Por Álvaro Bisama, escritor Octubre 23, 2015

La historia es una leyenda negra: en 1951 el escritor norteamericano William Burroughs mató a su mujer en su casa de la Colonia Roma, en Ciudad de México. Le disparó en la cabeza. Jugaban a Guillermo Tell. Burroughs, luego de pasar por la cárcel y caer en manos de abogados tan legendarios como inescrupulosos, se fue de ahí para no volver jamás. Paradójicamente, la historia de su paso por el lugar fue apenas registrada y se volvió un agujero negro, una zona salvaje de la que nadie hablaba en su biografía.

Invitado a la Feria Internacional del Libro de Santiago, el mexicano Bernardo Fernández (quien firma como Bef) fue tras los pasos de Burroughs en Uncle Bill (2014), una novela gráfica que detalla esos días infernales y trata de resolver el misterio del crimen y toda la mitología construida en torno a él. También novelista premiado (sus trabajos en ciencia ficción lo hicieron merecedor del UPC y del Ignotus, los dos premios más importantes del género en lengua española; una de sus novelas policiales ganó el Premio Grijalbo), a través de más de 250 páginas, Bef indaga en el enigma, cruzando testimonios de todo tipo, pues a la discontinua bibliografía sobre esa etapa de la vida del escritor, el artista mexicano le sumó su propia y extraña experiencia como un lector latinoamericano de Burroughs.

El cómic hila el relato de cómo Burroughs se hunde en un infierno de toreros y cantinas, mientras su mujer cambia la Benzedrina por el tequila, a la vez que muestra cómo Bef (quien se dibuja a sí mismo en el cómic) persigue los libros de Burroughs.

Nacido en 1972 y autor de varias novelas de ciencia ficción, como El estruendo del silencio y Gel azul, policiales como Tiempo de Alacranes y Hielo negro, y varios volúmenes recopilatorios de su trabajo como dibujante, en Uncle Bill (editado ahora en Chile por Catalonia) Bef exhibe una serie de recursos narrativos que sugieren una suma de vasos comunicantes entre la literatura y la historieta, pero también un relato apasionante donde un lector trata de resolver cómo los libros que creyó conocer de memoria deben ser iluminados de nuevo bajo la luz demoledora de la propia biografía. Esto, porque el cómic hila el relato de cómo Burroughs se hunde en un infierno de toreros y cantinas, mientras su mujer cambia la Benzedrina por el tequila, a la vez que muestra cómo Bef (quien se dibuja a sí mismo en el cómic) persigue los libros de Burroughs para darse cuenta de que no estaba tan lejos del autor de Yonqui: famoso cronista taurino, su propio abuelo resultó ser uno de los grandes amigos del abogado que sacó a Burroughs de la cárcel y lo mantuvo a flote en esos días terribles.

DIBUJAR/NARRAR

Uncle Bill—Eres novelista. ¿Por qué Uncle Bill fue una novela gráfica y no una novela a secas? ¿Qué determina que algunas historias funcionen en un formato y no en otro?

—Porque quería hacer una novela gráfica ambiciosa. Teniendo un estilo gráfico tan sencillo, necesitaba darle la complejidad por el lado de la historia. Creo que he estado cruzando ambos medios, llevándome lo literario a los cómics y lo fantástico/visual a la literatura. Soy muy consciente de que poder trabajar con palabras e imágenes es un privilegio, son nuestras dos herramientas de comunicación más poderosas. Soy muy feliz cuando escribo, muy feliz cuando dibujo, pero cuando tengo buena suerte de verdad, dibujo cómics.

—¿Cómo dibujas?¿En papel?¿En una tableta Wacom?¿Cómo es tu proceso para trabajar?

—Dibujo sobre papel y con Wacom. Todo Uncle Bill fue dibujada con métodos tradicionales, sólo por el gusto de volver al papel y dibujar toda la historia en un cuaderno de hojas blancas, como cuando era niño. Así, dibujé todo con lápiz azul y entinté con pinceles fudepen, que son unas plumas japonesas de caligrafía. Procedo dividiendo la historia por capítulos, trazo a lápiz primero cada capítulo completo. Cuando queda listo, escribo los textos (con pluma fuente de punto grueso), entinto y digitalizo para añadir tonos.

—Me llama la atención el trazo: dibujas historias biográficas atroces, pero usas una línea clarísima. ¿Cómo llegaste a perfeccionar ese estilo?

—No creo haberlo perfeccionado, pero muchas gracias por decirlo. Siendo muy jovencito me encontré con el trabajo de Yves Chaland, dibujante francobelga de los años ochenta que junto con Serge Clerc revaloró la llamada “línea clara”, estilo gráfico que habían popularizado en los 50 autores como Hergé y Edgar Jacobs. Me voló la cabeza (yo tenía 15 años) y desde entonces me he dedicado a copiarlo (mal). A ello añado mi admiración por el trabajo de Abel Quezada y Germán Butze, dos legendarios historietistas de la generación de mi abuelo, y la fascinación por la línea limpia del canadiense Seth y el norteamericano Charles Burns. Ese es el ADN de mi estilo.

—Yo mismo soy fanático de Clerc. De hecho, recorrí las librerías de París para encontrar algo nuevo suyo, y fue más bien decepcionante porque no había mucho. ¿Cómo llegaste a ellos? A mí me remiten a mi adolescencia, cuando coleccionaba números sueltos de Métal Hurlant, que compraba en librerías de usados, y trataba de entender de lejos todo ese universo.

—Tuve la suerte de encontrar las obras completas de Chaland reeditadas por los Humanoides Asociados. Llegué igual que tú, leyendo números sueltos de Métal Hurlant. Creo recordar que Chaland publicó El cementerio de los elefantes en Heavy Metal, traducida al inglés. Desde entonces, 1987, se me volvió una obsesión. Igual que tú, intentaba entender desde lejos todo ese universo.

—¿Por qué te interesaba ese universo? ¿Cómo lo ves a la distancia? Yo mismo me he sorprendido a veces leyendo esas viejas revistas para darme cuenta de que estaban llenas de ideas y cosas maravillosas.

—Lo de Chaland me atrajo porque fue de los pocos con dibujo caricaturesco que vi trabajar en Heavy Metal, eso lo hacía cercano a mí de algún modo muy ingenuo. A la distancia lo sigo disfrutando, entre más pasa el tiempo más me gusta, como los buenos vinos. Sí, muchas veces vuelvo a esas revistas, y en general a los clásicos del cómic.

EL GÉNERO Y LOS MÁRGENES

“Soy muy consciente de que poder trabajar con palabras e imágenes es un privilegio, son nuestras dos herramientas de comunicación más poderosas. Soy muy feliz cuando escribo, muy feliz cuando dibujo, pero cuando tengo buena suerte de verdad, dibujo cómics”, dice Bef.

—Trabajas desde ciertos subgéneros: la ciencia ficción y el policial. ¿Fue una decisión consciente dedicarte a ellos? ¿Cómo crees que funcionan en México y en América Latina?

—Absolutamente consciente. Hasta militante. En México se acaban de publicar mis cuentos de ciencia ficción reunidos. Pienso que en Latinoamérica estos ejercicios, la literatura de lo imaginario, de lo inusual, siempre ha estado en los márgenes, alejada de la corriente principal, pero poco a poco se mueve hacia el centro.

—Entonces, ¿cómo escribes desde ahí?, ¿cómo dibujas?, ¿cómo se lee desde los márgenes?

—Con absoluto desenfado, sin la presión que se vive en el centro de todo. Como dice mi amigo Rudy Rucker, asumes que escribirás subliteratura y todo lo demás será ganancia.

—Como lector de sci-fi y cómics, una de las cosas que siempre me gustó era estar en la sombra, como si viviera en secreto. Ahí lo más potente eran las búsquedas en librerías de viejo, en ferias y mercadillos. ¿En México eso era similar?

—Exactamente igual. Fui un cazador de joyas en las librerías de viejo y, sin duda, como lo cuento en Uncle Bill, el mejor hallazgo fue una primera edición original en paperback de Naked Lunch que me costó unos cacahuates.

EL TÍO BILL

—¿Cómo te llevas con la tradición? Te lo pregunto porque Uncle Bill es una novela gráfica, pero también un mapa de cómo leer en América Latina, saltándose y combinando géneros, como si Burroughs en algún momento fuese una excusa para presentarte a ti como lector.

—Siempre he sentido que la literatura latinoamericana ha florecido a espaldas de los jóvenes. Al menos así era en México, donde más allá de la literatura de la onda, había muy poco para ofrecer para el lector juvenil en los años 90. Por eso los norteamericanos eran tan seductores como lectura. Por ello y por la cercanía geográfica con los gringos mi conexión con su literatura, reforzada por los cómics. Efectivamente, Uncle Bill es una especie de testimonio autobiográfico de un lector. Uno de los temas del libro es este peculiar enamoramiento que se produce a través de la lectura entre el autor y su público, el cómo te puedes vincular profundamente con alguien a quien nunca conoces a través de la palabra. Terminó convirtiéndose en lo más personal que he publicado porque se me salió de las manos. No quería que fuera tan personal, pero no hubo modo de contener el testimonio autobiográfico.

—Me pasé la década del 90 tratando de pillar a Burroughs. Era una sombra escurridiza. Recuerdo que salía en la película Drugstore Cowboy de Van Sant, pero también en unos videos de U2 y Ministry, pero el único libro que uno podía comprar era esa edición barata de Bruguera de El almuerzo desnudo.

—En México era igual, un autor elusivo, libros difíciles de conseguir, apenas una foto aquí, una mención allá. Burroughs le hace honor al apodo que le pusieron los niños árabes en Tánger, era “el hombre invisible”.

Portada Uncle Bill—Después de dibujar y escribir la novela, cómo es tu relación con él. ¿Lo volviste a leer?

—¡No! Quedé exhausto. Además, entre más lo conocía a través de sus biografías, más desagradable me resultaba. El detalle curioso es que mi escritor favorito no es Burroughs sino Kurt Vonnegut, quien tiene una vida bastante más convencional, que no da como para hacerle una novela gráfica.

—Vonnegut. Él es más bien inclasificable. ¿Te acuerdas cuando salía en Regreso a la escuela, esa vieja película de Rodney Dangerfield?

—¡Sí! Una maravilla. En esa misma cinta, que hasta donde entiendo es la única aparición de Vonnegut en el cine, Dangerfield le encarga que escriba un ensayo sobre su obra. El profesor snob se lo devuelve diciendo “quien escribió esto no sabe nada de Vonnegut”.

—¿Cuánto te cambió Uncle Bill? ¿Cómo enfrentas la novela gráfica después de ella?

—Me dejó exhausto, tardé casi un año en ponerme a trabajar en mi siguiente proyecto, pero feliz y con ganas de hacer nuevos cómics. Me convenció de que no hay historia que no pueda contarse por este medio. Y que no hacen falta grandes dibujantes, sino buenos narradores.

—¿Y qué significa narrar para ti?

—Narrar es un privilegio. Nuestra cultura se sustenta en la narrativa. Somos hambrientos de historias desde que salimos de las cuevas. He sido muy afortunado: puedo narrar con palabras, puedo hacerlo con imágenes y, cuando tengo mucha suerte, lo hago con ambas. Es cuando hago cómics.

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