Por Diego Zúñiga // Fotos: Julia Toro Septiembre 2, 2016

Julia Toro (1933) se quedó detenida unos segundos viendo la escena y supo que alguien debía fotografiarla. Nunca había tomado una cámara, nunca había tomado una foto, pero vio a su hija, embarazada ya de varios meses, sacarse la polera, levantándola con ambos brazos, y corrió, rápido, donde Jaime Goycolea, su pareja de entonces, a inicios de los 70, quien tenía una cámara fotográfica alemana. Le relató la escena y le dijo que debía ir a fotografiarla, pero él, en lugar de seguirla, le entregó su cámara, le dio un par de instrucciones básicas de cómo usarla y le dijo que la tomara ella.
Julia Toro volvió a la habitación y, entonces, disparó: su hija con su panza grande, tratando de sacarse una polera en medio de una habitación muy iluminada, sin darse cuenta de que la estaban fotografiando.

Esa es la primera foto que tomó Julia Toro en su vida y reúne, en muchos sentidos, todo el mundo en el que iba a indagar durante estos más de 40 años de trayectoria: la vida íntima, la familia, la fugacidad de una imagen que no parece estar destinada para ser registrada, y el fuera de foco, que tan bien ha sabido utilizar tanto en escenas como en retratos.

album 2Parte importante de ese mundo se podrá ver en Desde la mirada al encuadre, una exposición que recorre su obra y que se inaugura el próximo viernes 9 de septiembre en el MAC del Forestal. Una de las muestras más importantes que se han hecho de su trabajo, en la que se podrá ver, sobre todo, material inédito —especialmente digitalizado de su archivo— y algunas fotos nuevas, tomadas con cámara digital. Una obra que funciona como el relato íntimo de Chile, donde podemos ver artistas, escritores y personajes anónimos desenvolviéndose en una cotidianidad que nos resulta siempre cercana. Fotos en blanco y negro que constituyen, en el fondo, un álbum familiar; el registro de una vida que nos interpela una y otra vez.

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—Cuando saqué mi primera foto sentí una emoción que no se puede transmitir. Es tan especial esa posibilidad de que lo que tú estás viendo puedas llegar a reproducirlo, a tenerlo frente a ti… Encontré que era una facilidad inmensa esto de apretar un botón y tener una imagen. Claro que me di cuenta después, con el tiempo, que no era nada de fácil —dice Julia Toro y se ríe, sentada en el living de su casa en Ñuñoa. Tiene más de ochenta años, pero derrocha vitalidad y humor.
Siempre le gustó leer, siempre estuvo cerca de la cultura. Era buena dibujando, pero se dedicó a enseñar inglés durante varios años —en el Colegio San Ignacio fue colega de Adolfo Couve, con quien después tomó un curso de pintura— hasta que conoció al fotógrafo Jaime Goycolea y descubrió que la fotografía iba a ser su camino.

—Después de esa primera foto, nunca más solté la cámara —dice Toro. La llevaba a todos lados y registraba lo que estaba cerca suyo, su familia, su casa, el barrio, una ciudad que estaba en dictadura. Le interesaba capturar esos momentos que la deslumbraban, en un mundo muchas veces inhóspito.

—La cámara fue mi compañera de los tiempos difíciles. Los tiempos de dictadura eran tiempos de escasez, pero la máquina era un apoyo psicológico —recuerda Toro acerca de esos años en que registró toda la intimidad de una época, porque fotografiar lo que ocurría dentro de las casas, en la familia, también era hacer un trabajo político, comprender cómo lo que estaba ocurriendo en las calles terminaba por incidir, irremediablemente, en la cotidianidad. Entendió el oficio del fotógrafo mientras disparaba una y otra vez, mejoró el pulso, aprendió a convivir, además, con sus problemas a la vista. De ahí viene, muchas veces, el juego con las fotos desenfocadas, pero también con la urgencia que exigen ciertas imágenes.

“No tiene mucha gracia el digital, tú no tienes que cuidar nada, ya no existe la foto única, no existe ese arrobamiento del análogo. A veces salgo y lamento no haber salido con una cámara, pero siempre estoy tomando fotos a través de mis ojos, eso no se quita, la mirada fotográfica es como un defecto de fábrica”.

—Muchas veces es por la premura de recoger el instante que me emociona mucho. Varias de mis fotos son sólo una foto, un disparo —dice Toro, quien en 2011 junto a su hijo Mateo Goycolea publicó Amor x Chile (Ocho Libros Editores), un libro que reúne parte fundamental de su obra y que cuenta con textos de amigos, artistas y teóricos, como Claudio Bertoni, Juan Dávila, Willy Thayer y Ana Traverso.

El mundo del arte, de hecho, es uno de los universos que ha sabido retratar con más talento. Desde Jorge Teillier, Rodrigo Lira, Pedro Lemebel, Diamela Eltit y Raúl Zurita, hasta una performance en la que participaron Carlos Leppe, Juan Dávila y Nelly Richard. Un mundo que responde a la curiosidad que siempre tuvo Toro por la literatura, por las artes visuales.

—Se me daba muy fácil el dibujo, fue muchas veces mi manera de expresarme, pero la verdad es que siempre quise ser escritora. Siempre escribí; siempre fui buena lectora, pero después me di cuenta de que para mí la fotografía era mi forma de escribir. De ahí que hay este juego con la literatura, no sólo porque he retratado a muchos escritores, sino porque encuentro que algunas fotos mías tienen una densidad literaria, es decir, podrías inventar una historia mirando esa foto —dice. Y es cierto: recorremos Desde la mirada al encuadre y nos encontramos con varias novelas que podrían ser escritas: la historia de un niño que crece en los 70 y 80, la historia de los cuerpos y el deseo, la historia de una familia. O fotos con nombres literarios que encierran una novela: “La vida instrucciones de uso” —la fachada de un edificio misterioso—, “El jardín de los senderos que se bifurcan” —la portadilla de esta reportaje, donde dos monjas de claustro parecen tomar caminos que nunca las volverán a unir— o “Los detectives salvajes”, una de sus fotos más sugerentes, donde arriba de un auto desenfocado vemos a dos hombres que podrían ser Arturo Belano y Ulises Lima.

Roberto Bolaño es uno de los escritores que le hubiese encantado retratar, pero no llegó a conocerlo.
—El adorado Bolaño —dice Toro—. Yo leí Los detectives salvajes hace unos ocho años y me enamoré completamente de él. Además, era muy bello, un hombre muy atractivo. Todas las fotos que le tomaron son maravillosas porque era muy auténtico. El que está en esas fotos es él, y esa autenticidad es indispensable para una buena foto.

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“Cuando disparo no pienso en nada, no especulo, si lo hiciera, el ‘momento decisivo’ ya habría pasado. Disparo desde la emoción, no interpreto…”, escribió Julia Toro en un texto publicado en Amor x Chile. Esa emoción fue la que se encontró una y otra vez mientras revisó su archivo –casi todo digitalizado— para elegir las casi 50 fotos de esta muestra.

album 3El proyecto nació hace más de tres años. Fue una idea del fotógrafo Martín Donoso y Francisco Brugnoli, director del MAC, quienes le propusieron hacer una exposición, y Toro aceptó. Brugnoli, entonces, lo postuló al Fondart el año pasado y obtuvo los recursos.

—Revisar todo ese material fue como revisar la autobiografía —dice Toro—. Me encontré con fotos que no recordaba, y también con algunas que tenían que ver con otros temas.
Una de esas series fue la que dedicó a un convento de monjas de claustro, ubicado en el centro de Santiago. Las tomó en 2000, pero parecen imágenes que podrían ser de otra época, de otro lugar.

Dice que el cambio del mundo análogo al digital no fue tan traumático, aunque sí admite que dejó de tomar fotografías en los últimos años. Ahora se dedica a leer, a escribir en sus cuadernos y a pintar. Sin embargo, en la muestra se podrán ver algunas fotos de 2016.
—Lo paso bien ahora, aunque hoy el disparo es gratis, no tiene mucha gracia el digital, tú no tienes que cuidar nada, ya no existe la foto única, no existe ese arrobamiento del análogo. A veces salgo y lamento no haber salido con una cámara, pero siempre estoy tomando fotos a través de mis ojos, eso no se quita, la mirada fotográfica es como un defecto de fábrica. El ojo se transforma en el lente y eso nunca se quita.

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