Arriba del escenario, Claudia Celedón se mueve como una pequeña tormenta: incontrolable, astuta, sorprendente; llena de una fuerza que no se puede describir. Habla fuerte, canta, se emociona, nos emociona, nos hace reír, interpreta uno, dos, tres, muchos personajes. La versatilidad para manejar un rol masculino y luego uno femenino, y luego otro masculino y así, de un momento a otro, esa pequeña tormenta arriba del escenario nos hace transitar por distintos tiempos, por distintos mundos, por distintos personajes y la seguimos, indudablemente.
Seguimos a Claudia Celedón arriba del escenario, siendo una de las protagonistas de Xuárez, la nueva obra de Manuela Infante (Prat, Cristo) y Luis Barrales (Niñas Arañas, Allende, noche de septiembre) que acaba de estrenarse en el GAM. Un trabajo sorprendente, en el que se reivindica la importancia que tuvo Inés de Suárez en nuestra historia. Pero Claudia Celedón no interpreta a Inés de Suárez. No, ese papel lo interpreta una contundente Patricia Rivadeneira, quien se mueve arriba del escenario con mucho desplante, con mucha fuerza.
En esta ocasión, el papel que le toca a Claudia Celedón es el de un hombre.
–Cuando Patricia me invitó a participar en este proyecto le dije que feliz trabajaba con ella, pero con una condición: que yo hiciera a Pedro de Valdivia. Y ella aceptó –cuenta Celedón sentada en una sala del GAM, donde ha pasado buena parte de estos últimos meses ensayando–. Claro que en ese momento no sabía que iba a interpretar tantos personajes –dice y se ríe.
Y es que en Xuárez no sólo interpreta al fundador de Santiago, sino que también a Lautaro (en su etapa indígena y en su etapa “española”), a una teórica, a una Inés de Suárez moderna y a otra mujer que acompaña a Suárez.
–Este es uno de los desafíos más grandes que me ha tocado como actriz –dice Claudia Celedón. Pero arriba del escenario no se nota: parece como si estuviera hecha para interpretar todos esos papeles en una misma obra, sin bajar la intensidad, sin dejar de sorprendernos en cada escena.
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Nunca en su carrera había interpretado un personaje masculino, nunca había interpretado a tantos personajes en una misma obra, por eso mismo, entre otras cosas, el proyecto de Xuárez le llamó tanto la atención.
–Quería experimentar lo que era hacer el rol de hombre –dice Celedón–. Y la verdad es que no te sientes distinta, sino que tienes que adoptar ese sentimiento y esa sensación masculina… pero físicamente es un poco lo mismo.
Arriba del escenario no vemos a una Claudia Celedón convertida en hombre, sino más bien a un Pedro de Valdivia travestido por momentos, que usa falda, que se mueve con cierta tosquedad, pero que no deja de tratar de imponerse ante Inés de Suárez, que aquí es un personaje potentísimo, vital, lleno de una fuerza que indudablemente opaca a Valdivia. De hecho, la escena histórica de la decapitación de los caciques a la que se vincula a Suárez aquí resulta ser uno de los momentos más perturbadores y potentes de la obra. Escena, además, que adquiere mayor potencia con la música de Atom, quien está a cargo de la musicalización de Xuárez.
–Ha sido un trabajo superexigente, pero muy crecedor como artista, como persona, porque lo hicimos como era el teatro antes: con muchos meses de trabajo, con apoyo del Fondart, apoyo de GAM. Hemos estudiado, leído, hemos tenido charlas, un training específico, entonces es un trabajo que se notará en la puesta en escena –explica Celedón. Una puesta en escena ambiciosa, en la que vemos a la actriz interpretando a Pedro de Valdivia y luego, en un pequeño giro, rápido, se convierte en Lautaro –aquel mapuche que iba a aprender todo de los españoles para luego escaparse y luchar contra ellos–, y después, en un giro fugaz, aparece en el escenario como una profesora de arte, una teórica que explica frente al público su interpretación de “La fundación de Santiago” (1888), aquella pintura de Pedro Lira que aparecía en el extinto billete de 500 pesos y que resulta ser el centro de Xuárez: Celedón apunta con un láser hacia la pintura –proyectada en una pared– y va explicando cómo aquel personaje difícil de definir, vestido con una túnica blanca, ubicado tras el español Francisco de Villagra no es un sacerdote –como han explicado algunos historiadores–, sino que es Inés de Suárez.
–La obra es bien feminista, entendiendo bien el concepto feminista. Reivindica mucho a esta mujer que está subyugada y borrada de la historia de Chile. Pedro de Valdivia, como todos los hombres de esa época y de ahora incluso, se quiere llevar todos los créditos, pero en la obra no es así –cuenta Celedón.
Xuárez, en ese sentido, está muy alejada de cualquier idea preconcebida que se pueda tener de una obra histórica. Aquí se hace ficción, se juega, se trastoca aquella historia que se nos enseña en los colegios.
–Es una reinterpretación de un hecho histórico. Se respetan fechas, nombres, pero imaginamos la intimidad de todo eso. Se inventan cosas y así se hace contemporáneo –explica Celedón, sobre esta historia en la que pareciera que asistimos al descubrimiento de un secreto y por eso la tensión dramática no desciende en ningún momento de las casi dos horas que dura la obra. Un trabajo ambiciosísimo que está sostenido, en gran parte, en las actuaciones de Celedón y Rivadeneira.
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–No ha sido un trabajo fácil –reconoce Celedón, pocos minutos antes de irse a ensayar–. Porque son muchas cosas: está la dificultad del texto, que es muy poético; están los cambios de tiempo, se conjugan muchas cosas, la luz, la música. Yo feliz hubiera ensayado un mes más, pero me siento capaz y estoy tranquila.
Celedón ha disfrutado, además, todo el proceso que ha significado la obra, este “hacer teatro como se hacía antes”: con tiempo, con recursos.
–Yo me he enriquecido culturalmente. Me he sentido capaz de enfrentar un texto muy difícil y poder transmitir lo que quiero transmitir –dice–. Siento que me pegué un salto como actriz, mezclando la comedia con algo más profundo.
La obra ha significado, además, un desgaste físico, pues en sus casi dos horas de duración, Celedón prácticamente no sale de escena, está ahí, manteniendo la intensidad. Dice que no le ha costado trabajar con tantos personajes porque viene de la escuela de la improvisación, pero que de todas formas apenas termine el montaje de Xuárez –que estará hasta el 17 de octubre en el GAM– se tomará unas vacaciones largas.
“Ha sido un trabajo superexigente, pero muy crecedor como artista, como persona, porque lo hicimos como era el teatro antes: con muchos meses de trabajo, con recursos. Hemos estudiado, hemos tenido charlas, un training específico, entonces es un trabajo que se notará en la puesta en escena”.
–Me siento bien, pero ha sido todo muy desgastador. Yo dirijo una escuela de teatro (Arcos), hago clases, estoy en esto, pero la verdad es que me encanta no hacer nada, me fascina. Yo igual quiero jubilarme, ojalá que en cinco años más, y no voy a estar con la vena hinchada de vieja de 85 actuando…¡Ni cagando! –dice y se ríe–. Estaré en un huerto, con las plantas, una manguera, qué sé yo… pero ahora, acá, estoy feliz, no lo niego.
Esta obra, además, le dio la posibilidad de trabajar con Manuela Infante, de quien admira de su trabajo.
–Yo había visto varias de sus obras, pero me impresionó lo sorprendentemente buena directora de actores que es. Entiende muy bien el texto, la unión entre la parte intelectual con lo físico y lo emocional, y eso da mucha confianza. Yo estoy totalmente confiada en lo que estoy haciendo, que es muy expuesto, pero bueno, confío en mi directora –dice sonriendo.
Es la interpretación de Celedón la que más acentúa, además, el humor de la obra, quien refleja con picardía aquellas partes irónicas del texto de Barrales. Su interacción con Rivadeneira y también con los cinco jóvenes actores que interpretan a unos caciques que deambulan de un lado a otro durante la obra.
–Yo soy muy lúdica, tengo una capacidad de juego enorme, arrojada, no me da miedo exponerme, así que siento que aporto desde ese lado a la obra –explica y agrega–: Siento que la obra me encuentra en un buen momento. Harto tiempo peleé conmigo misma porque pensaba que la actuación era un oficio totalmente heredado de mi padre (Jaime) y de mi madre, que también actuaba. Pero cuando tú ves lo que ocurre contigo arriba del escenario, cuando traspasas emociones a las personas, y disfrutan, tú dices: “bueno, vine a esto, ya está”.
Y ya está: arriba del escenario, en Xuárez, Celedón realiza, sin duda, uno de sus trabajos más sorprendentes.