Por Patricio Jara Octubre 15, 2014

© José Miguel Méndez

“Los libros anteriores se escribieron en un solo proceso. Pero ahora el trabajo decantó por varios años. ‘Taxidermia’ es una novela sobre qué significa contar historias, sobre cómo viven esas historias y esos fragmentos que no requieren de otros para avanzar”, explica Bisama.

En esta historia hay un hombre que indaga en la vida de un dibujante suicida y con ello recupera su propio pasado (o lo que él cree que es su pasado). En esta historia, llamada Taxidermia (Alquimia ediciones) y que es la nueva novela de Álvaro Bisama, la memoria de los personajes no está hecha de recuerdos nítidos, más bien duerme en cintas VHS arrumbadas o en fotocopias de antiguos fanzines al fondo de un baúl. En esta historia, finalmente, la vida de aquel ilustrador y del hombre aficionado al video que lo sigue son parte de algo que ya no es, de un mundo consumido por el exceso de luz, quemado por la luz, como suele pasar con las fotocopias borrosas o esas imágenes de video demasiado blancas.

En sus entregas anteriores, especialmente en Estrellas muertas y Ruido, Bisama apostó por la fragmentación como un recurso estético que permite que la novela asome a través de retazos que constituyen un todo. Taxidermia mantiene la apuesta, aunque donde antes hubo espacios en blanco, ahora hay manchas, hay borrones. Pero también otra cosa más: el marcado acento generacional esta vez es un círculo cerrado: dos personajes (el dibujante de cómics, el estudiante de arte aficionado a las grabaciones en video) y el magma de pequeñas historias que hay entremedio.

“Es una novela que reivindica el fanzine, los cómics underground. Ambos funcionan en espacios de libertad y que también son espacios de precariedad y de invisibilidad. En ese sentido, y sin pensarlo mucho, la novela hace un homenaje a esas revistas que alguna vez leí”, cuenta Bisama en un silencioso atardecer de sábado en un café de Manuel Montt. El cielo está rojo, se incendia, pero esta novela es en blanco y negro.

-Los fanzines fotocopiados, las cintas VHS… al final creo que la novela es sobre la gente que quiso decir cosas usando formatos que hoy están obsoletos.
-Hoy ambas son estéticas desaparecidas, objetos perdidos. Más aún si estamos en una época en que cualquiera puede hacer y ser su propio medio. Pero antes eran espacios donde uno probaba, donde uno participaba. Ése es un tema tangencial en Taxidermia. Lo que me importaba era que la novela fuese una máquina de contar historias, el artefacto que en un momento se desata entre estos dos personajes.

-El personaje que hace videos busca a un muerto y trata de entender la obra que dejó, las cosas que hay en el baúl de un tipo que se suicidó ahorcándose en un palto.
-Todo, al final, tiene que ver con la memoria. Esa búsqueda es un proceso: cómo la ficción se incrusta allí donde la memoria no llega.

-¿Cómo te diste cuenta de eso?
-Cuando apareció el narrador que da vueltas con el VHS con grabaciones de su familia. Esa idea la venía trabajando hace mucho tiempo y tiene que ver con los recuerdos falsos. El dibujante no me interesaba mucho al comienzo.

-El narrador dice que el palto donde se ahorcó el dibujante daba paltas de cuesco grande, como las de La Cruz.
-Jajajajá.

-…
-En las novelas anteriores, mucha de la energía era a partir de mis propias memorias, de mis propias percepciones del paisaje, pero acá no hay nada de eso. Es la máquina de contar historias la que se desboca.

-Así aparece, por ejemplo, la historia de Tito Lastarria, el vampiro de Rancagua que sale de su cripta en el terremoto del 85.
-¡Esa historia es real!

-¡Qué!

-En serio, es real. Tito Lastarria existe. Le metí de mi cosecha, sí, pero el mausoleo existe, es verdad, y es parte de una caja de resonancia de muchas cosas, de muchos relatos, de muchos ecos.

-Me llamó la atención el lenguaje. Está muy comprimido y cercano a la poesía, y eso que ésta es la más cavernícola de tus novelas, la más brutal en las historias que cuenta y también la más en blanco y negro.
-Es que los libros anteriores se escribieron en un solo proceso. Pero ahora el trabajo decantó por varios años. Y eso que no tomé muchas notas y todo se hizo directo al computador. Al final, todo es esquirla, fragmentos sueltos, perdidos. Es una novela sobre qué significa contar historias, sobre cómo viven esas historias y esos fragmentos que no requieren de otros para avanzar.

-¿En qué instante sentiste que todo eso era una novela?

-Hay tres momentos: cuando se describe esa suerte de Guerra del Pacífico con personajes que eran todos animales; cuando el narrador se pierde en un pueblo buscando la casa del poeta.

-Del poeta que se fuman las cenizas.
-Claro. Y el otro momento es el final, la forma que debía tener ese final, y que llegó luego de varios meses de estar parado. Lo que vino después fue armar, solamente.

-¿Cómo diste con el título? Se explica al final, pero está esa cosa de mantener vivos a los muertos... la taxidermia, a fin de cuentas.
-Y que esos muertos tuvieran un relato que fuera una vida artificial, una vida que no es vida, que es una representación, una copia, una fotocopia.

-¿Por qué decidiste publicar con una editorial independiente como Alquimia? No sé si independiente es la palabra, pero todo el mundo las llama así.
-Ellos publican una clase de libros que me atraen mucho y sentí que esta novela en especial tenía sentido publicarla con ellos. Su catálogo son novelas que sintonizaban con Taxidermia, que tiene zonas que son más difíciles para una editorial comercial y que ahora van a destacar más. El tipo de diseño y diagramación, por ejemplo, hizo más potentes algunos detalles.

-Pero también tiene que ver con relajar la vena: ya publicaste en editoriales grandes, ganaste premios, tuviste buenas críticas, te publicaron fuera de Chile, te tradujeron. Cualquiera diría que ya lo lograste… o que hiciste tu carrera literaria, como le llaman.

-He tenido suerte con eso, considerando los libros que me gusta escribir. Pero nunca he pensado en la idea de una carrera. Fui crítico literario un buen rato, hago clases de Literatura, por lo mismo no tengo una opinión inocente o idealizada de lo que debe ser una trayectoria o de los pasos que hay que dar para tener una.  No sé si eso me atraiga a estas alturas porque ahí está cifrada la idea de que la escritura es más que escritura, como si trabajaras en otro plano más allá del libro.

-Y más encima acá, donde el mundo literario es tan chiquito y todos se conocen y saben lo que hace el otro, como en un cité.
-Escribo en Chile, donde la literatura es un arte extravagante, difícil de profesionalizar en todo sentido. Marcelo Mellado describe muy bien la escala humana en la que se mueven las pretensiones de las carreras literarias. Pero esa clase de restricciones me parece que no te otorgan una libertad estética: lo único que importa del libro es el libro mismo. Lo que sucede frase a frase, página tras página, las preguntas que te puedes hacer y las respuestas que puedes dar quedan en ese plano y se convierten en la novela. Ahí no hay carrera literaria. Estás solo con tus preguntas, con tus dudas, con lo que crees que son tus respuestas.

-¿Cómo les explicas a tus alumnos en la universidad qué es una novela?
-La idea de qué es una novela siempre contiene la pregunta de qué es una novela. La novela, como género, siempre está tratando de decodificar su formato, qué es y qué no es. Yo creo que la novela es un espacio de libertad, a diferencia del cuento, que tiene sus reglas y sus recetas más o menos claras.

-Pero ¿cómo les traspasas eso? Es raro, ¿no?
-Hace rato que pienso que hacer clases de literatura tiene que ver más con hacer preguntas que con encontrar respuestas sobre ciertas cosas.

-¿Y sientes que ellos cachan todo eso?
-Es que yo también fui alumno y sé que el proceso de entender qué es o no un objeto literario no está delimitado, que a los dieciocho años lo puedes ver de un modo, después a los veinte de otra forma, y a los treinta de otra. Cómo entiendes las cosas tiene que ver con las cosas que te están pasando a ti. Es un espejo, a fin de cuentas.

-Buena.
-La escritura es un proceso lento y que cuesta mucho aprender.

-¿Cada vez te cuesta más escribir?
-Hay días en que sí me pasa. Y porque te preguntas cada vez más seguido por qué escribes y qué significa escribir.

-Como que uno se pone más huevón. Cosas de las que antes no te preocupabas ahora te detienen un poco.

-Está bien que eso pase. Hace diez años tenía muchas respuestas, ahora tengo muchas preguntas y eso me atrae a la hora de escribir. Todo tiene que ver con cómo mirar, con cómo mapear las historias y armar los lazos, lo que dejas fuera y lo que dejas dentro. Y eso no es intercambiable, aparece cuando aparece, no puedes forzarlo.

-¿Se te caen muchas historias cuando escribes?
-Lo normal. Como a todos, supongo.

-Tengo la idea de que no le das mucho dramatismo cuando te pasa.
-No, nunca se lo he dado. Siempre pienso que ya vendrá otra idea. Al final, son sincronías. Cada proyecto tiene su tiempo y sus obsesiones y su gancho con el lugar donde estás parado. Escribir novelas, al final, tiene que ver con descifrar el presente que te rodea y llegar a algún lugar. Por eso no he sentido culpa ni pena cuando se me cae un libro.

-Pero igual un poco de bronca.
-Claro, un poco, pero siempre sé que puedo intentarlo después. Uno siempre puede intentarlo después.

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