Por Diego Zúñiga // Foto: Cristóbal Olivares Julio 29, 2016

Arriba del cuadrilátero, Gastón Salgado (1985) se mueve con rapidez, firme, empuñando sus manos cubiertas por unos guantes negros, ágil, se mueve de un lado a otro, esperando encontrar el momento exacto para noquear a su contrincante. Busca y busca, pero no logra dar con el movimiento preciso para golpearlo y acabar con la pelea, que no es cualquiera, no, es la pelea por el título mundial de boxeo, categoría peso mosca. Da y recibe, da y recibe, no quiere extender más esos minutos infernales, necesita noquearlo para ganar, así ha llegado hasta ahí, noqueando a uno y a otro y a otro rival, porque esa es su mayor virtud: golpear con fuerza y ver cómo caen en el cuadrilátero, con la mirada perdida. Esquiva los golpes, le llega un par, él da otros, pero la pelea se va alargando y llegan al round número 15, mientras el público grita enardecido y el que vemos ahí, arriba del ring, ya no es el actor Gastón Salgado, ya no es ese muchacho que creció en San Joaquín, sino que ahora es un joven Martín Vargas, ahí, en el cuadrilátero, disputando por primera vez el título mundial, sí, es Martín Vargas moviéndose rápido frente a miles de personas, buscando noquear a su rival.

“Martín se portó muy bien conmigo, me asesoró, me mostró cómo peleaba. Dibujaba el ring y me indicaba cómo eran sus movimientos. Descubrí que era supercomplejo, porque hay un hermetismo en él, una desconfianza por todo lo que le ocurrió con la prensa”.

Lo que vemos es a Gastón Salgado convertido indudablemente en Martín Vargas: los mismos movimientos, la misma forma de pelear, de cubrirse la cara con sus guantes negros y buscar el golpe final, de moverse por ese ring que le come las piernas, que parece asfixiante, pero que es su lugar natural, un territorio que Salgado se demoró meses en entender, un mundo que empezó a explorar a inicios de este año, cuando supo que tendría su primer papel protagónico en una serie de televisión que abordaría a Martín Vargas entre los 13 y los 42 años: “¿Te gustaría interpretarlo?”, le preguntaron, y él —que venía de hacer papeles breves, pero intensos en series como El reemplazante, Sitiados y Juana Brava— no lo dudó. En realidad, siempre había pensado que algún día terminaría interpretando a un boxeador, pero no sabía que sería a Martín Vargas.

—Cuando me lo ofrecieron sabía de él lo que todos saben: que era un boxeador que hablaba en tercera persona, que peleó el título mundial, que es de Osorno, que dicen que está medio loco, pero nada más. Aunque descubrí en realidad que era un personaje mucho más complejo —dice Salgado, quien terminó de rodar la serie hace un par de semanas. Fueron casi seis meses entre preparación y filmación, en que dejó de ser el de siempre y se convirtió en su personaje. Porque su método de trabajo es ese: dejarlo todo y vivir como si fuera realmente la persona que le toca interpretar: pensar, vivir, comer como si fuera él. Y, en este caso, la preparación fue brutal.

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Gastón Salgado creció en San Joaquín sin saber muy bien qué haría con su vida. Como su padre es electricista, pensó que quizá el futuro era eso: trabajar con él, acompañarlo en el oficio, así que se inscribió en un liceo industrial. Su vida parecía estar más o menos escrita, pero en tercero medio ocurrió algo que iba a desordenar todo. En el ramo de Castellano le pidieron hacer una adaptación teatral de Cien años de soledad y él, entonces, descubrió un mundo.

—Me embalé mucho. Hice la música, el afiche, dirigí, actué y ahí dije: “Esto es lo mío”. Y de ahí en adelante me dediqué a no hacer nada en el colegio. Sólo quería actuar —explica Salgado, quien al terminar cuarto medio decidió no hacer la práctica y se matriculó en la Universidad de Las Américas para estudiar actuación. Sin embargo, al año debió abandonar la carrera por problemas económicos. En ese momento, Salgado estaba más seguro que nunca de que quería ser actor, pero todo le jugaba en contra. Se deprimió un tiempo y luego se puso a trabajar como electricista con su padre. Después, entró a Homecenter y ahí pudo juntar plata para volver a estudiar. Esta vez se inscribió en el Instituto Profesional Arcos, y estudió y trabajó durante sus años de formación hasta que terminó la carrera.

En esos años vio, sobre todo, cine, pues siempre sintió que lo suyo era la actuación en el ámbito audiovisual. Admiraba y admira a Al Pacino, a Javier Bardem, a Tom Hardy, a Christian Bale y, por supuesto, a Robert De Niro: todos actores que se han adueñado una y otra vez de sus personajes, convirtiéndolos en pequeñas bestias indomables, en hombres que el espectador nunca más olvida. Eso es lo que busca Salgado con su actuación: entrar en la cabeza de sus personajes y convertirse en ellos, aunque aquello signifique modificar por completo su vida. Lo hizo en Sitiados, cuando debió interpretar a un toqui, y no sólo tuvo que subir ocho kilos, sino que además tomó clases de mapudungun con un profesor particular y leyó mucho acerca de la cultura mapuche. Y ahora, cuando le propusieron interpretar a Martín Vargas, no dudó en aceptar el desafío, consciente de que pasaría un buen tiempo viviendo como si fuera realmente un boxeador profesional.

—Era una rutina diaria muy intensa —dice Salgado.

Pega Martín pegaLo que hacía al despertar era: tomar desayuno —respetar una rígida dieta—, ir a entrenar al club de boxeo de Christian Farías —hermano de Roberto, el actor—, luego irse al gimnasio con su personal trainer y más tarde se juntaba con Martín Vargas, quien le hablaba de su vida, de las peleas más importantes que tuvo, de sus sueños, de sus derrotas, de cómo se convirtió en el boxeador más importante de Chile.

—Yo lo grabé durante varias semanas. Le preguntaba qué había pensado cuando fue tal pelea o cosas así. Él es un gran contador de historias, así que lo pasé muy bien. Lo iba a ver al gimnasio donde dirige su escuela de boxeo y hablábamos. Él estaba enrollando venditas y contaba historias.

Salgado fue acumulando esas historias, fue aprendiendo su lenguaje, sus gestos, lo fue estudiando por más de dos meses. Vio los videos de sus peleas, Christian Farías le enseñó a pelear como peleaba Martín Vargas, y así, de a poco, se fue convirtiendo en su personaje.

—Él se portó muy bien conmigo, me asesoró harto, me mostró cómo peleaba. Dibujaba el ring y me indicaba cómo eran sus movimientos. Conversamos mucho y descubrí que era supercomplejo, porque hay un hermetismo en él, una desconfianza por todo lo que le ocurrió con la prensa. Pero fue generoso. Una vez me invitó a su casa, en Maipú. Fue bonito eso. Me mostró sus trofeos, su vida. Tuvo una vida de mucho esfuerzo Martín —dice Salgado, quien se tomó una foto junto a él apenas se conocieron, a inicios de este año. Aparecen los dos con los puños apretados, mirándose fijo, firmes, en guardia, como si fueran a empezar una pelea arriba de un ring. Tiempo después, Vargas fue un día a las grabaciones y se tomaron la misma foto, aunque en esa Salgado aparece ya interpretando al personaje: short blanco, las manos vendadas, mucho más flaco, firme, el pelo abundante. Sí: en ese momento, a mediados de mayo, cuando comenzaba la filmación de Pega Martín pega, Salgado ya estaba dentro de su personaje. Era, sin duda, Martín Vargas.

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—Yo nunca le había pegado un combo a nadie —dice Salgado y se ríe, recordando cómo fueron las cuarenta y tres jornadas de filmación de la serie —entre mayo e inicios de julio— que dirige Juan Francisco Olea y que escribió Rodrigo Cuevas, el hombre tras el éxito de Los 80. Cuarenta y tres jornadas, de las cuales Salgado participó en cuarenta y dos: entraba a eso de las nueve de la mañana y salía casi a las nueve de la noche. Todo el día arriba de un ring en el Estadio Nacional, en el Caupolicán, en el Club México, ahí, peleando con distintos boxeadores para poder filmar las cuatro grandes batallas por el título mundial que enfrentó Martín Vargas en su vida. Él, que no había pegado nunca un combo, ahora estaba arriba del cuadrilátero, peleando con boxeadores de verdad. Más de alguna vez se quedó sin aire, y más de alguna vez pegó fuerte también. Y ahí, entre las peleas que fue a ver al Club México para interiorizarse con el boxeo, fue descubriendo el mundo de Vargas.

“No salía, no tomaba, no fumaba, era muy estricta la preparación, porque es como una invocación, como lo que hacen De Niro o Bardem. A ratos parece hasta esquizofrénico, pero así es mi método. Lo que busco es generar una ficción dentro de mi vida”.

— Los boxeadores son personas que admiro profundamente. Casi todos con los que me tocó pelear eran basureros, que se levantaban a las cuatro de la mañana, salían a trabajar y luego se iban a entrenar. Varios eran evangélicos, no fumaban, no tomaban. Gente muy admirable. Y verlos ahí pelear era impresionante, con toda la adrenalina, la sangre —recuerda Salgado. Todo este mundo también le recuerda el lugar desde el cual viene, un San Joaquín donde hay gente con necesidades reales, muy lejos de las luces que ha encontrado en la televisión.

—Este es un país muy discriminador, prejuicioso. Yo trato de entender los lugares donde estoy, así que ha sido todo un aprendizaje, comprender de dónde uno viene, qué herramientas tengo para sortear este hábitat del mundo de los actores, y siempre es más difícil si vienes de la periferia o eres moreno. Acá tienes que tener un bagaje cultural, pero a mí en el colegio me enseñaron lo básico, entonces ha sido puro aprendizaje, mucha observación y calle. La calle te entrega una inteligencia para entender cómo se mueven las cosas.

Toda esa experiencia le sirvió a Salgado para comprender mejor a Vargas, sin duda, y para estar preparado para lo que le exigía el personaje.

—Fue todo muy intenso. Tuve que bajar ocho kilos y mantenerme flaco. Mucho entrenamiento y poca comida, incluso los días que filmamos. Iba temprano a entrenar y luego a grabar. De repente me escondía para descansar, estaba muerto —recuerda Salgado, quien apenas supo que empezaría este proyecto decidió irse a vivir a una casa en la Comunidad Ecológica de Peñalolén, para así alejarse del mundo.

—Vi muy poca gente en ese tiempo. No salía, no tomaba, no fumaba, era muy estricta la preparación, porque es como una invocación, como lo que hacen De Niro o Bardem, que invocan a sus personajes. A ratos parece hasta esquizofrénico, pero así es mi método. Lo que busco es generar una ficción dentro de mi vida. Crear situaciones parecidas a las que vive el personaje. Por eso me fui a vivir lejos, solo, terminé como con tres pololas en ese tiempo, todo muy extremo —explica Salgado, quien comparte elenco con Alfredo Castro, como el mánager de Vargas; Francisca Lewin, su mujer; y Alejandro Goic, quien interpreta a un periodista que relata la vida de Martín Vargas en los cuatro capítulos que dura esta serie que estrenará Mega —con fecha aún por definir— y que obtuvo $ 338 millones del Fondo del CNTV. A fines de agosto, en Sanfic se podrán ver dos películas en las que actúa Salgado: Camaleón, donde comparte elenco con Alejandro Goic y Paulina Urrutia, y la nueva película de Fernando Guzzoni, Jesús, inspirada en el caso Zamudio y donde interpreta a uno de los asesinos.

Por ahora, a Salgado no le interesa actuar en teleseries. De a poco se ha ido reencantando con el teatro —en agosto se lo podrá ver en la obra Rocha, en el Teatro Camino—, mientras va dejando atrás el mundo de Martín Vargas.

—Vi algunas imágenes de lo que filmamos y me gustaron mucho. La verdad es que descubrí un personaje muy complejo en Martín Vargas. Me sorprendió su inteligencia, porque su trayectoria y su vida hablan de una inteligencia emocional muy grande, de una convicción por llegar a donde llegó. Que se abstraiga y hable de sí mismo en tercera persona no es un acto de locura, es de inteligencia, porque él se ve como lo ve la gente y porque se construyó un personaje —concluye Salgado, quien aún no sabe qué papel le deparará el futuro, aunque está preparado para dejarlo todo y convertirse, nuevamente, en otra persona.

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