Avignon fue la capital de los dramas papales, escenografía de esa gran tragedia shakesperiana de la Iglesia Católica que fue el Cisma de Occidente. Papas y antipapas montaron allí historias de traición y luchas de poder. Hoy, varios siglos después, la ciudad todavía es un gran escenario, aunque -ahora sí- del verdadero teatro: cada mes de julio, las mejores obras del mundo se instalan en calles, palacios, claustros y capillas góticas para dar vida al Festival de Avignon, el encuentro teatral más antiguo de Francia y el más importante de Europa; meca del teatro mundial y lugar de experimentación, consagración y lucha política con el que sueñan dramaturgos, actores y directores.
Con esa imagen en mente llegó Olivier Py (1965), egresado del Conservatorio Nacional Superior de Artes Dramáticas, para debutar como actor en la obra La espuma de los días (1985), de Boris Vian, el mismo día que cumplía 20 años. La experiencia, recuerda, fue tan caótica, que prometió nunca más volver. Pero no sólo regresó una veintena de veces para participar en el festival. En 2013, se convirtió en su director, quedando a la cabeza del único evento cultural que, junto a Cannes, atrae al público en masa y es portada en diarios y revistas durante tres semanas.
-Eso se llama pasión -ha dicho Py, riéndose de su propio masoquismo. Lo que hay entre él y Avignon es en realidad un romance largo, literalmente largo: en 1995 montó allí La sirvienta, una obra colosal, de 24 horas de duración, que presentó durante una semana sin parar. Fue en ese momento, gracias a este delirio teatral, cuando se convirtió en uno de los autores y directores más respetados de las tablas francesas.
-Hubo un gran equipo de gente joven que tuvo la locura de seguir el proyecto -recuerda Olivier Py desde París, poco antes de venir a Chile para presentar Miss Knife..., un espectáculo organizado por Corpartes y realizado con el apoyo del Instituto Francés de Chile, en el que fusiona teatro y música-. Fue una experiencia que me fundó, que hizo lo que soy. Mi teatro y mi relación con el público comenzaron ahí.
A esta nave de locos se subieron 28 actores que iniciaban su rutina a las 8 de la mañana, hora en que comenzaba una de las diez obras que se daban sin fin a lo largo del día y la noche. Los intérpretes iban rotando y haciendo pausas de una hora para comer y dormir, mientras el público entraba y salía de la sala a su antojo. La obra, que tenía de subtítulo Historia sin fin, proponía una mirada crítica de la sociedad de la época y remitía a las tragedias antiguas, a El Padrino, a Pasolini, Shakespeare, Claudel, Molière y Genet.
“Avignon descubrió un hombre de teatro aterrorizado por todo lo que parezca un punto final”, sentenció por esos días un periodista en la televisión, mientras la crítica lo alabó por su lucidez y audacia. Py, en tanto, predicaba en los medios sobre pasiones que no terminan, sobre sensaciones imperecederas que buscó capturar en esta obra sin fin.
-Quise que el tiempo del teatro atrapase el tiempo de la vida. Quise darme espacio para escribir todo lo que quería escribir. La sirvienta creó una relación con el público distinta a la habitual, porque ahí nadie era un consumidor. La gente debía hacer un compromiso real para subirse a esta aventura.
Después de este hito, Py estrenó muchas obras en Avignon -La cara de Orfeo, El apocalipsis dichoso, Los vencedores-, pero ninguna marcó tanto su carrera como La sirvienta. En ella, dice, se reencontraron dos vertientes que lo apasionan, el teatro radical y el teatro popular. Pero allí también se consolidó el tono que definirá su carrera y que se intuye en el tono punzante tras el nombre Miss Knife, “Señorita Cuchillo” en español:
-Mi teatro es peligroso, pero no sólo en el plano de las formas. Es peligroso porque en él está la palabra poética. El arte contemporáneo produce vanguardias que se venden muy bien. El teatro, en cambio, es subversivo porque tiene consigo la fuerza del poema -afirma Py, cuyo estilo se caracteriza por una lírica barroca, excesiva; por un tono arrebatado que remece al espectador, para bien o para mal. Así lo ha demostrado en las más de 30 obras que ha escrito y en la veintena de óperas que ha montado:
-El escenario es el lugar donde la poesía puede expresarse libremente. Nadie lee a los poetas cuando hacen libros. Estamos en una época en que el teatro es el último refugio de la poesía.
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Bajo las plumas, los tacos, las joyas y los vestidos brillantes de Miss Knife, Olivier Py se ve irreconocible. A Chile no trae una de sus propuestas teatrales vanguardistas, sino que viene a presentar a su viejo álter ego en sociedad. Miss Knife nació hace 22 años en la obra La noche en el circo (1992), donde el actor interpretaba a una lanzadora de cuchillos. El dramaturgo revivió al personaje en El cabaret de Miss Knife (2000), pero cinco años más tarde quiso escribirle un espectáculo donde nadie más que ella estuviera en escena. Así nació el show que trae al Centro de las Artes 660, Miss Knife, canta Olivier Py (2005), en el que se esconde detrás de esta criatura travestida -como él la llama- para revelar una parte de sí.
-Su nombre hace pensar en la castración y lo quise guardar -explica-. Miss Knife se convirtió en una suerte de doble esquizofrénico que tiene muchas cosas mías. A ratos, en el escenario cae la máscara: es obvio que hay un juego con lo que soy de manera más íntima. Porque no se puede cantar una canción en primera persona si no se sienten las letras de forma sincera.
El espectáculo es una amalgama de teatro, music hall y chanson francesa en el que Py canta poemas y canciones propias, textos que deconstruyen el cliché del amor y el desamor desde la insolencia, la ironía, la dicha y la melancolía. En Olivier Py reviven los muertos: Marlene Dietrich está en el garbo; Boris Vian en la cadencia; Barbara en la amargura; Edith Piaf en el dramatismo y la “erre” arrastrada; y Léo Ferré en la voz emotiva y el rictus teatral.
Travestirse y subir a un escenario es una tentación que varios creadores han tenido (como ejemplo están las performances musicales de Almodóvar, de falda y taco alto, junto a su banda en los años 80), pero Py asegura que Miss Knife es más que un refugio para atreverse a cantar en público. Es también un gesto político:
-Este personaje remite mucho a preguntas que se hacen hoy en Francia, como la resistencia al matrimonio gay y la violencia en torno a la cuestión del género. Eso dio a Miss Knife un papel político que yo no imaginaba. También, porque tener un rol institucional, como el que tengo yo, y travestirse, ya es un acto muy político.
En los días previos al montaje maratónico de La sirvienta, ocho mil musulmanes fueron masacrados en Srebrenica, Bosnia, en una de las matanzas más bestiales de la guerra de los Balcanes. Una cruz negra apareció en la escenografía en señal de duelo y, poco después, Py inició una huelga de hambre de 28 días junto a Ariane Mnouchkine, fundadora del Teatro del Sol, para protestar contra la desidia europea en el conflicto. Tres años más tarde, escribió la obra Réquiem por Srebrenica (1998), en la que defendió una de las varias causas que ha abrazado sobre y fuera del escenario, y entre las que están también la resistencia siria y la lucha palestina.
-No hay que confundir el teatro político con el teatro políticamente comprometido, que no creo que sea un muy buen teatro. La diferencia es que el teatro político es libre: está al servicio de sí mismo y nunca es portavoz de una ideología -aclara.
Cuando este año el Frente Nacional (el partido de la extrema derecha francesa) estuvo a poco de ganar las elecciones municipales en Avignon, Py amenazó con trasladar el festival a otra ciudad, razón por la que se ganó enemigos que lo acusaron, entre otras cosas, de adueñarse del evento. Py, sin embargo, se defiende:
-Los valores del teatro, sobre todo del teatro público, son incompatibles con los del Frente Nacional. Incluso diría que el universalismo à la francesa es incompatible con los valores de repliegue que propone la extrema derecha -afirma el director de un festival que cada año exhibe obras de todo el mundo, incluyendo Chile, que ha estado presente en 2014 con La imaginación del futuro, de la compañía La Re-Sentida; y en 1999 con la aplaudida Gemelos, de La Troppa.
Para Olivier Py, el teatro debe seguir siendo un lugar de resistencia. Por ello nunca ha bajado el telón: no lo hizo en medio de la masacre de Srebrenica, y tampoco lo hizo este año al enfrentarse a un dramático paro general de trabajadores que obligó a cancelar la mitad de las presentaciones del festival. Los huelguistas protestaban contra los cambios en la legislación hacia los empleados intermitentes (profesionales del ámbito cultural que alternan períodos de trabajo y cesantía), una lucha que el propio director ha dado.
-Es tan raro que un telón se levante, es tan raro que logremos dar un espectáculo. No hacer una obra no es crear fuerza política. La fuerza política de actuar es más grande que la de hacer una huelga -justifica el dramaturgo, que no se cansa de emplazar al teatro en la cima de todo gesto político. Porque ningún otro arte, dice, es capaz de reunir en un lugar a tres mil personas, como ocurre, por ejemplo, en la corte del Palacio de los Papas, en Avignon.
-El teatro debe tomar todos los riesgos y, ante todo, el riesgo de la verdad -sentencia Olivier Py, y aclara que no importa si esa verdad es estética, íntima o política. De esa aspiración artística, dice, nace el miedo que aún lo crispa al subir al escenario. Porque ahí, en escena, frente al público, y no en el trono de Avignon, es donde se corren todos los peligros.