Por Rodrigo Miranda, desde Nueva York Diciembre 11, 2015

Un hombre desabrigado, ya inmune al frío neoyorquino, entra al café Il Buco del NoHo, el barrio geográficamente opuesto al SoHo. Son las nueve y media de la mañana y John Collins llega vestido con un delgado chaleco rojo oscuro. Canoso y con cara de niño, a pesar de sus 46 años, el director estadounidense cuenta que siempre asume riesgos, y en cada nueva obra pone la vara más alta. Por algo también es piloto de avionetas.

Poco después de graduarse de Literatura en la Universidad de Yale y mientras trabajaba en forma temporal en el Chase Manhattan Bank, reservando torneos de golf para gerentes, en 1991 fundó la compañía teatral Elevator Repair Service. El nombre —servicio de reparación de ascensores— nació del resultado de un test vocacional que Collins hizo por diversión cuando tenía once años. Especializada en complejas adaptaciones literarias, el mayor éxito de la compañía ha sido El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald. “Decidí llevar a escena todo el libro, palabra por palabra, porque es genial y cada palabra era necesaria. El montaje llegaba a las siete horas de duración, con dos intermedios y el espectador hasta podía cenar en uno de ellos. Fue un gran desafío para nosotros y para el público que, al principio, estaba nervioso. Al final de las siete horas, todos querían seguir disfrutando del texto”, explica.

El New York Times lo alabó y dijo que no sólo era “el hito teatral del año, sino de toda la década”. No fue una simple teatralización de la novela y no hubo peinados antiguos, boquillas para cigarrillos o vaporosos vestidos femeninos. Una mañana un oficinista borracho se topaba en su escritorio con una copia del libro y comenzaba a leerlo sin detenerse. Al principio, sus compañeros de trabajo apenas lo notaban, pero, gracias a extrañas coincidencias, terminaban transformándose en los personajes de la ficción. “El efecto que produce es de ventriloquía teatral, como si Fitzgerald fuera interpretado por los personajes de la serie The Office”, sentenció el New Yorker. Los críticos destacaron que parte de la magia de la obra era recuperar el rito sagrado de la lectura sin las distracciones contemporáneas de la televisión, el laptop o el iPhone. “Estar encerrado en un teatro a oscuras es una manera extrañamente potente de reproducir la sensación, cada vez más difícil de alcanzar, de ser cautivado por un libro”, agregó el New Yorker.

Tras su estreno en el Festival de Edimburgo en 2010, “The Select” ha sido elogiada por la crítica estadounidense y británica, especialmente por una escena donde con mucho ingenio se recrea una corrida de toros dentro del bar donde transcurre la historia.

Miembros de Elevator Repair Service querían montar Gatsby desde los 90, porque según ellos describía un Nueva York no muy distinto al boom de internet que se vivía en esa época. Al final, los ensayos comenzaron en 2005, pero días antes del estreno los dueños de los derechos de Fitzgerald negaron el permiso para presentar la obra en Nueva York. “Fue un tema complejo, de negociaciones con abogados. Hacer teatro en Nueva York es caro y no hay mucho tiempo para ensayar. En el caso de los musicales de Broadway, lo único que les interesa es hacer dinero”, afirma Collins. Aunque el montaje de Gatsby fue cancelado, el director siguió adelante con funciones privadas para invitados, entre ellos directores de varios festivales internacionales, que contrataron la puesta en escena para hacer una gira por Europa. Debido al éxito, en noviembre de 2009 le concedieron la autorización para estrenar la pieza en Estados Unidos.

Entremedio, en 2008 asumió otro desafío, y llevó a las tablas el primer capítulo de El ruido y la furia, de William Faulkner, que duraba dos horas y media. Esta vez el reto fue desentrañar la estructura críptica del libro y transmitirla al público. Los aplausos de parte de la crítica tampoco se hicieron esperar.

LA DANZA DE LA MUERTE

Luego de Fitzgerald y Faulkner, para el director era obvio completar la trilogía con Hemingway. Al instante su compañía empezó a leer en voz alta Fiesta, novela que en 1926 lanzó a la fama al autor de Por quién doblan las campanas. De inmediato, el texto calzó a la perfección con los actores. En las obras anteriores fue muy respetuoso con los originales y no quitó ni una coma. Esta vez decidió perderle el respeto y tijeretear. “Seleccioné todos los diálogos y las narraciones en primera persona. Me aseguré de sólo utilizar las palabras de Hemingway y no escribir nada nuevo. Fui juntando partes para crear la obra de teatro”, señala Collins.

El resultado, de tres horas de duración, lo bautizó The Select, porque la acción ocurre en un café parisino llamado Select y en referencia a su particular método de trabajo. La edición de párrafos le permitió acceder a la esencia de la novela, es decir, los traumas y dolores del escritor. Collins cuenta que Hemingway, a los 19 años, vivió en carne propia los estragos de la Primera Guerra Mundial como conductor de una ambulancia. Su participación en el conflicto fue breve, pero le dejaría marcas de por vida. En junio de 1818 se alistó en la Cruz Roja y, un mes después, fue herido gravemente. Un mortero activado por tropas austrohúngaras lo alcanzó a orillas del río Piave, en Italia.

Después de la explosión, con más de 200 esquirlas clavadas en las piernas, recorrió ciento cincuenta metros, encañonado por los enemigos y con un soldado a cuestas. Recibiría una medalla de plata por ese gesto heroico. Tras una serie de operaciones para extraer los fragmentos de balas y de enamorarse de una enfermera que lo dejaría por otro hombre, el 21 de enero de 1919 volvería a Nueva York a bordo del barco Giuseppe Verdi para contar su historia en los periódicos de la época.

“Hemingway describe muy bien la guerra y el origen de esa forma arrogante que tiene EE.UU. de relacionarse con el resto del mundo, la actual forma arrogante de comportarse frente a otras culturas”, dice John Collins.

Esta intensa experiencia le sirvió de inspiración para escribir Fiesta. La trama transcurre después de la Primera Guerra Mundial. Jake Barnes, un periodista norteamericano con heridas que lo dejaron impotente, y Brett Ashley, una enfermera que conoció a Barnes en el hospital, se reencuentran en el París de entreguerras. Jake y Brett viajan a España para emborracharse e irse de juerga a la fiesta de San Fermín. Durante los encierros, Brett tendrá amoríos con diferentes hombres, como Pedro Romero, un joven torero, y de los que Barnes será un simple espectador. La imposibilidad de una relación sexual entre los protagonistas atraviesa la historia.

“Hemingway fue un escritor sensible, muy de su época, y trató de describir los tiempos de guerra que le tocó vivir. Quiso ser un tipo de héroe sofisticado y viajero que se codeaba con las estrellas de cine. Fue un luchador, un verdadero boxeador, un sobreviviente que se cansó de la guerra”, dice Collins. “La novela, de tintes autobiográficos, es oscura y pesimista. Hemingway describe muy bien la guerra y el origen de esa forma arrogante que tiene EE.UU. de relacionarse con el resto del mundo, la actual forma arrogante de comportarse frente a otras culturas”, añade.

Tras su estreno en el Festival de Edimburgo en 2010, The Select ha sido elogiada por la crítica estadounidense y británica, especialmente por una escena donde con mucho ingenio se recrea una corrida de toros dentro del bar donde transcurre la historia. “Los personajes retiran las mesas y sillas y agarran lo que encuentran a mano para armar un encuentro taurino”, describe el director. “Una corrida de toros es muy Hemingway. Es sangrienta, cruel, perturbadora, impactante y controversial. Son imágenes dramáticas y horribles. Es una extraña danza donde la muerte está presente. En ese sentido, es un resumen de toda la novela. Es realmente lo que está pasando en la novela, a nivel psicológico”, agrega el director, sentado en un café de Manhattan muy similar al del montaje.

FiestaEn Fiesta, el futuro Premio Nobel se tomó el tiempo de describir al detalle la corrida de San Fermín como una alegoría de la cercanía de la muerte: “Cuando los toros pasaron galopando en manada, pesados, con los flancos llenos de barro y balanceando los cuernos, uno de ellos salió disparado hacia delante, cogió por la espalda a uno de los que corrían y lo levantó por los aires. El hombre iba con los brazos pegados al cuerpo y, al entrarle el cuerno, echó la cabeza hacia atrás; el toro lo levantó y luego lo dejó caer”.

La banda musical y el sonido ambiente son algunas de las obsesiones de Collins en sus montajes. De hecho, trabajó durante 14 años como diseñador de sonido de The Wooster Group, una de las compañías de teatro más importantes de Nueva York. “En The Select, incorporamos canciones pop francesas de los 60 en escenas de baile y de comedia física, música española y de la fiesta de San Fermín, ruidos de botellas descorchándose y del burbujeo del alcohol. Siempre tengo hambre de crear una ilusión sonora dentro de un espacio cerrado”, describe.

Luego de terminar su agotadora trilogía, el director tomó un descanso de la literatura. “Las adaptaciones de libros han sido un área en la que hasta el momento me he sentido muy cómodo, pero decidí hacer otras cosas. Trabajé por primera vez con una dramaturga contemporánea, Sibyl Kempson, y llevamos a escena la transcripción de un caso judicial sobre unas bailarinas eróticas de Indiana que luchaban por el derecho a trabajar desnudas. No quiero ser encasillado como un director que sólo monta novelas”, remata Collins.

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