles manuscritos fechados en 1983 y firmados por Nicanor Parra (fotografiados para el libro Roberto Parra. La vida que yo he pasado) son prueba de ese entusiasmo. En uno: “¡hay que hacerlo! / por las niñitas / y por el país / grabar toda la música de Roberto Parra”. El otro: “Yo creía que el genio de la familia era Nicanor / hasta que conocí a la Violeta / claro que hoy me quedo con Roberto”.

Es probable que esa preferencia puntual entre sus dos hermanos de mayor talento -y que ha sido oscilante, hay que decirlo- proviniera entonces del entusiasmo gigantesco que en él produjo la lectura de las décimas que luego dieron forma a La Negra Ester. En el prólogo a la primera edición (1980), Nicanor Parra escribe que, con ese texto, “Roberto se sitúa -cuando menos- a la altura de sus hermanos mayores. Lo que no es poco decir, ¡caramba!”, y establece una división interesante entre Violeta/campo, Nicanor/ciudad y Roberto/bajos fondos (“en el barrio chino de la palabra hablada, al margen de toda convención policial o académica. Por favor no se le exija cédula de identidad ni RUT”). Nicanor supo ver en Roberto una viveza de lenguaje y una perspicacia de cronista que lo azuzó a dejar por escrito, no sólo en La Negra Ester (ver recuadro), sino también en lo que terminó siendo el peculiarísimo Vida pasión y muerte de Violeta Parra, publicado este año por editorial Tácitas. El mayor le sugiere al bohemio que escriba sobre su hermana muerta. Tres hermanos imbricados en un legado sin par.

“Brindo dijo un sacristán / por el arpa y la guitarra / brindo por Nicanor Parra / esto es saber brindar / de la cordillera al mar / tiene amoreh el poeta / todo Chile está de fiesta / celebremoh el cumpleañoh / por este rey soberano / sin bastón y sin muleta”.

Pueden rescatarse ahora esas “Décimas a Nicanor Parra”, escritas alguna vez por su hermano Roberto. Mucho antes de los cien.

   

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Eduardo Parra junto a su hermana Violeta en los años 30.

“Del momento en que llegué / mi pobr’ hermano estudiante / se convirtió en un instante / en pair’ y maire a la vez”.

Padre y madre, dice Violeta Parra en sus décimas autobiográficas al referirse al hermano al que llamaba Tito. También tutor, guía literaria, crítico, consejero y, hasta cierto punto, albacea (es Nicanor quien conserva la última carta redactada por la artista). “La Viola y yo somos la misma persona / Sí: / no me tomen en serio pero créanmelo”, escribió el antipoeta, y la idea la ha repetido -con variantes- en entrevistas. En sus conversaciones con el académico Leonidas Morales (recién reeditadas por Ediciones UDP), Nicanor describe lo que considera la comunicación “morfogenética” entre Violeta y él, “a través de la mirada, a través del tono de voz, a través de la expresión corporal. Éramos prácticamente una sola persona. O sea, bastaba con que yo estudiara algo para que eso automáticamente pasara a propiedad de ella, sin necesidad de que yo se lo mencionara”.

La voz de ambos se conserva en la grabación de “Defensa de Violeta Parra” (un poema-homenaje que suele confundirse con un obituario), que Nicanor recita y Violeta acompaña con voz y guitarra en el LP Recordando a Chile. Violeta Parra (Una chilena en París) (1965). El disco La cueca larga (1960), en tanto, une los textos de Nicanor y la música de Violeta Parra (con recitación de Roberto Parada). Hay otras huellas del trabajo entre los hermanos también en el libro Cantos folclóricos chilenos, que detalla los encuentros con cantores de las cercanías de Santiago. Era Nicanor el primer convencido del valor de ese registro in-situ como inspiración para una posterior autoría cuando la artista aún era conocida como cantora popular de boleros, rancheras y cuplés hechos por otros.

-Musicalmente, sentía que mis hermanos no iban por el camino que yo quería seguir y consulté a Nicanor, el hermano que siempre ha sabido guiarme y alentarme -explica Violeta Parra en una entrevista de 1958-. Yo tenía veinticinco canciones auténticas. Él hizo la selección y comencé a tocar y cantar sola. Después me exigió que saliera a recopilar por lo menos un millar de canciones. “Tienes que lanzarte a la calle -me dijo-, pero recuerda que tienes que enfrentarte a un gigante, Margot Loyola”.

Lecturas importantes entregadas por el hermano mayor que ayudaron en la formación poética de Violeta Parra, según testimonios: Antología de la poesía vulgar chilena, de Rodolfo Lenz; Romances populares y vulgares, de Julio Vicuña Cifuentes; y, por supuesto, Martín Fierro. “Yo le estaba dando tareas siempre”, ha dicho él.

Hay más anécdotas de la relación entre ambos en el nuevo libro Nicanor Parra. La vida de un poeta, de Sabine Drysdale y Marcela Escobar, y seguirán surgiendo con venideros testimonios. Más velada y ardua es la tarea de analizar cómo Nicanor y Violeta se influenciaron poéticamente entre sí. Es un vaivén probablemente inabarcable, de sinuosidad única en el arte chileno, mutado pero no interrumpido con ese balazo en la Carpa de La Reina de febrero de 1967. Violeta había visitado a Nicanor en su casa el día anterior. A él, a Tito, le cantó la última canción que le cantó a otro. “La última de la última”, confirma el poeta.

“Un domingo en el cielo”, sátira festiva del paraíso, sellará el pacto de alianza entre ambos más allá de la muerte, escribe Paula Miranda. El texto manuscrito de “La cueca de los poetas”, trabajado por ambos para el disco Las últimas composiciones, abre el ya citado libro de esa académica. La caligrafía de Nicanor Parra es distinguible, y también los versos que avanzan hasta un cambio inesperado -capital- en el remate: “Corre que ya te agarra / Violeta Parra”.

El hermano mayor no sólo ha puesto a la aprendiz en el cánon de los más grandes de nuestra poesía. También ha creído justo cederle a ella el puesto que antes ocupaba él: “Ella es la verdadera poeta de la familia”.

El hermano-padre

CATALINA ROJAS: "SIN NICANOR NO EXISTIRÍA LA NEGRA ESTER"

La cantautora y viuda de Roberto Parra considera al poeta alguien cercano, sumamente generoso y con quien se siente en total confianza. Él le dice “doña Cata”, y ella reconoce una influencia absoluta en las conquistas creativas de su esposo.

-Para La Negra Ester Nicanor fue vital, pero vital. Roberto hizo como veinte décimas, y ahí quedaban. Nicanor le decía: “Tenís que ponerle más personajes. Cuenta quién estaba ahí, pero sin salirte del tema”. Y Roberto volvía con otras veinte, y él leía y decía: “¡Aaaaah! ¡Pero qué barbaridad!”, así como con gesto de éxtasis. Y le pedía otras más. Leer eso lo hacía feliz, feliz, feliz. Así fue saliendo La Negra Ester. Sin Nicanor, la obra no existiría.

-Lo dirigía.
-Nicanor fue importante para disciplinarlo. Roberto leyó repocos libros en su vida, pero por sugerencia de Nicanor leyó el Martín Fierro y El Quijote... Le decía: “Tenís que leer a Nietzsche”. Y Roberto le respondía: “Pero si no entiendo a esa gente...”. Así estaba todo el tiempo: dándole consejos, explicándole cosas. Y el Roberto... lo que le decía Nicanor lo hacía.

-¿Qué crees que buscaba Nicanor con esas lecciones?
-Ayudarlo. Lo quería mucho. Mira, ellos dos... es que no he visto a nadie en la vida que se quieran tanto. Yo tengo diez hermanos, y nunca he querido tanto a un hermano como ellos se querían. Pero si se amaban. A veces, se ponían a bailar charlestón juntos. Roberto era muy tierno con él. Le decía “mi hermano-padre”. Él le daba a Nicanor, y Nicanor también le daba.

 -¿Recuerdas que hayan hablado de poesía?
-Sí, claro. Pero Nicanor le decía: “Tú no eres como yo. Tú sigue en tu lenguaje”. A veces, Roberto hablaba y Nicanor tomaba nota. Lo sé porque lo vi. Yo te diría que Roberto no es nada, pero nada, sin Nicanor. Es una relación que a mí me conmueve totalmente. A su velorio en la iglesia San Francisco, Nicanor llegó helado, blanco. Y después nos dijo a mis hijas y a mí: “Tienen que venir a verme, porque voy a sufrir mucho”. En su casa se la pasaba escuchando los discos de Roberto. Una vez llegamos y estaba bailando solo, y nos dijo: “Pucha que me cuesta estar sin Roberto. Yo no sé cómo se puede vivir sin él”. Y se le caían las lágrimas.

El hermano-padre

PAULA MIRANDA: "LA AUSENCIA-PRESENCIA DE VIOLETA ES EN ÉL MUY FUERTE"

La profundidad de La poesía de Violeta Parra (Cuarto Propio, 2014) no es sólo evidente en la calidad de su análisis, sino también en el rigor de su método. La especialista en poesía chilena Paula Miranda, académica asociada de la Facultad de Letras de la Universidad Católica, calcula que escribir el libro le tomó veinte años. Sucesivas entrevistas con Nicanor Parra fueron parte de ese proceso.

 -Yo creo que él tiene una influencia fundamental en estimular la creatividad incesante de Violeta. Está allí con su consejo y apoyo para que recopile la tradición, pero también le transmite su espíritu anti. Es muy interesante el cambio que se produce en Violeta después de Poemas y antipoemas (1954): recopila y compone cuecas, pero a la par compone sus anticuecas; escribe sus décimas, aunque transgrede mucho de esta tradición y además compone “centésimas” (género inexistente antes de ella); compone el ballet El Gavilán, cuya música es inmensamente experimental y deconstructiva. De ahí, a la composición de sus creaciones más plenas y originales, hay sólo un paso. Yo creo que lo académico (en el sentido de su condición de investigadora) y lo experimental poético le vienen a ella, en primer lugar, de Nicanor.

-A la vez, ¿crees que la obra de Violeta ha influenciado la poesía de Nicanor? ¿Cómo?
-Creo que sí. Comparten, de partida, una infancia hiperestimulada artísticamente y hay entre ellos mucha sinergia. En los inicios de la obra de Nicanor hay fuertes marcas de las vertientes populares de las que bebe Violeta: el romance, la cueca, la décima, los refranes y dichos populares, la lira popular. Nicanor está también muy influido por la música de su propia familia, y la de otros. Hoy asegura que es la cueca el discurso poético más perfecto (me regaló hace una semana un CD con cuecas “apianás”, con las que está fascinado). Pienso, y aquí propongo sólo una hipótesis, que la mayor influencia en él ocurre después de que Violeta nos deja. La ausencia-presencia de Violeta es en él muy fuerte, tanto así que pareciera ser que Nicanor llegará a sus cien años para suplir en parte esa vida que no pudo completarse (esta idea me la sugirió el poeta Raúl Zurita). Su poesía después de 1967 se hace más sintética, hablan libremente otras voces, hay más musicalidad y libertad en la expresión, aparecen sus Artefactos, está mayormente desplegado su discurso social y crítico… Creo que hay una revisión fuerte de su propuesta poética y antipoética después de la partida de Violeta, pero éste es un tema que habrá que estudiar más en profundidad.

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