“Si lo matan, Allende será un héroe y mártir de la democracia”, anotaba Fernando Gamboa, museógrafo y comisario de exposiciones mexicano, desde el Hotel Carrera el 11 de septiembre de 1973. Estaba justo frente a La Moneda viendo cómo la Plaza de la Constitución era ocupada por carros militares blindados, oyendo los bombazos, oliendo el humo y viviendo el miedo y la incertidumbre. Quería grabar su voz, pero se le agotaban las pilas de la grabadora. Entonces escribía: “Súbitamente recordé Bogotá y tomé mi abrigo y sombrero con la idea de lanzarme a la puerta antes de que fuera demasiado tarde. Para mí lo importante era la colección”.
Cuatro días antes, el 7 de septiembre, Gamboa había aterrizado en Chile junto a 27 cajas con 169 obras de los muralistas mexicanos Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros para instalarlas en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). Cada una de ellas pertenecía a la Colección de Arte Carrillo Gil, que en 1972 había sido donada al Estado mexicano, transformándose así en patrimonio nacional.
Esta no era una visita aislada: el museógrafo, quien en ese momento era subdirector técnico del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura , viajó junto a toda una comitiva. Pisaban territorio chileno para formar parte de una serie de jornadas de intercambio cultural, que se iniciarían el lunes 10 de septiembre.
El curador Fernando Gamboa actuó rápido: logró llegar al Bellas Artes, desmontar y embalar las obras. Aunque no llevárselas. Su preocupación aumentaría con los días. Y es que después del golpe el museo fue atacado, pero las obras mexicanas resultaron sin daño alguno.
En ese contexto, Orozco, Rivera, Siqueiros. Pintura mexicana, como se llamaba la muestra, generaba expectativa y entusiasmo. Gamboa la preparó codo a codo con Nemesio Antúnez, el entonces director del MNBA. Desde su llegada, trabajaron durante tres días hasta que estuvo completamente montada. La inauguración sería el 13 de septiembre, y el encargado de hacerlo sería el propio Allende.
El golpe de Estado lo impidió.
Gamboa había recordado el Bogotazo, el estallido social y político que tuvo lugar en Colombia en abril de 1948. Recordó cuando, envuelto en una bandera mexicana para evitar que le dispararan, entró al Palacio de las Comunicaciones, que ardía en llamas, para salvar las obras que había llevado y estaban por instalarse en ese lugar. La muestra se cancelaba. Y ahora, frente al golpe de Estado chileno, inevitablemente, se le venía a la mente esa escena. La sensación de peligro, la exposición que no pudo ser. Todo sucedía otra vez.
Hoy, después de 42 años y conmemorando los 25 años del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Chile y México, la obra de los tres reconocidos exponentes del arte mexicano del siglo XX por fin podrá ser vista en Chile. Esta vez, con un valor y un peso distinto. Luego de años de silencio e incluso un intento fallido a cuestas, la muestra se realizará gracias al trabajo conjunto entre el Museo de Arte Carrillo Gil de Ciudad de México, la Embajada de México en Chile, el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (Dibam) y la empresa de gestión cultural Hoja Blanca. Bajo el título de La exposición pendiente 1973-2015. Orozco, Rivera y Siqueiros, se exhibirán, desde el 19 de noviembre, 76 de las 169 obras que viajaron a Chile para la muestra original. Junto a ellas, una serie de archivos documentales que narrarán la historia detrás de la muestra.
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“Peligra en Chile la colección de arte ‘Dr. Alvar Carrillo Gil’”, titulaba el 12 de septiembre de 1973 el periódico mexicano Excélsior. Mientras en México no tenían mayores noticias sobre el estado de la colección, acá Gamboa actuaba rápido: no se sabe exactamente cuándo, pero logró llegar al Museo de Bellas Artes, desmontar y embalar las obras. Aunque no llevárselas.
Su preocupación aumentaría con los días: “Estoy angustiado por el peligro y por la absoluta falta de seguridad que cada minuto amenaza a la gran Colección Carrillo Gil y sus 169 pinturas de Orozco, Rivera y Siqueiros. Todas son de valor imponderable para la historia y el patrimonio cultural de México. Ellas están empacadas en sus 27 cajas en el Museo Nacional, un sitio que debería ser seguro y sagrado para los chilenos por lo que representa, pero que no lo es. Acaba de ser duramente ametrallado por cuatro tanques a las cinco y media de la tarde (…) tengo la esperanza de que no les habrá sucedido nada a nuestras pinturas ni a ninguna otra”, relatan sus escritos. Y es que, efectivamente, durante los días posteriores al golpe, el museo fue atacado, pero las obras resultaron sin daño alguno. La razón: supuestos miristas habrían estado escondidos dentro. Lo cierto es que en el museo no había nadie más que el guardia, quien tuvo que protegerse de las balas.
Según cuenta el curador del Museo de Arte Carrillo Gil, Carlos Palacios, “había una preocupación enorme, sobre todo porque esa colección la acababa de adquirir el gobierno mexicano para hacer el Museo de Arte Carrillo Gil”. En ese momento, comenzaron una seguidilla de gestiones para sacar lo antes posible las piezas de Chile. Gestiones a las que Palacios define como “una cadena de presiones diplomáticas”. Cadena en la que, además de Gamboa y otros nombres, fue fundamental el entonces embajador de México en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá.
Entre las primeras órdenes del presidente mexicano de ese entonces, Luis Echeverría, estuvo dar asilo a la familia de Salvador Allende y rescatar la colección de arte. Así, Martínez Corbalá trasladó a cientos de refugiados políticos —tanto extranjeros como chilenos— a la Embajada de México y también a su residencia. Entre ellos: Hortensia Bussi, viuda de Allende, junto a sus hijas y nietos. Estuvieron ahí varios días, hasta que se otorgaron los salvoconductos y llegó el primero de una serie de aviones de la aerolínea Aeroméxico. En el que salió el 15 de septiembre, iban Bussi y su familia. También Martínez Corbalá, quien antes del despegue escribiría un telegrama: “La ruta a México es: Antofagasta, Lima, Panamá, México y escala técnica en esos lugares. Comuníquenlo al canciller Rabasa y díganle que cruce los dedos”.
En paralelo, según Palacios, “a Gamboa le dan un salvoconducto para así moverse por la ciudad y poder ir al museo a recoger la colección. Gracias a ese salvoconducto es que Gamboa puede sacarla finalmente”. Once días después, el 26 de septiembre, el museógrafo mexicano se embarcaba junto a las 27 cajas de regreso a su país. “La colección había quedado en suspenso y en peligro y efectivamente a riesgo en el museo durante quince días”, cuenta el curador.
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El anuncio se hizo en noviembre de 2012: para conmemorar los 40 años del golpe militar se podría ver en el Museo de Bellas Artes, desde septiembre de 2013, una muestra con las obras de Orozco, Siqueiros y Rivera, que forman parte del Museo de Arte Carrillo Gil. Sería una reedición de aquella que no pudo inaugurarse en 1973. Sin embargo, sólo fue eso: un anuncio.
Todo se había reactivado meses antes, luego de que Alejandra Valenzuela, directora de Hoja Blanca y gestora cultural, viajara a México como agregada cultural de Chile. Allá conoció a Vania Rojas, directora del Museo de Arte Carrillo Gil, quien llevaba un tiempo desarrollando el proyecto. “Fue muy difícil llegar a puerto. No logramos levantar los fondos y finalmente no logramos llevar el año 2013 esta exposición al Bellas Artes. Faltaron voluntades, y también creo que hay un componente de madurez política y de darles otra mirada a las cosas”, dice Valenzuela.
De regreso en Chile, Valenzuela no olvidó el proyecto. Tampoco Rojas ni Carlos Palacios. Estaban convencidos de sacarlo adelante: la curaduría estaba avanzada y la investigación de archivos documentales prácticamente lista. Sólo faltaba el último impulso, que se dio cuando a principios de 2015 consiguieron el financiamiento de Claro Chile y el Fondo Conjunto de Cooperación Chile-México, y el patrocinio de Aeroméxico y del Consejo de la Cultura.
Se instalarán sólo 76 de las 169 piezas que se trajeron en 1973. La razón, como explica Gloria Cortés, curadora del MNBA, es que “el Estado mexicano no te deja sacar esa cantidad de obras de un museo. No es que nos lleguen las 76 de un viaje, sólo pueden viajar 10 por embarque. Hay un tema legal hoy de protección del patrimonio, que no nos permite reproducir la exposición. Y además hay temas de logística, por supuesto, y otros de espacio”.
Para la selección, la curaduría se basó en tres criterios: que fueran las obras más importantes de las que trajo Gamboa en su momento, que hubiesen estado documentadas en los dos catálogos que se editaron —uno de ellos prologado por Pablo Neruda, gran amigo de Siqueiros— y que sus representaciones de la revolución mexicana tuvieran un peso específico.
Para Roberto Farriol, director del Bellas Artes, concretar esta muestra “representa un hito en la historia del museo. Nos estamos haciendo cargo de nuestra propia historia y de los violentos sucesos que también vivió”.
Habrá pinturas, litografías, croquis y grabados. Entre lo que podrá verse de Siqueiros estarán “Zapata, estudio para el mural del castillo de Chapultepec” (1966) y “Retrato de José Clemente Orozco” (1947). También se ahondará en su relación con Chile y Pablo Neruda. De Rivera habrá piezas de su período cubista, que es la etapa de su obra contenida en la Colección Carrillo Gil, entre ellas: “El arquitecto” (1915-1916) y “Maternidad” (1916). Y, finalmente, de Orozco, de quien habrá la mayor cantidad de trabajos, estarán, entre otras, “El fusilado” (1926-1928), “El réquiem” (1928) y “Pancho Villa” (1931).
La exposición pendiente 1973-2015. Orozco, Rivera y Siqueiros se instalará en todo el primer piso, mismo espacio que Nemesio Antúnez dispuso para ella en su momento. “El Museo de Bellas Artes entendió esta necesidad de reconstrucción histórica, así sea parcial, de la exposición original”, cuenta el curador. De hecho, al calor de las circunstancias, Gamboa dibujó un pequeño mapa museográfico en su cuaderno, donde describía la distribución de la muestra. A ese diseño, que se mantendrá, se le sumaron espacios documentales: allí estarán los registros de audio que el museógrafo mexicano grabó los días que estuvo en Chile, sus propios manuscritos y transcripciones de sus audios, recortes de prensa, fotografías, memorandos y correspondencia oficial. También un documental realizado por Bruno Salas (Escapes de gas).
Poder concretar este proyecto luego de 42 años, para Roberto Farriol, director del MNBA, “representa definitivamente un hito en la historia del museo. Terminar de dar forma al proyecto de Nemesio Antúnez y Fernando Gamboa es muy poderoso en términos simbólicos, y de cara al público. Además, nos estamos haciendo cargo de nuestra propia historia y de los violentos sucesos que también vivió nuestra institución”.
En agosto de 1974, en México se inauguraba el Museo de Arte Carrillo Gil. Fernando Gamboa, el mismo curador que un año antes se desvivió por rescatar las obras de los muralistas tras el golpe militar, se convertía en su director, cargo en el que estuvo hasta 1978. Luego siguió ligado a la promoción del arte y la cultura mexicana a través de la dirección del Fomento Cultural Banamex, hasta que murió en mayo de 1990, sin nunca haber podido cerrar este episodio chileno.
Así, la exposición de noviembre cierra un ciclo, reflexiona Carlos Palacios: “Es muy interesante poder ver una exposición que nunca se abrió. Eso, como historiador del arte y como curador, me parece significativo. Cerrar ese capítulo. La naturaleza de una exposición y su valor, su utilidad, es que sea visible. El arte se termina cuando lo ve el espectador; en este caso nunca se cerró ese diálogo”.