Lo primero que vemos es una imagen estática y vertical: una ciudad del sur de Chile, unas casas de colores encumbradas en un cerro, amontonadas, unas calles desiertas, unos pocos árboles. Parece una postal perfecta de Tomé; podría ser, incluso, una pintura realista. Pero de pronto se convierte en otra cosa, pues aquella imagen estática cobra vida: unas personas salen de una casa y cruzan la calle, aparecen otros personajes, la ciudad se mueve, la imagen es intervenida por distintos elementos que van apareciendo desde el fuera de campo; el encuadre es siempre el mismo, pero dentro de él las cosas cambian. Es un video de varios minutos que está puesto en loop. Las secuencias se repiten, el lugar es el mismo, pero la imagen se va volviendo cada vez más enigmática. Y más hipnótica también.
“Yo empecé a mostrar mis videos en festivales de cine experimental y luego me pasé a museos y galerías. Porque yo quería que mis piezas funcionaran en ‘loop’ y empecé a grabar en forma vertical, di vuelta la cámara de video y eso era una rareza, pero en una galería funcionaba”.
El hombre que está detrás de la cámara es Gianfranco Foschino (1983), uno de los artistas jóvenes más promisorios de Chile, que ha expuesto sobre todo en el extranjero y que ahora vuelve para mostrar una parte importante de su trabajo en Time Lapse, una exhibición doble que se inaugura el próximo jueves 17 en la galería Metales Pesados Visual y en Ekho Gallery, ambas ubicadas en la calle Merced. Será la segunda vez que Foschino muestre su trabajo en Chile de forma individual, aunque siente que de alguna forma también es la primera, pues la muestra anterior fue en 2011 en González y González, una galería más pequeña donde no muchos pudieron ver su trabajo. Y a él le interesa, sobre todo, eso: que las personas se paren frente a sus videos y vayan descubriendo lentamente lo que esconden, pues son los espectadores quienes completan la narrativa de cada una de las historias que filma: una ciudad del sur, un paisaje de Isla de Pascua, el mar en el estrecho de Magallanes, una concurrida esquina de São Paulo, una mujer tirada bajo un puente en Nueva York, una carretera que se pierde en medio de un bosque.
Imágenes misteriosas, paisajes oníricos, un pedazo de realidad que si se observa con atención, parece más bien la escena de una película de terror. Ahí está la mirada de Foschino, la forma en que decide encuadrar lo que ve y convertirlo en otra cosa.
Pero antes de que decidiera estar detrás de la cámara y convertirse en un artista elogiado por críticos y curadores, Foschino fue una pequeña estrella de música pop, y antes, un nadador de alto rendimiento que recorrió Latinoamérica compitiendo. Aunque parece que aquellas experiencias hubiesen ocurrido en otra vida.
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Gianfranco Foschino tenía poco menos de 15 años cuando supo que quería dedicarse a filmar. Había ido a competir a un torneo de natación en Colombia y, la primera noche en el hotel, le tocó presenciar una tormenta eléctrica. Pero una tormenta en serio: lluvia torrencial, rayos, el viento descontrolado, la naturaleza mostrándose en su plenitud. El hotel se empezó a inundar, los rayos se reflectaban en el río que estaba frente al hotel, las palmeras daban botes en el piso y Foschino recuerda que por primera vez sintió la necesidad de registrar algo. Porque eso que estaba pasando ahí afuera no era normal.
—Me dio pena no tener una cámara, porque fue algo muy puntual, un acto de la naturaleza muy irrepetible. Ahí me nació una angustia por no andar con una cámara, me hizo estar alerta porque siempre podía pasar algo —cuenta sentado en su oficina, que está ubicada en Bellavista, al lado de La Chascona: una casa de tres pisos que fue la casa donde pasó su infancia. Y recuerda ese día en Colombia y recuerda, también, que poco tiempo después decidió abandonar la natación. Quería experimentar otras cosas, así que se fue de intercambio a un colegio en Estados Unidos. Allá se compró una cámara fotográfica y aprendió a encerrarse en el cuarto oscuro y salir luego con una imagen nítida. También aprendió a mirar con más atención las cosas que ocurrían a su alrededor.
Cuando volvió a Chile, un año después, apareció la música.
Hoy lo recuerda como un juego, como algo que pasó en su adolescencia. Foschino tenía 17 años cuando un compañero de curso —Vittorio Montiglio— le contó que había un casting para formar parte de una banda de música pop. Foschino postuló, quedó, y a ellos se sumó Ignacio Rosselot: el nombre de la banda sería Stereo 3 y lanzarían su primer álbum en 2001, convirtiéndose inmediatamente en un hit. Sonaban en las radios, los invitaban a programas de televisión y todo el mundo había visto el video de su primer single, “Atrévete a aceptarlo”.
—Yo lo pasé bien en ese tiempo, me parecía entretenido, era como un juego, pero nunca fui un músico: no sé componer, no sé tocar instrumentos, nunca me proyecté en eso, y todo era bien precario igual, recorrer Chile en una van, tocar en discotheques, cosas así —recuerda Foschino sonriendo.
Al año siguiente la banda se disolvió y Foschino entró a estudiar Cine a la UNIACC. Sin embargo su formación se vio marcada por un intercambio que hizo en medio de la carrera: estudió un año en la Universidad de Buenos Aires, y fue ahí donde comenzó a entender lo que quería hacer: agarrar la cámara y trabajar en formatos más experimentales. No quería hacer una película, no quería trabajar con más gente, buscar un productor, conseguir actores, no. Él quería tomar su cámara y armar algo con eso.
Volvió a Chile y decidió trabajar con planos fijos, poner la cámara en un lugar y dejar que las historias ocurrieran frente al lente, sin que él interviniera. Su trabajo era, sobre todo, encuadrar: ubicar la cámara en el lugar preciso para que aquello que estaba pasando pudiese ser registrado. Decidió que aquello iba a ser su proyecto de tesis y lo derivaron a la Escuela de Arte. Ahí, iba a conocer a Justo Pastor Mellado, quien dirigiría su tesis. Ahí también, en esos meses, iba a conocer a la cineasta brasileña Paula Gaitán —ex pareja de Glauber Rocha—, quien se deslumbraría con sus primeros trabajos y lo invitaría a Brasil para que conociera la escena de las artes visuales. Porque para ella esos videos estaban más cerca de las artes visuales que del cine.
—Yo empecé a mostrar mis videos en festivales de cine experimental y luego me pasé a museos y galerías. Porque, claro, yo quería que mis piezas funcionaran en loop y empecé a grabar en forma vertical, di vuelta la cámara de video y eso era una rareza, pero en una galería funcionaba —explica Foschino, quien en su oficina tiene un led colgado en la pared, al que le inventó un soporte que le permite girarlo para así ver sus videos verticales. Cuando entendió que su trabajo no era para mostrar en el cine, entonces el azar se encargó de que sus videos llegaran a las manos correctas —curadores, galeristas—, y así se gestó su primera exposición en Nueva York. Luego vendrían muestras en Canadá, España, Alemania, presentaría una video-escultura en una exposición colectiva en el Museo de Bellas Artes en 2011, que llamaría mucho la atención del público —“Fluxus”, un video de una cascada en la Región de Aysén—, y sus obras se verían en dos bienales de Venecia: en 2011 y en 2014, cuando uno de sus videos fue parte de Monolith Controversies, de Pedro Alonso y Hugo Palmarola, por la que recibieron el León de Plata en la Bienal de Arquitectura. Así, en poco más de cinco años los videos de Foschino dieron la vuelta al mundo. Pero le faltaba volver a Chile.
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—Toda mi carrera ha sido muy azarosa, tanto como lo que existe en mis videos: situaciones que no sé que van a acontecer, pero que ocurren frente a la cámara que las registra —dice Foschino, quien afina los últimos detalles de Time Lapse, donde mostrará videos y fotografías sobre ciudades extranjeras: Tokio, Nueva York, São Paulo y las islas Canarias.
—Me encantan los lugares que me transportan. Cuando siento que puede ser un buen lugar es cuando creo que parecen fuera de la realidad, como si formaran parte de una ficción, cuando me veo en un escenario construido —explica Foschino, quien recorre durante muchas horas los lugares donde filmará, buscando la toma perfecta, el encuadre que le permita transmitir aquello que lo impresiona. En el caso de São Paulo, por ejemplo, estuvo tres meses filmando una esquina céntrica desde un décimo piso. De ahí surgió la serie “Placa do Patriarca” (2014), que mostrará en dos pantallas; o está la serie “Espíritu Santo”, donde filma un camino en una carretera en islas Canarias, en la que vemos cómo la bruma va cubriendo el bosque y el camino. Y también está “1065591”, único trabajo en el que decidió filmar una escena que intervino: una mujer yace bajo un puente en Nueva York; esa mujer es la actriz chilena Andrea Moro, quien está varios minutos ahí, tirada, hasta que llega la policía. Parece la escena perfecta de una película de David Lynch: una imagen desconcertante, el silencio perturbador y lo siniestro anunciándose en pequeños detalles.
—Yo creo que la narrativa de mi trabajo la construye el observador. La obra te da ciertos antecedentes para que tú armes esa narrativa, me importa mucho eso. Y el loop hace que el tiempo que estoy retratando exista de forma permanente, es mantener una imagen en un presente continuo, es capturar el tiempo, filmarlo, ver cómo los habitantes de un lugar van cambiando, cómo cambian los colores, las personas, y el observador es libre de ver lo que quiere ver. Puede llegar a la mitad del video e irse, y después volver a verlo desde el inicio y quizá lo aprecie de otra forma, lo que importa es estimular el ojo sin sonido, sin representación, sin movimientos de cámara.
Hace unas semanas, Foschino estuvo recorriendo la Antártica y quedó fascinado. No podía creer lo impetuoso del paisaje, cómo la naturaleza lo era todo, y cómo también podía ver cuán rápido cambiaba lo que veía: la luz, la nieve, el mar. Filmó algunos videos, pero espera volver. Parte de ese material lo mostrará en la exposición que montará en agosto en el MAVI. Será curada por Justo Pastor Mellado y estará enfocada en mostrar distintos paisajes de Chile. Será, sin duda, su regreso definitivo.