Quilicura
—¡A luca y a mil los micrófonos, a luca y a mil los micrófonos! —grita un joven que lleva en la mano varios Mico el Micófono que se encienden como si fueran una antorcha.
Unas cuadras antes de llegar al Estadio Colonia, de Quilicura, las calles se empiezan a llenar de vendedores ambulantes. Son vendedores y también niños, muchos niños y familias que avanzan por las cuadras aledañas al estadio, tranquilamente, mientras atardece. Como si fuera un partido de fútbol o un concierto, ahí están los vendedores, instalados en la vereda, con una manta y sus productos: poleras, títeres, micrófonos, corbatas, peluches, credenciales. Ahí están Bodoque, Tulio Triviño, Patana, ahí están los personajes de 31 minutos llenando las veredas, anunciando a lo que vienen todas esas familias, esos niños que se compran a Mico el Micófono y que entran, felices, al estadio.
Son pasadas las siete de la tarde del lunes 11 de enero y las familias se instalan en la cancha de pasto del Estadio Colonia. Se sientan donde pueden, otros prefieren irse atrás, donde hay un par de graderías situadas justo frente al escenario, en el que vemos una suerte de biblioteca gigante. Hay, dentro del recinto, una tienda oficial de 31 minutos, en la que venden libros y títeres. Son los implementos oficiales, más caros que los de la cuneta, por supuesto, pero que tienen también una buena recepción. Lentamente comienza a oscurecer y a llenarse el estadio. Todos expectantes, esperando que aparezcan en el escenario los personajes de 31 minutos para interpretar Romeo y Julieta, de Shakespeare. El clásico que decidieron adaptar para participar en la nueva versión del Festival Internacional de Teatro Santiago a Mil, patrocinado por Minera Escondida. Es uno de los eventos más esperados del festival. Es gratuito. Y será, también, una de las obras que contarán con mayor asistencia de público.
Son pasadas las ocho de la tarde y el recinto —con capacidad para diez mil personas, aproximadamente— está casi lleno. Tras el escenario, los miembros de 31 minutos —Pedro Peirano, Álvaro Díaz, Jani Dueñas y los demás— elongan, preparándose para lo que será el show, que durará alrededor de cincuenta minutos. Elongan, se ríen, están tranquilos: estrenaron la obra en San Felipe, el 8 de enero, ante siete mil personas, y fue un éxito. 31 minutos: Romeo y Julieta: la primera adaptación teatral que realizan en sus casi 13 años de historia. Van a ser seis presentaciones gratuitas durante Santiago a Mil, y cerrarán el domingo 24 de enero en la Plaza de la Constitución, show que transmitirá vía streaming: www.fundacionteatroamil.cl .
Puente Alto
Es miércoles 13 de enero, pasadas las ocho de la tarde, y esto está desbordado. Los vendedores ambulantes intentan vender todos los productos de 31 minutos que pueden, pero la gente se amontona ahí, afuera del terreno baldío enrejado que está frente a la Municipalidad de Puente Alto, donde instalaron el escenario para que 31 minutos interprete Romeo y Julieta. Hay una fila enorme, que casi da una vuelta completa a la cuadra, esperando entrar al lugar, que a esa hora ya está completamente lleno.
La gente grita y los guardias y carabineros hacen lo que pueden. Han decidido cerrar, de hecho, por unos minutos la reja de la entrada, pues informan que adentro el lugar está desbordado, que la gente quiere botar unas vallas para ver más de cerca el espectáculo. Lo que genera 31 minutos es eso, caos, fanatismo, aunque sus miembros no saben que aquello está pasando afuera del lugar, pues siguen concentrados tras al escenario esperando la hora en que empieza la función.
En un momento, vuelven a abrir la reja de la entrada y la gente ingresa rápido, a los empujones, se hace una nube de tierra, corren para poder ver lo más cerca posible la obra. A esa altura, las dos graderías que están a los costados del escenario lucen repletas: son poco más de diez mil personas. Faltan sólo unos minutos para las nueve de la noche, ya casi oscurece y algunos niños encienden sus Mico el Micófono y los mueven, mientras esperan que aparezcan los personajes.
Y, entonces, aparecen: primero se suben al escenario dos músicos —uno de ellos Pablo Ilabaca, de Chancho en Piedra—, se acomodan tras sus instrumentos y, luego, se corre el telón.
Y ahí están.
Quilicura – Puente Alto
Empieza la función y el silencio es absoluto. En Quilicura y en Puente Alto, los niños, las familias —más de diez mil personas en cada lugar— miran en completo silencio el escenario y las dos pantallas gigantes que hay a los costados, donde acaba de comenzar 31 minutos: Romeo y Julieta.
Quilicura
La historia es así: Bodoque tiene una deuda con el Sr. Monstruo, no sabe cómo pagársela, su vida corre peligro. Sin embargo, el Sr. Monstruo le ofrece algo: que monte una obra de su admirado William Shakespeare, y le da cinco años para que lo realice. Bodoque, confiado, empieza a leer Romeo y Julieta, y se duerme, y duerme y sigue dormido hasta que pasan los cinco años y entonces el Sr. Monstruo le pide ver la adaptación. Es ahí cuando a Bodoque no le queda otra que improvisar. Llama a sus amigos de 31 minutos, él se disfraza de Shakespeare y comienza la función: Patana es una entrañable y dulce Julieta, Mario Hugo es un enamoradísimo y meloso Romeo, Juanín es el fraile que intenta ayudarlos en su amor, Tulio Triviño es el señor Capuleto, padre de Julieta, y Guaripolo es el Conde Paris, entre otros personajes que empiezan a aparecer en escena y que interpretan con mucho humor y pasión la obra de Shakespeare.
Se mueven, cantan, ríen, sufren, cantan muchas canciones nuevas, preparadas exclusivamente para la adaptación, actúan como si lo hubieran ensayado durante meses, pero no, es simplemente una improvisación para salvarle la vida a Bodoque, pero lo hacen bien, lo hace con gracia, disfrutan actuando en ese escenario hecho, además, con la técnica del pop-up: en medio de la biblioteca van desplegándose castillos, edificios, iglesias y el famoso balcón desde el cual se asoma Julieta.
El público aplaude en algunas canciones, levanta sus Mico el Micófono, escucha, sobre todo atento, los parlamentos de los personajes. Se ríen con un Mario Hugo-Romeo romántico que busca la forma de estar junto a su dulce Patana-Julieta, a pesar de que sus familias se odien. La gente se ríe, pero luego se pondrá triste, porque ésta es una adaptación real de la obra. Es decir, al final, ambos enamorados mueren y aquella escena es contemplada en un absoluto y sepulcral silencio.
Detrás del escenario
—Lo más difícil de la obra fue tratar de adaptar y no parodiar no más. Tratar de que hubiera utilización de texto real de Shakespeare, la misma estructura de la obra, había que cumplir con eso —dice Pedro Peirano, uno de los directores de la obra y quien estuvo a cargo de la adaptación.
–¿Y siempre supieron que iban a adaptar Romeo y Julieta o pensaron en otras obras de Shakespeare?
—No, no, originalmente nos propusieron un Shakespeare… —dice Álvaro Díaz, el otro director de la obra y quien estuvo a cargo de la creación de las canciones nuevas—. De hecho, yo me compré varias obras, Mucho ruido y pocas nueces, Sueño de una noche de verano, pero empecé a leer y dije: a ver, espérate… es 31 minutos, hagamos algo que nos corresponda. Y así llegamos a Romeo y Julieta. Ahí también nos dimos cuenta de que había una estructura narrativa que podíamos sostener y en la que podíamos confiar.
—Podíamos hacer canciones en torno a esa estructura —agrega Peirano.
—Claro, y sobre eso podíamos avanzar en la obra —explica Díaz—. Nos hicieron una propuesta muy abierta de Santiago a Mil y rápidamente entendimos lo que queríamos hacer. 31 minutos termina siendo siempre parecido al programa de televisión porque eso es lo que conocemos. Esto termina siendo algo así como una especie de capítulo especial, con canciones nuevas, con otras dinámicas.
—Sí, y funciona, sobre todo porque tenemos los personajes ya. Si casteái bien a cada uno de los personajes, todos tienen donde estar en una obra clásica —dice Peirano.
—Además, ayuda que un clásico es conocido. Nadie está esperando que tú le contís la historia, quizá están esperando cómo la vas a resolver…, pero Verona es Verona y los personajes son los mismos —agrega Díaz.
—Podemos suponer, entonces, que después de que esta primera adaptación que hacen funcionó muy bien van a venir otras, ¿o no?
—Bueno obvio, pero ahí no te puedo decir más —dice Peirano y se ríe.
—Un Agatha Christie —dice Díaz, riéndose también.
Puente Alto
Es el punto más alto de la obra, sin duda: Mario Hugo-Romeo se ha tomado un veneno y yace sobre el cuerpo de su amada Patana-Julieta, quien luego de muchas horas, despierta y lo ve ahí, muerto sobre ella. No lo puede creer. No lo aguanta y, finalmente, se suicida. Los niños miran estupefactos la escena.
La obra está llegando a su fin. Las familias Capuleto y Montesco se reconcilian luego de vivir esta tragedia. Bodoque-Shakespeare narra aquella reconciliación y dice: “fin”.
Algunas personas aplauden tibiamente, otros se ponen de pie y comienzan a buscar la salida, pero los personajes de 31 minutos le reclaman a Bodoque por el final triste, le dicen que debe ser otro y, entonces, hay un quiebre absoluto con la historia: Bodoque decide cambiar el final del clásico de Shakespeare, les pide a sus actores que vuelvan al escenario y la gente también vuelve a sus asientos, pues la obra no ha terminado, no, Bodoque ha decidido alterar este clásico y terminarlo con un final zombi y magistral, pero es mejor no revelar más detalles.
Ahora sí la obra termina y la gente se pone de pie y ovaciona a Bodoque, Patana, Mario Hugo, Tulio Triviño y compañía. Alzan sus Mico el Micófono y los aplauden por varios minutos.
Quilicura
Son pasadas las diez de la noche y arriba del escenario están Pedro Peirano, Álvaro Díaz, Jani Dueñas y todos los miembros de 31 minutos, ovacionados por las más de diez mil personas que llegaron al Estadio Colonia. Las luces están encendidas, la gente aplaude, los niños alzan sus títeres, llevan poleras con la cara de Tulio Triviño y Bodoque, corbatas, credenciales. El show ha terminado y entonces, cuando empiezan a bajar los miembros de 31 minutos, comienza a sonar por los parlantes “Space Oddity”, de David Bowie. Ese lunes ha fallecido el cantante inglés y ese es el pequeño homenaje que le hace 31 minutos: la gente abandona el estadio escuchando a Bowie, después de ver una obra de Shakespeare, y a ratos Quilicura parece un pedazo de Inglaterra, un pedazo de historia. Los héroes están muertos, pero quedan sus obras.