Por Evelyn Erlij Octubre 29, 2014

Poco antes de irse de Chile, en 1982, Alfredo Jaar visitó la extinta Galería Arte Actual, en la Plaza Mulato Gil, en el centro de Santiago. Tenía 26 años, su nombre era conocido en el ambiente artístico, y acababa de ganar una beca para ir por un año a Nueva York. Patricia Ready, una de las fundadoras de la galería, no olvidó ese momento. “Cuando me despedí de él -recuerda-, le dije: ‘Alfredo, esperemos que cuando vuelvas a Chile te podamos hacer una exposición acá’”.

Pero Alfredo Jaar no volvió.

En Estados Unidos, Jaar se abrió paso en la escena artística mundial. Sus obras se exhibieron en algunos de los espacios más respetados del arte contemporáneo; fue el primer latinoamericano invitado a montar en la mítica exposición documenta, en Kassel, Alemania; ganó la beca Guggenheim, entre varias otras; eligió a Nueva York como su residencia y se convirtió en el artista chileno vivo más importante del planeta. Chile pasó a ser una escala frecuente en su itinerario, vino a dar charlas y a participar en actividades universitarias; hubo varios intentos fallidos por exhibir su trabajo en el país, pero nadie pudo ver sus obras sino hasta hace ocho años, cuando se realizó la exposición antológica JAAR SCL 2006, en Fundación Telefónica, a la que asistieron más de 50 mil personas.

Pero Patricia Ready -dueña de la galería que lleva su nombre- no olvidó las palabras que le dijo a Jaar el día de su despedida. Treinta y dos años después, la galerista concretó su ambición: el próximo 12 de noviembre, el artista inaugurará en el espacio de Ready la instalación The Sound of Silence, su obra más exhibida en el mundo, montada 24 veces en 18 países y en 10 idiomas.

-Tenía muchos deseos de mostrarla en Chile. De hecho, he postergado muestras de esta obra en Colombia, Brasil y Argentina porque deseaba que Chile la recibiera primero. Y así será -cuenta Jaar desde Nueva York, a días de llegar al país para afinar detalles del montaje. Será su primera exposición en Chile después de recibir el Premio Nacional de Artes Visuales en 2013.

-El Premio Nacional fue un gran honor al cual aún no me acostumbro. Todavía tengo mucho que hacer para merecerlo. Exponer en Chile es una de las formas -asegura el artista, quien el año pasado representó al país en la Bienal de Venecia. Su último trabajo aquí lo realizó en el contexto de los 40 años del golpe militar, en el que replicó con una cámara de video una de las imágenes icónicas del bombardeo de 1973, y la transmitió vía streaming como un acto de purificación de la memoria visual chilena.

Su paso por Chile incluirá una conversación con el teórico social británico David Harvey el 5 de noviembre, en el Museo de la Solidaridad, y una conferencia sobre su obra en la Galería Patricia Ready, el 26 de ese mes. Jaar lleva alrededor de un año planificando esta exposición: espacio, iluminación y detalles técnicos deben ajustarse a la idea original de las obras. En total, serán exhibidos tres trabajos -The Sound of Silence, Three Women y Un Millón de Destellos-, pero la pieza esencial de la muestra es la que da nombre a la exposición, título alusivo a una de las catástrofes humanas que han devastado África y que han marcado su obra.

-Millones de seres humanos se mueren de hambre cada año, en silencio. Este hecho es un escándalo. El planeta dispone del doble necesario para alimentarnos. The Sound of Silence utiliza la luz y las palabras para contar una historia triste, casi como un lamento -explica Jaar. Un arte que no es político, que no contiene una concepción del mundo -ha dicho-, no es arte. Es decoración. 

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En 1993, el fotorreportero sudafricano Kevin Carter viajó a Sudán para fotografiar la guerra civil y la hambruna que asolaban el país. Cuando llegó al pueblo de Ayod, cerca de Etiopía, se cruzó con una niña de unos pocos años que arrastraba su cuerpo esquelético para llegar a un centro de abastecimiento. A pocos metros de ella, un buitre la observaba con hambre de carroña. Carter esperó 20 minutos a que el ave abriera sus alas para acentuar el dramatismo de la imagen, pero eso no ocurrió. Tomó la fotografía, espantó al buitre y se fue del lugar desecho en llanto.

-La imagen fue publicada por primera vez en el New York Times en marzo de 1993. Todavía tengo recuerdos de cuando abrí el periódico y la vi. Me llenó una sensación incontrolable de pena -recuerda Jaar-. Apenas pude controlar mis lágrimas. Guardé el recorte y pensé que esta imagen era intocable.

Un año más tarde, el artista chileno leyó en ese mismo diario que Carter había ganado el Premio Pulitzer por esa fotografía. Las reacciones del público ante el galardón fueron radicales: ¿no es también un buitre alguien que espera la mejor toma en una situación como ésa? Carter no pudo vivir con esa pregunta. Tampoco con las imágenes de muerte que vio en Sudán. Pocos meses después del premio, se suicidó. Tenía 33 años.

-Fue sólo en ese momento que pensé que tenía que hacer algo con esta imagen, su efecto en la opinión pública, y la historia extraordinaria de su autor -revela Jaar-. La imagen en cuestión es tal vez la fotografía más extraordinaria que se haya tomado nunca para retratar el hambre en el mundo.

Ése es el origen de The Sound of Silence, una instalación en la que el artista pide 8 minutos del tiempo de cada visitante para conocer la historia de Kevin Carter y repensar la fotografía que fulminó su vida. Cada persona ingresa -tal como se entra a una capilla, en silencio y casi en penumbra- a una especie de búnker de metal de 128 metros cúbicos. Al interior, en una pantalla, Jaar despliega un texto con el relato de Carter, cuya imagen, se advierte, pertenece a la agencia Corbis, propiedad de Bill Gates. Hay luces que enceguecen, focos que se disparan: más que una instalación física es una experiencia emocional de la que muchos salen en lágrimas, impactados o entristecidos.

-The Sound of Silence es un ensayo sobre lo que llamo la política de las imágenes. Porque las imágenes no son inocentes. Como dice otra de mis obras expuestas en Santiago, “Una fotografía no se toma. Se hace”. Me interesa en este trabajo presentar los dilemas éticos y estéticos de tomar una fotografía y hacerla pública. El tema de la responsabilidad. La toma de conciencia de que cada imagen creada por el hombre contiene una concepción del mundo.

La obra -que ha sido analizada por teóricos de la importancia de Jacques Rancière y Georges Didi-Huberman- no sólo saca al espectador de su comodidad e imprime en su retina la imagen de una realidad a la que es ciego por voluntad. También incita a una mirada crítica y consciente hacia la fotografía y los medios de comunicación. En un mundo desbordado de noticias, y en el que las pantallas y los diarios se han llenado de imágenes bestiales de yihadistas cortando cabezas, Jaar se pregunta -tal como lo ha hecho a lo largo de su carrera- por las estrategias de omisión, los mecanismos de selección; por todo aquello que no se muestra.

-La fotografía es una herramienta más de la batalla ideológica que se libra en el mundo entre bandos opuestos. El Estado Islámico elige matar decapitando seres humanos y exhibiéndolos por YouTube, Estados Unidos prefiere matar vía sus drones, sin dejar huella y desmintiéndolo todo. ¿Cuál prefiere usted?

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La obra de Alfredo Jaar nace de su impulso por comprender el mundo, de su afán por crear a partir de hechos que ocurren en rincones olvidados del planeta. La prensa es esencial en ese proceso. A diario se satura de noticias sobre el acontecer mundial, para informarse y también para descifrar sus mecanismos discursivos. Reconoce que le resulta difícil seguir la realidad de Chile desde Nueva York, pero los medios chilenos -salvo en el ámbito cultural, en el que detecta una gran deficiencia- no le parecen ni mejores ni peores que los de otros países.

-Cada medio es un negocio vulgar como cualquier otro, y tiene su agenda política. Es un tremendo esfuerzo leer un periódico hoy: tienes que leer entre líneas y hacer tu propio análisis, comparar fuentes, deducir hechos, ideas e intenciones -considera el artista. Pero el mercado del arte también mueve tantos o más millones que el de los medios:

-Para algunos, el arte es un negocio como cualquier otro. A mí me interesa crear modelos de pensar el mundo. Mi objetivo es informar al espectador, pero también conmoverlo e iluminarlo. No siempre lo logro -afirma. Hacer arte, para Jaar, es abrir los ojos del público ante realidades ajenas; es intervenir espacios públicos para permitir la libre circulación de ideas, es compartir su experiencia con las generaciones venideras, entre las que se cuentan varios artistas chilenos a quienes ha dado su apoyo:

-Hago lo que puedo y me queda claro que no he hecho suficiente, no por falta de voluntad sino que de tiempo -dice al respecto-. Mi ritmo es endiablado, viajo más de 250 días al año y mi taller es una operación tan compleja que me sobrepasa. Pero estoy informado y sigo la pista a varios artistas jóvenes en quienes creo enormemente, por ejemplo, Renata Espinoza (1986) o Gianfranco Foschino (1983), para nombrar algunos.

-Chile cambia a una velocidad radical. ¿Qué impresión le deja el país de hoy cada vez que regresa? ¿Reconoce algo del Chile que dejó en los años 80?
-No hay dudas de que nuestro país está progresando de manera rápida y eficiente. Observo cambios muy impresionantes en cada visita. Está claro que sigue existiendo una profunda desigualdad social. Pero recuerdo lo obvio: el capitalismo necesita pobres. Por otro lado, el movimiento estudiantil está provocando cambios en la educación y tengo mucha confianza e ilusión en lo que se quiere lograr.
No apruebo cómo se ha transformado Santiago, es una metrópoli brutal y poco gentil. No es una ciudad muy vivible. A pesar del gran momento por el cual está pasando la arquitectura chilena, en términos de urbanismo, Santiago es un cero a la izquierda.

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