Zambra trabaja en dos novelas: “Mensajes no enviados”, sobre un hombre que le escribe a una polola de juventud una carta que nunca enviará, y “Poeta chileno”, relato sobre un joven que quiere ser poeta y no postula a la universidad porque espera a que la educación en Chile sea gratis.
No recuerda el nombre del colegio donde rindió la Prueba de Aptitud Académica, pero sí que quedaba cerca del Templo Votivo de Maipú. Era diciembre de 1993, Alejandro Zambra tenía 18 años y estaba nervioso. Era inevitable. Llevaba mucho tiempo preparándose junto a sus compañeros del Instituto Nacional para rendir la prueba.
-En realidad, estábamos preparados desde siempre -recuerda hoy Zambra (39), cuando han transcurrido más de 20 años desde aquella mañana de diciembre. Quería estudiar Literatura. Tenía esa certeza. Le gustaba leer.
-Teníamos dos horas para responder 90 preguntas, y me puse muy nervioso porque había que llenar las celditas sin pasarse del límite, por completo… perdí mucho tiempo haciendo eso: borraba, marcaba con el lápiz grafito, borraba. De hecho, no alcancé a pasar todas las respuestas en limpio.
Sin embargo, le fue bien. Entró a estudiar Literatura en la Universidad de Chile becado. Años después sería él quien daría clases de Castellano y prepararía a alumnos para rendir la PAA. Se aprendería el formato casi a la perfección: las debilidades, los aciertos, la mecánica.
No se olvidaría de aquella prueba de Verbal. Tanto así que aquel documento terminaría siendo la estructura de su nueva novela, Facsímil, que acaba de publicar con la editorial Hueders. Una novela dividida en cinco capítulos: “Término excluido”, “Plan de redacción”, “Uso de ilativos”, “Eliminación de oraciones” y “Comprensión de lectura”. Un libro que se puede responder, tal como si estuviéramos rindiendo la PAA, aunque en realidad las preguntas que plantea no se reducen a una alternativa. Una novela que no deja nunca de interpelarnos, arriesgada, desconcertante, casi siempre rabiosa.
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“Así nos enseñaron a leer: a palos. Todavía pienso que los profesores no querían entusiasmarnos, sino disuadirnos, alejarnos para siempre de los libros”, anota Zambra en el texto que abre No leer, su libro de ensayos y crónicas en el que laten muchos de los temas que atraviesan Facsímil. Porque esta novela -que se puede leer como un libro de relatos o como un libro de poesía, aunque también como una novela que se desborda y se contrae- busca hablar, justamente, de la forma en que fuimos educados, de la forma, también, en que se nos enseña la literatura en los colegios, en la universidad.
La idea empezó a rondarle a Zambra hace un par de años, cuando terminó de escribir Formas de volver a casa. Quería hacer una novela sobre el Instituto Nacional, pero no daba con el tono.
-Lo intenté, pero no funcionó porque me pareció que estaba simplificando algunas cosas y repitiendo otras y lo que resultó fue ese texto de Mis documentos -dice Zambra, refiriéndose al relato “Instituto Nacional”, en el que narra un par de episodios protagonizados por escolares: repitentes, suicidios prematuros, profesores incomprendidos, cansados. Pero había una idea que seguía dándole vueltas.
-No podía sacarme de la cabeza el tema de la Prueba de Aptitud y en qué medida fuimos educados o entrenados, porque el colegio tenía en ese tiempo, sobre todo, una orientación muy funcional, muy de rendimiento, y eso nos configuró.
Lo que ocurrió, entonces, es que Zambra empezó a resolver facsímiles, términos excluidos, ilativos. Lo que ocurrió, también, fue que se enfermó: los dolores de cabeza que sufre desde la adolescencia se metieron, por primera vez, a sus sueños, y estuvo un mes sin dormir más de una hora seguida. No podía avanzar en sus otros proyectos -dos novelas y el guión de una película-, sólo hacía facsímiles y recordaba esos años preparándose para la PAA, hasta que entendió que ahí había un libro: en esa estructura de 90 preguntas, él podía armar una nueva obra, y fue lo que hizo.
-Al principio el tono era más experimental, pero me fui apropiando de la estructura. Porque yo creo que es una buena idea, pero una buena idea no significa un buen libro -dice.
Al principio, Facsímil parecía mucho más un libro de poesía, o más bien de poesía chilena: los ecos de Parra, de Juan Luis Martínez y del Gonzalo Millán de La ciudad estaban muy vivos, pero luego Zambra fue transformándolo en un libro mucho más narrativo, aprovechando cada ítem de la prueba para plantear una serie de temas que reconocerán sus lectores: historias de amor que quedan a medio camino; desencuentros; la infancia y los 80; la dictadura y el presente; la literatura como un paisaje reconocible y también, a ratos, indescifrable; la forma en que se educó la generación de Zambra, los que nacieron en los 70. Pero, sobre todo, también asistimos a un lugar nuevo: el presente de esa generación, los caminos que han recorrido hasta convertirse en adultos.
“No hagas caso, querido hijo, de lo que te digo; no me hagas caso (…).Espero que inventen pronto un control remoto para que me bajes el volumen, para que me pongas en pausa, para que adelantes las escenas ingratas, o retrocedas muy rápido hacia los días felices”, se lee en el último texto del capítulo “Comprensión de lectura”.
-Para mí es, en parte, un libro sobre quienes ya somos padres, o hemos decidido no serlo, o hemos fracasado como padres y estamos siendo interpelados profundamente -dice Zambra-: Me gusta la idea de “la literatura de los hijos” -expresión que él mismo propuso en Formas de volver a casa-, pero en cierto modo oculta nuestra condición de padres. Generacionalmente, creo que el libro termina en un diálogo que puede ser muy jodido para los que tienen 18, 20 años. Para quienes podrían ser nuestros hijos. Para quienes son, ahora, mis estudiantes.
En ese relato, escribe: “Estuvimos a punto de borrarte, como quizás sabes o sospechas. No queríamos tener un hijo. Lo que pasa es que entonces éramos hijos. Éramos tan hijos que la posibilidad de ser padres nos parecía tremendamente lejana”.
Es un tono durísimo, que puede parecer un paisaje nuevo, pero que también remite en muchos sentidos a Mis documentos, en el que Zambra ahondaba en sus obsesiones, pero también abría caminos inesperados, como en “Hacer memoria”, el cuento que cerraba el libro, donde no sólo construía un relato brutal, sino también un texto ambicioso técnicamente, en el que la cantidad de lecturas posibles eran muchísimas, tal como ocurre en Facsímil, que parte desde una lectura simple -leer el libro literalmente y contestar las 90 preguntas- hasta convertirse en un libro irónico, inteligente y político.
-Lo que hago es muy personal, muy privado, pero me importa mucho que mis libros los pueda leer cualquier persona, que se puedan leer en varios niveles, me gusta eso -dice Zambra, quien este año ha visto cómo varios de los relatos de Mis documentos -que hace poco ganó el Premio Municipal de Santiago y fue finalista del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez- se han publicado en algunas de las revistas más importantes del mundo: New Yorker, Harper’s, The Paris Review, mientras se prepara la edición norteamericana del libro que publicará la editorial McSweeney’s. Traducciones, premios, proyectos y más proyectos.
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Facsímil acaba de llegar a librerías y en los primeros meses del próximo año aparecerá en diversas editoriales hispanoamericanas: Eterna Cadencia (Argentina), Sexto Piso (México y España) y Estruendomudo (Perú). El libro nació, en parte, de las conversaciones que tuvo Zambra con Álvaro Matus, editor de Hueders, por lo que no dudó en hacer un paréntesis con la editorial Anagrama, que hasta aquí había publicado toda su obra narrativa, y que probablemente publicará las dos novelas en que Zambra trabaja, que no tienen fecha de publicación, pero sí borradores y títulos: Mensajes no enviados, la historia de un hombre que le escribe una carta a una polola de juventud, sabiendo que nunca la enviará, y Poeta chileno, el relato sobre un joven de 18 años que lo único que quiere es ser poeta y que decide no postular a ninguna universidad porque está esperando a que la educación en Chile sea gratis.
Aunque el proyecto que lo tiene más ocupado por estos días es el guión de Vida de familia, la película que ha estado escribiendo en estos últimos meses, basada en el cuento homónimo de su libro Mis documentos y que será dirigida por Alicia Scherson y Cristián Jiménez.
-Siempre pensé que ese cuento tenía un posible desarrollo visual, que es algo que no me ocurre mucho -cuenta Zambra-. Quizás a partir de la adaptación de Bonsái, comencé a pensar en el cine de otra manera.
Cuando Scherson y Jiménez leyeron “Vida de familia” -la historia de un hombre que cuida una casa y finge tener otra vida-, le dijeron por separado: “Acá hay una película”. Entonces, empezaron el proyecto.
-En estos meses he estado escribiendo el guión y ellos han sido bastante tolerantes, porque me he metido mucho. Seguro que voy a perder, porque el director siempre toma todas las decisiones, más encima son dos directores, pero han sido muy generosos, he aprendido un montón.
Además, está escribiendo un diario en el que registra el proceso de la película, que se filmará en marzo en Santiago. Ese diario quizás forme parte de Cementerios personales, un libro a medio camino entre la ficción y la no ficción que aparecerá a fines de 2015 en Ediciones UDP y será editado por Leila Guerriero.
Los proyectos no se detienen. También está planeando una revista sobre literatura y educación. Ese es, en realidad, dice, su gran proyecto. Piensa que se puede llamar Primero básico, y la idea es que tenga textos en los que se reflexione, justamente, sobre cómo se enseña la literatura en los colegios.
-Antes que escritor, siempre me he sentido profesor. Es algo sobre lo que reflexiono continuamente, como todos los profesores, porque la clase es algo muy real, muy absorbente, dar clases es un desafío cotidiano -dice Zambra, quien desde hace doce años imparte cursos en la Universidad Diego Portales. Ahí toma pruebas, que no son iguales a Facsímil, pero que sí buscan, siempre, interpelar a los alumnos: hacerlos ir más allá de lo literal. Así funciona Facsímil también: como un libro inacabable, que en cada relectura se muestra de una forma distinta. Así como ocurre con La nueva novela, de Juan Luis Martínez: acá hay humor y una necesidad absoluta de que el lector participe en el armado del libro. Que entienda que la literatura no se trata de certezas, sino más bien de preguntas que nunca podremos responder, pero que necesitamos enfrentar, que no podemos eludir.