Por Diego Zúñiga Marzo 24, 2016

–Me puedo comprar un Volvo.
Era 1996 y el escultor chileno Fernando Casasempere (55) acababa de inaugurar una exposición en la galería AMS Marlborough, cincuenta y cinco esculturas hechas de arcilla, el material en el que venía trabajando desde fines de los ochenta, cuando se fue a estudiar a Barcelona para mejorar su técnica.
Recuerda que el día de la inauguración ya estaban vendidas todas las obras. Era, sin duda, un buen día. El evento en la galería estuvo lleno, parecía que sus esculturas de cerámica comenzaban a encontrar un público cautivo, un público que era capaz de valorarlas como arte y no simplemente como objetos decorativos —los que se asociaba generalmente la cerámica en ese momento—. A esa altura, Casasempere ya había tenido un par de exposiciones importantes —una, de hecho, en el Museo de Arte Precolombino—, que fueron bien recibidas por la crítica y que le permitieron hacerse un nombre entre los escultores. Trabaja con arcilla y con el relave de cobre y otros desechos industriales. Materiales poco comunes dentro del arte chileno, pero que en manos de Casasempere adquirían una forma especial.
Por eso, cuando expuso sus esculturas en la galería AMS Marlborough había un camino ya recorrido con bastante holgura. Recuerda, hoy, que al terminar la inauguración se fue caminando tranquilamente a su casa. Y fue en el camino, al pasar por la Portada de Vitacura, cuando vio una automotora de la Volvo y pensó eso. Pensó: “Me puedo comprar un Volvo”. Tenía el dinero suficiente —gracias a la exposición—, no tenía mayores responsabilidades, podía comprarse un auto y hacer lo que quisiera, en el fondo.
Y le dio miedo.
Sintió que era peligrosa tanta comodidad. Sintió, también, que de alguna forma necesitaba explorar otros caminos, volver a empezar desde cero, sentir el vértigo que requiere el arte, situarse en la intemperie y comenzar a crear desde ahí.
Entonces, tomó sus cosas y en 1997, sin mayores contactos, se fue a probar suerte a Londres.
Ese viaje le iba a cambiar la vida.
Ese viaje lo iba a transformar en un escultor más complejo y muy cotizado en el mercado europeo. Allá descubriría otros materiales con los que trabajar —la porcelana, el papel— y comenzaría a construir una obra importante, que hoy lo trae de vuelta a Chile, a exponer en el Museo de Bellas Artes. Mi andadura es el título de la exposición que mostrará parte importante de su trabajo hasta el día de hoy. Esculturas de cerámica, esculturas de papel, intervenciones que se tomarán buena parte del museo y que buscan reencontrarlo con el público chileno.

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Tenía talento con las manos. Para todos sus cercanos eso era incuestionable. Le iba bien en Técnico-Manual, en el verano prefería irse al campo, a la casa de su familia, y jugar con greda, crear cosas, inventar figuras, ver cómo ese material al que le iba dando forma lentamente, podía convertirse en otra cosa. Claro que cuando no podía meterlas en un horno, luego todo lo que había trabajado se deshacía y eso lo ofuscaba. Pero ya de niño sabía que quería dedicar su vida a algo que tuviera que ver con las manos. Por eso, cuando tenía 18 años y debía decidir qué estudiar, buscó un lugar donde desarrollar su talento. El problema es que las escuelas de arte en Chile no le daban mayor importancia a la cerámica, había desconocimiento y rechazo. Podía dedicarse a la escultura, pero él quería trabajar la cerámica, así que esperó un tiempo y se fue a Europa a probar suerte. A los 21, entró a la prestigiosa Escuela Cerámica Forma de Barcelona.
La obsesión de Casasempere no tenía que ver sólo con el material, sino también con la historia, con el arte precolombino, que siempre lo alucinó.
—Estar en Barcelona me hizo mirar todo con otros ojos y, no sé, iba al Museo Barbier-Mueller de Arte Precolombino y me daba cuenta de la maravilla que teníamos en Chile, la suerte de ver riquezas precolombinas que no se valoran todo lo que debieran acá. Yo tenía la suerte de ver originales acá, no de ver un Picasso ni arte del Renacimiento, no, eso me era muy distante, además que siempre lo encontré un poco pretencioso esto de ser afrancesado… —dice Casasempere, mientras se toma un café frente al Museo de Bellas Artes, donde inaugurará el próximo miércoles 30 Mi andadura.
Cuando volvió de Barcelona, a fines de los 80, regresó convencido de que su trabajo encontraría un público en Chile, convencido también de que debía darle prestigio al material con el que trabajaba.
—Yo quería sacar adelante la arcilla, y lo logré. Expuse en las mejores galerías y no sentí nunca desde el público una diferenciación, al contrario, se fascinaron con este material nuevo, trabajado contemporáneamente —explica.
Un material, además, que lo atrajo desde siempre.
—Es un material delicioso para trabajar, siempre sentí una atracción absoluta. Y muchas veces cuando me preguntaban: “¿Usted es ceramista o escultor?”, yo decía “no, yo soy una persona que trabaja la arcilla y respeto el plato porque la arcilla nace para eso, es el alma, o sea no la niego. Y lo que exijo es que ese plato tenga algo que lo haga ser especial”.
Después de regresar a Chile, durante los 90, el trabajo de Casasempere obtuvo reconocimiento, pero él sentía que debía explorar otros caminos. Y también se sentía un poco al margen de la escena artística.
—Yo he tenido buenas relaciones con varios escultores de acá, pero siempre me sentí un poco alejado. Porque cuando miro ahora, no tengo de dónde agarrarme, no hay ninguna universidad que me vaya a apoyar por ser ex alumno de ellos, por ejemplo, y además trabajaba con un material absolutamente renegado, entonces no había mucho que hacer —explica.
Fue ahí, entonces, en 1997, cuando decide irse a Inglaterra y empezar desde cero, un lugar donde no lo conoce nadie, donde su trabajo no existe. Y lo primero que hace es ir a Besson, la mejor galería de cerámica de Londres, y presentarse ante la galerista. Hoy se ríe cuando recuerda esos días, porque ya tenía 37 años y no le dio nada de vergüenza hablar con ella y mostrarle sus catálogos, así, con desparpajo. Ella los miró y le dijo que le interesaba, pero que tenía que tocar las obras, tenía que verlas.
Fue ahí cuando Casasempere entendió que debía instalarse definitivamente en Londres y conseguir un taller donde empezar a producir nuevos trabajos. Encontró un lugar, se llevó veintidós toneladas de arcilla a Londres en barco, pues le resultaba más fácil trasladarla que comenzar de nuevo —era más rápido, ya que a veces llegar a la solución de la arcilla con la que trabajaba podía demorar tres años—, y se puso a trabajar. En el 2000, la galerista lo invitó a exponer en una muestra colectiva, junto a los principales ceramistas del mundo. Debía hacer una taza de té. Así que trabajó en esa obra y creó “Interlocking of 2000 years”, una pequeña escultura que le gustó tanto a la galerista que la eligió para el afiche de la muestra.
Ahí empezó todo lo bueno que vendría: exposiciones individuales, invitaciones de distintos lugares del mundo para mostrar su trabajo —Japón, Estados Unidos, Francia, España—, lo comenzaría a representar la New Art Centre —la galería de los escultores más importantes de Europa—, y en 2012 expondría “Out of Sync”, uno de sus trabajos más monumentales y reconocidos: instaló diez mil narcisos en el frontis del edificio de Somerset House, una de las principales instituciones culturales de Londres. Luego, esa misma obra la expondría en la Plaza de la Ciudadanía, frente a La Moneda, y hoy está, definitivamente, en el Parque Ruinas de Huanchaca, en Antofagasta.
Esa obra le dio notoriedad en nuestro país y se podrá ver —en videos y fotografías— en la muestra que lo trae de regreso a Chile. Una exposición que comenzó a programarse hace varios años, cuando Milan Ivelic todavía era director del Museo de Bellas Artes. Cuando le propusieron a Casasempere exponer su trabajo en el Bellas Artes, no lo dudó.
—Yo sentí que ya estaba en una etapa donde tenía que devolver un poco de todo lo que se me ha dado. Sentí que hay una generación que no conocía mi trabajo y que lo que he estado haciendo tiene algo nuevo que decir —dice—. Además, era el lugar adecuado, así que acepté.
Y desde el momento que dio el sí, hace casi tres años, ha estado pensando en la exposición. Entremedio ha seguido mostrando su trabajo en Londres y en otros lugares de Europa, pero parte importante de su cabeza ha estado puesta en este montaje, que lo traerá de vuelta a Chile por un par de meses. Va a hacer visitas guiadas y distintas actividades con el público. Quiere conectarse con la gene, ver cómo reciben el trabajo que viene haciendo desde hace más de 25 años.

***

La obra de Fernando Casasempere se podría dividir en tres etapas. La primera, influenciada por el arte prehispánico, la segunda dedicada más bien a la naturaleza chilena, a sus colores, al paisaje, y una tercera que él define como el “Fernando inglés”: todo el trabajo que ha venido realizando desde que se instaló en Londres, obras más experimentales, que además ya no sólo trabaja con la arcilla, sino también con la porcelana, material que descubrió, entre otras cosas, porque en algún momento se sintió preso de depender exclusivamente de la arcilla, de sus tiempos, de sus tonos. La porcelana le abrió un mundo, que ha recorrido, sobre todo, en estos últimos años.
Mi andadura mostrará estas tres etapas. Será, en algún sentido, una retrospectiva de su obra, aunque a él no le gusta pensarlo así.
—Creo que es una exposición que tiene que ver con el modo de andar. Acá estoy mostrando cómo he recorrido este camino del arte en estos años, pero espero que quede mucho más tiempo por delante, la verdad. Siento que esto sólo es un punto —explica Casasempere, quien en estos días ha estado trabajando arduamente en el montaje de la exposición, que estará presente en dos salas y en el hall central, donde instalará una escultura de papel que terminó de realizar este mes. En las otras salas se podrá ver parte importante de su obra, esculturas en cerámica y porcelana que muestran la evolución de su trabajo.
—Descubrir la porcelana fue muy importante. Acá voy a presentar una pieza que es la primera que hice de porcelana, que se llama “Fusión”. Traté pésimo a la porcelana, la apaleé, la corté, le dejé la huella, y salió del horno un material maravilloso… a pesar de mí —dice y se ríe.
Con los años ha ido adquiriendo paciencia y también mayor asertividad. Cada vez es menor la sorpresa al introducir una escultura en el horno y verla luego, cuando ya está lista. Más que artista, muchas veces se siente un hacedor, alguien que con sus manos es capaz de crear cosas que antes no existían. Ha trabajado mucho con formas rectas y cubos, pero en el último tiempo ha indagado en las curvas, aprovechando además de mezclar materiales, mezclar la arcilla y la porcelana, mezclar el relave minero con desechos industriales, buscando nuevas texturas, nuevos colores.
—Irme a Londres me dio mucha libertad en la forma de construir mi trabajo. Ese fue el gran cambio que viví —explica y agrega—: Yo tuve la suerte de criarme en una vereda bien cómoda, eso no lo puedo negar ni me puedo avergonzar, porque soy muy afortunado, pero lo tenía que tomar con la mayor de las responsabilidades. Por eso me fui también, y descubrí que al no tener contactos lo que queda es la honestidad. Porque si yo hubiese llegado con obras en mármol blanco, no sé, no sé si hubiera sido honesto pues yo soy latinoamericano. Llevé un material nativo y le di un reconocimiento. Mi obra no es indígena, pero encontró un lugar allá.

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