Por Álvaro Bisama, escritor Agosto 5, 2016

Quizás algo que aún no hemos evaluado de la obra de José Donoso sea el modo en que esta resucita una y otra vez para adquirir nuevos significados. El 2009, en el momento en que su hija Pilar publicó Correr el tupido velo, su literatura parecía congelada en el refrigerador de los clásicos, signifique lo que signifique esa palabra. Pero había una falla ahí, un drama que aquel volumen ponía en evidencia al unir los fragmentos de los diarios del novelista con el relato de una mujer que buscaba el sentido de su propia vida al lado de unos padres consumidos por la obsesión por sí mismos y la literatura. Así, las anotaciones de la autora sobre el abandono y el desprecio familiar se intercalaban con las obsesiones de un escritor aplastado por el peso de las novelas que había escrito. Que Pilar se suicidase el año 2011 simplemente aumentaba la atroz sensación de fragilidad que aquel relato proyectaba no sólo sobre la vida de su familia, sino sobre la literatura chilena y los espectros, aún vivos, de quienes los rodeaban.

A través de estos diarios accedemos a sus lecturas, a los apuntes sobre el oficio de la escritura, a los bocetos de sus trabajos periodísticos, a la “marginalia” del acto de viajar y la fascinación por el teatro y las notas de trabajo para sus novelas, amén de una colección de relatos inéditos encontrados en estos cuadernos.

Anoto esto porque Cecilia García-Huidobro indica que Diarios tempranos. Donoso in progress, 1950-1965 (Ediciones UDP) puede ser leído como una suerte de precuela de aquel libro aunque en realidad es mucho más que eso. Trabajando con los cuadernos privados que el autor dejó en el archivo de universidades como Iowa y Princeton, García- Huidobro ordena y reconstruye diversas tramas biográficas y literarias donde el autor de Coronación detalla el funcionamiento de su mundo. Así, el libro avanza desde fines de los 40 hasta el año 1965, en un trayecto que comprende desde Santiago a la Patagonia, de México a Estados Unidos, atravesando con eso el orden de las familias, la redacción de Ercilla, la vida de la clase alta en el fundo La Rinconada sin evitar el patio de la casa de Carlos Fuentes.

De Chile al mundo, del horror de la provincia al viaje como un modo de abandonarse al paisaje; todo es revelador, todo es demoledor. Porque, ¿quién era Donoso? ¿Cómo trabajaba?¿Cómo se formó?¿Cómo se relacionaba con Chile y el mundo?¿Cómo funcionaban sus afectos? En las 700 páginas del volumen, García-Huidobro ordena temáticamente las entradas para responder, construyendo con cuidado un paseo que se interna en la soledad, la neurosis y el miedo del autor, pero también es esclarecedor sobre cómo construyó cotidianamente su poética. Accedemos de este modo a sus lecturas, a los apuntes sobre el oficio de la escritura, a los bocetos de sus trabajos periodísticos, a la marginalia del acto de viajar y la fascinación por el teatro y las notas de trabajo para sus novelas, amén de una colección de relatos inéditos encontrados en estos cuadernos.

Así, entre muchas cosas, vemos cómo Donoso se relaciona con el Boom (donde Rulfo le parece insuperable), alucina con el teatro, planifica una novela sobre Carlos Faz, discurre sobre Henry James y Virginia Woolf una y otra vez, refiere alguna cábala (“la tinta gris me inhibe”) al lado de sus odios culturales (la ciudad de Buenos Aires). Con esto, lee a la sociedad y la literatura chilena, tratándolas de entender una y otra vez en anotaciones donde indica, acaso desde la felicidad perpleja de sentirse un outsider: “La literatura tiene un valor fuera de ella (es útil) para la clase poderosa y para los proletarios, sólo nosotros los burgueses entendemos su esencia”.

El retrato que emerge es brutal y complejo. Nos topamos con una voz desencajada, casi siempre neurótica, obsesionada con el autoanálisis y fascinada con el misterio de su escritura personal. Pero es un misterio fallido. Donoso trata de calzar la propia experiencia con su escritura, usa su vida y la de sus familiares y amigos. La literatura en sus diarios viene de la vida, del entorno cercano, de ese mundo que trata de comprender una y otra vez. Ese intento es el esqueleto que ordena los diarios pues leemos cómo el autor de Casa de campo planifica y tira por la borda sus planes, anota tramas, diseña novelas, cuenta palabras, se hunde en la autocomplacencia pero también en la contemplación mórbida de sus fracasos, que quedan definidos en las secciones que abordan el acto de escribir ficción, periodismo y teatro.

El valor de estos diarios, junto con ayudar a dilucidar la complejidad del enigma que suponen Donoso y su narrativa, también sirve para ponerlo en relación con su tiempo. “Diarios tempranos” puede ser leído como un mapa sobre la cultura chilena a comienzos de la segunda mitad del siglo veinte.

El valor de los diarios, junto con ayudar a dilucidar la complejidad del enigma que suponen Donoso y su narrativa, también sirve para ponerlo en relación con su tiempo. Diarios tempranos... puede ser leído como un mapa sobre la cultura chilena de comienzos de la segunda mitad del siglo XX. Que una de las secciones finales aborde el proceso de escritura de El obsceno pájaro de la noche sólo aumenta el peso de ese mapa, como si la anécdota que dio origen al libro (cuando con su amigo Fernando Rivas vieron en la calle a un niño deforme llevado por un chofer en un auto de lujo) fuese un correlato a ese proceso de crisis, haciendo que las notas para un relato fechado originalmente en 1959 (“Fuerza goyesca y violenta. Pureza, delicadeza. ¿Seré capaz de hacerlo? No dejarlo que se enfríe”) se expandan hasta abarcar desde la decadencia y deformidad, la vida de una clase donde el mismo autor se siente a la deriva, perdido en el infierno que resulta ser la escritura de dicha novela: “Anoche no pude dormir. El obsceno pájaro... me atormentó hasta las 4 y media de la mañana”.

Todo lo anterior nos obliga a volver a estos diarios pues el país que Donoso aborda en ellos desapareció, pero sigue existiendo en sus libros. Las entradas de estos cuadernos nos dan pistas de cómo leerlos, de cómo pensar que la tensión constante entre literatura y vida no puede ser resuelta con una simple ecuación ni con simbologías automáticas o con la buena fe de los viejos acólitos de su taller. Por el contrario, se trata de algo que existe en la paradoja y en la enfermedad, en la escritura como una pulsión obsesa, en la lectura como una comprobación de la propia excentricidad, en los fantasmas familiares de un Chile insoportable, que se hunde en las mitologías asfixiadas de viejos patrones de fundo, pero que también contempla el cuerpo de Gabriela Mistral, cuyo funeral se detalla en una de las entradas más conmovedoras del libro. Ese es el Chile de Donoso: una casa donde no circula el aire. Un país de fantasmas y amigos perdidos y leyendas familiares donde el escritor, como bien apunta para una novela que nunca existió, pero que bien puede definir toda su obra, debe ser narrado por medio de “un libro salvaje, totalmente crudo, totalmente fidedigno, que retrate sin ambages de ninguna clase la pequeñez, la sordidez de la clase alta chilena, lo magníficos que son como personas, lo pobres que son si forman un grupo”.

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