Por Evelyn Erlij Octubre 23, 2014

La década de los 90 para el cine chileno podría resumirse en la película El entusiasmo (1998), de Ricardo Larraín: con el sueño de vivir del turismo, Fernando se lanza en una empresa improbable y construye una ciudad en el desierto. Hacer cine por esos días no estaba tan lejos de eso. Hasta 2004 -tras aprobarse la Ley de Fomento Audiovisual-no hubo apoyos relevantes del Estado para su financiamiento, varios cineastas invirtieron sus propios pesos ganados en publicidad, y lo único que había tras el apagón cultural era la fe de que vendría un crecimiento de la industria. Eso se respiraba en El entusiasmo, y no sólo en la habilidad de Larraín para retratar el triunfalismo de una democracia neoliberal que todo lo prometía, sino también en su casting estelar: que las españolas Maribel Verdú y Carmen Maura actuaran en el filme era un indicio de que el cine chileno podría internacionalizarse y llegar lejos.

Fue la década en que La frontera (1991) ganó el Oso de Plata en el Festival de Berlín y se convirtió en un éxito de público; eran los días en que la realidad del Chile  marginal de Caluga o menta (1990), de Gonzalo Justiniano, atrajo a unos 200 mil espectadores; en que la revista Video Grama regaló posters de Johnny cien pesos (1993), de Gustavo Graef-Marino, la cinta chilena más exitosa de la historia hasta esa fecha. Las películas nacionales que se estrenaban en salas se contaban con los dedos de las manos, hacer cine en 35 milímetros era caro, el dinero era escaso, y aunque se soñaba con una industria, ni siquiera se realizaron índices de espectadores del período 1990-2000, según revela Mónica Villarroel en La voz de los cineastas.

Luego vino el período más taquillero del cine chileno con El chacotero sentimental (1999), Taxi para tres (2001), Subterra (2003), Sexo con amor (2003) y Machuca (2004). En 2001, el diario La Cuarta titulaba una nota así: “Según especialistas, Taxi para tres es un paso gigante para el cine chileno”. En poco más de una semana en salas, la película de Orlando Lübbert batió récords de público y el diario popular vaticinó que superaría los más de 800 mil espectadores de El chacotero sentimental. Pero la euforia duró poco. “Me cayó El planeta de los simios y me mató, porque me sacaron todos los afiches del cine. Yo los ponía y me los sacaban. Y les decía a los empleados: ‘pucha, protejan al cine chileno’”, recuerda Lübbert trece años después, y a días de estrenar Cirqo, su último trabajo, en el Festival de Cine de Santiago.

Tanto él como Larraín, Justiniano y Caiozzi, entre otros cineastas que filmaron en los 90 y a comienzos de la década del 2000, conocieron una realidad distinta a la de hoy, en que se filman alrededor de 45 películas al año y la tecnología digital democratizó la producción; en que existe el Fondo Audiovisual, hay nuevas escuelas de cine y hay un mayor número de filmes chilenos en certámenes internacionales. En la actualidad, las distribuidoras CinemaChile Distribución y Market Chile aseguran la llegada a salas de varios filmes nacionales y existe un circuito alternativo en la Cineteca Nacional y en el Cine Arte Alameda, donde se mantienen cintas en cartelera por varios meses. El cine chileno se diversificó y se abrió a los géneros.

Hay más producción, y si bien el número de espectadores de películas chilenas se ha duplicado entre 2001 y 2013, según las cifras del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA), el público sigue siendo un reto: del total de gente que va al cine hoy, el 8,4% va a ver cine chileno y el 87% prefiere ver cine de Hollywood. “Hablar de eso es como preguntarles a Óscar Hahn y a Claudio Bertoni qué pasa con la literatura chilena, que venden menos que Cincuenta sombras de Grey. Ése no es el punto. Lo interesante es que se está haciendo muy buen cine”, advierte Rodrigo Sepúlveda (1959), creador de Padre nuestro (2006), y quien el 6 de noviembre estrena en salas Aurora. Él, junto a Cristián Jiménez (1975), Jorge Olguín (1977), Gonzalo Justiniano (1955) y Orlando Lübbert (1945) están reunidos en el Centro de las Artes 660 para entablar un diálogo intergeneracional en torno a la relación que tiene hoy el cine chileno con su audiencia.

En un país obsesionado por las cifras económicas, el tema se ha vuelto recurrente: ¿Por qué el cine chileno más premiado sigue sin entusiasmar a un público más amplio? ¿Cambió la sensibilidad de los cineastas hacia el público o el público cambió sus intereses?

“Las audiencias están totalmente transformadas -considera el director Cristián Jiménez, autor de Bonsái, seleccionada en Cannes 2011, y quien en marzo estrenará en Chile su tercer filme, La voz en off-. No es sólo el cine el que cambió. Hace 20 años, El show de los libros tenía 25 puntos de rating, y ahora es un programa que con esfuerzo se programaría en el cable en un mal horario. No es que el cine esté ocurriendo en el éter, la sociedad también se va transformando”.

-Pero es curioso que algunos de los filmes chilenos más aplaudidos en los festivales no generen siempre un interés fuerte en el público, salvo casos como Gloria y No.
-Gonzalo Justiniano (G.J.): Eso es totalmente equivocado -opina el cineasta, que comenzará a rodar Cabros de mierda en febrero-. Hay  estudios: ahora la gente ve más cine chileno. Esa idea es algo que la prensa ha perpetuado, porque siguen teniendo como referencia el ticket cortado, pero las salas son un territorio tomado por Hollywood. Ahora se ve cine de otra forma.
-Rodrigo Sepúlveda (R.S.):
Es superimportante que se entienda que hay nuevas formas y nuevas plataformas de ver nuestro cine. Desde la piratería hasta la web.

-¿Pero no debería tener más público el cine chileno?
-G.J.: ¿Por qué va a tener más público?


De izquierda a derecha: Cristián Jiménez, Rodrigo Sepúlveda, Jorge Olguín, Orlando Lübbert y Gonzalo Justiniano.

-Porque un 87% de los chilenos prefieren el cine de Hollywood.
-Orlando Lübbert (O.L.): Es que hay un tema detrás: la otra vez alguien que trabaja en el cine me dijo: ¿qué ha pasado con el público que nos ha abandonado? Y yo le di vuelta la pregunta: ¿a lo mejor fuimos nosotros los que abandonamos al público? Es probable que estemos en otras ondas, que los cineastas vengan de un mundo determinado y hagan un tipo de cine que no encaja con gente que a lo mejor espera otra cosa. Hay una gran cantidad de películas que son muy aburridas. Y eso es un pecado que tendríamos que asumir nosotros también.
-G.J.:
¿Pero qué es el cine chileno? No estoy de acuerdo con comprarse una etiqueta. Hay muchos prejuicios. En Chile deberían hacerse más películas sobre la dictadura, sobre el golpe, sobre temas políticos, porque los grandes éxitos que ha habido tratan esos temas: Machuca, No. La gente quiere ver su historia. Paradojalmente, hay un sector que decía “hasta cuándo hablan de esos temas”, y lo que la sociedad chilena quiere es eso. Pero hay que aclarar la pregunta cuando se habla de cine chileno. Una película es Kramer vs. Kramer y otra es El cielo, la tierra y la lluvia, de (José Luis) Torres Leiva.
-Cristián Jiménez (C.J.): Hablar de “cine chileno” es un prejuicio que se repite hasta el hartazgo, como cuando se decía que el cine chileno era sexo, política y garabatos. Nosotros podemos hacernos cargo de algunos de esos prejuicios, pero en los países en los que hay un cine local fuerte, como Corea del Sur o Francia, existe un circuito de cine que no está entregado a la voluntad de las majors estadounidenses. En Chile se estrena una película grande y tiene más del 50% de las pantallas, algo ilegal en casi todo el mundo. Aquí no hay una competencia regulada.

-Está el caso de la sala del cine BF Huérfanos, dedicada al cine chileno, y que debió cerrar luego de un año por quedarse sin apoyo económico del CNCA.
-Jorge Olguín (J.O.): La palabra clave es la distribución -afirma el director, que en febrero estrena la cinta de terror Gritos del bosque-. Ése es un tema que no controlamos como creadores. Hoy existen dos distribuidores locales (CinemaChile y Market Chile) que combaten contra un negocio enorme.
-R.S.: El error es achacarnos el problema de la distribución a nosotros. Se estigmatiza el cine chileno y se dice que no se ve por culpa de los directores. El cine chileno tiene problemas económicos graves en términos de distribución y es perverso que nos hagan a nosotros responsables. Lo interesante es que se hacen 40 películas al año muy distintas.

-¿Faltan quizás más filmes que se sitúen entre lo autoral y lo comercial?
-C.J.: Eso existe: Gloria, No, Machuca. Todo el cine industrial argentino descansa en los aportes del Estado, reciben 2 ó 3 millones. Es muy difícil hacer un hit comercial como Relatos salvajes con 500 mil dólares. Incluso si a Damián Szifron le pasas 500 mil dólares, le costaría un kilo hacer una película así de exitosa. Nosotros estamos trabajando en una cierta escala y esa escala tiene límites.
-J.O.:
Eso me pasó: ¿cómo podía hacer (mi filme) Caleuche con menos de 1 millón de dólares? Es imposible. ¿Por qué estoy haciendo spots publicitarios? Para hacer Caleuche, me demoré mucho, porque todos querían transformarla en una subsecuela de Los piratas de Caribe. El sistema de los géneros te obliga a eso y es difícil.

-Bruno Bettati (coordinador de políticas de fomento del CNCA) planteó que una de las posibles soluciones para aumentar las audiencias sería un canal cultural.
-O.L.: Habría que ver el ejemplo de Arte  (el canal cultural franco-alemán), pero eso corresponde a estructuras republicanas que en Chile no existen,  y que consideran que la cultura es básica para un país.
-C.J.: Pasa también que en Chile se subestima muchas veces a las audiencias. Trabajé en El reemplazante y cuando faltaba poco para su estreno, hubo pánico de que nadie la viera, y al final fue un superéxito. Casi toda la gente la veía por internet, porque la daban muy tarde. Existe esa idea de que hay que darle al público lo que quiere ver, y se fabrica la imagen de un espectador que supuestamente va a querer ver un reality.

-¿El gran problema sería la distribución?
-O.L.: La distribución es un tema que se discute siempre. Siempre nos victimizamos un poco con eso, y existe otra reflexión importante y que tiene que ver con la eficacia de nuestro cine. Me hago preguntas sobre las temáticas, me hago preguntas sociológicas, no sólo políticas. En la TV hay mucha pobreza narrativa, y hay que preguntarse de una manera autocrítica: está bien, la distribución es muy difícil, pero, por otro lado, ¿de qué manera nosotros estamos a la altura de lo que la gente está esperando? Hay que buscar la identidad y  los temas que nos acerquen al público. Si empezamos a pensar en la alfombra roja mientras rodamos, estamos perdidos.
-R.S.: Pero en toda disciplina tiene que haber artistas que hacen avanzar la forma de hacer arte, y en ese sentido es interesante un cine que trabaje el lenguaje. Hay cineastas jóvenes talentosísimos incomprendidos, en términos de que sienten que están haciendo un cine poco relevante o poco comercial.

-En otros países, esos dos cines coexisten: ¿cómo interpretan que en Chile se le exija tanto a ambos en términos de cifras?

-C.J.: En los países donde hay más desarrollo de políticas audiovisuales existe siempre una separación entre el fomento de las artes y el fomento de la industria, el comercio, el empleo. Nunca se fomentan las dos cosas al mismo tiempo. Tratar de hacer las dos cosas a la vez es un signo de la inmadurez que tiene Chile en este tema.
-R.S.: Y no hay que olvidar que cuando hablamos de público estamos hablando de gente que tiene la capacidad económica de ir a ver cine. Fui a dar Padre nuestro en una población y la gente la disfrutó. Una señora me dijo: “ir a ver una película con mi familia son 15 lucas”. Es mucha plata. Cuando hablamos de problemas de distribución no sólo se trata de que en los cines se dan películas norteamericanas para niños. Tampoco están los espacios para que el resto de la ciudadanía tenga la posibilidad de ver cine.

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