Por Constanza Urrejola Abril 8, 2016

Cabo San Isidro, Punta Arenas. A pesar de ser verano, en el sur predomina el frío característico de la zona y cuesta entrar en calor. Un grupo de entusiastas niños de entre 11 y 15 años aprenden a usar mapas, GPS y brújulas, entre extensos prados verdes y cerros rodeados de agua cristalina, en algunas partes, más grisácea en otras. En este ambiente silencioso y lejano del extremo sur de Chile, los niños conocen de mejor manera donde viven, estudian los ecosistemas que se forman de manera natural y disfrutan de caminatas y charlas de sus guías.

Este Campamento Naturalista, como se llamó la iniciativa, organizada a fines de enero por la artista Aymara Zegers y biólogos del Museo de Historia Natural de Río Seco en Punta Arenas, contó con la colaboración de la Fundación Mar Adentro, que lidera Madeline Hurtado. Desde siempre, ella tuvo una potente conexión con la naturaleza y el arte. Ya fuera por herencia familiar o por sus estudios de Artes Visuales en la Universidad de Chile. El arte para Madeline tenía que ir más allá de las salas de clases, por lo que juntó esta pasión con la de su familia —Hurtado Berger, uno de los controladores de Coca-Cola Andina— por la educación, y decidió crear una fundación donde pudiera unir su preocupación por el ecosistema con iniciativas artísticas.

—Me he dedicado los últimos años al land art, y esta pasión de mezclar arte con naturaleza quería compartirla, que dejara de ser algo personal y llevarla a lo colaborativo con otros artistas y con las personas que no tienen tan fácil acceso al arte, ya sea por recursos o por distancia geográfica —cuenta Madeline.

“Nos interesa incorporar en Chile el tema de la filantropía. Es la única forma en que nos podemos desarrollar como sociedad. Para nosotros como familia es un privilegio tener los medios para realizarlo”, dice Madeline Hurtado Berger.

Así nació la idea de crear residencias culturales y talleres en lugares donde el entorno y la naturaleza jugaran un rol fundamental. A la vez, era importante para Madeline darles un lugar a artistas locales y extranjeros.

—Las residencias son programas pequeños en diferentes regiones, ya que la idea siempre ha sido salir de Santiago y descentralizar la cultura. Que las experiencias vividas ahí se conecten entre sí y se abra el círculo para poder seguir desarrollándolas —cuenta.

No es casualidad esta intención de fomentar la educación y transformar esta disciplina en uno de los ejes centrales de la fundación, ya que la familia Hurtado siempre se ha caracterizado por sus actividades filantrópicas. Están emparentados con el Padre Hurtado y han realizado importantes donaciones a la Universidad Alberto Hurtado.

—Nos interesa incorporar en Chile el tema de la filantropía. Está lento y es necesario avanzar más. Los que pueden dar, tienen que hacerlo, es la única forma en que nos podemos desarrollar como sociedad. Para nosotros, como familia, es un privilegio tener los medios para realizarlo —afirma Madeline.

conexión ancestral

Pese a que Madeline Hurtado es la cabeza del proyecto, como directora, fundadora y presidenta de Mar Adentro, todo el resto del grupo que conforma la fundación, como Beatriz Bustos, asesora de cultura, Maya Errázuriz y Amparo Irarrázaval, coordinadoras de proyectos, trabaja a la par. El lugar donde están instaladas lo demuestra; más que una oficina, es un luminoso y amplio departamento con escritorios uno al lado del otro, donde ninguna trabaja por sobre la otra.
De esa misma idea de colaboración nació la iniciativa de crear las residencias de arte en diferentes regiones del país y hasta en el extranjero.

—Los impactos que llevamos a lo natural son enormes, y los cambios muy pequeños. Pero se está empezando a tomar conciencia, y esa conciencia es la que queremos hacer mayor y pública, no sólo a los que participen de programas de protección a la naturaleza sino a todos quienes también quieran participar desde el arte —comenta Beatriz Bustos.

Un ejemplo claro de lo que estas residencias significan para las comunidades y el ecosistema es la que actualmente está instalada en Perú, en la comunidad nativa de Puerto Prado, compuesta por 100 familias y ubicada cerca del nacimiento del Amazonas. Desde comienzos de enero y hasta fines de julio se realiza esta residencia, donde el artista plástico peruano Ishmael Randall Weeks convive con los habitantes de la zona para crear una escultura sonora hecha de bambú en la entrada del bosque, la cual engloba tanto un mensaje de bienvenida para los visitantes, como un fin utilitario. En Puerto Prado no existe agua potable ni ducha, por lo que esta escultura la proveerá. Como cuenta Madeline, lo interesante es que fue la misma comunidad la que planteó el interés por la sustentabilidad y la residencia, puesto que reciben más de mil visitantes cada año y era importante para ellos mantener el turismo en el lugar, cuidando su medioambiente e interviniéndolo con mucho respeto.

Existe la idea generalizada de que el arte es elitista, que llega a un determinado sector de la población y que no todos pueden tener acceso a él. Para Beatriz Bustos, romper con ese prejuicio es uno de los principales objetivos de la fundación.

—Se cree que hay un nivel del arte que es quizás más elitista por ser más conceptual, pero nosotros queremos enfocarnos en hacerlo colaborativo y que la gente participe en la creación de las obras o instalaciones.

Bosque Pehuén, una reserva natural que pertenece a la Fundación, cercana al volcán Villarrica y que posee casi 900 hectáreas de extensión, fue elegida para una de las dos residencias paralelas que se harán en noviembre de este año, además de Castro, en alianza con MAM Chiloé. Al igual que la residencia en Punta Arenas, la idea es que los artistas convivan con la gente. La residencia de Bosque Pehuén estará enfocada en los legados biológicos del lugar y en el estudio de la copa de los árboles, mientras que en Castro pretenden formar conexiones entre la cultura local y la ilustración. Para ello, están en proceso de búsqueda de ilustradores chilenos y nórdicos, quienes trabajarán junto a científicos de la Universidad Austral.

Aunque Mar Adentro se financia mayormente con el aporte de la familia Hurtado Berger, han logrado generar lazos con entidades públicas. Esto se concretará en noviembre, ya que además de tener el apoyo del Consejo de la Cultura, contarán con donaciones de países nórdicos como Noruega, Finlandia, Dinamarca y Suecia. Esto porque son países que representan para Mar Adentro el mejor ejemplo de conjugar arte, naturaleza, educación y medioambiente.

Pero no sólo en las residencias se quedará esta iniciativa, ya que Mar Adentro pretende gestionar la publicación de un libro que cuente todo el proceso que se vivió en el lugar. Lo mismo hicieron con el proyecto del artista francés Christian Boltanski, el cual trabajó en la comunidad atacameña de Talabre, cerca de San Pedro de Atacama, a fines del 2014. Animitas, publicado por editorial Hueders, relató el proceso de instalación de la obra y el trabajo junto a la comunidad. El resultado de esto fue la instalación de cientos de campanas japonesas en el desierto de Atacama, las cuales suenan con el viento y pretenden homenajear a los ausentes.

Madeline junto con su equipo saben que a pesar de que poco a poco en Chile ha aumentado el interés por conservar el patrimonio natural, es un proceso nuevo. Y el fusionarlo con el arte, más aún. Por eso creen que es fundamental dejar este legado en forma de libro, en el caso de las residencias de noviembre en Chile, y un museo comunitario en Puerto Prado, Perú.

—El hecho de recuperar las enseñanzas ancestrales es un punto que se alinea de manera fundamental con Mar Adentro. Nosotras creemos que el camino es que la gente se conecte con la naturaleza de manera consciente, con lo ancestral y con la sabiduría. Desde ahí hay que conectarse con las comunidades, por eso trabajamos en Perú y en regiones del sur de Chile, porque todos ellos tienen una sabiduría que muchos hemos olvidado —reflexiona Madeline.

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