Por Yenny Cáceres Abril 22, 2016

Desde hace tres años, los restos de Pablo Neruda permanecen en el segundo piso del Servicio Médico Legal, en Avenida La Paz, en la Unidad Especial de Identificación Forense, donde también se custodian los restos de los detenidos desaparecidos. Lejos de los turistas que peregrinan a la casa de Isla Negra, lejos de Matilde Urrutia, lejos del mar.

Cuando en el año 2011 el PC presentó una querella para investigar la supuesta intervención de terceros en el asesinato de Neruda, comenzó una investigación judicial liderada por el juez Mario Carroza, que determinó que en abril de 2013 fueran exhumados los restos del poeta.
Tras largas diligencias y con una investigación aún en curso, el juez Carroza determinó que el martes 26 de abril los restos de Neruda volverán a Isla Negra. Pero esta vez se tratará de un funeral dividido, que tiene enfrentados a los parientes que antes se unían para cargar el ataúd de Neruda: Rodolfo Reyes y Bernardo Reyes. Una encendida disputa a la que se ha sumado la Fundación Neruda.

Para el lunes 25, el abogado Rodolfo Reyes ha organizado un homenaje a Neruda en el ex Congreso Nacional, en una ceremonia que inequívocamente recuerda el velorio del año 92. En la invitación del evento, Reyes menciona la colaboración del Senado, el Consejo de la Cultura, el PC y la Sech, y por la prensa ha asegurado que se tratará del “funeral del pueblo para el poeta”.

Esta convocatoria cayó como una bomba en la Fundación Neruda. Pese a que ellos representan un porcentaje mayoritario del patrimonio del poeta, ni siquiera fueron consultados. “El funeral del pueblo fue el del 25 de septiembre del 73”, dice el escritor Fernando Saéz, director ejecutivo de la Fundación Neruda.

1973

El sol no se atrevió a salir ese día. Un martes gris, el 25 de septiembre, dos semanas después del golpe de Estado, Pablo Neruda, el premio Nobel chileno, era enterrado en el Cementerio General.

Neruda 1973—El entierro de Neruda fue el primer acto político contra la dictadura. Fue tan impactante que terminanos cantando “La Internacional” —recuerda Aída Figueroa.

Lo dice sentada en su living frente a un retrato de La Hormiguita, Delia del Carril, la segunda esposa de Neruda. En 1948, Aída y su marido, Sergio Insunza —que años más tarde se convertiría en ministro de Justicia de Allende—, conformaban un joven matrimonio de abogados comunistas cuando una ley dictada por el presidente Gabriel González Videla prohibió al PC y Neruda pasó a la clandestinidad.

Vivían en un un sexto piso frente al parque Forestal, donde solían esconder a compañeros de partido. Un día tocaron el timbre de su departamento y Aída casi muere de la impresión. Era Pablo Neruda junto a Delia del Carril. El poeta y su mujer se instalaron en una estrecha cama en el escritorio, y ahí pasaron varios meses juntos. El tiempo suficiente para que Neruda avanzara en la escritura de Canto General, para celebrarle su cumpleaños y para el nacimiento de una larga amistad.

Aída recuerda que le “arregló las manos” a Neruda, ya muerto, en la clínica Santa María. Ella formó parte de un estrecho círculo que acompañó a Matilde Urrutia, la viuda del poeta, después de su muerte, el domingo 23 de septiembre. El velorio fue en La Chascona, la casa de Neruda en el barrio Bellavista, en Santiago, que había sido saquedada días antes.

En “Aquel adiós a Neruda”, el escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza describió lo que vio cuando llegó al velorio. El primer piso inundado, libros quemados, vidrios rotos. Se agachó a recoger una fotografía que estaba tirada en el suelo, manchada por el barro. Allí distinguió a unos rostros sonrientes, con ropas de los años 30, que contrastaban con lo que se encontró al subir al segundo piso de la casa:

“Aquel féretro gris, sin pompa, sin cirios, sin coronas, colocado en un extremo de la pieza y adornado sólo con dos rosas blancas que parecían cortadas de prisa, daba una sensación de soledad. Bajo el cristal, descansando sobre un raso, la cara de Neruda parecía reducida, irreal. Lo humano en aquel momento no era su cara, sino la camisa de cuadros que llevaba abierta en el cuello y el saco de tweed: una indumentaria deportiva que hacía pensar en plácidos domingos en Isla Negra”.

“Antes de entrar al Cementerio la multitud que había crecido a unos pocos miles de personas empezó a cantar ‘La Internacional’. Para mí fue unos de los momentos más emocionantes de mi vida. Era un canto desgarrador que parecía crecer y se convertía en desafío y redención”, relata Marcelo Montecino.

Fue un velorio sin autoridades ni menos militares. Cuando unos uniformados llegaron a darle el pésame, Matilde Urrutia se negó a recibirlos. En su crónica, Apuleyo Mendoza consigna la presencia del ex candidato presidencial de la DC, Radomiro Tomic, y el embajador de Suecia. La embajada de Francia, donde Neruda cumplió su última misión diplomática hasta 1972, mandó una corona con una nota que decía: “Nos duele Chile”.

Después del saqueo a la casa ni siquiera había electricidad, así que fue un velorio con velas, “como un auténtico y muy triste velorio del sur”, relata Aída Figueroa en el libro Funeral vigilado. La despedida a Pablo Neruda. Tampoco había camas, cuenta, ya que habían sacado los colchones. En un rincón encontraron un par, que pusieron a los pies del ataúd, donde se recostaron Matilde Urrutia, Aída Figueroa y Laura Reyes, la hermana del poeta. El cuerpo de Neruda fue velado toda la noche, sin importar el frío de una casa que tenía las ventanas rotas.

Ese 25 de septiembre ocurrió lo impensado.

—Antes de llegar el cortejo, la gente estaba muy silenciosa y aprensiva. Deben haber sido unas 400 personas que incluía hasta niños. Apenas empezó a llegar el cortejo al cementerio la gente cambió y se escucharon consignas.

El relato es de Marcelo Montecino, fotógrafo que quizá impulsado por la juventud de esos años no tuvo miedo y no dudó en ir a registrar el funeral de Neruda. Montecino se detuvo en los rostros de las mujeres. En una imagen, vemos a una que se limpia las lágrimas de la cara, mientras que con la otra mano sostiene a un niño. En otra, destaca una joven que canta con decisión “La Internacional”, el himno de los obreros, con una guagua en sus brazos.

Son los rostros anónimos de un Santiago más gris de lo imaginable, que enfrentan el miedo con las gargantas apretadas, que se mezclan con otros rostros más conocidos, como el de Nicanor Parra. El antipoeta que despide al poeta.

El cortejo lo encabezan dos carrozas fúnebres. En medio de un silencio tenso surgen los primeros gritos espontáneos:

—¡Camarada, Pablo Neruda!

—¡Presente!

Pese a la vigilancia militar, y con gran presencia de periodistas extranjeros, el funeral se convertía en un acto de protesta contra la dictadura.

—Antes de entrar al Cementerio la multitud que había crecido a unos pocos miles de personas empezó a cantar “La Internacional”. Para mí fue unos de los momentos más emocionantes de mi vida. Era un canto desgarrador que parecía crecer y se convertía en desafío y redención. Había vigilancia afuera y al poco rato de entrar al cementerio entró un camión lleno de milicos, pero no intervinieron en nada. Poca gente se inmutó.

Para muchos de los que estuvieron ahí, ese 25 de septiembre fue el cierre definitivo de una época. Así lo resume Aída Figueroa:
—El funeral de Neruda fue la oficialización de que el golpe militar había matado una parte importante de Chile. Nuestra moralidad, nuestro humanismo

1974

Neruda era un muerto incómodo.

Neruda 1974Tras el golpe, enterrarlo en Isla Negra, como era su deseo inicial, se volvió una complicación y Matilde Urrutia decidió aceptar el ofrecimiento de la escritora Adriana Dittborn de sepultarlo en el mausoleo de su familia.

A los pocos meses, en abril de 1974, Matilde recibe una carta firmada por Marta Dittborn de Fierro y Elena Dittborn de Prado, hermanas de Adriana, pidiendo que saque a Neruda de esa tumba.

El tono es perentorio:

—Mucho le agradeceríamos que después de seis largos meses, en que los restos de su marido se encuentran en la cripta de nuestros padres, los retirara a la brevedad posible. Ya que precisamos de ella para proceder a algunos cambios.

A los pocos días, Matilde organizaba el traslado de los restos. El poeta Jaime Quezada, uno de los pocos testigos de este segundo entierro, interpreta la premura de las hermanas Dittborn como un signo de los tiempos que corrían:

—Neruda era un enemigo muerto, pero vivo. Cada visita era un pequeño acto político. Neruda estuvo como allegado y eso siempre molesta, por muy familiar o cercanos que sean las personas.

El escritor Francisco Coloane fue uno de los que participó en la discreta ceremonia, casi secreta, que se realizó en 1974, antes de que el cementerio abriera sus puertas. Sin prensa ni público ni discursos.

El segundo entierro fue otro martes, el 7 de mayo de 1974. Apenas se levantó el toque de queda, a las seis de la mañana, Quezada partió a buscar a Ester Matte. Ella, junto a Teresa Hamel, amigas íntimas de Matilde Urrutia, fueron parte de un cortejo mínimo, que completaban el escritor Francisco Coloane y Manuel Solimano, amigos de Neruda.

La discreta ceremonia, casi secreta, se realizó antes de que el cementerio abriera sus puertas. Sin prensa ni público ni discursos. Ese día tampoco hubo militares ni resguardo policial.

“Mañana tristísima para un acto funeral tristísimo”, escribirá más tarde Quezada en El año de la ira, un diario que llevó del primer año de la dictadura. Allí cuenta que alojó en su casa a un joven Bolaño, que estaba seguro que daría que hablar —como le dijo al taxista que lo llevó a la embajada de México, cuando al fin pudo salir de Chile— y entrega más detalles de este segundo entierro.

—Sobre la urna, intacta como el día primero, la bandera chilena aun sin el más mínimo deterioro. Nadie habla en ese lento y muy ritual e íntimo traslado-procesión. Ni una palabra que rompa la fría mañana, ni un piar de gorriones. Matilde, con un abierto clavel rojo en sus manos, silenciosa y reconcentrada en lo profundo.

El recorrido termina en el nicho 44 del módulo México, en una tumba mucho más sencilla. “Más cerca de la tierra y del pueblo”, apunta Quezada. Aún queda toda una dictadura por delante antes de cumplir su deseo de descansar en Isla Negra.

1992

Neruda 1992“Neruda vuelve a su casa”. Así titulaban los diarios la noticia de este tercer entierro, el sábado 12 diciembre de 1992. Las fotos son elocuentes. Una carroza fúnebre con los restos de Neruda recibe el homenaje de las floristas, durante su traslado al ex Congreso Nacional. Ya se asoma el verano y serán dos días de fiesta, en un país distinto y con nuevos rostros.

El día de la exhumación, el 11 de diciembre, se realizó una ceremonia en el cementerio general. Jaime Quezada, que en el entierro de 1974 se había mantenido en discreto segundo plano, esta vez da un discurso como presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, Sech.

Ante la ausencia de Matilde Urrutia, que murió en 1985, empiezan a tomar protagonismo otros miembros de la familia de Neruda. Su sobrino, Rodolfo Reyes Muñoz, lee otro de los discursos ese día. Después, los restos de Neruda y Urrutia son velados en el ex Congreso Nacional con toda la solemnidad imaginable. Esta vez el PC está representado por su Secretario General, Volodia Teitelboim.

Al día siguiente, durante el funeral en Isla Negra, otro Reyes aparecerá en escena: se trata de Bernardo Reyes, sobrino nieto y el único poeta entre los herederos del Nobel. Juntos, Rodolfo y Bernardo cargarán el féretro ese soleado día de diciembre. Se unen a ellos el presidente Patricio Aylwin, que encabeza la ceremonia, y Juan Agustín Figueroa, presidente de la Fundación Neruda, institución creada por Matilde Urrutia para resguardar el legado del poeta.

Casi tres mil personas llegan al funeral. Muchos observan desde la playa o las rocas. En un momento, Aylwin es abucheado por los comunistas. Cuando las urnas son sepultadas, se escucha “La Internacional”, esa misma canción que fuera el grito ahogado de protesta en 1973.

La democracia ha vuelto y Neruda descansa junto al mar. Aunque no para siempre.

2016

—Consideramos que esto es un aprovechamiento. La entrega de los restos es un trámite de algo que está pendiente, de una investigación judicial que no ha concluido —reclama Fernando Sáez, respecto al homenaje programado para el próximo lunes 25.

Rodolfo Reyes es el más mediático de los parientes de Neruda. Es un firme defensor de la tesis del asesinato de Neruda, y como abogado hasta el año 2013 fue el representante legal de la familia. Y aunque en la prensa suele aparecer como el portavoz de la familia, lo cierto es que ahora sólo representa a sus hermanos.

—Neruda se merece este homenaje, el pueblo quiere saludarlo. Neruda trasciende a la fundación y a la familia —dice, para justificar este acto.

Sucesores NerudaEn la Fundación Neruda aseguran que no asistirán al homenaje en el ex Congreso y que están convocando a su propia ceremonia, el martes 26, cuando los restos de Neruda vuelvan a ser inhumados en Isla Negra. Han invitado a alcaldes del “litoral de los poetas”, y a senadores y diputados de la zona. Aún es un misterio qué autoridades asistirán al homenaje del lunes. Desde el Consejo de la Cultura aclaran que no está considerada la participación del ministro de Cultura, Ernesto Ottone, y que la colaboración del Consejo en este evento se limitó al diseño de la invitación.

Bernardo Reyes, quien asegura representar a cerca de un 60% de la sucesión de Neruda, ha iniciado su propia batalla. Desde un blog se ha lanzado a denunciar diariamente una serie de incoherencias en la tesis del asesinato del poeta.

—Esto es un complot mediático —acusa el escritor, quien además es biógrafo de Neruda.

“Las gestiones de Mario Carroza han sido ejemplares, pero también han permitido ver las fisuras del caso”, dice. También asegura que el principal testigo del caso, Manuel Araya, chofer de Neruda que afirma que el poeta recibió una inyección letal, es un “mitómano” que sólo estuvo unos pocos meses al servicio del premio Nobel.

Por su parte, Rodolfo Reyes retruca:“Que no queden dudas ni para Chile ni para el mundo, ese es nuestro interés, el único que mueve a los sobrinos directos de Pablo Neruda”, dice, insistiendo en la tesis del asesinato.

Rodolfo Reyes fue acusado por el delito de apropiación indebida, por un monto cercano a los 50 mil dólares, luego que el resto de la sucesión descubriera que no se les habían pagado los correspondientes derechos de autor.

Pero en paralelo a esta investigación, otra guerra subterránea se ha vivido entre la sucesión de Neruda. En este conflicto no sólo están enfrentadas distintas posturas frente a las causas de su muerte, sino que también hay una pelea por las ganancias que reciben los herederos de Neruda por concepto de derecho de autor.

El año pasado, el abogado Edinson Lara, quien es parte de la sucesión como heredero de Laura Reyes, la hermana de Neruda, presentó una denuncia por el delito de apropiación indebida contra Rodolfo Reyes por un monto cercano a los 50 mil dólares, luego que miembros de la sucesión, tras indagar en los registros de la agencia Carmen Balcells en Barcelona, descubrieran que no se les habían pagado los correspondientes derechos de autor. Esa disputa judicial aún está siendo investigada, y significó el quiebre definitivo entre Rodolfo Reyes y el resto de la sucesión.

Ajena a esta disputa familiar, Aída Figueroa recuerda una de las últimas conversaciones con Neruda. “Lo único que yo no quiero es que me vejen”, le dijo el poeta. Por eso, le indigna todo este tiempo que los restos de Neruda han permanecidos insepultos:

—Este juicio nace de la retórica mentirosa del chofer, de la voluntad de dañar a la Fundación y a Matilde. Yo encuentro que es una vergüenza histórica para el partido Comunista. Es un crimen que se ha cometido contra el físico de Pablo, que no quería que lo vejaran. Es odioso, vergonzante.

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