Por Evelyn Erlij Octubre 8, 2014

Alejandro Fernández Almendras vivió diez años en Nueva York. Pasó sus días desde 1998 a 2007 entre los estudios de cine que hacía durante las tardes y las jornadas de trabajo como periodista de economía en la agencia EFE. Pero nunca se bajó del avión, reconoce. En medio de esa rutina, y estando a miles de kilómetros de Chile, hubo una costumbre que jamás dejó de lado.

-Siempre tenía puesta la señal internacional de TVN -dice el cineasta, nacido en Chillán en 1971-. Siempre miraba los partidos de fútbol. Nunca me desconecté. Siempre estuve ahí, pendiente de todo lo que pasaba.

Fue en esos días cuando vio un reportaje que le dio vueltas en la cabeza durante casi una década. Un padre de familia, cansado de las amenazas de un delincuente del barrio, y angustiado por la ineptitud de la justicia, decidió asesinar al agresor. El periodista que lo entrevistaba cerró la nota con una pregunta en apariencia innecesaria: “¿Volvería a hacerlo?”. El homicida respondió: “No. Porque usted no sabe lo que es matar a un hombre”.   

Esa frase, que desarticulaba el cliché de la venganza como acto de redención, le hizo pensar que allí podía haber una historia para filmar. Pasaron varios años y dos largometrajes de por medio -Huacho (2009) y Sentados frente al fuego (2011)- para que el cineasta convirtiese esa noticia en la película que hoy representa a Chile en los premios Oscar y Goya. Matar a un hombre, ganadora del Gran Premio del jurado de Sundance y cinta que abrió esta semana el Festival de Valdivia, llega a las salas nacionales este 16 de octubre como el filme chileno más aplaudido del año por la prensa extranjera y en los festivales de cine del mundo.

-Lo que quiero es ser famoso, recorrer la alfombra roja y sentarme al lado de Madonna -se ríe Fernández, quien llegó hace unos días del Festival de San Sebastián-. No, creo que iría a los Oscar de todas maneras, pero las posibilidades son pocas. Si ya es difícil ganarse el Fondo Audiovisual en Chile, llegar a ser candidato allá es como si me ganara los cinco fondos a los que postulé este año. O sea, las probabilidades son casi nulas. Lo cual no quiere decir que no vayamos a hacer todo lo posible. Estamos trabajando muy bien con un publicista en Estados Unidos. Estamos empeñados en eso.

Matar a un hombre tiene como protagonista a Jorge (Daniel Candia), un padre diabético que sale en la noche a comprar cervezas para el cumpleaños de su hijo, Jorgito. En el camino, un grupo de delincuentes lo asalta y Kalule (Daniel Antivilo), el matón de la banda, le quita su medidor de glucosa. Jorgito intenta defender a su padre, pero ahí comienza la tragedia: Kalule se convertirá en la pesadilla de esta familia modesta, desamparada por una justicia inepta. Lo que sigue en la trama está en el título del filme, aunque el acto del asesinato anunciado ahí es apenas un punto de partida para el argumento.

-Es una película no tanto sobre lo que ocurre, sino cómo ocurre y por qué ocurre -explica el director. Matar a un hombre podría haber sido una oda sangrienta a la venganza, como Kill Bill (o como Génesis Nirvana, la otra cinta chilena en cines); podría haber sido un western en el que Jorge fuera un John Wayne sureño al estilo de Más corazón que odio, de John Ford; o una película de acción y heroísmo paternal al modo de Búsqueda implacable, con Liam Neeson. Pero Fernández buscaba otra cosa. Aquí no hay un juicio ético ni una justificación de la muerte. Hay, ante todo, angustia; hay un padre empujado por un entorno social que, de forma implícita, le exige actuar como un macho protector de su camada.

-Jorge es tal vez la última persona que sería capaz de matar a alguien. Lo que se encuentra en el cine es extremo. Cuando se piensa en el acto de matar, uno se encuentra con el psicópata o con el sujeto que no tiene cargo de conciencia. Es mucho menos real para la gente. Lo que traté de hacer fue que el espectador entendiera que ésta es una persona medianamente normal. Quiero que la gente entre al cine, se sienta identificada y piense qué es lo que haría en su lugar.

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Las películas de Alejandro Fernández están pobladas de escenas cotidianas y de un realismo a veces doloroso: una madre que devuelve un vestido en un mall porque necesita dinero o un chofer que regatea miserablemente el precio de los quesos a una vendedora en la carretera, como ocurre en Huacho. La inquietud por lo social que hay en sus historias es evidente, aunque dice que nunca se ha arrogado el privilegio de “hacer visibles a los invisibles”, como ocurría en el Nuevo Cine Latinoamericano de los años 60.

-Obviamente la historia de Matar a un hombre no se explica en una familia de La Dehesa que tenga esos mismos problemas, que pueda contratar a un guardia privado y a un abogado, y que sea amiga del fiscal. Pero no es que yo me plantee “voy a hacer una película de esta gente sin voz” -explica el cineasta-. Son realidades que conozco. Nací y me crié en provincia; tengo una memoria emotiva muy fuerte respecto a los lugares donde crecí. Nunca olvidé de dónde vengo, quién es mi familia; de mi abuelo mecánico, de mi abuela empleada, de mi abuela campesina. Sé quién soy, de dónde vengo y no siento la necesidad de filmar desde otro lugar.

En Sentados frente al fuego, filme sobre una pareja que vive en el campo y se enfrenta al drama de una enfermedad terminal, reaparece ese cine de detalles y de ritmo pausado que se ve en Huacho. Ambas películas, explica Fernández, requerían esfuerzos de parte del espectador, ya que construían la emoción a partir de la paciencia. Con Matar a un hombre, en cambio, se abrió camino en el cine de género, filmando un thriller donde la tensión, la angustia y el suspenso atraen al espectador. Eso es lo que le importaba, porque ser visto - dice- es el único modo de combatir la idea errónea de que existe una sola forma de entender el cine.

-El cine ha perdido la capacidad de asombrar a partir de cosas cotidianas. Nos vamos por la hipérbole, por la gran hecatombe, y no por el pequeño drama. En el cine ya no basta con que se acabe una ciudad en una explosión nuclear, se tiene que acabar el mundo entero. Yo quise recuperar la posibilidad de emocionarse con cosas mínimas -dice el director.

Precisamente la ciencia ficción, desde un punto de vista antihollywoodense, es uno de sus nuevos retos: uno de sus próximos proyectos será The Grey Beyond,un filme sobre el fin del mundo que tendrá como locación la Patagonia chilena:

-Empieza como una película de espionaje, se convierte en una película posapocalíptica, luego en una road movie amorosa y termina como un western espacial. Es una locura que tengo muchas ganas de hacer. Es ciencia ficción, pero no será de efectos especiales. Huacho era muy social; Sentados frente al fuego era íntima y literaria en su construcción; Matar a un hombre es un policial. En cada película quiero hacer cosas nuevas.

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Es probable que Alejandro Fernández conozca mejor el mundo de los festivales y las premiaciones que el de las salas de cine chilenas. En 2009, Huacho fue estrenada en la Semana de la Crítica de Cannes, compitió allí por la Cámara de Oro y los medios chilenos la llenaron de elogios. Las fotografías en las que posaban Cornelio Villagrán de chupalla -uno de los protagonistas de la cinta- y el cineasta con una polera en la que se leía “Exterminados como ratones”, cita al funesto titular publicado por La Segunda en 1975, aparecieron en todos los medios nacionales, incluido ese diario.

Aun así, y a pesar de que se corrió la voz de que era una de las mejores películas chilenas del año, Fernández tuvo que esperar alrededor de un año para estrenarla en Chile. La adversidad ha acompañado siempre el financiamiento y los rodajes del director chillanejo, al punto de que, después de filmar Matar a un hombre, terminó tan deprimido y agotado que pasaron cinco meses antes de que editara el material.

-Ojalá no vuelva a tener un rodaje así. Ojalá que de ahora en adelante las cosas sean más fáciles. Quizás esa dificultad me empujó a ser más radical en mi forma de filmar -considera.

Si casi una decena de filmes nacionales ha llegado este año a las salas de cine, ha sido por iniciativas privadas de distribución como Market Chile y CinemaChile, lo que no necesariamente ha entusiasmado a algunos críticos. “Tantos estrenos nacionales lo único que provocan es angustia y desazón”, escribió Antonio Martínez en la revista Wikén, en referencia a Las analfabetas, de Moisés Sepúlveda; mientras que sus críticas recientes a otras películas chilenas no han sido muy halagadoras. A propósito de Las niñas Quispe reclamó humanidad y emoción: “un gesto amable, por favor, al menos uno; y una sonrisa a lo largo del relato, al menos una”.

-Depende de lo que tú llames emoción -dice Fernández, quien hace unos años hizo crítica de cine en el sitio Mabuse-. Martínez es un crítico de la vieja escuela. Se formó con el cine clásico americano y lo más moderno que llega a apreciar es el cine de los 70. El cine ha evolucionado mucho. Falta un salto grande que dar en el análisis de gente como Ascanio Cavallo, como Martínez o Héctor Soto. Falta incorporar un montón de corrientes distintas, donde la emoción se alcanza por otros parámetros.

Y agrega: “Esa generalización absurda de que ‘yo como crítico no siento nada, nadie va a sentir nada’ me parece que es opinología. Entonces podemos pensar que las telenovelas turcas del Mega son el mejor trabajo audiovisual de la historia, porque millones de personas ‘sienten’ viéndolas. Hay una gran diferencia entre sentimiento y sentimentalismo”.

Lo que falta en Chile, plantea, es un cine popular industrial con un cierto nivel de factura técnica y artística, como ocurre en Argentina con Campanella, Szifron o Bielinsky. Uno de sus nuevos proyectos se orienta a esa veta: La indómita luz - título que cita el primer verso de la canción “Rezo por vos”, de Charly García y Luis Alberto Spinetta- será una comedia musical, con mucho rock latino de fondo, sobre un músico argentino que, después de vivir el éxito en los años 80, cae en decadencia y termina cantando en bares de Concepción.

Ése es apenas uno de los cinco proyectos en los que está trabajando. También filmará una cinta sobre el caso de Gabriela Blas, la pastora aimara que perdió a su hijo en el altiplano; y comenzará a trabajar en el filme Hierro, sobre el tráfico de influencias en el negocio de la minería y la energía.

-Esa película habla del descontento y la violencia que imprimen las grandes corporaciones en el ciudadano común. Tiene mucha actualidad. Está escrita hace un par de años, pero empieza con un par de jóvenes medio anarquistas poniendo una bomba y termina en una protesta con encapuchados tirando molotov -adelanta.

Fernández dice que sólo así, haciendo malabarismos con cinco proyectos a la vez, se puede hacer cine en este país.

-Los fondos concursables en Chile son como una lotería. Mientras más números juegue uno, más posibilidades tiene de ganar.

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