Por Diego Zúñiga Octubre 29, 2014

© José Miguel Méndez

“Si por un lado Estruendomudo quiere tener un catálogo ambicioso en términos literarios, pues en los otros sellos más comerciales que hemos abierto queremos tener un catálogo ambicioso en términos de impacto social. Eso de que el libro no tiene relación con el mercado es de un provincianismo impactante”.

Texto que se lee en un periódico que conmemora los 10 años de Estruendomudo: “Soy Álvaro Lasso. Nací en un país que ya no existe. Y quise hacer una editorial cuando fuera grande. Desde hace una década busco esa ansiada coherencia. Y no me da vergüenza decirlo. Porque cuando veo a los ojos a una persona-puente, sé reconocer el inicio de una historia”.

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El inicio de una historia: Álvaro Lasso nació en 1982 en la ex Unión Soviética, más precisamente en Bakú, capital de Azerbaiyán, a orillas del mar Caspio. Su madre era peruana, su padre colombiano, estudiantes becados, que se enamoraron y luego, cuando él nació, dejaron de amarse y lo enviaron a Perú, a Lima, a la casa de los abuelos maternos, donde se crió. La Lima de los 80, el terrorismo, las bombas y el barrio obrero de Surquillo, cerca de Miraflores pero a la vez muy lejos. Un lugar complicado, peligroso, pero Lasso se movía junto a su abuelo y a sus tíos. Entendía que en la calle estaba todo. También en esos libros que le recomendaban leer sus abuelos, en las películas, en la música, en las pinturas. Moverse. Lasso era un niño, un adolescente que crecía sabiendo que en la calle se aprendían, realmente, las cosas.

Tenía 15 años cuando iba a empezar a darle forma a uno de los proyectos editoriales más importantes de Latinoamérica. Por supuesto que no lo sabía, él sólo obedecía a ese profesor de lenguaje que había obligado a aprenderse de memoria, a cada niño del curso, un poema de Trilce, de César Vallejo. Lasso era el número 13 de la lista, por lo que le tocó ese poema de Vallejo en el que dice hacia el final: “Oh Conciencia,/ pienso, sí, en el bruto libre/ que goza donde quiere, donde puede. /Oh, escándalo de miel de los crepúsculos./ Oh estruendo mudo”.

-Nunca me olvidé de esas últimas palabras -cuenta 17 años después Álvaro Lasso-. Era un poema absurdo para recitar, muy extraño para leerlo en público, pero lo hice y nunca olvidé esas palabras extrañas. Y se lo agradezco, porque cuando pensé en qué nombre ponerle a mi editorial, no me demoré mucho en escogerlo.

Estruendomudo.

Una sola palabra. Un homenaje a Vallejo. Un homenaje a esos años en que todo estaba por hacerse. Cuando Lasso escribía y leía poesía. Cuando decidió entrar a estudiar Derecho y luego se cambió a Letras y empezó a juntarse con los poetas de la Universidad Católica del Perú. Escribir poesía. Vivir como poetas en un delirio constante. Eso era Álvaro Lasso cuando tenía 18, 19, 20 años: un joven que quería ser como un detective salvaje, aunque todavía no había leído la novela de Bolaño. Leía, eso sí, poesía, organizaba festivales, lecturas, invitaba a poetas grandes e importantes -José Watanabe, Rodolfo Hinostroza- y luego empezó a hacer una revista de poesía. En eso estaba Lasso cuando ese julio de 2003 se enteró de que había muerto Bolaño.

-Me acuerdo que estábamos en la cafetería de Letras y empezó a correr la noticia. El lugar se transformó en un velorio. No lo podíamos creer -dice Lasso.

Esa misma semana fue a una librería, se compró Los detectives salvajes y ya nada fue lo mismo.

-Fue en esos años cuando aparece la editorial -cuenta Lasso-. Estruendomudo nace cuando todos leían a Roberto Bolaño y todos queríamos vivir la aventura de los realvisceralistas. Todo era literatura.

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-Estruendomudo éramos yo y 100 soles de mi abuela de capital (unos $15.000 más o menos), porque no me quiso dar más -dice Lasso entre risas. Lo dice medio en broma, medio en serio, pero era así: después de organizar festivales, lecturas y de llevar un diario de poesía llamado Odumodneurtse -es decir, estruendomudo al revés- sus amigos poetas, que tenían la misma edad que él, 21 años, le dijeron que querían publicar sus primeros libros, que eran novelas, pero que no sabían con quién. Y que después de pensarlo, todos estaban convencidos de que él debía hacerlo. Que él debía crear una editorial. Que él debía publicarlos.

-En ese momento, Perú era un desierto. Era maravilloso, no había nada. Lo lindo del Perú es que no hay nada: todo lo inventas, todo lo traes, todo es nuevo. Y es en ese contexto que aparece la editorial.

Contexto: 2004. Había dos editoriales grandes -Alfaguara y Norma- y un par de independientes -Peisa y varias que desaparecieron-, pero no mucho más. Es ahí cuando Lasso acepta la propuesta de sus amigos.

-Los primeros libros los pagaron sus autores, luego pudimos empezar a andar solos -cuenta y agrega-: Fue un comienzo perfecto, para qué negarlo, no pensaba que podía ser así…

El comienzo perfecto: presentaron en la Feria Internacional del Libro de Lima la novela Casa de Islandia, de Luis Hernán Castañeda, ante 500 personas, en el salón principal, y se convirtió en el libro revelación de ese año.

-Alonso Cueto levanta el dedo, Iván Thays levanta el dedo, los críticos, todo el mundo la reseña -dice Lasso.

Un comienzo perfecto. Un comienzo inesperado. Empieza, paralelamente, un renacer de la literatura peruana. Alonso Cueto se gana el Premio Herralde, Santiago Roncagliolo el Premio Alfaguara, Iván Thays queda finalista del Herralde, aparece Daniel Alarcón, Gabriela Wiener y la revista Etiqueta Negra. La literatura peruana parece estar viva, y ahí está Estruendomudo, que empieza a publicar a autores jóvenes peruanos. Y todo sin grandes financiamientos, a diferencia de la mayoría de editoriales independientes latinoamericanas que logran traspasar las fronteras de sus países: siempre hay un mecenas, una herencia, un sustento económico que les permite arriesgarse. Pero en este caso es distinto, es Álvaro Lasso y un grupo de amigos -una pandilla, dice él- que buscan textos, los mueven, los distribuyen y hacen que el boca a boca funcione, ganan fondos, Lasso va a la Feria de Frankfurt en 2007 y descubre que hay una serie de códigos que debe aprender en el mundo editorial. Pero a esa altura ya tiene un nombre en el Perú. Especialmente luego de publicar Selección peruana 1990-2005, una antología de narradores peruanos entre los que figuraban Mario Bellatin, Roncagliolo, Alarcón, Thays, Iwasaki, entre otros. Es decir, un mapa bastante preciso de lo que sería la narrativa peruana de ahí en adelante. Y fue un éxito: se vendieron 2.000 ejemplares y entonces vino un salto más grande: empezar a publicar autores extranjeros. Traspasar las fronteras.

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En 2006, Álvaro Lasso publica Una terraza propia. Nuevas narradoras argentinas, una antología de escritoras trasandinas, entre las que estaban Samanta Schweblin, Mariana Enriquez y Selva Almada. Un libro del que Lasso imprime 300 ejemplares -comúnmente publicaban 500- pues no sabía cómo iba a ser recibido. Casi no circulaba literatura latinoamericana en las librerías peruanas. Entonces, apuesta. Y lo que ocurre es que esos 300 ejemplares se agotan en dos semanas. Así, entiende rápido que sí hay mercado para publicar narradores jóvenes de otros países. Y el primer gran golpe viene cuando publica, en 2008, Cómo me hice monja, una de las mejores novelas de César Aira.

-No conocía a Aira, pero me habían invitado a la Feria del Libro de Buenos Aires, y las chicas de Beatriz Viterbo me pasaron su teléfono. Lo llamé, conversamos un rato y me dijo: “Publica lo que quieras”. Fue así de generoso, generosísimo.

Ya con Aira en el catálogo, todo fue más fácil. A partir de 2009 se sumaron libros de Samanta Schweblin, Edmundo Paz Soldán, Dani Umpi, Álvaro Bisama, Fabián Casas, Washington Cucurto, Mayra Santos Febres, Aurora Venturini y Pola Oloixarac, que fue una revolución en Lima, cuando en la Feria del Libro decidió firmar los libros marcando las páginas con sus labios muy rojos.

-Lo de Pola fue una fiesta. Todo el mundo estaba loco. Vendimos muchísimos libros -dice Lasso.

-¿Pero en qué momento llegó la estabilidad económica?

-En ningún momento -dice y se ríe-. Es complicado, pero hay que trabajar mucho. He tenido suerte de encontrar varias figuras paternales en las imprentas. En el banco no hay figuras paternales, pero en 10 años de vida que tiene la editorial, he tenido 3 imprentas y han sido como un noviazgo. Se vuelven mi familia. Te aguantan los pagos. Han sido fundamentales.

Hoy, en Estruendomudo trabajan 7 personas, y desde 2010 decidieron crear otros sellos para poder sostener el catálogo de literatura. Crearon uno dedicado al periodismo y a los libros de política -publicaron un libro de periodismo deportivo con el que consiguieron vender más de seis mil ejemplares-, otro donde publican libros sobre sexualidad -el hit es 100 secretos de una dama de compañía-, y otro en el que publicaron hace unos meses La verdadera historia de Wendy Sulca, más allá de La tetita. Ahora acaban de abrir una sello de literatura infantil llamado Los libros de Amaro, en honor a su hijo, que es chileno.

-Si por un lado Estruendomudo quiere tener un catálogo ambicioso en términos literarios, pues en los otros sellos queremos tener un catálogo ambicioso en términos de impacto social -explica Lasso y agrega-: Eso de que el libro no tiene relación con el mercado es de un provincianismo impactante. Nosotros abrimos líneas comerciales porque creemos que es necesario para mantener a la editorial.

Así, la editorial acaba de cumplir 10 años y sigue viajando por distintos países de Latinoamérica. Ahora se pueden encontrar sus libros en el pabellón de las Editoriales Independientes Latinoamericanas que habilitó Filsa. Han sido 10 años de movimiento, pero en los que algunas conclusiones han surgido.

-Creo que las editoriales no tienen por qué querer ser como Anagrama. Error número uno. No se puede ser así desde Lima o Santiago. Yo quise ser así. Después quería ser Taschen. Y me ha costado tiempo querer ser Estruendomudo. Mi descubrimiento más fuerte es querer ser lo que estoy siendo.

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