Por Javier Rodríguez Febrero 4, 2016

Hay hitos en la vida que uno guarda, a los que se aferra cuando las cosas se ponen feas. Refugios mentales a los que se acude en las noches de insomnio, los lunes en la mañana en la micro camino al trabajo. Recuerdos que, con el tiempo, se van moldeando como plasticina, para darles un carácter incluso más épico. Cambiándolos de a poquito, moviendo los hechos como bloques, como directores de nuestra propia película (algo me dice que así hacemos con los malos tiempos, también). Momentos así, en la vida, ocurren pocas veces. Ver a tu equipo salvarse del descenso, el primer beso con el amor de tu vida. Hechos que cambian la manera en que uno ve el mundo para siempre, sin posibilidad de apretar control+Z.

Probablemente, la noche de ayer para muchos se convertirá en uno de esos momentos. No solo para los "rollingas" fanáticos que estuvieron apostados desde la madrugada afuera del estadio, sino para cualquiera que alguna vez se rebeló frente a la autoridad, para el adolescente que todos fuimos. Porque, lo de ayer, fue un ejemplo concreto de esa actitud. Los Stones, desde que Keith Richards se encontró con Mick Jagger en un tren del sudeste inglés en ese momento fundacional, comenzó la rebelión, contra todos y contra todo: contra el status quo, contra la guerra de Vietnam, contra la segregación, contra la represión sexual, contra la moral cristiana y culposa. Así, hicieron los mejores himnos sobre el hedonismo, le dieron personalidad al diablo  y no dudaron en pedir refugio cuando sintieron que el mundo ya no era el lugar donde querían vivir.

Nunca pensé que vería a Mick Jagger moverse como se mueve en vivo. Ver a a Keith Richards tomar la guitarra en su forma característica, pensando siempre en Chuck Berry, en aquellos que dieron forma a lo que hoy entendemos como Rock and Roll en bares de Chicago o Nueva Orleans, sin aire acondicionado, con veinte personas alrededor, con baños separados para negros y blancos, siempre fue una imagen que sólo pensé vería por Youtube. Pero los sueños están para cumplirse, como dicen esas frases que algunos no dudan en compartir en Facebook. Y cuando sonó el riff característico de Start Me Up, supimos que era verdad. Que Mick Jagger estaba ahí para hacernos un repaso por la historia del rock, para darnos una lección de rebeldía.

Porque ayer, no estuvieron presentes solo los Rolling Stones; también estuvieron sobre el escenario el mismo Chuck Berry con su mal humor, la voz profunda de Muddy Waters, el sitar de George Harrison, y Bob Dylan y el blues, y los '60. Y también Kerouac y la necesidad de escapar, y Baudelaire y el infierno, y James Joyce y la angustia, y Martin Scorsese y la miseria, y Holden Caulfield y la rabia contra el cinismo de la que habla Satisfaction. Porque la principal gracia de la banda es esa: haber recogido, que en su extenso catálogo supo recoger lo mejor que andaba dando vueltas para tomarlo y empaquetarlo en canciones pegajosas, desafiantes, eternamente jóvenes.

Es difícil reinventarse, dicen los que han tenido la necesidad de hacerlo. Pero, ¿es realmente una obligación? Los Stones están ahí para juntarse de vez en cuando y hacer feliz a la gente. Si no, no se entiende que sigan recorriendo el mundo, tocando las mismas canciones todo el tiempo. Buscando frases típicas de cada país para generar complicidad con un público que ya va entregado. Y esa es una lección de humildad. En tiempos donde proliferan autores, en todos los ámbitos, que se niegan a una foto, que prefieren tocar sus canciones más desconocidas o presentar sus horribles nuevos discos, privilegiar sus nombres por sobre el conjunto, o que no son capaces de reconocer lo bueno en el otro por proteger su feudo, lo de ayer fue una lección. De profesionalismo y de respeto por su audiencia.

Los Rolling Stones son una banda de estadio, para las masas. Pero, inteligentemente, han logrado transmitir sus obsesiones en canciones comerciales y perfectas, manteniendo su status de rebeldes, siempre con causa. Y contra lo que se rebelan ahora, al parecer, como bien dijo Marcelo Contreras en La Tercera, es contra el tiempo. Cada uno en su estilo: bailando como veinteañeros unos , con tinturas en el pelo y sacando maravillosos discos nuevos otros.

Aprendamos. Y aceptemos, de una buena vez, que no siempre podremos tener lo que queremos. Pero que, si tratamos, podremos conseguir lo que necesitamos.

 

 

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