Por Marisol García. Junio 1, 2016

Se repite en el último tiempo la palabra “sobreviviente” asociada a Iggy Pop. Cuando murió Lou Reed, en octubre de 2013, y luego en enero pasado con la partida de David Bowie, se reflotó por todas partes una vieja foto en blanco y negro que Mick Rock les tomó a los tres amigos en 1972, en un salón del londinense hotel Dorchester. Los tres miran a la cámara con pose de leyenda. La iguana está justo al medio, con una polera del grupo T-Rex, una cajetilla de Lucky Strike entre los dientes y las pupilas abiertas como un girasol. Era difícil prever que, 44 años más tarde, sólo él seguiría en marcha.

El por qué del buen estado físico de Iggy Pop es en parte un enigma, aunque ahí están sus famosos músculos abdominales (“admirables y sin edad”, según la revista Vogue, que sabe de esas cosas) y sus movimientos de jovencito ansioso siempre listo para un stagedive para hacernos sospechar que el nativo de Michigan aplica un cuidado excepcional sobre su cuerpo. Ejercicios de qi-gong (técnica china cercana al thai-chi), respiración profunda y nado casi diario son parte de una rutina (que él mismo explica aquí) que viene complementando desde hace unos años con dieta macrobiótica. Su cuerpo —con talla inalterada desde su adolescencia— le gusta y lo muestra. “Nada de camisas, nada de ropa interior” es una de sus claves de estilo.

Pero congelarlo apenas en su estómago de mármol y melena lacia es injusto para un músico que ha sido mucho más que su estampa, por icónica que ésta sea. Iggy Pop no es tanto un sobreviviente como un artista de inusual inquietud, un curioso y un innovador incluso a sus 69 años de edad. No hay para qué retroceder a sus discos clásicos de hace cuatro décadas. Sus últimos discos de estudio —los aparecidos del año 2000 en adelante— han sido apuestas de riesgo; inesperadas para alguien con su historia.

Skull ring (2003) fue un disco de colaboraciones; The weirdness (2007) y Ready to die (20013), su reencuentro con los Stooges (tras cuatro décadas de alejamiento); y los asombrosos Préliminaires (2009) y Après (2012), el cruce del otrora gran símbolo de la música garage a la chanson francesa y el jazz. "Estoy enfermo de escuchar a matones idiotas con guitarras golpeando música de mierda”, dijo al explicar su temporal distancia del sonido eléctrico. De pronto  aprendimos que a Iggy Pop siempre le gustaron canciones como "Les feuilles mortes", “La vie en rose” y “"Et si tu n'existais pas". “Cantar rock toda tu vida puede parecerse a una cadena perpetua”, advierte.

En 2016 ya van dos discos suyos. Antes del estupendo Post pop depression, su álbum de nuevas canciones junto a Josh Homme (Queens of the Stone Age), el de “Lust for life” había grabado un miniálbum que apareció en febrero como tributo a Walt Whitman es, por lejos, su proyecto más atípico:  escúchenlo recitar poemas del clásico autor neoyorquino sobre bases electrónicas preparadas por Alva Noto y el dúo Tarwater. Es un puente entre literatura, tecno y rock que al cantante le parece de lo más lógico:

“Creo que [Whitman] tenía algo de Elvis, como un Elvis adelantado a su tiempo […]. Su poesía es siempre sobre movimiento y apuro, y amor loco y sangre que corre por el cuerpo. Habría sido el rapero gangsta perfecto”.

Somos nosotros los que hemos malentendido a Iggy Pop como un sujeto indisciplinado, frívolo, estático en los clichés de exceso del rock. Ya en los años setenta gente como David Bowie pudo ver en él su curiosidad como lector, su agilidad intelectual, la digna inquietud de un hombre forjado a sí mismo sin privilegios de ninguna especie. Hace dos años, una charla suya organizada por la BBC lo ubicó como un referente para analizar con perspicacia el actual mercado musical (su ponencia “Free music in a capitalist society” puede escucharse en inglés  y es un ejemplo de carisma frente a una audiencia). Estuvo hace poco en Cannes, mostrando junto al cineasta Jim Jarmusch (con quien colaboró antes en los filmes Coffee and cigarettes y Dead man) un nuevo documental sobre los Stooges (Gimme Danger), la banda que formó a los veinte años de edad y con la que expuso los primeros gestos del punk en su país. La excitación de la prensa en la conferencia del estreno es entendible: Iggy Pop ostenta una energía única y una actitud de incorruptible autenticidad.

“Sería bueno si todos pudieran calmarse un poco. La estimulación actual es demasiado intensa. Las cosas se han enredado demasiado”.

Lo que quiere Iggy Pop es —sorpresa— calma, pero no puede evitar decirlo con la vibración de un rayo.

Iggy Pop y The Libertines en vivo: lunes 10 de octubre de 2016, Movistar Arena, Santiago. Entradas a la venta pinchando acá

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