—Voy a escribir de ti, hueón.
—¿Cómo?
—Eso. Que voy a escribir de ti, hueón. Entendiste perfectamente, Renzo. Sabes de lo que hablo.
—¿Ah sí, ah?
—Sí. Sabes que sí. Dime que no estabas esperando esto. Dime que te sorprende.
—Esto no. Que escribas, sí. Digo: es curioso que estés aquí en mi casa, Álex, pero me parece predecible que quieras asesinarme.
—Ya no. ¿De verdad te sorprende que yo quiera o necesite escribir de ti para expurgar todo lo que pasó?
—No tanto. Es muy tuyo, todo lo usas. Me lo esperaba, supongo, aunque pensé que podrías controlarte y dejarlo pasar. Yo no cometí ningún crimen, hueón.
—Yo tampoco: enamorarme de ti no fue un pecado, Renzo.
—Hay una narrativa, creo. Una historia. Rara, retorcida, menor quizás. Una novelita burguesa, puede ser. Es —fue— una obsesión. De los dos, creo.
—¿Crees?
—Sí.
—¿A qué viniste, Álex?
—Quiero escribir de ti, Renzo. Eso. De hecho, voy a escribir. O sea estoy escribiendo qué rato. Pero faltaba esto… Verte en persona. Cerrar.
—¿Cerrar?
—Sí, hueón, aclarar, ajustar... Pedirte permiso… Informarte, más bien. No me huevís. Si voy a escribir igual, con o sin nombres, ya me conoces. Sabías que eventualmente iba a escribir, que tenía que escribir de ti, que al final esto fue una historia. Tuvimos un cuento.
—¿Un cuento? ¿Así le dices? Tú todo lo transformas en ficción, Álex, no puedes controlarte.
—Pero acá fue todo verdad, hueón. Esa es la diferencia. Fue no ficción, como dicen ahora.
—¿No ficción? ¿Sí?
—Sí.
—¿No crees que lo que sucedió fue que te pasaste una película?
—No, hueón: para nada. ¿No habrá sido al revés?
—¿Un cuento? ¿Así que eso fue lo que tuvimos, Álex?
—Fue más que un cuento y lo sabes.
—Un cuento. Todo para ti es eso: una historia. Y nosotros, los que te rodeamos, no somos...
—... ya no me rodeas...
—... los que te rodeábamos y los que te rodean al final no son más que personajes.
—¿Eso es un ataque?
—Tómalo como quieras. Pero siempre ha sido así, Álex. Desde que te conozco. Todo lo usas.
—Así debe ser. Así es, no más.
—No me consta.
—¿De qué puta quieres que escriba? ¿De conspiraciones? ¿De historia?
—Tú dices que esto es una historia.
—No juegues con palabras, no se te da.
—La gente para ti no es gente, todos son personajes. Yo creo que eso fui.
—Sabes que no.
—Sabes que sí.
—Que escriba no implica que…
—Déjame seguir, Álex. ¿Puedo? Es mi departamento. Estás de visita.
—Dale. Sí. Es tu departamento. ¿Te han tocado temblores? Un piso veintidós se debe mover harto, ¿no?
—No desvíes el tema. Quiero decirte esto: me siento utilizado.
—¿Sí?
—Hueón: me siento muy muy utilizado. No me gusta nada esto del puto libro que quieres escribir. Seguro que ya está escrito, hueón.
—¿A qué viniste, Álex?
—Quiero escribir de ti, Renzo. Eso. De hecho, voy a escribir. O sea estoy escribiendo qué rato. Pero faltaba esto… Verte en persona. Cerrar.
—Ideas, apuntes... Y todos los recuerdos. Dos moleskines completos que compré en Nashville mientras rodaba Rockabilly. Empecé a escribir de ti sin querer… Para ordenarme.
—¿Ordenarte?
—Fueron hartos años. Pasaron hartas cosas.
—Cosas que pasan, bro.
—Así es.
—No sé. No me convence y no me tinca. ¿Yo qué gano? Sólo pierdo, sigo perdiendo. ¿Quieres expurgar algo y limpiar tu historia o quieres reescribirla a tu antojo y de paso dejarme enfangado?
—¿Enfangado?
—Enlodado.
—Puta, Renzo, de que eres un personaje lo eres, hueón. Enfangado...
—¿Qué?
—¿De dónde sacaste esa palabra?
—¿De dónde crees? Siempre leí y he leído más que tú.
—Mira, Renzo, si es como tú dices y si es verdad que yo todo lo uso como material...
—Así es. ¿Lo dudas acaso?
—... entonces te voy a admitir que eres más que un personaje, hueón. Sí.
—¿Viste?
—Eres, eras la puta estrella. Aunque de galán no tengas, ni tienes, nada. ¿Contento?
—¿Por qué habría de estarlo?
—Lo lograste, Renzo. Ahora vas a ser el protagonista de un libro.
—Co-protagonista. ¿Crees acaso que tú no vas a teñir y preñar todo con tu voz y tus putos tics que tantos desprecian...? ¿Usarás mucho diálogo, mucha frase corta, mucha palabra en inglés? ¿Alguna vez tú no has estado, no te has comido toda la historia?
—Estás violento.
—Honesto.
—Siempre quisiste ser el centro de la atención aunque decías: me molesta que me miren, quiero desaparecer, no quiero tener aroma, me molesta la gente, las aglomeraciones, «tu gente, tu mundo..., los putos famosos...».
—...
—¿Qué?
—Nada... Pensé que fui algo bastante más sustancial que eso, Álex...
—¿Cómo?
—Pensé que fui algo más importante. O mejor... que tenías menos rabia y eras capaz de poner a un lado lo negativo...
—¿Me estás hueveando?
—No.
—A ver. Uno: a estas alturas qué te importa lo que fuiste para mí, Renzo. Pero sí: claro que sí. Fuiste importante, fuiste sustancial, fuiste clave. Llegaba a tu casa y sentía el olor ese a algodón viejo de tus poleras y me empezaba a moquear con sólo abrazarte. ¿Te calma eso? Puta el hueón necesitado...
—...
—Sólo tú sabes lo que tuvimos. Sólo tú y yo, nadie más, Renzo.
—Puede ser.
—¿Cómo que puede ser, saco de hueas? Nadie nadie nadie lo podrá entender porque nadie nos veía a solas. Éramos distintos en público. Sobre todo tú: te gustaba hacerte el torreja, el machito, el zorrón, el cachero-de-Oklahoma, el payaso curado, el simpático, el duro y resistente y experto en porno y en minas y en hardcore... Puta, el asistente de dirección flaite necesitado de atención que cree que tiene el control y no tiene ninguno porque no se atreve a expresar nada, porque no es capaz de tomar una decisión, que se encierra en el baño a llorar, que cree que tiene amigos porque tiene una puta hoja de llamados con mails y teléfonos. ¿Cuántas actrices te tiraste, hueón? ¿Cuántas? ¿Qué amigo dejaste de ese ambiente? Ninguno, hueón, ninguno. Te salvé.
—No me salvaste.
—Te ayudé a escapar.
—Estaba bien ahí. Era mi mundo. Nunca estuvo en mis planes ser creativo.
—Nunca lo fuiste. Disculpa pero si no te daba las ideas, no te tomaba de la mano, no te hacía barra, no pasaba nada. Quizás ahora es distinto.
—...
—Estás escribiendo recreaciones para matinales, ¿no? Lo que siempre decías que era indigno. Tus críticas de cine dejan mucho que desear. Son como comentarios, resúmenes. Al menos dejaste de escribir en clave sobre nosotros o sobre ti. Sigues fascinándote, veo, con películas en que los dos protagonistas son hombres y hay «tensión». Típico de ti. No todos los bromance son buenos, hueón. Más que amistad, lo que buscan esos personajes es ir más allá. Lo que pasa es que no se atreven. Como tú.
—Creo que es mejor que te vayas.
—No creo que sea una buena idea.
—De verdad, ándate. En buena.
—…
—…
—Me desubiqué, Renzo. Perdona el tono, pero hablemos. Nos conviene a los dos. Esto no sólo tiene que ver conmigo y lo sabes.
—Hueón: sé que piensas que soy un loser y quizás lo soy, lo admito, pero no vengas aquí a esta mierda de departamento a insultarme.
—Dale.
—Ya no tienes una prerrogativa, hueón. Ya no me mandas, ya no eres mi hermano mayor, ya no te admiro. Y putas que te admiré.
—Yo también.
—Mentira: te gustaba. ¿Crees que no me quedó claro en tu terraza ese verano?
—La tienes clara, veo.
—Lo hiciste patente. Tocándome, empujándome a hacer cosas que no quería… Luego me lo dijiste claramente.
—Sí. Es cierto. Sí. Claro que sí. Me gustabas. Más que eso y lo sabes.
—Lo sé.
—Me gustaba que fueras tan loser, sí... Tan vulnerable y perdido y...
—Quedemos hasta acá, Álex.
—Ando tenso. Tú también. Es lógico que nos digamos cosas duras o antipáticas. ¿O no? No sé: cuando te dije que quería venir a conversar contigo supongo que intuiste o anticipaste que…
—¿Qué, hueón?
—Qué hablaríamos de lo que nunca hablamos. Que ajustaríamos cuentas. Que esto sería un poco un match.
—¿Sí?
—Eso pensé yo. No vine a sólo verte, a tomar chelas, a echar la talla. Algo de rabia tenemos acumulada.
—¿Algo?
—¿Viste? No nos engañemos. Quiero que conversemos y hablemos y tratemos de limar las asperezas, como se dice. Tú ese sábado no dijiste nada. Nada. Monosílabos. «Así soy». «Tú me conoces». «Nunca se me ocurrió». Perdona, en serio. Partamos de nuevo: conversemos. Sin insultos. No vine a hablar de antes de nosotros, de tu vida pasada, de esa vida que me decías que odiabas... Quería hablar de…
—¿Nosotros?
—Sí, Renzo. De nosotros. De lo
que vivimos.
—...
—...
—¿Para qué? Además, el que sale ganando acá eres tú, Álex. Como siempre.
—Hablar es bueno para todos, dicen,
y es verdad.
—...
—No quise...
—Me siento incómodo, Álex. Contigo acá mirándome...
—Si quieres miro el suelo, como tú.
—No se trata de eso. Muéstrame tu teléfono. Seguro que estás grabándome. Todos sabemos que tus putos diálogos no son más que transcripciones. No nací ayer, sé que todo lo que diga puedes después escribirlo en tu mierda de libro. No me siento cómodo contigo desmenuzando el pasado y recordando todo y... Mira: todos somos distintos puertas afuera y puertas adentro, Álex. No hay que ser un genio ni ser traducido para saber eso.
—Quizás. Pero no tanto. En privado, a veces, con el whisky suficiente eras...
—¿Qué?
—No me hagas decirlo. Si lo sabes y sabes lo que provocabas en mí.
—No lo sé. O prefiero no saberlo.