Lo han dicho los medios y sobre todo los críticos: el británico David Shrigley (47) es uno de los artistas visuales más irreverentes, creativos y divertidos de la escena contemporánea internacional. Ahí están sus obras para demostrarlo: una campana junto a una nota que reza “No hacer sonar hasta que Jesús regrese”, el dibujo de un hombre dentro de una lavadora y el texto “Estaba sucio”, o un hombre-robot desnudo, de más de dos metros de alto, que cada 16 parpadeos orina en un balde de metal, todo en medio de una sala rodeada de atriles, como si fuese el David de Miguel Ángel.
Shrigley, que es conocido por sus ilustraciones en The Guardian y Esquire, donde muestra hilarantes observaciones de la vida cotidiana, es en realidad un artista versátil y multidisciplinario: trabaja con instalaciones, esculturas, fotografía, animación, e incluso con taxidermia. Sus creaciones son, en apariencia, sencillas, pero detrás hay todo un entramado de sátira y humor ácido. Influenciado por Warhol —de quien es admirador confeso, además de Duchamp—, en sus más de 20 años de carrera ha expuesto en museos y galerías de Europa, Estados Unidos y Oceanía. En 2013 fue finalista del premio Turner, el más prestigioso del arte en Reino Unido, y ha trabajado con bandas y músicos como Blur, Hot Chip, Franz Ferdinand y David Byrne. Además, a fines de este año, su obra Really Good, una escultura de diez metros con la forma de un pulgar haciendo el gesto de aprobación, será exhibida en Trafalgar Square, en Londres.
—La comedia es muy importante en mis obras. La forma lo es menos. A ratos mis obras son muy conceptuales, pero también llenas de humor. No llegaría a decir que son graciosas, pero la comedia es algo que realmente disfruto y necesito, no sólo en mi arte, sino que en mi vida —explica al otro lado del teléfono, desde Brighton, Inglaterra.
Shrigley conversa de su trabajo y de Lose your mind, la exposición que presentará desde el 28 de mayo (en la sede de Quinta Normal del Museo de Arte Contemporáneo (MAC), y que es organizada en conjunto con el British Council.
—Leí que en un día puede llegar a hacer 50 dibujos. Cuando observa algo que le llama la atención, ¿lo dibuja de inmediato?
—Supongo que las cosas que uno ve o lee se cuelan en tus obras, pero es porque se lograron infiltrar en mi memoria. No estoy realmente consciente de ellas cuando trabajo. No es que esté presente alguna conversación que haya escuchado, aunque de seguro, de cierta forma, sí lo está. Cuando me pongo a trabajar en mi proceso creativo estoy aislado, y el resto del tiempo, no sé, miro televisión.
—¿Le interesa cómo clasifica su obra el circuito artístico?
—Me siento menos interesado en el mundo del arte a medida que envejezco. Por supuesto que el arte y su historia son muy importantes para mí, porque es algo de lo que soy parte —lo que es bueno, porque significa que tengo un trabajo formal—, pero no pienso mucho en dónde encajo en todo eso. La verdad, ni me importa, lo único que me interesa es poder crear. La labor de clasificar mi arte dentro de la escena general es de alguien más y no me interesa ser parte de esa discusión.
—Siempre ha dicho que su obra se explica por sí sola, ¿qué tan importante es, entonces, la lectura que pueda darle el espectador?
—Me gusta realizar obras que no requieran explicación porque mi proceso de creación es muy intuitivo. De cierta forma, ni yo sé del todo qué significa. Muchas veces, cuando terminas una obra de arte, sólo tienes la sensación de que está acabada, pero, con el tiempo, su significado cambia muchas veces. Soy reacio a la idea de que sólo existe una interpretación correcta para una obra. Si la gente interpreta uno de mis trabajos de distintas formas, está bien, es emocionante.
—Durante 15 años trabajó con taxidermia, pero alguna vez dijo que hay algo muy perverso en ella: es una representación de la vida que, en cierto modo, no parece muy vívida, ¿le atrajo esa contradicción?
—Sí. La taxidermia en sí misma es una forma muy extraña de representar a un animal. Si tienes un gato disecado, en gran parte es realmente un gato, porque está hecho con su piel, pero su forma está esculpida. Está hecho con partes muertas, pero intenta representar algo vivo y eso me parece curioso y hasta divertido. Creo que mis trabajos de cierta forma hacen referencia a que el animal en cuestión está muerto. Me gusta la representación de la vida a través de la muerte. Hay una paradoja, algo interesante allí, aunque ya no hago ese tipo de cosas.
—¿Por qué?
—La siento como una fase superada, en parte, porque ahora tengo un perro y no quiero pensar en un futuro en el que ya no esté vivo. Tenemos una relación muy profunda, así que no más taxidermia.
TODO LO QUE NECESITAS ES HUMOR
Con dibujos, videos, esculturas e instalaciones, Lose your mind será un recorrido por el trabajo de David Shrigley a través de sus obras más icónicas. Contará con veintena de obras, entre ellas “Ostrich”, un avestruz disecada sin cabeza, y “The spectre”, un pedestal vacío en el que había una escultura que se destruyó, y 300 dibujos en la pared: el único registro que quedó de ella.
A pesar de ser su segunda exposición en Chile —el año pasado estuvo también en el MAC, con la muestra Quién soy y qué quiero, en el contexto de cinco muestras paralelas con temáticas under y callejeras—, esta será la primera vez que pisa el país. Y también la primera vez que estará en Sudamérica. El único país al sur de Estados Unidos en el que ha estado es México, la primera parada de Lose your mind, el año pasado. Allí se montó en Guadalajara y ahora aterriza en Santiago, para luego seguir por una serie de ciudades durante los próximos dos años.
Como los textos son fundamentales en su trabajo, al igual que el humor, muchos de ellos fueron traducidos por primera vez al español para exhibirse en México.
—Mi conocimiento del español no llega más allá de pedir un taxi en el aeropuerto, así que no sabría decir qué tan bien traducido está el texto, pero me parece muy interesante que mi trabajo se pueda comunicar en otro idioma. Mi trabajo se trata de generar conversación con el público, entonces hace sentido poder hacerlo todavía más accesible a la gente.
—¿Para usted el humor es un lenguaje universal?
—No llamaría al humor un lenguaje. Todos nos reímos distinto, pero la necesidad de comedia y la necesidad de reír es la misma a donde sea que vayas. Creo que todos pueden bromear y compartir eso en distintas partes del mundo, pero el idioma cambia y la comedia sólo es entendible en un contexto. Todos necesitamos humor, como también necesitamos amor, comida o luz solar. Y se da de formas distintas en cada persona, por eso es una búsqueda tan deseable.