Ann Biderman no aparece mencionada en el libro Difficult Men, de Brett Martin, acerca de los hombres detrás de los antihéroes protagonistas de las recientes series consideradas clásicas-instantáneas y que conforman la “edad dorada” de la televisión (por cable): Los Soprano, The Wire, Breaking Bad y Mad Men. Una de las razones es que Anne Biderman es, claro, una mujer en un área dominada por hombres. Pero a diferencia de Jenji Kohan, la cerebro tras las muy femeninas Weeds y la exitosa Orange is the New Black, Biderman es la responsable de la que quizás sea la mejor y más masculina (en el mejor y en el peor de los sentidos) de las series post Era de Oro: la extraordinaria y sombría y tensa y adictiva Ray Donovan, algo así como el secreto mejor guardado de la televisión. Una serie sombría como los trajes Ermenegildo Zegna de su centro: Ray Donovan, el hermano del medio de una familia pobre del sur de Boston, que ahora es el jefe del clan y una suerte de sicario o fixer (dice que es consultor, pero no es Enrique Correa y su lobby se parece más a la extorsión), “arregla” los problemas sucios de la gente rica y bella de Los Ángeles, tal como actores, cantantes y basquetbolistas. La serie, sombría como un réquiem, se disfruta como una novela rusa existencialista. Este nuevo acierto televisivo, que ya concluyó su segunda temporada y va para una tercera, posee una riqueza visual, literaria y actoral que deja pálidos de vergüenza a muchos filmes de dos horas que, por estrenarse en el cine, creen que son arte.
Además, qué gran título: Ray Donovan. Antes que siquiera debutara, ya se llamaba como su héroe (o antihéroe). Y si bien es verdad, como dicen algunos, que pudo llamarse Los Donovan o Los hermanos Donovan, lo cierto es que Ray (un notable Liev Schreiber, en el rol de su vida, en el rol que lo salvó de ser uno más, que le permitió avanzar esos metros que separan a un secundario de un galán y dejar de ser para las lectoras de People el marido de Naomi Watts) es el centro de la historia acerca de Hollywood, los poderosos, el boxeo, la libertad condicional, los secretos familiares, el abuso sexual por parte de la Iglesia, el arribismo desatado, la sombra del padre y muchos otros que dejan a muchas otras celebradas series como “guiones escritos en Twitter”. Los Soprano tuvo un título formidable, pero ¿se hubieran atrevido los creadores o show runners a bautizar sus series como Walter White o Don Draper?
Ray Donovan es, desde que apareció, mi serie favorita y mi admiración hacia ella crece con cada capítulo, y logra momentos de tal intensidad, emoción o lirisimo que -insisto-pocas veces veo en la pantalla grande. Dos ejemplos: el cumpleaños del hijo adolescente donde se reúne todo el clan y arde Troya para terminar con un padre e hijo borrachos bailando al son del rap “Walk This Way”, de Run-D.M.C., es entre demente y poético y francamente emocionante; lo mismo cuando Ray, siempre manchado de sangre, lleno de oscuridad y sombras que lo cubren, le canta “If You Want to Sing Out”, de Cat Stevens a su hija, el tema central del encantadoramente inocente filme Harold y Maude, de Hal Ashby de los 70.
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Este portaviones de emoción y complejidad es una producción de Showtime (que tiene su marca registrada y su forma de ver el mundo, tal como HBO o AMC), que debutó muy arriba, pero no es un fenómeno de ratings o mediático. Una pena. O quizás es lo que tiene que ser. En vez de arrasar con los Emmys, apenas estuvo nominada a uno -mejor actor: Jon Voight- y no ganó.
Ray Donovan es una de esas series con las que, con el tiempo, se medirán todas las otras series. No es casualidad, creo, que apareciera después del combo de “obras maestras” y creo que el hecho que haya sido creada por una mujer la hace atreverse a conectar con emociones masculinas y destila la testosterona, la rabia, la frustración y el miedo.
Ray Donovan, quizás la mejor de todas la series de la última década, sin duda aquella con mayor espesor literario y cinematográfico, aprovecha todo lo que las otras series hicieron para ir más allá: no es una serie que se resume en un concepto (profesor con cáncer se vuelve gángster; gángster italiano va a terapia; adorable asesino en serie es parte de la policía), sino que intenta ser más una novela literaria ambiciosa que lo que despectivamente se llama un best seller de aeropuerto. No es que Breaking Bad o Dexter o Los Soprano lo sean, pero sin duda son más fáciles de digerir y vender. En ese sentido, si Ray Donovan se parece a una serie tiene algo de Mad Men, con un deseo de ingresar a la psiquis de sus personajes que recuerda la extraordinaria In Treatment. Agreguemos la superficie (pero no la superficialidad) de Californication y Entourage (Los Ángeles como la ciudad del glamour donde hay de todo, menos ángeles) y lo que se arma es una serie -vaya, una novela audiovisual- que confía en sí misma, y no anda intentando conquistar simpatía o audiencia y se atreve a ir oscureciendo y bajando hasta los pisos más subterráneos del alma.
Anclada a cierto cine maldito de los 70 (The Long Goodbye; Libertad condicional; Perdidos en la noche con el propio Jon Voight) y fusionando lo mejor de la literatura criminal de Los Ángeles (Hammett, Chandler, Ellroy, la conexión con Boston viene de Dennis Lehane, los coloridos personajes de poca monta ligados al espectáculo son muy Elmore Leonard), esta serie reinterpreta el filme noir para hacer una serie a todo color, pero igual de oscura (visualmente su estética sale de Michael Mann, pero también de los cuadros de piscinas de David Hockney y las casas de vidrio modernistas de los 50 diseñadas por Lloyd Wright y Wallace Neff). De hecho, uno de los motifs visuales son estos arquitectos y pintores. Mucho vidrio, mucha piscina, mucho Ray Donovan solo mirando la ciudad eterna derramarse hacia el desierto, Ray Donovan mirando el Pacífico, Ray Donovan siempre aislado y de traje en una de las ciudades más grandes del mundo.
La serie se sitúa en los mejores y peores barrios de Los Ángeles, donde Ray Donovan, un chico que ha huido de los ghettos del sur de Boston, se ha reinventado como el fixer para una poderosa firma legal que representa a los todopoderosos. Ray vive en una inmensa casa en el suburbio de Calabasas, pero desea llegar pronto a la cima de Beverly Hills, donde antes habitó el Rat Pack. Ha traído a sus dos hermanos losers y les ha abierto un gimnasio de boxeo impregnado de sudor que tiene mucho de El luchador y de Million Dollar Baby. Su oficina le hace el trabajo sucio y arregla los entuertos de los clientes de Ezra Goldman (el veterano Elliott Gould, rescatado desde los 70). Todo marcha más o menos bien. Hasta que Mickey Donovan, su padre, sale antes de la cárcel y, como despedida de Boston, decide vengarse y matar a uno de los sacerdotes que supuestamente abusó de su hijo mayor y lo dejó como un “anoréxico sexual” (gran rol y gran interpretación de Dash Mihok como Bunchy, un hombre que roza los 40 y se comporta como de doce). El padre viaja a Los Ángeles para rearmar su familia e incluso incorpora a su hijo birracial (el padre tiene una predilección por las mujeres y traseros negros). Ray, el nuevo patriarca, no quiere que esté en la misma ciudad.
Aún no está claro qué pasará en la tercera temporada, puesto que Ann Biderman se alejó como la show runner, pero ya en la segunda el nivel de escritores se agradece (Ron Nyswaner de Philadelphia o el novelista y cineasta Michael Tolkin) como la incorporación de cineastas del nivel de John Dahl. El elenco de la serie es soberbio y claramente tiene algo tarantinesco en su deseo de mezclar grandes actores secundarios extranjeros (el británico Eddie Marsan como el hermano boxeador con Parkinson; la irlandesa Paula Malcomson como la esposa white trash que desea gastar el dinero sucio) con el rescate de grandes veteranos (James Woods, Rosanna Arquette, cameos de Ann-Margret o Richard Benjamin), además de recuperar al otrora símbolo sexual latino Steven Bauer (Manny Ribera en Caracortada) como un ex agente del Mosad y brazo derecho de Ray en sus vigilancias y ajustes de cuentas.
Muchos de los afiches y wallpapers de Ray Donovan siempre muestran a Liev Schreiber impecablemente vestido de oscuro, pero solo. Un hombre y su pieza. Un hombre y su departamento en la ciudad. Un hombre y la urbe. Un hombre plagado por sus fantasmas. La serie posee decenas y decenas de personajes fascinantes, pero al final todo vuelve a Ray. ¿Y de qué se trata Ray Donovan? ¿Qué tengo que decir cuando me preguntan de qué va? Ray Ray (como lo molesta su padre) tiene que ver con la familia, que es la familia que te tocó y, aunque seas el mejor en tu trabajo, no puedes controlar ni cambiar a tu familia. Por mucho que te vistas con los mejores trajes y manejes un Mercedes y vivas mirando las luces, si tu familia es decadente y disfuncional, es lo que te tocó. Ray Ray es sobre el arribismo. Sobre dejar atrás Boston o de donde eres y no querer volver, pero ¿se puede escapar de todo? ¿Tus padres y tu familia son posibles de cercenar para reinventarte? Ray Donovan es una tragedia y cada vez marcha más hacia un desenlace peor. Ray Donovan es un ajustador de cuentas de Hollywood, un poco matón, un poco sicario, un poco fisgón, un poco estratégico y muy decidido. Ray nunca duda, siempre ejecuta lo que piensa. Pero no puede dominar a su familia ni puede arreglarse a sí mismo. No sabe ni tiene con quién hablar. El abuso sexual -o el abuso, punto- es quizás el agua que va por las cañerías de esta serie y la mirada de Jon Voight representa la vieja escuela (“a todos les pasó, ¿y?”), mientras que los tres hijos intentan enfrentarse a sus traumas de maneras distintas, pero sin mayor éxito. Su frase I can fix it es la gran mentira de la serie. Él siempre se está ocupando de algo, cuando nunca se ocupó de los suyos. Y tiene claro que quizás algunas cosas se pueden arreglar o solucionar o tapar o esconder por un rato, pero no para siempre. Él lo tiene claro aunque lo tape: muchas veces aquellos que ofrecen solución no tienen salida y están inmensamente perdidos y a la deriva.