¿Cómo partir?
¿Qué agregar?
Qué decir de nuevo de David Bowie.
¿Acaso él no lo dijo todo? ¿No se ha dicho todo esta semana?
¿Cómo decir cuando hay tanto que decir o quizás habría que seguir la pauta de su último disco y no decir tanto, pero decirlo bien?
No basta prender o conectar la nueva lista recién-creada de Spotify.
La vida se vive hacia delante, dijo una vez Kierkegaard, pero sólo se entiende mirando hacia atrás. Hoy esto se aplica a Bowie, que conjugó de otra manera el verbo estar y le dio varios tonos a lo que se tilda de cool. ¿Cool? Nadie al lado de Bowie puede serlo. No lo intenten, pero igual no es mala idea sacar ideas. Otros músicos se autodestruyen, hay artistas que se operan e intentan ser jóvenes siempre. Bowie enfrentó la muerte como un artista: la hizo arte.
Escuchar Blackstar; ver el video de “Lazarus”.
Leyendo, revisando, volviendo a ver El ansia, la cinta de vampiros chic de Tony Scott con él y la Deneuve, recordando momentos cinéfilos, leyendo los testimonios de otros acerca de su relación de cercanía y confianza con Bowie (no hay lazo tan sideral e inquebrantable entre aquel que fue un chico gay perdido y un David Bowie seguro, de eso no hay duda; o quizás sólo es superado con el chico/chica sensible que no pertenece y que se siente un marciano y de pronto capta que hay un Starman, un Ziggy, un Bowie que lo va a proteger, empoderar, salvar).
¿Cómo se resume lo irresumible? Porque Bowie fue muchas cosas y tampoco fue otras.
Una foto local, tomada acá en el fin del mundo, en la estación de metro Los Héroes, pero intervenida, alterada: una cartulina escrita a mano que tapa “Los” dice: “We Can Be”. Y quizás con eso basta, eso acaso es triunfar de verdad. No vender, no tener números unos, no arrasar en premios sino lograr eso tan simple: que una de tus frases sea una suerte de mantra de todos. We Can Be Heroes.
Orquestó su partida e hizo de su muerte una elegante puesta en escena para que afectara más y fuera una obra de arte y no sólo un comidillo de tabloide o un breaking news. ¿Cómo aportar algo más acerca de alguien que siempre aportó y siempre fue nuevo? Que incluso usó el silencio y la discreción, como antes usó el misterio, la ambigüedad y, sobre todo, la inteligencia, para aportarle al rock algo de arte y también de espectáculo.
Escuchando medio dormitando en la madrugada un podcast de la NPR (National Public Radio) a Bowie hablando desde el 2003.
—¿No crees que vestirte así era una puesta en escena?
—Todo es una puesta en escena. ¿Subirte con jeans y poleras y pelo largo acaso no es una puesta en escena?
***
Quizás no todos los millennials y chicos menores sabían o tenían un lazo con Bowie (directo, digo, porque todo ahora queda claro, o casi todo lo que es cultura pop fue alterado de alguna manera por Bowie, que fue de esos artistas que no sólo hicieron de sí mismos su obra más importante sino que se dedicaron a abrir puertas, a talar caminos, a quebrar percepciones y barreras, a hacer de la colaboración la más intensa de las propuestas), pero con su disco-video-cumpleaños-muerte terminó por elevar a la estratósfera, y de una manera limpia, fina, discreta, elegante como él, temas que otros evitan o no desean rozar: la vejez, la muerte, el cierre.
Hasta en eso, al final, Bowie fue precursor.
Así se puede morir, así se muere, morir así.
Miren; estoy en el cielo/tengo cicatrices que no se ven.
¿Acaso no fue destructor de conciencias?
¿Un liberador, un conquistador, un poeta?
No fue una superestrella en el sentido obvio (eso me dice Cristián Heyne: qué sutil, qué fino, qué maestro, qué calmado, qué seguro) ni un creador de hits imparable (sólo tuvo dos número uno en USA, pero sus temas ganaban fuerza después, era un long-seller, sus canciones necesitaban pegarse a la memoria de las personas, no eran bofetadas instantáneas y por eso son clásicos) ni una estrella de cine ni una celebrity ni un ícono de la moda y sin embargo lo fue todo y mucho más. Quizás su hit más grande fue un cover de Nirvana.
Para qué esforzarse tanto, parecía decir.
Sin ansias.
Con calma es más fino.
Trataré de no escribir más de música, de su música, de sus letras y me saltaré su lista de libros favoritos (por Dios que ayuda que un artista pop lea, ¿no?; en todo caso, búsquenlos y ahí entenderán su ADN).
Una cosa: Bowie estará allá arriba con otros grandes ingleses como D. H. Lawrence, Isherwood, Evelyn Waugh, Wilde, E. M. Forster…
¿Cómo finalizo?
Se acaba el espacio.
Bowie como estrella. Estrella negra. No soy una estrella de rock, soy una estrella negra y eso justifica el título de su último disco (una suerte de Los muertos, de Joyce, procesado por la adaptación de John Huston).
¿Quién dice que tu última obra no puede ser una de las mejores?
No fue una estrella de cine. Quizás quiso, pero captó que era demasiado grande para estar en la pantalla. Su persona no resistía la mirada realista del cine. Por eso funcionaba mejor en roles poco realistas (Laberinto, con ese mundo de fantasía, títeres, duendes; o como el vampiro ultracool en la ultracool y fría y sexy El ansia, que inventó el look decadente-chic) o en cameos (como su mentor Andy Warhol en Basquiat). Brilló canalizando a un Terence Stamp como Billy Budd en la cinta de amor-entre-hombres-en-un-campo-de-concentración-japonés Furyo (en el cine Bowie captó que sólo podía recurrir al fashion, la pose y lo ambiguo, y por eso todo lo poco que hizo fue genial y ayudó a cimentar su imagen en vez de dañarla). Pero el verdadero triunfo de Bowie fue no aparecer en la pantalla y robársela igual. Ya sea de manera directa o indirecta, la cantidad de cintas que han mejorado gracias a sus temas y que han hecho que esos mismos temas se volvieran himnos es impresionante. Hace poco Misión Rescate de Ridley Scott usó brillantemente “Starman” para mostrar a Matt Damon solo en el espacio. Pero los ejemplos son muchos. “Modern Love” se usó para demostrar el amor loco parisino en Boy Meets Girl de Léos Carax (la chica moderna era Juliette Binoche), y Noah Baumbach hizo un remix de la escena con la gran Greta Gerwig corriendo sola por Manhattan al son del mismo tema en Frances Ha. La lista de veces que temas suyos han hecho que cineastas brillen es eterna: “All the Young Dudes”, “Rebel, Rebel”, “Young Americans”, “Life on Mars” (ahí está en La vida acuática, de Wes Anderson, y emociona), “Let´s Dance” (en las imágenes de James Gray), la cinta gay canadiense C.R.A.Z.Y. vuela con “Space Oddity”; Las ventajas de ser invisible con “Heroes” y así…
Uno de mis temas favoritos es uno que se toca o usa poco y era parte de la cinta de amigos y espías con Sean Penn y Timothy Hutton (El juego del halcón). “This is not America” ahí es un himno funerario y quizás por eso es una de sus letras que más están dentro de mi disco duro sensorial:
A little piece of you,
The little piece in me
Will die
(this could be a miracle)
For this is not America.
David Bowie se asoció a Giorgio Moroder para la banda sonora de La marca de la pantera, de Paul Schrader (quizás debió tener el rol de Malcolm McDowell junto a la misteriosa Nastassja Kinski). El tema “Cat People (Putting Out Fire)” no sonó mucho, pero cautivó a cinéfilos. Uno de ellos fue Tarantino, que lo usó para Bastardos sin gloria en la escena de la preparación del incendio final en un París ocupado por los nazis, con Shosanna de rojo. Bowie, queda claro, es de todos los tiempos: se escuchaba antes que existiera y seguirá escuchándose después que se fue.
***
¿Cómo sigo? ¿Cómo termino?
Una foto local, tomada acá en el fin del mundo, de la estación de metro Los Héroes, pero intervenida, alterada: una cartulina escrita a mano que tapa Los dice: “We Can Be”.
Y quizás con eso basta, eso acaso es triunfar de verdad (no vender, no tener números unos, no arrasar en premios sino lograr eso tan simple: que una de tus frases sea una suerte de mantra de todos).
We Can Be Heroes.
Y eso quizás, en un par de palabras, fue Bowie.
Una posibilidad.
Un escape. Una fuga. Una llegada.
Raro. Alien. Marciano. Distinto, pero héroe.
“Changes”, decía Bowie (cantaba, pero nunca cantó del todo a pesar de su impresionante voz, más bien conversaba cantando o incluso susurraba) y no lo decía para mal, no le tenía miedo al cambio sino más bien al revés: cambia, no te quedes quieto, reármate, parte de nuevo.
No sé si es verdad (no todos son —somos— Bowie), pero eso que Todos podemos ser héroes fue quizás su epitafio, el legado de todos sus legados.
We can be heroes (aunque sea por un día).
Así es: Bowie, a diferencia de otros creadores pop, sentía que cada tema debía tener el espesor de un álbum; quizás por eso sus canciones no fueron grandes éxitos radiales, pues su poesía y su intensidad y sí, su mensaje, quizás eran demasiado intensos. Bowie fue capaz de resumir ansias, miedos, deseos, ganas y hacía de sus temas verdaderos himnos para empoderar a los raros y los que se sentían al margen aunque, en el caso de “Heroes”, no ofrecía sueños dorados.
Puedes ser un héroe, puedes ganarles, incluso, pero sólo por un día (we can beat them, just for one day) y la manera en que adquieres esa fuerza, esa crueldad incluso, es si tienes a alguien a tu lado y si ese alguien es tu amante. ‘Cause we’re lovers, and that is a fact/Yes we’re lovers, and that is that.
Amar para destrozar, amar para zafar, amar para correr fuerte y arrancar.
Esta no es la típica letra pop.
Y es que Bowie no lo era. Y por eso todo lo que pasó esta semana. Y todas las impresionantes portadas y homenajes y tributos. Ya partieron, en discos gays y en locales queer friendly (la Blondie acá está de duelo, pero celebrará), pero en bares y teatros y en cinematecas de todo el mundo ya se sabe: una noche de Bowie.
Todo Bowie.
Todos los Bowies.
Como me dijo un amigo: increíble que ahora esos raros que mandan los medios, que están por todas partes, todos ellos que fueron los hijos de Bowie, ahora pueden darse ese gusto. Bowie triunfó en todos los sentidos y con una fama (“Fame”, como su éxito) creada por él a su medida (sin grandes estridencias o hits bailables), pero su verdadero aporte (o uno de ellos) fue crear una generación.
O varias.
No fue una estrella de cine. Quizás quiso, pero captó que era demasiado grande para estar en la pantalla. Su persona no resistía la mirada realista del cine. Por eso funcionaba mejor en roles poco realistas, como en “Laberinto”, con ese mundo de fantasía, títeres, duendes; o como el vampiro ultracool en la ultracool y fría y sexy “El ansia”, de Tony Scott.
Porque la sensación de rareza, de marginación, el mareo de no sentirse parte, de ser ajeno (un alien, un Ziggy, creer que la vida está en Marte y no acá, apostar para que el amor no te destroce a lo Joy Division, sino que sea moderno y te salve y te haga correr por las calles), cruza varias generaciones. El triunfo de Bowie y su legado es el de los marginados, de estos raros y haya o no haya sido gay o bisexual o un “hetero de clóset”, no cabe duda que él sabía lo que estaba haciendo y de qué lado estaba (de los que no estaban invitados a la fiesta), y por eso una de las fuerzas fundacionales de David Bowie es haber creado un sentido de comunidad y haberle dado visibilidad y algo inexplicable e inasible: el factor cool unido al factor respeto. Bowie podía ser raro, pero también era fino, elegante, inteligente: en ese sentido, fue acaso su transformación por Ziggy y su etapa post-Berlín (sus incursiones en el cine y su seducción del público infantil con Laberinto, su paso por MTV haciendo videos que eran arte, su increíble disco comercial Let´s Dance, cómo enfrentó los 40, la idea de ser un delgado duque blanco) lo que hoy se está celebrando y recordando y procesando.
Puedes ser un héroe.
Puedes y debes cambiar.
“Fashion”. “Fame”. “Starman” (¿Star or man?)
Pero baila.
“Let´s Dance”.
“Dancing in the Street”.
El marciano del espacio puede hacer de la Tierra su Marte.
Eso quizás fue su legado: la vida está acá, puedes ser como quieras, puedes ser moderno, tener un amor moderno, pero no tienes que marginarte.
Dicho de otro modo: puedes ser como yo y estar
al centro.
Puedes mirar primero antes que los otros te miren.