Por Felipe Rodríguez Mayo 27, 2016

En su adolescencia, Bob Stanley no pensaba en dedicarse a la música ni escribir sobre sus grupos preferidos, pero tenía una convicción. Si en su adultez no existiera un libro sobre la historia del pop, él tomaría la responsabilidad de escribirlo. Era su autoproclamada misión. “Creía que en un país con tradición de buenos grupos como es Inglaterra se debían conocer las historias que están detrás”, dice desde Londres.
Tecladista de la banda Saint Etienne y crítico musical en el diario The Guardian, Stanley publica en español Yeah! Yeah! Yeah! La historia del pop moderno (2013), un exhaustivo trabajo de 745 páginas donde aborda la historia del pop desde el nacimiento del rock con Bill Haley hasta la revolución que significa internet, trazando una equivalencia en la evolución musical y sociológica de Inglaterra y Estados Unidos e incluyendo apenas cuatro estilos de fuera de esos países: el krautrock alemán, las solistas yeyés francesas, el reggae jamaicano y el house italiano.
Aunque hacer un repaso por más de cincuenta años de historia del pop parece una tarea mastodóntica, el músico minimiza las dificultades. Cuenta que crecer en un país donde la música tiene la misma devoción que el fútbol es un placer y que ese conocimiento le ayudó a linkear estilos con cambios en la sociedad. “Crecí leyendo la revista New Musical Express y libros sobre música que costaban muy baratos. En mi casa escuchaba con mis padres a Simon & Garfunkel y Neil Diamond; luego cuando me hice más grande era muy fan de T. Rex, Slade y Sweet e iba a la casa de un amigo que me mostró a ABBA y los Beach Boys. La música tiene mucho que ver con su tiempo. En 1983, por ejemplo, David Bowie, que diez años antes había declarado su bisexualidad, ahora decía que esa opinión era una equivocación. Se entiende: el Sida se asociaba a los gays y relacionarse con ellos era nocivo para su trabajo”, señala.
DE LUCES Y SOMBRAS
En Yeah! Yeah! Yeah! el factor agregado es que el autor no sigue solamente a los triunfadores. También están las estrellas fugaces. O aquellos que se hicieron famosos repentinamente y que desaparecieron sin pena ni gloria. Algunas historias son magníficas. Joe Meek, reconocido como el primer productor del mundo, durante su infancia instalaba altavoces en los huertos de los alrededores de su casa para entretener a los recolectores de cerezas con discos de gramófono anteriores al rock. Reconocido en su adultez como el símil inglés de Phil Spector e instalado en un segundo piso, su casera —que vivía en el primer piso— lo llamó varias veces para que trabajara con un volumen más moderado. Meek no lo soportó y una tarde de febrero de 1967 bajó con una escopeta y le disparó en la cara. Acto seguido, se suicidó. Tenía 37 años.
El tono de Stanley mezcla la frescura e información y se abre para un público que va más allá de los melómanos, con relatos donde el azar juega un papel de ascendencia y caída. En 1968, por ejemplo, en una conferencia en el sello Apple, a los Beatles les preguntaron sobre su artista estadounidense favorito. “Nilsson”, respondieron todos. El tipo en cuestión se llamaba Harry Nilsson y su debut, Pandemonium Shadow Show (1967), fue ignorado. Tanto, que el solista ni siquiera había actuado en vivo. Hasta, por supuesto, que los Beatles lo mencionaron. Nilsson se hizo famoso y amigo de juerga de Lennon y Ringo Starr, pero la fortuna y la exposición fueron un disparo en sus pies. El alcohol lo destruyó y, a fines de los 70, su nombre era una curiosidad del pasado.
El escritor comenta que, pese a su obsesión por la música —posee una de las colecciones de vinilos más grandes del mundo—, existen géneros que nunca le llamaron la atención y que tuvo que escuchar para escribir este libro. Menciona al hard rock y exhibe casi una disculpa: nombres como Deep Purple y Black Sabbath eran grupos que nunca había oído con atención. “Créeme que el hard rock me gustó mucho más de lo que esperaba. Eran inteligentes. Por ejemplo, Tony Iommi, el guitarrista de Black Sabbath, vio una noche a una fila de jóvenes que esperaban en un cine para ver una película de terror y comprendió que esa era la música que no existía. Y llegó Black Sabbath con su toque tenebroso y fueron ídolos. Durante la investigación, también sentí que a autores que respetaba, ahora los respeto más. Me pasó con Paul Weller, el líder de The Jam”, sostiene.
Ese respeto, sin embargo, no se da con otras figuras del espectáculo. A James Brown apenas lo menciona en dos páginas —“si yo fuese un escritor estadounidense, le hubiese dado un capítulo completo, pero le hice honor en las páginas dedicadas al soul y al hip hop”— y pasan figuras como Eric Clapton, The Doors, Bob Marley, Led Zeppelin y Queen, entre otros, que bajan en su encuesta personal. “The Doors es un grupo divertido, pero eso no es nada especial. Queen es un enigma. Siempre me pareció excéntrico ver a tres nerds liderados por una persona que era totalmente opuesta. Led Zeppelin tenía mística y potencia, pero creo que se volvieron perezosos con el éxito”, sentencia.
—En varios libros, Patti Smith aparece como una artista que habla más de lo que realiza. En tu libro, dices que su aporte es muy inferior a Blondie y que no hay que confiar en las personas que hablan de Rimbaud. ¿Por qué crees que ella se sostiene a sí misma como una estrella del rock?
—El mejor ejemplo para hacerle creer al mundo que eres un gran artista es decir que eres atrevido y que no estás de acuerdo. Y cada vez que respondes, no parpadear. Nunca parpadear. Finalmente, el mundo creerá en ti. Y eso es lo que ha hecho Patti Smith.
—¿Por qué omitiste estilos trascendentes y masivos del siglo XX, como la bossa nova y el bolero?
—El libro estaba restringido a las listas de éxitos de Estados Unidos e Inglaterra. Si hubiese cubierto estilos como los que mencionas, el libro no se habría terminado nunca. Mi próximo libro, que tratará sobre la música desde inicios del siglo XX hasta los 50, hablará sobre la influencia de la música latina en el pop.
—¿Cuánto perdió el pop con la muerte de Bowie?
—Creo que Bowie planificó su muerte para hacernos comprender lo extraordinaria que fue su carrera artística. En el futuro su influencia será mucho mayor. Era un tipo que no conocía límites y cuya cruza entre arte, vanguardia, pop y cine fue muy significativa. Irrepetible.
—¿Qué diferencia existe entre ser músico y escritor?
—Como integrante de un grupo, debes ser un jugador de equipo. Estás obligado a escuchar a los demás para mejorar. De lo contrario, el grupo se desintegrará. Como escritor puedes escuchar las críticas, pero van dirigidas sólo hacia ti. Tú solamente puedes digerirlas y razonarlas. Es un hecho individual.
—Tu libro fue best seller en tu país. ¿Crees que tus textos periodísticos te han dado más reconocimiento que tu banda?
—No estoy seguro. No hemos entrado al estudio desde hace un tiempo —Words and Music (2012) es su último álbum—, pero estamos en actividad. Este año tocaremos en Glastonbury y planeamos grabar un nuevo disco en 2017. Quizás está conectado el éxito del libro con que nos llamen para un festival tan importante. No lo sé. El año pasado, Sarah —Cracknell, la vocalista— publicó un álbum en solitario —Red Kite— y tuvo muy buenas críticas. Esas buenas canciones también deben haber ayudado a que nos pidan tocar.
—Las listas de éxitos en Inglaterra arrancan en 1952, el mismo día en que termina el racionamiento alimenticio de posguerra en ese país ¿Cuánto cambió la música al instaurarse los rankings?
—Mucho, porque se instauró la competencia. Ahora, con la era digital, el asunto cambió demasiado: los accesos a los discos de novedades no son como eran antes. Con un clic escuchas lo que quieras. Todo es más breve que en la década del 50. Hasta mediados de los 80, además, se buscaba la belleza. Luego, la novedad se hizo una fórmula para ganar dinero. El liberalismo llegó a la música.
—¿Habrá una nueva época dorada en el pop?
—Por supuesto. Pero no tendrá que ver con el rock. Puede salir algo nuevo en el R&B, que es el pozo musical más profundo. Ahora, hay un problema grave: la internacionalización del pop ha provocado que todo sea demasiado uniforme. Hay que salirse de las fórmulas para innovar.
—Saint Etienne es una banda que tiene más de 25 años de carrera, pero nunca han tocado en Sudamérica. ¿Existen posibilidades de que vengan?
—A todos nos gustaría ir a Sudamérica. El año pasado se mostraron, en un festival en Buenos Aires, un par de documentales sobre Saint Etienne. Nos gustaría visitar Chile, Uruguay y Brasil. Pero cada vez se nos hace más complicado: todos tenemos hijos pequeños. Y no los podemos dejar solos mucho tiempo.

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