Por Diego Zuñiga Octubre 9, 2015

GriseldaGriselda Gambaro no sabe.

O, al menos, eso es lo que dice al teléfono desde Buenos Aires quien es una de las dramaturgas más importantes de Argentina; una mujer que nació en 1928, que empezó a escribir teatro a mediados de los 60 y que no ha dejado de hacerlo durante todas estas décadas, en las que acumula más de 40 obras. Varios de esos trabajos se han montado en muchos —muchísimos— escenarios del mundo.

Griselda Gambaro dice que no sabe de dónde vienen sus personajes, ni aquellos mundos que ha explorado tanto en su obra dramática como en sus novelas, cuentos y ensayos, pero cuesta creerle. Porque lleva tantos años dedicándose a eso —a escribir, a inventar personajes, a crear historias— que parece imposible que no lo sepa.

De todas formas, intenta una respuesta:

—Mirá, para mí es muy misteriosa la forma en que surgen las ideas, las imágenes. Uno no sabe de dónde vienen; surgen, eso es todo. La literatura, el teatro, suceden. Entonces, bueno, de pronto sucede una imagen, una idea, y es el disparador para una obra. Y así sucedió en este caso.

Este caso se llama Querido Ibsen: Soy Nora y es su última obra de teatro, la que será parte de la tercera versión que se realiza en nuestro país del Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires (FIBA). La obra se montará el miércoles 14 y jueves 15 de octubre en el Teatro Municipal de Las Condes, únicas dos funciones en las que podremos ver en escena esta reescritura de Casa de muñecas, de Henrik Ibsen. Aunque decir reescritura, en realidad, es quedarse corto, porque el trabajo que hizo Gambaro con este clásico fue darle un giro sorprendente, pues acá no sólo presenciaremos el drama de Nora Helmer —quien decide dejar a su familia e irse de casa, en un gesto transgresor para el año en que fue escrita la obra, 1879—, sino que además la veremos exigirle explicaciones a su creador en el escenario, porque sí: ahí, arriba de las tablas, no sólo estarán los personajes de la obra original sino que también un invitado especial: el mismo Ibsen.

Griselda Gambaro no sabe muy bien cómo se le ocurrió ese pequeño giro, pero sí sabe, aunque no lo dice, que ese detalle le dio mayor complejidad a su reescritura. Con ese detalle la convirtió en un texto propio, en el que varias de sus obsesiones están a disposición del público: la importancia de los personajes femeninos, la lejanía de cualquier realismo convencional y la búsqueda de formas nuevas que interpelen al espectador. Y lo logra: porque acá no sólo será interpelado el propio Ibsen por sus personajes, sino también el público, que verá cómo este mundo ambientado en el siglo XIX consigue hablarnos del presente, de nuestros problemas, de nosotros.

***

—Yo creo que la escritura estaba en mis genes, no sé —dice Gambaro cuando trata de recordar por qué empezó a escribir—. Siempre en el colegio me gustaba pensar frases, contar algo. En la adolescencia escribía un diario y cartas. Iba mucho a una biblioteca pública, donde pedía libros. Creo que siempre pensé en ser escritora.

En ese tiempo —la adolescencia, la juventud—, Gambaro leía muchos clásicos y mucho teatro. Había algo en el género dramático que la interpelaba de forma muy fuerte, el hecho de poder llevar a escena —convertir en algo real— todo aquello que imaginaba. Por eso no fue raro que primero intentara con la narrativa y luego, inevitablemente, llegara hasta el teatro, aunque no fue fácil.

—Escribí unas primeras obras que fueron muy malas. Después dejé de escribir teatro como por unos cinco años y luego volví cuando hice El desatino (1965) y Las paredes (1966) —explica Gambaro y menciona dos de sus textos clásicos, que se han seguido montando a lo largo de todos estos años. Particularmente, El desatino fue una obra que irrumpió de forma sorprendente en Argentina, sobre todo porque Gambaro planteaba un teatro más cercano al absurdo que a la tendencia realista y explícitamente política que se practicaba en esos años.

De ahí en adelante, entonces, no dejaría de publicar novelas, cuentos, ensayos y teatro, que la convertirían en un referente, sobre todo por la lucha de género que planteó desde esa trinchera. En 2005 le tocó pronunciar el discurso inaugural de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, siendo la primera mujer en hacerlo, y en 2010 también pronunció el discurso inaugural, pero esta vez en la Feria del Libro de Frankfurt, cuando Argentina fue el país invitado de honor. En ambas oportunidades habló de la importancia del teatro como expresión literaria y también del rol fundamental de las mujeres en la cultura.

—Hoy ha cambiado la posición de la mujer en el teatro argentino. Hace poco lancé un libro con ensayos sobre teatro (El teatro vulnerable, publicado por Alfaguara en 2014) y me di cuenta de que en varias de mis conferencias me refería a esta posición subordinada de la mujer en el mundo teatral. Hoy tienen un espacio propio porque se lo ganaron a fuerza de trabajo —dice Gambaro, quien siempre vio en Nora Helmer un personaje fundamental de la literatura. Una mujer que va más allá de las convenciones sociales, más allá de lo que le dictaba la época.

Gambaro ya había trabajado con la reescritura de algunos clásicos, como Macbeth o Antígona, e incluso con la misma obra de Ibsen, aunque, según ella, en una versión más comercial. Sin embargo, fue una actriz —Alicia Zanca— quien le propuso hacer una nueva adaptación de Casa de muñecas, pero ella no aceptó en ese momento.

—Lo que pasa es que en ese momento no entraba en mis planes. Pero después pasó el tiempo y me dio la tentación de releer la obra, y ahí vi que podía surgir algo distinto —cuenta Gambaro, quien a esas alturas no pudo adaptar la obra para Zanca, pues había fallecido hacía poco, sin embargo escribió la adaptación y luego se la pasó al director argentino Silvio Lang —quien ya había montado un par de obras de ella— y así, entonces, fue tomando forma Querido Ibsen: Soy Nora, que se estrenó en 2013 en Buenos Aires y se convirtió en un éxito de público y de crítica.

***

Aquí, Nora no es sólo una mujer que abandona a su marido y a sus hijos, sino que también se rebela contra el hombre que supuestamente la inventó. Por eso, no sólo estarán los personajes de la obra original, sino que también un invitado especial: el mismo Ibsen.

“Desde antes, desde mucho antes de que usted intentara hablar por mí, señor Henrik, desde un tiempo que usted no recuerda, ya me estaba escribiendo. Usted sólo me copió a su modo”, le dice Nora a Henrik en un momento de Querido Ibsen…, dejando en claro su posición y el conflicto que se desarrolla en el escenario, un espacio minimalista en el que vemos un piano de cola, un sillón y los actores, que se mueven y dialogan y no dejan de pedirle explicaciones a Ibsen, mientras él escribe lo que será Casa de muñecas. Aquí, Nora no sólo es una mujer que abandona a su marido y a sus hijos, sino que también se rebela contra el hombre que supuestamente la inventó, cuestionándole cada decisión que toma respecto de ella en el escenario.

—Es una Nora atrevida —explica Gambaro—. E Ibsen está ahí, escribiendo su obra, tiene dudas, presenta soluciones y se asombra mucho cuando Nora le dice eso de que en realidad él no escribió Casa de muñecas, sino que las mujeres escribieron la obra, que ellas le permitieron escribirla.

En la relectura que hizo Gambaro de este clásico, se encontró además con que algunas cosas habían envejecido, por lo que aprovechó de alterar pequeños detalles que le otorgaran mayor precisión y velocidad.

—Hay que respetar la trama, la anécdota que la obra propone y ver dentro de ese contexto lo que uno puede agregar —dice la dramaturga argentina—. En este caso puntual, sigue interesando el conflicto que plantea la obra porque va más allá de la anécdota. Está enfocado en esa lucha constante del ser humano por ser dueño de su libertad, de sus decisiones, y eso sigue siendo actual. Hay algunas repeticiones, textos demasiado largos, que quizá no funcionan tan bien hoy. Pero bueno, con ciertos cortes y adaptaciones la obra vuelve a ser muy moderna.

—Pensando que en la obra expone al dramaturgo para que sea interpelado. ¿Qué cree que le podrían cuestionar a usted los personajes que ha creado en estos más de 50 años de trabajo?

—(Se queda un rato en silencio). A veces pienso: pero cuánta cantidad de gente he inventado, cuántas mujeres y hombres —dice y se ríe—. Pero no sé, no te podría decir. Con algunos personajes he tenido fuertes vínculos, pero en general aparecen en determinados contextos, entonces aislados no son nada.

—Ya tiene más de 85 años, Griselda, y parece que aún le queda energía para seguir creando. ¿Cuál es la receta?

—(Se ríe). No, no sé, no tengo tanta energía, está bastante reducida con respecto a tiempos pasados, pero creo que sí hay una especie de juventud, depende sobre todo de la curiosidad y de la relación que tienes con los otros. Mirar siempre al que nos rodea, intentar saber qué le pasa, interesarse por su mundo. No considerarse viejo en el sentido de que “ya todo pasó, no me interesa el mundo, ni los muertos, ni los náufragos”. La curiosidad. Para mí eso significa estar viva. Luego, cuando llega la muerte, llega, pero lo hermoso es estar acá, pisando fuerte.

Griselda Gambaro dice que no sabe muchas cosas, pero de cómo mantenerse activa y curiosa no tiene dudas.

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