—¿Por qué veteranos emergentes?
—¿Acaso no nos estái viendo?
El que responde es Víctor Faúndez (61), uno de los fundadores de la Compañía de Teatro Locos del Pueblo: veteranos emergentes. Mide poco más de un metro y medio, tiene el pelo canoso y no gesticula mucho al hablar. De lunes a viernes trabaja como paciente en distintas facultades de Medicina de Santiago. Su labor consiste en simular que es un enfermo con el que tratan los estudiantes para prepararse para sus futuras interacciones con pacientes reales.
Es el domingo 4 de octubre y quedan sólo dos semanas para el estreno de la tercera obra que el grupo prepara en conjunto con una de las figuras más importantes del teatro chileno actual. Sentados alrededor de una mesa en el patio del centro cultural Arteduca, una antigua casona ubicada en la esquina de Toesca con España, en el barrio República, se encuentran César Pacheco (32), Leonora Hidalgo (43), Ximena Morales (41), Renzo Oviedo (52), Leo Santana (54) y la más joven, Daniela Carrasco (29), actriz y profesora de teatro del colegio Saint George, quien recientemente se incorporó como asistente de dirección del “maestro”, como todos llaman al director de la compañía, Juan Radrigán (78).
Hoy, los ocho integrantes de la compañía vuelven a ensayar luego de casi una semana de receso. Radrigán se da vueltas por el patio interior de cemento, se come los dedos. Fuma uno, dos cigarros Kent. Ofrece. Dice estar preocupado. Propone ensayar el feriado del 12 de octubre.
—De 6 de la mañana a 4 de la madrugada. 1.500 pasadas.
—Sí, maestro— le responde Leonora Hidalgo sin dudarlo.
La obra que preparan es Jesús se detuvo en Olivos 837, en honor al servicio de urgencias psiquiátricas ubicado en Recoleta. La obra transcurre en un manicomio en la actualidad, donde uno de los pacientes afirma ser el hijo de Dios.
“Los directores son muy dados a cortar partes o a llevar a otros lados la obra”, dice Juan Radrigán. “Si la dirijo yo, a lo mejor no queda muy bien, pero quedo tranquilo. A veces, eso sí, me gustaría tener un cajón para echar los porqués que van surgiendo”.
—¿Por qué en un psiquiátrico y no en una oficina o en un banco?
—Porque allí nadie puede tratar a Jesús de loco, hay algo que lo emparenta con los demás pacientes: el abandono. Y porque es la mejor muestra de que el paraíso no existe. En el desamparo Jesús se pregunta constantemente, ¿dónde está el padre?
—¿Sus actores están en ese desamparo, se sienten marginados?
—Sí.
Lo de veteranos emergentes, cuenta Faúndez, nació a principios del 2014 cuando tuvieron que postular al Fondart su última obra, El memorial del bufón. Uno de los espacios a completar en las fichas era qué tipo de actores la protagonizarían: jóvenes, consagrados, etc. Ellos, viejos que ya no fueron rostros, no calzaban en ninguna categoría. No supieron cómo rellenarlo. Ahí a Faúndez se le ocurrió: “Pongámonos veteranos emergentes”.
***
—Coordinemos el próximo ensayo al tiro —plantea Radrigán.
—Recuerde, maestro, que yo no puedo hasta el jueves, tengo que viajar— dice Renzo Oviedo, quien en la obra interpreta a Jesús.
—Claro, pediste permiso al principio, cuando se podía. De hecho ya se me había olvidado.
La compañía nació en 2004, cuando Víctor Faúndez se presentó junto al fallecido actor Eugenio Poblete y le dijeron a Radrigán que querían que los dirigiera. Él los conocía y tenía una obra para dos personajes masculinos. Les fue bien y se entusiasmaron.
De a poco se fue sumando el resto de los integrantes. Primero llegó Renzo Oviedo, quien actualmente realiza talleres para niños con Arteduca. Luego se unieron Ximena Morales, actriz titulada y administradora de profesión, quien además de actuar ejecuta labores de producción y de relacionadora pública en la compañía; Leonardo Santana, hoy actor a tiempo completo en Locos del Pueblo; Leonora Hidalgo, actriz, directora y gestora de eventos en la Asociación Cultural La Caja, y los más jóvenes: César Pacheco, egresado de música de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y Daniela Carrasco, la flamante nueva asistente de dirección de Radrigán.
Al Premio Nacional de Artes Escénicas 2011 lo que más lo motiva a trabajar con ellos es que siente que aún aman el teatro.
—Los demás, los “rostros”, han perdido la pasión.
Los “rostros”, según Radrigán, son aquellos actores famosos que aparecen en televisión y que hoy son un requisito para poder llenar una sala de teatro. Pero hay otra razón por la cual a Radrigán le gusta trabajar en esta compañía: el poder total que puede ejercer.
—Las obras son mías, entonces, para que nadie me corte nada, las dirijo yo mismo.
—¿Quiénes le cortan, los actores?
—No, los directores son muy dados a cortar partes o a llevar a otros lados la obra. Si la dirijo yo, a lo mejor no queda muy bien, pero quedo tranquilo. A veces, eso sí, me gustaría tener un cajón para echar los porqués que van surgiendo.
—¿Cree que no tienen importancia?
—La mayoría. “Por qué tengo que decirlo así, por qué me visto así”. Acá no les queda otra que estar de acuerdo.
—Habla de los rostros y de la necesidad de tenerlos para asegurar el éxito de la obra. ¿Ha pensado incluir alguno?
—Es que ya tengo hace qué rato.
—¿Cuáles?
—El de la cesantía, el de la pobreza, el del hambre.
***
Cinco de la tarde, el ensayo ya empezó en una pequeña sala de ladrillos rojos. La escenografía consta de una tabla de madera que los mismos actores fabricaron con materiales que tuvieron que conseguirse, una silla del mismo material y una sábana azul que aparece para asemejar el mar cuando Jesús necesita caminar sobre el agua. En la obra sólo aparecen los locos. No hay doctores ni auxiliares.
Están solos.
Horacio (interpretado por Leo Santana): —¿Se puso triste porque se acordó de su Magdalena o anda fallo al ansiolítico, maestro?
Néstor (Víctor Faúndez, el paciente entrenado): —Yo creo que es la mansa zumba que le dieron.
Horacio: —No nos va a dejar solos. No nos va a abandonar. Se va a recuperar. ¡Amén!
Jesús (Renzo Oviedo): — Vendrán como águilas que se precipitan a devorar, y chorreará sangre otra vez de la cruz. Sangre vanamente derramada. Porque en verdad pregunto: ¿con esa sangre qué sombra se ha transformado en luz? ¿Ha recuperado la vista el ciego? ¿A quién le beneficia mi sangre?
Néstor: —Ah, la media volaíta, máster. Yo creo que vamos a tener que azotarlo con toallas mojadas para que se calme. Así lo hacen conmigo cuando se acaban los remedios.
Radrigán asiente mientras sus actores juegan a perder la cabeza. Hablan como bobos, se pegan entre ellos, a uno de los locos le corre la saliva por la cara, otro agarra a correazos una silla. El loco músico agarra dos platillos de batería y los golpea fuerte, una y otra vez. Tienen una causa común: el alta. “¡Alta, alta, querimos el alta!”, cantan. “¡Ravotril, Metadona, el loco no perdona!”. Todos quieren ser libres, tal como Jesús. El director asiente y le da instrucciones a su joven ayudante, que anota a toda velocidad en un cuaderno con espiral.
Todo esto es parte del plan secreto de Radrigán: que los veteranos, por fin, emerjan. Para eso, dice, faltaría un montaje más, que sería un texto que el dramaturgo le pidió que preparara al escritor y periodista Marcelo Simonetti. El objetivo del dramaturgo es que sus actores puedan vivir de lo que tanto les apasiona.
El ensayo sigue. Todos gritan, se golpean. Es el circo del horror. Jesús le pide al Padre que lo deje descansar, que lo libere.
Radrigán sonríe. Dice que ahora cree que alcanzarán a llegar al estreno de este 15 de octubre en Matucana 100. Justo. Que les faltan pasadas, pero que lo lograrán. Todo esto es parte de su plan secreto: que los veteranos por fin emerjan. Para eso, dice, faltaría un montaje más, que sería un texto que el dramaturgo le pidió que preparara al escritor y periodista Marcelo Simonetti. El objetivo del dramaturgo es que sus actores puedan vivir de lo que tanto les apasiona.
Se siente responsable de su éxito o fracaso.
***
Viene la escena final. Jesús está enajenado, fuera de sí. Grita, se golpea. Los locos no saben qué hacer. Ya los han castigado antes por los berrinches del “máster”, como llaman al profeta. Deciden hacerle electroshock para que se calme y los auxiliares no los agarren a combos y patadas.
Natalia (Leonora): —¡No va a aguantar!
Damián (César, el músico): —Aguanta, por algo es Jesús.
Lo llenan de cables. Lo amarran fuerte. Se les pasa la mano.
Jesús ha muerto.
“Se fue cortado”, se escucha desde un hilito de voz.
Los pacientes se desesperan. Le echan la culpa a Dios. Lo buscan para azotarlo, quieren que les devuelva a su “máster”.
—¿Dónde está el Padre?, pregunta uno, desesperado.
—Ya, aplausos y a cobrar los millones— dice Radrigán volviendo a los locos a su realidad.
Los actores se secan la transpiración. Comienzan a sacarse los harapos, chalecos viejos y pantalones con hoyos que ocupan como vestuario. Víctor desamarra a Jesús.
Ximena Morales se sienta en la silla de madera y pregunta con la voz entrecortada:
—¿Y ahora te queda claro por qué nos llamamos veteranos emergentes?